Otros papeles del ajedrez

por ChessBase
17/01/2004 – En el número 26 de Peón de Rey, correspondiente a enero de 2004, Josep Mercadé Riambau nos muestra el resultado de sus capturas en las estanterías de las grandes librerías, a la búsqueda de ejemplares con los que saciar a la vez la pasíón por el ajedrez y por la literatura. Y no es fácil la tarea, pues siempre salen obras hueras, cuya referencia al ajedrez se queda en el título.Algunas novedades literarias

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Algunas novedades literarias (I)

Por Josep Mercadé Riambau

Los que estamos aquejados de la doble droga del ajedrez y de la literatura faenamos con frecuencia y avidez en los caladeros de las grandes librerías a la búsqueda de preciosos ejemplares con que saciar nuestra doble pasión y atesorarlos en la despensa de nuestra biblioteca, al lado de los de Zweig, Nabokov, Perez-Reverte, Arrabal, Neville, Maurensig y tantos otros.

Si tiramos precipitadamente de la caña podemos pescar engañosos ejemplares como Jaque a la reina de José Calvo Poyato, Jaque al rey de R. A. Salvatore, Escac a la dama de Josep Mª Palau o Los peones caen primero de Alexandra Marinina, en los que el ajedrez apenas asoma en su metafórico título.

Otras veces tenemos algo más de suerte y topamos con entretenidas intrigas, como la que nos presenta Boris Akunin en Gambito turco (1), en las que nuestro juego ocupa ya algo más de espacio.

El exitoso escritor ruso sitúa a su héroe Fandorin, agente de contraespionaje, en el contexto de la guerra ruso-turca que se libró en los Balcanes hacia 1877. Va acompañando a una intrépida muchacha, Vania, a quien el astuto Anwar explica la estrategia seguida en la misma y que da la clave del metafórico título de la novela:

Hablando en términos ajedrecísticos, usted sabe lo que es un gambito, ¿no? (...) la apertura de una partida de ajedrez en la que se sacrifica una pieza para obtener una ventaja estratégica.

Yo mismo he diseñado el esquema de esa partida de ajedrez y en su apertura le ofrecí a Rusia una pieza suculenta: la jugosa, apetitosa y débil Turquía. El imperio otomano se derrumba pero el zar no ganará la partida. (p. 240)

El protagonista, el simpático y tímido agente Fandorin, piensa que Europa no va a reconocer esa paz, aparentemente muy beneficiosa para Rusia, y concluye que "Anwar jugó a la perfección su gambito y yo perdí la partida" (p. 248).

Otros detectives siguen caracterizados por su afición al juego de los escaques, como el excéntico Carlos Clot de Sangre a borbotones de Rafael Reig, que ocupa su tiempo libre en el estudio de las partidas de los grandes maestros.

La metáfora del sacrificio de una pieza, un alfil-obispo, en aras de un supuesto bien mayor, es empleada también por Jordi Cussà en la novela en catalán L´alfil sacrificat (2), un alegato a favor del compromiso en la lucha de los desheredados en un país hispanoamericano.

En otros casos, no es el título sino la llamativa portada la que nos indica la presencia de un salmón ajedrecístico escondido en sus páginas. En efecto, el ajedrez ofrece la solución a la intriga jurídica, algo espesa, que, en clave de best-seller, ofrece Stephen L. Carter en El emperador de Ocean Park.(3)

Un famoso juez americano conservador, de raza negra, ha muerto de un supuesto ataque al corazón. Su hijo Talcott, profesor de derecho, pretende desentrañar los interrogantes que se esconden tras su muerte al descubrir que su padre le ha legado un misterioso mensaje, centrado en un difícil problema de ajedrez ("El doble Excelsior").

