Me encontré en la vida con Spassky y Kasparov
Por Óscar Domínguez G.
Boris Spasski en una
simultánea en la Casa de la Historia (Bonn)
A Colombia la han visitado siete campeones mundiales de ajedrez: Alekhine,
Ewe, Spassky, Kasparov y las féminas Nona Gaprindashvil, Zsuzsa Polgar y Zhu
Chen. Pues bien, he tenido la ocasión de “enfrentar” a dos de ellos, Spassky y
Kasparov. No estoy seguro de que ellos me hayan otorgado alguna vez el rótulo de
adversario… Los grandes ajedrecistas se miden por las grandes derrotas. Lo
recordé la vez que Spassky, contra quien me enfrentaba, movió estratégicamente
su dama blanca en la jugada 28. Sentí que un elefante se había metido en mi
casa. Ni modo de ignorar su presencia.
En ese momento añoré a "Azul Intenso", la computadora de IBM que calcula
millones de jugadas por segundo y que trituró al excampeón Kasparov.
En mi partida con don Boris, a la hora decisiva yo necesitaba apenas una
réplica feliz para contrarrestar el demoledor ataque del blanco. ¿Pero quién
tiene el celular de "Azul Intenso"?
La suerte estaba echada en contra mía: se habían esfumado las ilusiones de
engordar mi currículo ajedrecístico con unas tablas contra el "oso ruso" que
había sido el mejor jugador del mundo en 1969.
Cada vez que me preguntan cómo me fue en la partida con el ex campeón
respondo: "Bien, porque perdí".
Después de derrotar a un ex campeón nadie vuelve a ser el mismo. Creo que me
habría tocado cambiar de ropa, de dieta, de barrio, de religión, de equipo de
fútbol, de amores, de profesión, de odios, de amigos.
Me preparé a conciencia para esa partida. Para detectar las debilidades de Spassky desempolvé el libro "El Match del Siglo", de Ludek Pachman que después
haría autografiar de don Boris. La obra analiza el match entre Spassky y Bobby
Fischer, en Reykjavik, Islandia, en 1972, cuando el gringo se coronó campeón.
También jugué ping-pong ajedrecístico (partidas rápidas, sin amor) con mi
computadora "Materilerileró".
El día D (de la derrota) me instalé frente al bello tablero de madera de la
India con la vanidad de ser uno de los 25 entre 44 millones de colombianos
escogidos para jugar contra el sonriente y canoso Boris, residente en París con
su esposa Marina, su "Azul Intenso" de carne y alma. (De su primera mujer, Boris
se divorció alegando que “éramos alfiles de distinto color”).
El ruso me hostigó desde un principio. Para desestabilizarlo anímicamente me
abstuve de enrocar. (¿O no me lo permitió? No sé)
A pesar de que la jugada era débil, en el medio juego había logrado
equilibrar la partida. Entonces pensé en pequeño y acaricié la posibilidad de
unas tablas. La próxima pensaré en grande.
Al principio, Spassky pasaba frente a mí con velocidad de fórmula uno. Con
envidia veía cómo el ex campeón se detenía más tiempo ante otros tableros.
Pero a partir de la jugada 13 de la negras que yo conducía, el hombre empezó
a dedicarme más tiempo. Entonces vino la famosa jugada del elefante...
Después de su movimiento 28 que puso a mi rey en cuidados intensivos, aguanté
más que todo por dignidad, por terquedad y, sobre todo, para tener que contarles
a mis tataranietos y choznos: "Pues sí, chicos, que todo un excampéon mundial de
ajedrez necesitó 28 jugadas para mandarme a la ducha".
Lo que no les diré a mis descendientes es que enfrentar 25 tableros al mismo
tiempo, como lo hizo don Boris, es como jugar tenis contra 25 jugadores, o
hacerles el amor a 25 muchachas al mismo tiempo.
Kasparov, stradivarius del ajedrez
Garry Kasparov
También me encontré alguna vez en la vida con otro ex campeón mundial de
ajedrez, Garry Gasparov.
