Para ganar, primero debes aprender
La nueva versión 18 de ChessBase ofrece posibilidades completamente nuevas para el entrenamiento y el análisis de partidas: análisis del estilo de juego, búsqueda de temas estratégicos, acceso a 6.000 millones de partidas de Lichess, preparación del oponente tras una exploración de sus partidas en Lichess, descarga de partidas de Chess.com con API incorporada, motor de análisis en la nube y mucho más.
por Andréi Paneaij, Chesspro.ru traducido por Manuel de los Reyes García Markina
En él siempre hubo algo misterioso, atípico. Ignoraba casi totalmente las nociones de lo que debe ser el modo de vida habitual de un deportista. De él corren muchas leyendas, como frecuentemente sucede con toda persona que destaca del resto de los mortales.
En sus años mozos, era un joven en el que estaban depositadas grandes esperanzas. Figuraba entre los líderes del ajedrez nacional soviético (y consecuentemente del mundial). Era miembro de la selección nacional. Ganaba fuertes torneos. Pero luego, de manera un tanto inesperada quedó en la sombra. Uno está acostumbrado a que un gran maestro de elite intente mantener lo más posible un rating alto, jugar continuamente... pero Alexander de alguna manera perdió la motivación. En lugar de la esperada lucha por “un lugar bajo el sol”, abrió una escuela de ajedrez en su natal San Petesburgo. Cada vez se le veía menos en grandes torneos, y prácticamente desapareció de la competición.
Y de pronto, inesperadamente para muchos especialistas, ganó el campeonato mundial de Las Vegas (1999), el segundo realizado bajo el sistema eliminatorio, organizado por K. Ilyumzhinov. Muchos tomaron este logro de manera escéptica. Decían que no jugaron ni Kasparov, ni Anand... .Efectivamente, éstos no jugaron. Pero sí lo hicieron todos los demás, los invitados de siempre en los supertorneo: Adams, Gelfand, Ivanchuk, Topalov, Leko, Kamsky, Judit Polgar y, por cierto, Kramnik, quien apenas un año después ganaría el duelo a Kasparov. Y además de ellos, toda la “clase media” al completo. En las dos primeras rondas tuvo que jugar revanchas (en la segunda contra Kamsky), y Alexander mostró su carácter, su orgullo y su enorme fuerza de juego alzándose con el título.
Esta llamarada no fue, sin embargo, un “segundo nacimiento”. La actividad ajedrecística de Alexander de nuevo se redujo paulatinamente a cero.
A comienzos de este siglo XXI, me llegó la oportunidad de verlo de cerca: en dos campeonatos por equipos de Rusia en Dagomys. Alexander participaba puntualmente en todas las sobremesas nocturnas en el bar del hotel y era siempre el alma de la reunión. Contaba anécdotas de manera interesante, sabrosa, pero jugaba sin particular interés: no se avergonzaba de hacer tablas rápidas, aunque pudiera ganar si echaba su clase por delante.
Y me dieron ganas de conocerlo más cercanamente. De entender qué se esconde tras su apariencia de playboy y, en general, de qué piensa y de porqué actúa así y no de otra manera.
Andréi Paneiaj
Empecemos por la pregunta tradicional: ¿cómo empezó tu interés por el ajedrez?
Mi padre me enseñó a jugar cuando yo tenía seis años. Mejor dicho, yo mismo mostré interés: vi un juego de ajedrez y pregunté ¿qué es eso, con qué se come? Por otro lado, mi tío me regaló en mi sexto cumpleaños el librito de Averbaj y Beilin “Viaje al reino del ajedrez”. Muchos de mi generación crecieron con este libro.