El complicado problema (¿irresoluble?) que acaparaba la atención de su progenitor se presenta así:

Un doble Excelsior con caballo quiere decir que la única manera de que las blancas puedan dar mate en cinco es que ambos jugadores muevan un solo peón exactamente cinco veces, al final de lo cual, ambos jugadores coronan un caballo y las negras reciben jaque mate. (p. 348)

El protagonista va desentrañando el misterio, acosado por otras muertes, hasta resolverlo en un cementerio, convertido en gran tablero de ajedrez, en el que tanto él como sus antagonistas se mueven como piezas. Sólo su competencia ajedrecística, ayudada por un experto en problemas, le permitirá resolver el misterioso legado:

Mi padre dejó tras él un Doble Excelsior, pero no sobre un tablero sino en carne y hueso.

Puso en movimiento los dos peones, el negro y el blanco, para que fueran haciendo sus respectivos movimientos, vigilándose el uno al otro, casilla a casilla, hasta que alcanzaran los respectivos extremos del tablero en una playa de Oak Bluffs azotada por la tormenta, donde se convertirían en caballos y se enfrentarían por última vez. (p. 711)

Quizá le sobran un centenar de páginas a ese thriller jurídico, que va dosificando a cuentagotas su intriga.

Pretensión de best-seller también asumía la novela de Ignacio Padilla, Amphitryon (4), que se inicia con una trascendental partida de ajedrez en la que Thadeus Dreyer, padre del protagonista, y Viktor Kretzschmar apuestan su vida:

Un ajedrecista cabal, decía mi padre cada vez que me explicaba una jugada maestra, es capaz de reconocer a sus pares de inmediato y en las circunstancias más extrañas, pero sólo emprende una partida cuando está seguro de haber medido las fuerzas de su oponente, y nunca, en verdad nunca, apuesta al divino juego nada que no sea tan importante como su propia vida. Ignoro quién de los dos hizo entonces la propuesta inicial, o en qué mal momento salió finalmente a relucir el tablero. Lo cierto es que los términos de la partida quedaron pronto delineados con una claridad tal, que disuena con la atmósfera neblinosa que impregna toda la historia: si mi padre vencía, aquel hombre tomaría su lugar en el frente oriental y le cedería su puesto de guardagujas en la garita novena de la línea Múnich-Salzburgo. Si, por el contrario, mi padre era derrotado, se obligaba entonces a pegarse un tiro antes de que el tren llegase a su destino. (p. 22).

La intriga es complicada y en ella, el hijo de Thadeus, que ganó la primera, librará otra trascendental partida cuyo desenlace no desvelaremos.

El suspense se apoya en algunos hechos históricos, como el proyecto Amphitryon, mediante el cual el III Reich creó una serie de dobles entrenados para sustituir a ciertos líderes nazis, entre los que Eichmann cobra protagonismo en esta novela. El juego del tablero la flanquea constantemente y, también aquí, los protagonistas se sienten en ocasiones meras piezas del mismo.

Otro mejicano acababa de publicar una novela que, además de abordar temáticamente el juego rey, éste la estructuraba. En efecto, la anciana protagonista de La vida que se va (5) de Vicente Leñero, gran jugadora, va desvelando su vida a un periodista pero en cada entrevista ella le ofrece una versión diferente de la misma, al igual que cada partida de ajedrez comporta desarrollos distintos.
Así, por ejemplo, mientras en una sesión le refiere que su padre venció, en un torneo de simultáneas, a un gran campeón español, en otra le cuenta que fue vencido por él.

Leñero sabe describir, con expresivo lenguaje metafórico, la tensión de las grandes batallas sobre el tablero, con derrotas que pueden llevar al suicidio, y la pasión por el juego que al viejo Don Lucas le supone el enfrentamiento con su mujer. Ella termina:

gritándole horrores de sus malditas partidas de ajedrez que la tenían harta porque él prefería una pinche torre, un pinche peón o un pinche caballo jato que a su propia esposa encerrada en ese infecto departamento, sin oportunidad de ir jamás a un teatro o a un salón de baile, (...) la obligación de estar ahí nomás esperando a qué hora llega el baboso de su marido echando lumbre porque le rompieron la madre con un jaque mate estúpido. (pp. 49-50)

Es inevitable, ante los trucos metaliterarios del escritor mejicano, evocar otros parecidos de Ítalo Calvino.

