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Nueva York, 4 de mayo 2006
Herr Dr. Lasker:
Buenos días. Fue tan difícil y laborioso encontrarle a usted como entender su
genial ajedrez. La verdad, el Cementerio Central, donde descansa, tiene unas
dimensiones tan enormes que, en cierto modo, es como una pequeña ciudad.
No hace falta, que me conteste, pero me permito presentarle unas reflexiones que
hice durante el largo viaje que me trajo hasta su tumba.
(Cuando visito la tumba de mi madre en Alemania, suelo hablarla abiertamente,
procurando que nadie me escuche. Lo hago aquí también, en compañía de mi mujer y
“asistenta” en asuntos del ajedrez)
Ahora me encuentro delante su lápida y no me explico porqué no figuran las
fechas de su nacimiento y muerte. Quizás su querida familia omitió estos datos
para que siempre estuviera presente entre nosotros, sin ningún límite de
fechas.
No alcanzo a comprender el significado de los signos en hebreo existentes en su
lápida, por encima de su nombre. Deben estar por alguna razón. ¡Lo averiguaré!
Ya sabe, por mi nombre y apellido, que soy un compatriota suyo.
A pesar de ser un modesto jugador y entender poco de ajedrez, siempre me han
fascinado sus partidas y algunas veces he llegado a comprenderlas.
Por cierto, su amigo Raúl Capablanca, fallecido en marzo de 1942, hablaba
continuamente de usted y su arte con gran respeto y, cuando pronunciaba su
nombre, solía decir: “EL GRAN LASKER”
Capablanca – Lasker, Moscú 1925
Más tarde reproduciré su
primera partida del Campeonato Mundial celebrado en 1907 contra Frank Marshall, con
unas muy comprensibles explicaciones de Capablanca, retransmitidas a través de
una emisora norteamericana durante unas lecciones de ajedrez.
Marshall - Lasker 1907 (Haga clic sobre el tablero para reproducir la partida)
Menos mal que ya en los últimos años de su vida abandonó el hábito de fumar,
pues personalmente no podría soportar el humo de sus cigarros, con el que solía
“nublar” a sus contrincantes.
En este instante me imagino su pícara sonrisa, al haber desvelado yo este
pequeño secreto tan suyo.
Seguramente no me creerá, si le comento que:
Me imagino que usted está sonriendo nuevamente. Ahora su acreditada modestia
le obligaría a no comentar nada.
Me gustaría de contarle tantas cosas, pero es probable que usted se cansara de mi. No obstante, me atrevo a solicitarle, que me permita jugar una partida de ajedrez en la Otra Vida, cuando nos encontraremos allá. Bueno, estoy plenamente convencido de que, si accede, no tendré la más mínima probabilidad de éxito. No importa: ¡será un alto honor para este entusiasmado aficionado!
Presiento nuevamente su silencio y agradecido lo interpreto como señal de
conformidad.
¡Adiós, Herr Dr. Emanuel Lasker! ¡Hasta la vista!
Su fiel admirador,
Frank Mayer
P.D. Un lugar como éste no me deja insensible y lo abandono con los ojos
empañados por las lágrimas.