Estudiaba yo solo con él, y luego llegó la hora de ir al Palacio de Pioneros. Teníamos una escuela notable, ya los nombres impresionan: mi primer maestro fue el ya fallecido Vasily Vasilievich Vyvshev, además recibí clases de Vladimir Grigorievich Zak, Alexander Vasilievich Cherepkov y Sergey Vladimirovich Javski. Todos ellos fuertes maestros y maravillosos entrenadores. ¡Nuestra generación tuvo mucha suerte! Esta poderosa escuela me dio mucho y puede ser que todo.
Pero no olvidaba trabajar solo, algo de lo que, por cierto, estoy muy agradecido a Vasily Mijailovich. Él aseguraba constantemente que ¡sin trabajo propio nunca lograrás nada! Esto es algo que muchos jóvenes no harían mal en recordar: ni el mejor de los entrenadores sirve si uno no tiene el gusto ni el interés por el trabajo personal. Yo sí lo tuve y eso ha sido fundamental para mí.
¿En qué clase de familia creciste?
Mis padres son ingenieros. "Intelliguentsia peterburguesa". Ninguno de ellos tenía una relación especial con el ajedrez. Claro, algo se interesaban por él: entre la intelliguentsia de aquella época el ajedrez era algo popular.
¿Eres hijo único?
Tengo una hermana menor, pero nunca mostró interés alguno por el ajedrez... quisiera evitar la crítica feminista, tengo buenas relaciones con muchas mujeres, pero después de todo, ¡el ajedrez no es un asunto muy femenino que digamos!
¿En qué momento tuviste la sensación de que podías jugar profesionalmente?
Es complicado decirlo... Tal vez el primer resultado que me hizo en serio considerar la posiblidad de verme como un ajedrecista fue mi victoria en 1982, justo antes de cumplir 16 años, en el campeonato juvenil de la URSS en Yurmala.
El plantel de jugadores de aquella época era deslumbrante; somos una muy buena generación. En nuestro campeonato jugaron Gelfand, Epishin, Ivanchuk, Dreev... al ganar semejante torneo por primera vez pensé en el profesionalismo.
Pero, sin embargo, mis padres pensaban de forma diferente: "pasar, pueden pasar muchas cosas, ¡pero la educación superior es indispensable!", decían. Así que al finalizar en la escuela ingresé en la facultad de de matemáticas de la Universidad de Leningrado (que entonces llevaba el nombre honorario de Zhdánov). La facultad, como comprenderás, era de las serias, pero yo intentaba combinar ajedrez y estudios.
Estudié tres años bastante bien, pero entonces me topé con el decano adjunto encargado del seguimiento del trabajo de los estudiantes. Entonces existía semejante puesto de connotaciones semi míticas, y es posible que siga existiendo. Ocurrió que una vez, cuando tenía que ir a un torneo – creo que era la semifinal del campeonato de la URSS o incluso la primera liga – este decano adjunto avisó que le preocupaba mucho mi rendimiento. Yo intenté objetar que no tenía asignaturas pendientes, pero me aseguró que inevitablemente las tendría si jugaba torneos de seguido y que por eso no me daba permiso. Bueno, la servidumbre para ese entonces hacía mucho que había sido derogada y me fui al torneo. Después de esto comenzaron todo tipo de dificultades y tuve que hacer una elección. Hasta allí llegó en grandes rasgos mi romance con la educación superior.
Y como resultado de todo esto, ¿entonces no te titulaste?
Sinceramente, no siento al respecto ninguna carencia. Hace poco leí con gran interés pasajes airados del gran maestro Mijalchishin, en los que dice: ¡miren a los jóvenes grandes maestros: ninguno tiene educación superior! Desde mi punto de vista, la educación superior no es forzosamente muestra de intelectualidad. Por lo menos, ahora... Por ejemplo, en mi generación, cuando pasabas junto a un grupo de alumnos de escuelas técnicas profesionales o de estudiantes universitarios, en efecto se notaba alguna diferencia intelectual. Por su lenguaje, por su manera de comportarse... Ahora eso no existe. Los intereses son los mismos, las conversaciones son las mismas, y además hay una total ausencia de autocensura, incluso si en el grupo hay chicas.
