Pulse aquí para ver el vídeo de la rueda de prensa con Topalov
Memoria de elefantes, músicos y ajedrecistas
por Arturo Xicotèncatl
Arturo
"Al contrario que en Europa, el ajedrez en América es más arte que deporte.
En algunos lugares nos consideran artistas, como si fuésemos músicos", expresa
con sencillez Veselin Topalov, el décimo octavo campeón mundial del ajedrez. La
memoria de los ajedrecistas es proverbial, equiparable según se dice a la de los
elefantes. El célebre Alexander Alekhine afirmaba que conocía de principio a fin
todas las partidas que sostuvo en su carrera profesional. Nadie le pidió a
Alekhine pruebas de su afirmación.
Arturo Xicotèncatl y Veselin Topalov en la rueda de prensa previa al torneo
El francés André Danican Philidor, ajedrecista y compositor de ópera cómica,
podía jugar de manera simultanea tres partidas sin mirar los tableros. La
demostración de Philidor, autor del aforismo poético "los peones son el alma del
ajedrez", era espectacular. Se trataba de un ejercicio de imaginación y memoria.
De un esfuerzo intelectual sorprendente al grado que el enciclopedista Diderot
le sugirió en varias ocasiones que no hiciera este tipo de esfuerzo pues podría
verse afectado en sus facultades mentales. El músico y ajedrecista dirigía las
piezas conforme al sistema algebraico de coordenadas ideado por Philip Stamma,
de Alepo (Siria)
Philidor
En la década de los 40 el argentino Miguel Najdorf enfrentó a 45 tableros a
la ciega, es decir sin ver, de memoria. Algo prodigioso, espectacular, como es
retener 1.320 piezas, reyes, damas, torres, alfiles, caballos, peones
distribuidos en 2.560 casillas. Y no sólo eso, pues cada movimiento implica
combinar y relacionar en cada uno de los tableros las fuerzas agonales con sus
perspectivas de ataque y defensa. Najdorf perdió dos partidas, empató cuatro y
ganó 39. El record actual lo posee el húngaro Fletsch con 52 partidas.
Miguel Najdorf
Al terminar su proeza en Sao Paulo (Brasil) dicen que el cerebro del
argentino polonés siguió en la inercia de calcular un torrente de combinaciones
de manera incesante. Se multiplicaban los movimientos como las escobitas y los
cubos de agua al ritmo del Aprendiz de Brujo, de Paul Dukas, en Fantasía de Walt
Disney. Tan, tan, tan, tarararan, tan, tan...
¿Quién tendrá mayor capacidad de memoria, los músicos o los ajedrecistas?
Hace poco estuvo en México Mark Seltzer, virtuoso del piano. Sus manos se
deslizaron en el teclado con la precisión y rapidez de las alas de un colibrí.
Interpretó el segundo concierto de Rachmaninov, de memoria, con sensibilidad
artística, sin utilizar el impreso de las notas en el papel pautado. Fueron 45
minutos de ejercicio en la que actuó la memoria mental y corporal.
En los albores de la década de los 90 Garri Kasparov, el Argos del Ajedrez,
ofreció una espectacular exhibición digna de ser captada por una cámara de cine
o de televisión. Tras vencer con las negras a Karpov, en el Torneo de Linares,
analizó una catarata de variantes a partir de que el gran maestro de los Urales
movió su peón de f3 a f4 en aquella Defensa India de Rey variante Saemisch.
Eran oleadas y oleadas de combinaciones con sorprendentes finales de torres,
damas, caballo y alfiles. Kasparov, como un niño gozoso, mostraba a los grandes
maestros a su alrededor y al propio Karpov los movimientos triunfales.
El azerbayano deslizaba los trebejos negros con asombrosa precisión sideral.
Lo hizo durante una hora con 18 minutos al cronómetro. Fue algo prodigioso y
espectacular como para ser captado por Binet en uno de sus test de inteligencia.
A propósito de Saemisch, refieren que en cierta ocasión, al ofrecer una
exhibición a la ciega, una mujer muy avispada protestó: "¡Ese hombre es un
tramposo! Lo he estado observando y me consta que no está ciego".
Durante la conferencia oficial de Veselin Topalov en el torneo
Morelia-Linares, un aficionado le hace al campeón la última pregunta. "¿Qué es
más fuerte el alfil o el caballo?", pregunta con voz sonora como si tratase de
descubrir el último arcano del ajedrez, acaso con la vehemencia de un Andrew
Wiles en la búsqueda del teorema de Fermat. Topalov respondió: "Creo que la
relación es de 48 a 51". El campeón mundial ofreció luego una sencilla
explicación de la relatividad de la fuerza de las piezas menores, sin abordar la
teoría de la estructura de los peones. De inmediato, al terminar, Veselin
Topalov buscó un rostro amigo. Y riendo preguntó: "¿Cuánto dije que era la
relación?". ¡Ya lo había olvidado! Alguien muy cerca comentó: "De esto se
infiere que la memoria de Topalov es humana, instantánea y frágil". Y otro
respondió: "Pero a la larga, mucho más poderosa y muy duradera..."
Fotos y vídeo: Nadja Woisin