20/09/2015 – El economista, gran maestro de ajedrez y profesor de Harvard Kenneth Rogoff ha escrito una crítica del largometraje que trata sobre la vida de Fischer. Opina que el actor Toby Maguire retrata de manera impresionante a Bobby, calificando la autenticidad de su actuación como "prácticamente perfecta para quienes lo conocimos". Reseña traducida al castellano...
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La edad de Bobby Fischer
Bobby Fischer (dcha.) dando la mano al árbitro jefe del mundial después de enterarse que su oponente, Boris Spassky, se había retirado del duelo.
“El sacrificio del peón”, el nuevo y brillante estreno de Hollywood, muestra la vida del atormentado genio del ajedrez Robert James “Bobby” Fischer desde sus comienzos como joven prodigio hasta la histórica partida que jugara a la edad de 29 años contra Boris Spassky, el campeón ruso del mundo. El actor Toby Maguire retrata a Fischer con notable autenticidad... de hecho, prácticamente perfecta para quienes lo conocimos en sus tiempos de gloria.
La película se centra en una partida que se convirtió en un evento distintivo de la Guerra Fría entre Rusia y Estados Unidos. También hace que uno se pregunte si un genio creativo como Fischer, que sufría serios problemas pero igualmente tenía una suprema maestría en el tablero, podría existir en el actual e implacable mundo digital.
Ciertamente, Fischer recibió atención en ese entonces, pero la información se filtró de un modo muy diferente al actual. Los periodistas solían llevar la iniciativa, en lugar de seguir sumisamente el flujo superficial del tráfico de Internet. La historia de un chico errático de Brooklyn que reta al imperio soviético en su propio deporte nacional era un buen tema para los periodistas, que entendían la significación del evento. La partida tuvo titulares de primera página en los principales periódicos del mundo durante casi dos meses y los comentaristas analizaban cada movimiento hasta cinco horas al día.
En esa época había pocos canales de televisión. No existían los reproductores de DVD ni los servicios de pago. Aun así, esa no era la única razón de que la gente estuviera pendiente de sus televisores para ver la partida. Ese verano Fischer se convirtió en una de las personas más famosas del mundo debido al ambiente irreal, los sorprendentes giros ajedrecísticos y el trasfondo de la Guerra Fría. No diré que lo que atrajo la atención fue el análisis de las jugadas, aunque yo mismo era comentarista para la televisión pública en la crucial jugada decimotercera.
Para el campeón estadounidense la partida vino a consumar dos décadas de búsqueda del título, desde sus días de niño prodigio. Tras una vida de relativa pobreza para una superestrella (a pesar de aparecer con frecuencia en las tapas de importantes revistas), Fischer finalmente jugaba una partida con un premio de $250.000. Por supuesto, se trata de una cifra irrisoria si se compara con los $2,5 millones prometidos a Ali y Frazier en su combate de boxeo de 1971. Pero Fischer sabía que la cultura estadounidense deja en los márgenes cualquier empresa que no genere grandes sumas de dinero, así que vio el premio de seis cifras como el máximo símbolo del avance en su disciplina deportiva.
Para Rusia, la partida no tenía que ver con dinero, sino con su orgullo nacional. Por mucho tiempo el mundo del ajedrez había sido el campo de batalla perfecto sobre el cual demostrar la superioridad del sistema comunista. Aunque hoy en día la mayoría de los occidentales dicen haber sabido desde el principio que el comunismo al estilo ruso fracasaría, en esos días no estaba tan claro.
El principal texto introductorio sobre economía de esa época, escrito por el premio Nobel Paul Samuelson, todavía planteaba que con el tiempo Rusia podía llegar a superar a Estados Unidos como primera economía del planeta. Hay que decir que los rusos valoraban enormemente el ajedrez, a pesar de que no generase muchos ingresos. En varios sentidos, era su deporte nacional. No es de sorprender, entonces, que la quijotesca búsqueda del campeonato por parte de Fischer llevara al gran estratega político Henry Kissinger a llamarlo y pedirle que no se diera por vencido, como había amenazado con hacer. Cualquiera fuese su situación en Estados Unidos, no había duda de que Fischer era el estadounidense más admirado en Rusia.
La majestuosidad de sus movimientos trascendía la propaganda en un país donde la gente de a pie podía apreciar y entender la belleza innata del juego. En las eliminatorias para el campeonato, acabó con dos muy buenos oponentes con puntuaciones de 6-0, nunca vistas hasta entonces y especialmente sorprendentes si se considera que tantas partidas de grandes ajedrecistas acaban en empates. Sus seguidores rusos estaban tan entusiasmados con este inaudito logro que, se dice, colapsaron las centralitas telefónicas de Moscú con sus llamadas para obtener información.
La crítica de Kenneth Rogoff en la versión sábana del Boston Globe
Al poco tiempo, los operadores sencillamente acabaron por coger la llamada, decir “6-0” y colgar. Al final hasta Spassky homenajeó el genio de Fischer, aplaudiendo junto al público tras su brillante victoria en el sexto juego, como se ve en la película. Puede que el estadounidense haya sido el máximo genio del ajedrez, pero el ruso destacó por su demostración de clase.
El director Edward Zwick no elude mostrar los demonios que acosaron a Fischer. Le preocupaba con justa razón que los rusos hicieran todo lo posible por evitar que se coronara campeón, pero las inquietudes razonables acabaron por convertirse en paranoia y comenzó a dar la espalda a sus mejores amigos y confidentes. Se volvió antisemita a pesar de ser judío él mismo.
Uno puede llegar a sospechar que en el mundo virtual, conectado y digital de la actualidad, la paranoia y los defectos de la vida personal de Fischer lo habrían hecho tropezar mucho antes de convertirse en campeón. Tras lograr el título y sencillamente dejar de jugar ajedrez a nivel de competencia, su enfermedad mental empeoró mucho. Si bien nadie puede disculpar los violentos arrebatos y oscuros pensamientos de sus últimos años (falleció en 2008), es triste ver que la carrera de alguien de tal creatividad y genio y que inspirara a tanta gente a través de su ajedrez, pudiera truncarse hoy en una etapa mucho más temprana. Vivimos en un planeta diferente. “El sacrificio del peón” recuerda un mundo en que sus hazañas eran posibles.
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