De cualquier manera, logré algunos éxitos en el ajedrez gracias a que no dediqué mucho tiempo a la asimilación de los conocimientos requeridos para la obtención de la educación superior. ¡Y no siento que haya perdido mucho! Bueno, no tengo ese papelito, el diploma. Pero, no sufro.
¿A qué edad alcanzaste el título de gran maestro?
Oh, entonces eso era un proceso largo. El final de mi epopeya con la educación superior tuvo además el “efecto colateral” de que tuve que desperdiciar dos años el ejército.
¿O sea que prestaste servicio militar?
¡Pues cómo no!
¿Por lo menos en la división deportiva?
En la división deportiva, aunque no por ello se incrementaron mis oportunidades para jugar en torneos. Me adormecí a los 20 años, aunque creo que ya entonces jugaba con la fuerza de un gran maestro. El servicio militar se hizo sentir después de todo: todavía un año después apenas me recuperaba en el plano ajedrecístico. Como consecuencia logré el título de gran maestro a una edad que ahora ya es de cuesta abajo: a los 24 años. En aquella época empezaba a levantarse lentamente el telón de acero y tuve la oportunidad de ir a jugar a alguna parte sin requerir del visto bueno del partido ni del gobierno.
Me quedó en la memoria, cómo en el campeonato de la URSS de 1988, en el que participaron jugadores muy fuertes, hiciste tablas con Kasparov... ¡¿Acaso eras entonces apenas un maestro?!
También entablé con Karpov (Karpov y Kasparov empataron en primer lugar en ese torneo. A. P.), y para entonces ya había jugado en tres ligas superiores consecutivas: de la 86 a la 88. ¡Es que entonces el título era otra cosa! La FIDE ha ido devaluando paulatinamente el título, porque por otorgarlo recibe un buen dinero. ¡Ahora es posible hacer una norma en un torneo cerrado, en el que absolutamente ninguno de los participantes juegue con la fuerza de un gran maestro! Algunos honorables veteranos, cuyo mejor nivel sea ya cosa del pasado lejano (y que ahora tengan un rating alrededor de los 2420), y el resto, puros maestros. Y en semejante torneo puedes lograr el título. ¡Fantástico! Convirtieron el título, en verdad, en una categoría más. Ahora puedes lograrlo sin esperar siquiera el final del torneo. Por ejemplo, si es a 11 rondas, puedo pedir tras la novena que me consideren la norma, si es que según esas nueve partidas ya lo logras. Un delirio excepcional. Bueno, pero mejor no hablo de asuntos abiertamente turbios.
Si encienden estellas, ¿será porque le es útil a alguien?
Sí, sí, sin duda... Pero en ese entonces las palabras “gran maestro” todavía se decían con orgullo. Incluso el título de maestro internacional tenía peso. Un detalle para subrayar: en mayo de 1990 me dieron el título, y en la lista de rating internacional de julio ya entraba prácticamente en los diez primeros: compartía los puestos del diez al doce con Yusupov y Dolmatov.
¿Te “titulaste” en el extranjero?
En la Unión Soviética, en un torneo zonal. Fue “necesario” rebasar a un par de decenas de grandes maestros y calificar al interzonal. Otra norma la logré en el por entonces muy famoso torneo abierto de Nueva York, puede decirse que era el antecesor ideal del “Abierto Aeroflot". Tenía un fondo de premios muy grande y correspondientemente una muy fuerte planilla de participantes. No alcanzan los dedos para contar a todos los que rebasé: Tal, Vaganian, Yudasin, Tukmakov, Kamsky, un grupo grande de islandeses con Hjartarson a la cabeza y que precisamente en aquella época florecían... y en semejante compañía pude obtener en 1990 el primer puesto en solitario.
Este abierto, al parecer, ¿ya no existe?
