
En efecto, Arturito fue un genio, pero atrapado en la lámpara equivocada. El franquismo se dedicó a mostrar sus hazañas como las victorias propias del régimen y convirtió al pequeño ajedrecista en un prototipo de paladín nacional, un héroe patrio con el que hacer olvidar al pueblo las consecuencias de la autarquía, el aislamiento internacional, el hambre, el pan duro.
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