La forma de jugar ajedrez del campeón mundial Kasparov parece consignada en
el soneto de Lope de Vega sobre el amor: “Desmayarse, atreverse, estar
furioso;/áspero, tierno, liberal, esquivo;/alentado, mortal, difunto,
vivo;/leal, traidor, cobarde y animoso”. En una palabra, Kasparov ha jugado con
pasión, una expresión que lo retrata.
Con su forma de afrontar el jurásico juego, dominó la pasarela ajedrecística
mundial durante los últimos 20 años. Con todas las luces encendidas, anunció su
retiro cuando le quedaba un lustro de pontificado. No deja de ser una exquisita
ironía que uno de los primeros países que visitó después de renunciar al tablero
fuera Colombia, una nación condenada a la cadena perpetua de sus protagónicos ex
presidentes.
El hombre que suele andar para todas partes con su almohada favorita y con su
complejo de Edipo (su madre, doña Klara Kasparova) fue una de las estrellas
invitadas a Expogestión que se realizó en Bogotá donde lo “desafié”… a que me
regalara un autógrafo. Accedió.
Claro que en su primera y hasta ahora única visita a Colombia, K dejó a mamá
en casa y vino acompañado de la primera dama del tablero sentimental de su vida:
su “dulce enemiga” Dasha, su prometida, delgada y frágil como un esbelto alfil.
Kasparov dictó cartilla sobre estrategias ante buena parte de la dirigencia
de América Latina. O sea, el ajedrez se sale del tablero y empieza a prestarle
sus herramientas de trabajo al homo sapiens para que mejore su rendimiento en
los negocios. Días vendrán en que la lúdica ciencia ajedrecística se pueda
utilizar para amar, hacer la paz, perdonar, olvidar, compartir... No en vano “la
vida imita al ajedrez”, según dijo wildeanamente Kasparov quien firmó autógrafos
como toda una figura del rock mundial.
Que la vida imita al deporte de sus sueños e insomnios quedó plasmado en otro
de los libros que escribió para hacerle compañía a “Mis antecesores favoritos”
en cuya bibliografía figura un solo colombiano, el maestro Boris de Greiff con
su libro “Las mejores 400 partidas”.
Entre sus recomendaciones, sus escuchas tomaron nota de estos consejos: los
grandes campeones necesitan grandes enemigos. Kasparov se considera un
afortunado al haber tenido un rival de las calidades de su paisano Anatoly
Karpov (Fue su salida más aplaudida). Hay que sacarle partido a las derrotas.
Otras recomendaciones: hay que luchar “especialmente” cuando se está ganando;
no subestimes al adversario (él subestimó a Vladimir Kramnik, actual campeón
mundial de ajedrez clásico, y éste lo venció); mantén el equilibro entre
intelecto e intuición; aprovecha las ventajas sicológicas; ponte en el lugar de
tu rival para derrotarlo; es fundamental tener confianza en tus posibilidades;
hay que exprimir al máximo creatividad e imaginación.
Los asistentes lo interrogaron sobre el significado de su derrota frente a
“Azul Intenso”, la supercomputadora de IBM a la que solo le falta amar o
derramar una furtiva lágrima. Él considera este duelo un asunto para el olvido.
Explicó que decidió decirle adiós al mundo blanco y negro del ajedrez porque
ya lo había conseguido todo en esta actividad y es de los que necesita estar
fijándose imposibles. Ahora hace política en su país y trata de remozar la
democracia rusa, y si los electores lo acompañan algún día definiría alguna
aspiración presidencial, en caso de que se den las condiciones porque sólo se
fija metas que estén a su alcance.
En su agenda figura leer y escribir, dar partidas de exhibición, opinar,
dictar conferencias y, por fin, jugar por placer. Jugar ajedrez sin placer es
como amar sin amor. En el pasado jugó por deporte, profesionalmente, por plata.
Ya no hay problemas de chequera.
“Viviré mi propia vida”, ha notificado el stradivarius del ajedrez, un juego
que debería ser obligatorio en la aldea global.