No, lamentablemente descansa en paz. Algunas tradiciones nacen, otras pasan. Pero en aquel entonces era el torneo más importante en Estados Unidos. Estoy contento de tener semejante trofeo.
¿Tenías entonces entrenador?
En el sentido clásico de la palabra, no. Más bien cooperación tipo "sparring". En diversos momentos trabajé con AlexeiYermolinsky, Volodia Epishin, Boris Gelfand... Posiblemente en mi juventud me hizo falta precisamente la ayuda de algún entrenador calificado. Por otro lado, hay ejemplos opuestos, cuando un entrenador muy reputado “asfixia” al alumno y éste al final no muestra todo de lo que es capaz. No nombraré apellidos. Quienes se cuecen en estos caldos ya saben a qué me refiero.
Jalifman en Drammen
¿Cómo se desarrolló tu carrera entre la obtención del título de gran maestro y la conquista del título de campeón mundial en 1999?
Jugaba un poco... Gané algunos torneos internacionales. Triunfé en el campeonato de Rusia de 1996 en Elista. En el interzonal de Biel de 1993 me clasifiqué para los enfrentamientos de candidatos.
Donde perdiste estrepitosamente ante Valeri Salov.
Sí, Valera jugó entonces muy bien, y yo particularmente horrible. No logré prepararme de manera adecuada: era un periodo de ciertas dificultades privadas.
Entre otras cosas, siempre me ha traicionado mi “enfermedad” habitual: hablar de más. Como consecuencia, durante seis años, a partir de 1992, me vi apartado de la selección olímpica de Rusia, aunque el tiempo mostró después que tanto por clase como por resultados superaba incluso a algunos de los que eran incuidos en el equipo.
¿Qué más podía decirse de la época postsoviética? ¿Tuviste conflictos con Kasparov, según escuché?
¿Pero qué conflictos? Yo simplemente tenía mi propia opinión, lo que resulta inadmisible desde el punto de vista del principal demócrata de todos los tiempos y pueblos... esto, tal vez, ¿lo censurarán?
No sé..
Lo harán, lo harán. Yo por ejemplo leo sus encendidos discursos democráticos, ¡pero si me acuerdo perfectamente de cómo pretendió manejar el mundo ajedrecístico en su época! (ríe sarcásticamente)
Si Putin tratara a quienes piensan diferente más o menos como G. K. a los ajedrecistas que pensaban diferente en su periodo de “gobierno” en el ajedrez, entonces en Rusia habría ahora un sobrante de mano de obra gratuita.
Además, ¡yo no tenía dónde jugar! Por eso en 1998 tomé la decisión de abandonar la práctica activa y abrir mi escuela. No fue un antojo, no fue un capricho. Juzga tú mismo: logro algo, fui campeón de Rusia... y no me invitan a torneos internacionales. Y esto cuando a ajedrecistas con mi rating o incluso menos sí los invitaban. Pero a mí no.
¿Ni a torneos ni a la selección?
Bueno, con la selección se sobreentiende que... hace poco conté la cantidad de torneos internacionales que durante el así llamado florecimiento (o sea, alrededor de los 30 años) jugué y comparé el resultado con el de aquellos que jugaron ajedrecistas más o menos de mi nivel... ¿es tal vez pura casualidad que no me invitaran? ¿Habrá sido la posición de las estrellas?
¿Puede ser que haya sido simplemente porque tienes la fama de ser una persona que lleva, ejem... un modo de vida bastante libre?
Bueno, ¿y qué? ¿Qué fama tiene según tú Ivan Sokolov? ¿Y la leyenda del ajedrez holandés Jan Timman? Es posible que en Rusia, con nuestra disciplina, me hayan visto un poco como la oveja negra, pero en occidente hay bastantes grandes maestros que llevan un estilo de vida bohemio incluso durante los torneos. Me niego a ver en esto la causa de la falta de invitaciones.