Y faenando en otro caladero, el de la ciencia-ficción, un amigo me avisó de la presencia de otro ejemplar ajedrecístico, Magia de reina, magia de rey (6) de Ian Watson.

Dos reinos simétricos, Bellogard y Chorny, se ven enzarzados en una guerra cíclica, renovada constantemente mediante una magia sujeta, en líneas generales, a las reglas del ajedrez.

El protagonista, Pedino, un escudero (peón) que al final se convierte en Rey, se pregunta si sería posible escapar a esa maldición de tener que librar siempre la misma inútil contienda.

Los elogios promocionales que podemos leer en la contraportada nos dicen que es una "sátira social" y una "lección ambiciosa y divertida", pero lo cierto es que su argumento (en el que pasamos por otros dos mundos regidos por el juego de la escalera y el del monopoly) nos parece muy deshilvanado y tampoco vemos asomar por ningún lado la pretendida moraleja y sátira de costumbres de ese escritor, notable guionista de A.I. Inteligencia Artificial de Steven Spielberg.

En una pirueta final, el autor interpela al mismo lector, cosa que también hace Javier García Sánchez en su gran novela Dios se ha ido, de la que, por falta de espacio, nos ocuparemos más extensamente en otro artículo, ya que traza agudos paralelos entre el ajedrez y la vida del protagonista. Lo completaremos con una prolija reseña de Lo que sé de ti de Fernando García, que compara con agudeza el juego del tablero con el juego literario.

Finalmente, una mención de una novela destinada al público juvenil, que me descubrió una buena alumna mía: Campos de fresas (7) (también en catalán: Camps de maduixes) de Jordi Sierra, que se está llevando al cine.

Estructurada como una partida de ajedrez, con anotación cifrada de cada lance al principio de los capítulos, es jugada por la dama blanca (una joven ajedrecista que se encuentra en coma) y la dama negra (la muerte).

La chica se salva y la novela pretende llamar la atención sobre el peligro de las drogas de síntesis, las pastillas, que han llevado a la protagonista al borde de la muerte.

Tenemos, pues, todo género de pescado fresco literario-ajedrecístico que elegir. Y, lo dicho, los dos mejores los despiezaremos en un próximo artículo.




Notas:

1) Boris Akunin, Gambito turco, (Trad. de Rafael Cañete), Ed. Salamandra, Barcelona, 2002 (Volver)

2) Jordi Cussà, L´alfil sacrificat, (Premi Fiter i Rossell 2002), Ed. Columna, Barcelona, 2003 (Recuérdese que, en inglés, la palabra bishop designa tanto al alfil de nuestro juego como al obispo, cargo que ejerce el revolucionario protagonista de la novela, al que su sobrina, buena jugadora de ajedrez, trata de salvar.) (Volver)

3) Stephen L. Carter, El emperador de Ocean Park, (The Emperor of Ocean Park), (Trad. de Fernando Garí), Ed. Mondadori, Barcelona, 2003. (Volver)

4) Ignacio Padilla, Amphitryon, (Premio Primavera de Novela 2000), Ed. Espasa Calpe, Madrid, 2000 (Volver)

5) Vicente Leñero, La vida que se va, (2ª reimpresión), Ed. Alfaguara, Madrid, 2000 (Volver)

6) Ian Watson, Magia de reina, magia de rey, (Queenmagic, Kingmagic), (Trad. de Lorenzo Luengo), Ed. Bibliópolis, Madrid, 2003. (Volver)

7) Jordi Sierra i Fabra, Campos de fresas, Ed. Círculo de Lectores, Barcelona, 2001. (Volver)

 

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