02/12/2008 – Ese es el titular que aparece en la edición de ayer del periódico alemán
Stern-online. Detrás está la incomparecencia al control de dopaje del gran
maestro ucranio Vassily Ivanchuk tras la última partida de la Olimpiada de
Dresde. Es probable que Ivanchuk ni siquiera lo haya hecho a propósito y que
simplemente se le hubiera olvidado, con el enojo por la derrota. Sin embargo,
según las reglas oficiales internacionales sobre dopaje, le amenaza una dura
sanción: dos años de suspensión y cero puntos para el equipo ucranio en la
Olimpiada. Además tendría como consecuencia, que los estadounidenses perderían
su medalla de bronce en favor de la selección húngara. En la historia de los
torneos de ajedrez, que ya tiene más de cien años, no se ha conocido ni un solo
caso en que los jugadores de ajedrez hayan mejorado su rendimiento por la
ingesta de medicamentos o sustancias químicas. A pesar de eso, incluso en las
competiciones de menor nivel se adoptan ese tipo de controles. Las federaciones
de ajedrez no se atreven a oponerse al sistema por miedo a perder el
reconocimiento del ajedrez como deporte. El corolario de todo esto resulta
sorprendentemente absurdo: parecería que es el dopaje el que define al deporte.