Cosmología ajedrecística
(Las fotografías pertenecen al reportaje titulado
Viajando por el mundo y las épocas del ajedrez de Nadja Woisin)
Que las 64 casillas son un universo es algo que va más allá de la simple
ocurrencia feliz o tópica. No se trata aquí de ver si reflejan o no la vida o el
mundo, sino de reflexionar acerca de lo grande y lo pequeño, de lo sencillo y lo
complejo y del entramado que lo relaciona.
Cuando aprendes el movimiento de las piezas y las reglas del juego, realmente
lo único que has recibido son unos rudimentos para poder jugar a ser un dios,
por encima de un mundo bicolor, de sus pobladores, de sus soberanos y de su
corte. Ese universo formal es más una batalla entre todopoderosos que entre
monarcas (O presidentes. Seguro que hay algún ajedrez republicano) Se trata de
interacción (¿lucha, diálogo?) en un campo formal, limitado por reglas,
deformado por el tiempo y cuyo resultado depende de la capacidad de los
jugadores. O mejor habría que hablar de capacidades: físicas, mentales,
emocionales...

De alguna manera (cada uno con su propia motivación y circunstancias),
ciertas personas pasan a querer saber más. Para vencer, para entender, para
disfrutar. No les basta el cálculo rudimentario o el “a ver que pasa si”. Con la
lectura de libros, la ayuda de entrenadores y de programas informáticos, se van
recibiendo conocimientos y herramientas más complejas. Ya no son reglas. Se
trata de “sabiduría” ajedrecística. Troceada, digerida, extractada, de forma más
o menos conveniente. La partida se divide en fases: apertura, mediojuego, final.
El juego se disecciona en táctica y estrategia. Y de cada uno de esos campos se
extraen tipos, modelos, sistemas, teorías, ejemplos (buenos y malos)...
Esos quantos de conocimiento debemos luego asimilarlos y aplicarlos a
nuestras partidas. En ellas deberán tomar cuerpo en análisis, en decisiones, en
jugadas concretas, matizando o compensando nuestras limitaciones para el cálculo
bruto con un amplio filtro de consideraciones técnicas y personales.

La propia experiencia es también elemento fundamental de la evolución en el
ajedrez. En los análisis de las partidas repasaremos las realidades, lo que pudo
haber sido y no fue, nuestras previsiones sobre lo que pensaba el contrario y lo
que hizo... Trataremos de extractar nuestras fortalezas y debilidades, nuestros
aciertos y errores. De darles explicación. De ponerles remedio para el futuro.
Con mayor o menor esfuerzo, se puede llegar a tener cierta soltura en el
cálculo y en la toma de decisiones técnicas. Pero sólo unos pocos, privilegiados
y admirados, alcanzan la etapa en la que son capaces de convertir lo complejo en
simple. Su juego fluye de forma tan natural y armónica que se siente obvio.
Parecen haber asimilado con tal intensidad la poción mágica del druida que ya no
necesitan beber más. Sólo que, en vez de sacudirles mamporros a las legiones
romanas o acarrear pesadas piedras, han logrado convertir la transpiración en
inspiración. Surge el arte.

¿Una expresión artística sólo para iniciados? Pues tengo mis dudas. La
fascinación o la emoción que genera una partida magistral creo que es cuestión
de sensibilidad, más que de conocimientos, aunque luego estos nos ayuden a
captar nuevos matices. Y a veces el análisis técnico pormenorizado parece que
tiende a diluir la genialidad en un montón de variantes y explicaciones. ¿Han
leído alguna vez una descripción técnica de un cuadro, enumerando los grosores,
capas, retoques, barnices, pigmentos...? Les aseguro que no parece lo mismo que
disfrutamos en una pinacoteca.

Puede que el gran reto de la transmisión de la belleza ajedrecística esté en
la forma de expresarla (diagramas, notaciones, palabras sistematizadas y
tópicas) Haría falta no sólo reproducir las partidas sino poder hacerlo con el
tempo con el que se crearon. El tiempo es un factor muy importante en la
generación de la obra que normalmente se nos hurta, incluso con los medios
informáticos disponibles en la actualidad. No se trata tanto de apreciar el
lapso absoluto sino de poder captar los diferentes ritmos y pausas en las
secuencias de jugadas, algo a lo que hoy por hoy sólo se tiene acceso
presenciando las partidas en directo, aunque muchas veces ni las propias
retransmisiones por Internet son capaces de mantener la sucesión temporal de lo
que acontece sobre un tablero, sea por fallos en la señal de origen, por
problemas de la frecuencia de actualización de la información u otros. Esto no
quiere decir que no podamos ni debamos detenernos, avanzar o rebobinar, a la
hora de disfrutar de una partida sino que, para apreciarla de forma global, para
captar toda su intensidad y fuerza, hasta para analizarla convenientemente, creo
que sería adecuado disponer de la escala de tiempos original y tener la opción
de reproducirla según la misma o, al menos, manteniendo una proporción.
Pero volvamos al tema principal. A partir de ese momento son estos
ajedrecistas los que se convierten en referentes. Además de dominar en el
tablero, son capaces de hacer evolucionar los conceptos del juego y ampliar sus
límites. Si les acompaña el don de la palabra, hablada o escrita, nos harán
también partícipes a los demás de sus ideas, de forma diáfana.
Al analizar sus partidas, al meditar sobre sus explicaciones aparentemente
sencillas, descubriremos otra vez el mundo de lo complejo y agitado que bulle
debajo de la tranquila superficie de un caudaloso y profundo río.
© Fernando Morán Fernández