Cuando pasé a la historia del ajedrez
por FM Manuel Lopez Michelone
Manuel Lopez Michelone
Recuerdo mis primeros años en el ajedrez. Cuando reproduje por primera vez las partidas llamadas “la inmortal” (Anderssen vs. Kieseritzky, 1851) o bien, “la siempreviva” (Anderssen contra Dufresne, 1852). Ambas son notables y creo que sobre ellas aún no se ha escrito el diagnóstico final. Decenas de analistas han dedicado sus esfuerzos a este par de partidas y creo que aún no se ponen de acuerdo. Seguramente con el amigo alemán Fritz tarde o temprano se llegará a un juicio certero sobre dichas posiciones.
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Kieseritzky en el Café de Ajedrez "La Régence" en París
Más adelante aprendí la gran lección que le dio Lasker a Bauer, en 1889, en donde se vio por primera vez la maniobra de sacrificio de ambos alfiles sobre el enroque corto para llevar a un fulminante ataque de mate. Por cierto, Judit Polgar le aplicó esa misma receta nada más y nada menos que al excampeón del mundo, Kárpov, hace un par de años.
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Emanuel Lasker
Pero esto me puso a pensar sobre el extraño arte del ajedrez. Para que se produzca una partida brillante se necesitan dos, víctima (perdedor) y victimario (ganador). Aquí el que vence hace alarde de su gran técnica, o bien de sus poderes de combinación, o quizás demuestra una gran energía en su juego, a pesar de los esfuerzos que hace le vencido para evitar la derrota. Y eso me hace pensar que quizás Dufresne, Kieseritzky o Bauer probablemente no habrían sido conocidos, o tal vez relegados en la historia, si no hubiesen estado en el lado derrotado de esas magníficas producciones ajedrecísticas. De alguna manera pasaron a la historia, no sólo por haber participado en esas partidas de ajedrez, sino porque conlleva una enseñanza a quienes estudian esos encuentros. Posiblemente, por ejemplo, Judit Polgar, de no haber existido la partida Lasker-Bauer, hubiese encontrado la maniobra ganadora, la cual se convirtió en algo de rutina, que seguramente la brillante jugadora no tuvo ni que pensar, ni analizar siquiera, para vencer a Kárpov.
Así, cuando uno juega al ajedrez, seguramente en el fuero interno de cada jugador está la posibilidad de hacer una partida memorable, que pase a la historia, y esperemos, uno del lado ganador, desde luego. Lamentablemente esto no es fácil de hacer y posiblemente del enorme volumen de partidas jugadas al año en el mundo, un pequeñísimo porcentaje pase a los libros de ajedrez, a los discos compactos de información, a las recopilaciones de las partidas más interesantes. Evidentemente uno nunca sabe cuándo podrá realizar una “obra de arte” y si el rival se pondrá a modo para lograrlo. Pero hay que seguirlo intentando. Quizás mañana mismo, en el torneo del club local pueda hacerse la nueva inmortal, o al menos, como Capablanca decía, crear una “pequeña combinación”.
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El punto es que de pronto, en 1988, cuando vivía en el Reino Unido, me dispuse a participar en el torneo Challengers de Hastings, que se juega a fin de año. La realidad es que quería al menos participar en ese tradicional evento, porque si algún torneo tiene tradición e historia, es éste. Y entonces hallo que la primera ronda me toca con el GM Plaskett. El kamikaze del tablero, según alguien me dijo cuando me senté en la mesa 6 del torneo abierto. Me tocaban las piezas blancas y sentía que podía dar una buena batalla, a pesar de la diferencia de rating (en ese entonces mi Elo era de 2295 puntos). Comencé con calma y confianza que nada malo podría pasarme hasta entrando al medio juego. Pero Plaskett me metió en una serie de problemas que cuando creí haber resuelto, me sorprendió con un sacrificio magnífico, que siguió a un segundo sacrificio de pieza, para que al final de cuentas, mi monarca sucumbiera en menos de 20 jugadas.
Un par de semanas más tarde, abriendo uno de los periódicos ingleses encontré la sección de ajedrez del mismísimo Plaskett, y se le ocurrió comentar la partida que me había ganado brillantemente. Entonces pensé: “me derrotó, sí, pero al menos parece ser que no jugué mal, sino que me demostró que ve mucho más que yo”. Guarde el recorte del periódico (el cual no encuentro ahora), y me olvidé del asunto.
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GM Jim Plaskett
Los años pasaron y Plaskett escribió un interesante libro llamado “Can you be a tactical genius?”, en donde recopila en formato de ejercicios de táctica, muchas combinaciones interesantes. Y he aquí que descubro que de nuevo Plaskett pone esa mini partida que me ganó en Hastings 1988/89. Entonces pensé: “quizás ya estoy pasando a la historia, pero como el derrotado, como Bauer, como Dufresne o Kieseritsky. Finalmente tengo mi pequeño nicho en la historia del ajedrez”. Y hallo entonces que el diagrama en donde inicia la combinación ganadora el GM inglés, se publicó en el Informador Ajedrecístico (en la parte de combinaciones) y después se reimprimió en la Enciclopedia de las Combinaciones, editado también por los yugoeslavos. Es claro que no me hace feliz ser el perdedor pero al menos quien vea cómo me ganaron, podrá aprender “lo que no se debe hacer”.
¿Puede ver cómo gana el negro?
La solución es: 1. … Cxb2! 2. Rxb2 Aa3+!! 3. Rxa3 Dxc3 4. Cb3 Ac6! 5. Ac5 a5! Y las blancas abandonaron 0-1.