Me encontré en la vida con Spassky y Kasparov

por ChessBase
09/08/2008 – Aunque se han popularizado bastante los actos públicos con personalidades de todos los ámbitos, tener la oportunidad de encontrarse cara a cara con un campeón (¿Existen los ex-campeones? ¿No habría que adjudicarles la corona del olimpo ajedrecístico de forma vitalicia?) del mundo de ajedrez es algo muy especial para un aficionado al mundo bicolor de 64 casillas. Y aún más cuando media un tablero, aunque sea entre muchos otros. Óscar Domínguez nos relata su personal vivencia de unos momentos intensos, emotivos y únicos en esta singular crónica...

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Me encontré en la vida con Spassky y Kasparov

Por Óscar Domínguez G.

Boris Spasski en una simultánea en la Casa de la Historia (Bonn)

A Colombia la han visitado siete campeones mundiales de ajedrez: Alekhine, Ewe, Spassky, Kasparov y las féminas Nona Gaprindashvil, Zsuzsa Polgar y Zhu Chen. Pues bien, he tenido la ocasión de “enfrentar” a dos de ellos, Spassky y Kasparov. No estoy seguro de que ellos me hayan otorgado alguna vez el rótulo de adversario… Los grandes ajedrecistas se miden por las grandes derrotas. Lo recordé la vez que Spassky, contra quien me enfrentaba, movió estratégicamente su dama blanca en la jugada 28. Sentí que un elefante se había metido en mi casa. Ni modo de ignorar su presencia.

En ese momento añoré a "Azul Intenso", la computadora de IBM que calcula millones de jugadas por segundo y que trituró al excampeón Kasparov.

En mi partida con don Boris, a la hora decisiva yo necesitaba apenas una réplica feliz para contrarrestar el demoledor ataque del blanco. ¿Pero quién tiene el celular de "Azul Intenso"?

La suerte estaba echada en contra mía: se habían esfumado las ilusiones de engordar mi currículo ajedrecístico con unas tablas contra el "oso ruso" que había sido el mejor jugador del mundo en 1969.

Cada vez que me preguntan cómo me fue en la partida con el ex campeón respondo: "Bien, porque perdí".

Después de derrotar a un ex campeón nadie vuelve a ser el mismo. Creo que me habría tocado cambiar de ropa, de dieta, de barrio, de religión, de equipo de fútbol, de amores, de profesión, de odios, de amigos.

Me preparé a conciencia para esa partida. Para detectar las debilidades de Spassky desempolvé el libro "El Match del Siglo", de Ludek Pachman que después haría autografiar de don Boris. La obra analiza el match entre Spassky y Bobby Fischer, en Reykjavik, Islandia, en 1972, cuando el gringo se coronó campeón.

También jugué ping-pong ajedrecístico (partidas rápidas, sin amor) con mi computadora "Materilerileró".

El día D (de la derrota) me instalé frente al bello tablero de madera de la India con la vanidad de ser uno de los 25 entre 44 millones de colombianos escogidos para jugar contra el sonriente y canoso Boris, residente en París con su esposa Marina, su "Azul Intenso" de carne y alma. (De su primera mujer, Boris se divorció alegando que “éramos alfiles de distinto color”).

El ruso me hostigó desde un principio. Para desestabilizarlo anímicamente me abstuve de enrocar. (¿O no me lo permitió? No sé)

A pesar de que la jugada era débil, en el medio juego había logrado equilibrar la partida. Entonces pensé en pequeño y acaricié la posibilidad de unas tablas. La próxima pensaré en grande.

Al principio, Spassky pasaba frente a mí con velocidad de fórmula uno. Con envidia veía cómo el ex campeón se detenía más tiempo ante otros tableros.

Pero a partir de la jugada 13 de la negras que yo conducía, el hombre empezó a dedicarme más tiempo. Entonces vino la famosa jugada del elefante...

Después de su movimiento 28 que puso a mi rey en cuidados intensivos, aguanté más que todo por dignidad, por terquedad y, sobre todo, para tener que contarles a mis tataranietos y choznos: "Pues sí, chicos, que todo un excampéon mundial de ajedrez necesitó 28 jugadas para mandarme a la ducha".

