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Historias de Vida - Francisco Benkö, el decano del ajedrez argentino
por Carlos Ilardo
Francisco Benkö, ciudadano argentino desde hace más de medio siglo, es el protagonista de esta historia, de una vida repartida entre el dolor y la esperanza, entre Europa y América. La cuna natal alemana y la adultez porteña, se encargaron de alojar en su memoria numerosos recuerdos....
Con apenas diez marcos alemanes en un rincón del bolsillo y sólo 26 años documentados en un pasaporte sostuvo con temor el manojo de ropas y libros, y ese noble juego de ajedrez con los que camufló la huida de aquel mundo de horrores y espantos.
Abrazado a su último afecto, su hermana Anne, cruzó la frontera alemana y llegó hasta el puerto holandés de Rotterdam; recién a bordo del Alwaki soltó la primera sonrisa, cerró los ojos y soñó las primeras utopías mientras surcaba el Atlántico rumbo a Buenos Aires, en la primavera de 1936. Acaso, Franzen Benkö, ciudadano alemán y húngaro de nacionalidad, había ejecutado la mejor jugada sobre el tablero de la vida; le había ganado una partida a la muerte.
“Si me hubiera quedado seguro que me mataban. Es que a los alemanes no les importaba ni mi religión católica ni la nacionalidad húngara por parte de mi padre. Para el régimen nazi era un judío más por herencia de mi mamá y mi papá. Después, cuando llegó Hitler al poder, todo se hizo más difícil aún. En mis oídos están grabados su voz y sus gritos que constantemente propagaba la radio.”
Hoy, a más de setenta años de aquellas hechos, Francisco Benko conserva algunas marcas a flor de piel, quizás, invisible a los ojos de algunos pero esenciales en la memoria de la humanidad.
Nacido el 24 de junio de 1910, en Berlín, fue el segundo y último hijo de Alice Josephine Helene Pick (austríaca) y Richard Wilhelm Benkö (húngaro).
Tuvo por juguetes eternos, prohibiciones y muertes; a los dos años perdió a su padre y, a los cuatro, la Primera Guerra Mundial le estalló sobre los ojos de la infancia.
“Yo vi cómo la gente salió a la calle a saludar a los soldados cuando se marcharon hacia la guerra; también recuerdo cómo regresaron, miles de ellos mutilados, ensangrentados y vendados.”
“Pese a los esfuerzos de mi madre durante la guerra en casa pasamos mucha hambre. Un día estaba tan desesperado que no aguanté más, entré al aula del colegio y me bebí un frasco de tinta.”, dice sin sonrojarse.
Desde los 15 años aprendió a sobrevivir con la falta de amor materno; es que mamá, Alice falleció de tuberculosis.
“Mi madre fue una mujer hermosa, en su juventud, a fines del siglo XIX, en un balneario conoció a Johann Strauss. El le firmó un autógrafo sobre un abanico, además le dibujó un pentagrama y los primeros acordes del vals “Voces de primavera”, uno de sus clásicos. Tras la muerte de mi madre ese abanico se completó con la firma de otros músicos como Friedrich Gulda y en el anverso con las firmas de famosos ajedrecistas.”
Quizás ese recuerdo despertó su pasión por la música clásica. Benkö posee una colección de más de 3000 discos (de vinílico y compactos) con melodías clásicas. El vienés Franz Schubert y el austríaco Amadeus Mozart ocupan un lugar entre sus preferencias.
Tras la muerte de mamá Alice, salió a la búsqueda de nuevos afectos. Rápidamente se enamoró de una mujer 15 años mayor que él.
“Cuando conseguí un trabajo en Alemania, en un lugar similar a un hipódromo, me enamoré de mi jefa, Franzen Buch, que era quince años mayor que yo. Sólo nos separamos cuando me vine a la Argentina. Ella viajó más tarde pero con la condición de casarse aquí conmigo; yo me encargué de hacer esos trámites. Un policía estaba a mi lado el día que ella llegó al puerto de Buenos Aires el agente nos acompañó caminando hasta el Registro Civil de la calle Paraguay y, cuando el juez nos declaró marido y mujer, el policía nos felicitó y se marchó. Nunca más lo volví a ver”.
Nueve familiares salvaron milagrosamente sus vidas, cuando Benkö y su esposa consiguieron traerlos a la Argentina en el último barco que zarpó de Alemania antes del comienzo de la Segunda Guerra Mundial.
Benkö, el ajedrecista más longevo en actividad en la argentina y uno de los escasos casos en el mundo, guarda un afecto especial por el ajedrez.
“Comencé a jugar en la escuela, en Alemania, a los 12 años; lo mejor que me pasó fue entre 1928 y 1929, cuando logré dos tablas ante el ex campeón mundial Alexander Alekhine, en dos sesiones de partidas simultáneas. Después, en la Argentina, lo mejor me sucedió una tarde de 1960, en el Club Argentino; allí, de pronto apareció Bobby Fischer y me preguntó si jugaba ajedrez. Jugamos una partida ping pong. Después de un rato él se detuvo, observó la posición, me miró y dijo “Usted me ganó”..., fue la única victoria que logré esa tarde después él me ganó todas las demás.”
Sobre su llegada a la Argentina, Benkö rememora.
“Al principio no fue fácil conseguir trabajo aquí, hablaba 4 idiomas, sabía escribir a máquina y taquigrafía y, sin embargo, sólo pude trabajar de peón de limpieza, portero o mayordomo. Gracias al ajedrez logré evadirme de esa realidad, jugaba para tener la mente ocupada en otra cosa. El científico Dan Beninson me rescató y me dio trabajo en la Comisión Nacional de Energía Atómica. Ingresé en 1966 y trabajé hasta que me jubilé como bibliotecario especializado en protección radiológica y seguridad nuclear.”
Con los ojos humedecidos reconoce que por la falta de calcio en su cuerpo, en los años de infancia y de juventud, la vida le pasó factura, a los 36 años había perdido toda su dentadura y sus uñas estaban resquebrajadas.
Sobre el final de la charla, Francisco Benkö es el que nos sorprende con una pregunta. ¿Me permite hablar sobre Shakespeare? y, sin respuesta agrega: “Tengo una teoría y me gustaría que la gente que lea esta nota me escriba. Me permite”. (Nota de la redacción: Para escribirle a Francisco Benkö acerca de su teoría sobre Shakespeare puede dirigir sus mensajes a: )
“En 1932, en Berlín, leí un artículo que decía que Shakespeare era el testaferro de Roger Manners, conde Rutland, hombre muy ligado con algunos reyes ingleses. Manners murió en 1612, casualmente el mismo año en el que Shakespeare cesó su producción y cuatro años antes de su muerte. Hace 20 años, en mi último viaje a Europa comprobé en los registros de asistencia de la Universidad de Padua que el conde estuvo como oyente en 1596. Eso me permitió advertir la coincidencia de muchas obras de Shakespeare que tienen por protagonistas a dos compañeros de estudio del conde Rutland, como Rosenkrantz y Guldenstern, personajes en Hamlet. Creo estar cerca de un gran descubrimiento pero necesito sumar más datos.”
Francisco Benkö, un batallador que sigue ganándole partidas a la muerte con la experiencia que da, casi un siglo de historias de vida.