Lo que no les diré a mis descendientes es que enfrentar 25 tableros al mismo tiempo, como lo hizo don Boris, es como jugar tenis contra 25 jugadores, o hacerles el amor a 25 muchachas al mismo tiempo.

Kasparov, stradivarius  del ajedrez


Garry Kasparov

También me encontré alguna vez en la vida con otro ex campeón mundial de ajedrez, Garry Gasparov.

La forma de jugar ajedrez del campeón mundial Kasparov parece consignada en el soneto de Lope de Vega sobre el amor: “Desmayarse, atreverse, estar furioso;/áspero, tierno, liberal, esquivo;/alentado, mortal, difunto, vivo;/leal, traidor, cobarde y animoso”. En una palabra, Kasparov ha jugado con pasión, una expresión que lo retrata.

Con su forma de afrontar el jurásico juego, dominó la pasarela ajedrecística mundial durante los últimos 20 años. Con todas las luces encendidas, anunció su retiro cuando le quedaba un lustro de pontificado. No deja de ser una exquisita ironía que uno de los primeros países que visitó después de renunciar al tablero fuera Colombia, una nación condenada a la cadena perpetua de sus protagónicos ex presidentes.

El hombre que suele andar para todas partes con su almohada favorita y con su complejo de Edipo (su madre, doña Klara Kasparova) fue una de las estrellas invitadas a Expogestión que se realizó en Bogotá donde lo “desafié”… a que me regalara un autógrafo. Accedió.

Claro que en su primera y hasta ahora única visita a Colombia, K dejó a mamá en casa y vino acompañado de la primera dama del tablero sentimental de su vida: su “dulce enemiga” Dasha, su prometida, delgada y frágil como un esbelto alfil.

Kasparov dictó cartilla sobre estrategias ante buena parte de la dirigencia de América Latina. O sea, el ajedrez se sale del tablero y empieza a prestarle sus herramientas de trabajo al homo sapiens para que mejore su rendimiento en los negocios. Días vendrán en que la lúdica ciencia ajedrecística se pueda utilizar para amar, hacer la paz, perdonar, olvidar, compartir... No en vano “la vida imita al ajedrez”, según dijo wildeanamente Kasparov quien firmó autógrafos como toda una figura del rock mundial.

Que la vida imita al deporte de sus sueños e insomnios quedó plasmado en otro de los libros que escribió para hacerle compañía a “Mis antecesores favoritos” en cuya bibliografía figura un solo colombiano, el maestro Boris de Greiff con su libro “Las mejores 400 partidas”.

Entre sus recomendaciones, sus escuchas tomaron nota de estos consejos: los grandes campeones necesitan grandes enemigos. Kasparov se considera un afortunado al haber tenido un rival de las calidades de su paisano Anatoly Karpov (Fue su salida más aplaudida). Hay que sacarle partido a las derrotas.

Otras recomendaciones: hay que luchar “especialmente” cuando se está ganando; no subestimes al adversario (él subestimó a Vladimir Kramnik, actual campeón mundial de ajedrez clásico, y éste lo venció); mantén el equilibro entre intelecto e intuición; aprovecha las ventajas sicológicas; ponte en el lugar de tu rival para derrotarlo; es fundamental tener confianza en tus posibilidades; hay que exprimir al máximo creatividad e imaginación.

Los asistentes lo interrogaron sobre el significado de su derrota frente a “Azul Intenso”, la supercomputadora de IBM a la que solo le falta amar o derramar una furtiva lágrima. Él considera este duelo un asunto para el olvido.

Explicó que decidió decirle adiós al mundo blanco y negro del ajedrez porque ya lo había conseguido todo en esta actividad y es de los que necesita estar fijándose imposibles. Ahora hace política en su país y trata de remozar la democracia rusa, y si los electores lo acompañan algún día definiría alguna aspiración presidencial, en caso de que se den las condiciones porque sólo se fija metas que estén a su alcance.

En su agenda figura leer y escribir, dar partidas de exhibición, opinar, dictar conferencias y, por fin, jugar por placer. Jugar ajedrez sin placer es como amar sin amor. En el pasado jugó por deporte, profesionalmente, por plata. Ya no hay problemas de chequera.

“Viviré mi propia vida”, ha notificado el stradivarius del ajedrez, un juego que debería ser obligatorio en la aldea global.


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