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La semana pasada fue el aniversario del fallecimiento de Robert James Fischer (Chicago, Estados Unidos, 9 de marzo de 1943 - Reikiavik, Islandia, 17 de enero de 2008).
Es un buen momento para hablar del magnífico libro Bobby Fischer en Cuba, de Miguel A. Sánchez y Jesús Suárez, que trata sobre “Sus viajes, partidas y aventuras en la tierra de Capablanca”, como señala el subtítulo. Fue editado por Editora Solis y se publicó también en inglés y portugués.
Fischer compitió en tres oportunidades en Cuba: en 1956, 1965 (por télex) y 1966.
El libro tiene tres capítulos dedicados a cada una de las participaciones de Fischer, aunque hay más secciones e información sobre el ajedrez cubano de varias épocas. Contiene 46 partidas comentadas, incluidas algunas que no son de Fischer. Hay datos sobre Fischer que eran desconocidos, lo que hace al libro más valioso.
Está introducido por Leinier Domínguez y por Andy Soltis. Sigue luego el prefacio a cargo de los autores y una sección llamada “Una aproximación al estilo de Fischer”.
La primera visita de Fischer a Cuba
Master Class Vol.1: Bobby Fischer
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En el capítulo 1, “1956. Primer viaje al extranjero”, se habla del viaje de Fischer a Cuba, que llegó, acompañado por su madre, en el trasbordador City of Havana.
Fischer integró el equipo Log Cabin, de Nueva Jersey, que se enfrentó al Club Capablanca, en La Habana (el local fue reinaugurado medio siglo después, con la presencia de Karpov). Los cubanos ganaron por 5 a 2.
Fischer, con 12 años, derrotó al fuerte maestro cubano José R. Florido. Florido no quería jugar con “el niño Fischer”, porque creía que ganarle no sería algo notable, y si perdía sería objeto de burlas. Se acota en el libro: “En esto se equivocó totalmente, pues si se le recuerda hoy se debe a su derrota de aquel día”.
En 1966, durante la Olimpiada de La Habana, diez años después, Fischer y Florido volvieron a encontrarse en la escalera que conduce a la recepción del Hotel Habana Libre. Fischer oyó que Florido, cerca de él, le decía a un amigo: “No se va a acordar de mí”. Fischer, que subía con su habitual energía, escuchó la conversación, reconoció a Florido, y le dijo en castellano, sin dar tiempo a que se lo preguntase: “Florido, me acuerdo de usted. Jugamos un Giuoco Piano”.
El libro rescató la partida en el Marshall Chess Club de EE. UU., gracias a la amable colaboración de directivos del club, y aparece comentada en el libro.
Fischer dio una sesión de simultáneas en el Club Capablanca. Fischer ganó 10 partidas y empató las dos restantes, una de las cuales está comentada en el libro. Fischer visitó también las ciudades de Santa Clara y Cienfuegos.
El Memorial Capablanca de 1965
Fischer se impuso en el Campeonato de EE. UU. 1963/64, con 11 puntos sobre 11 posibles. Tras la última ronda, jugada el 2 de enero de 1964, Fischer no volvió a jugar en el resto del año, pues solo dio sesiones de simultáneas.
En 1965 sí mostró interés en volver a jugar, y estaba dispuesto a tomar parte del Memorial Capablanca en La Habana, a pesar de que el Departamento de Estado norteamericano lo prohibía. El año anterior ya el Gran Maestro Larry Evans había sorteado la reglamentación al viajar posiblemente desde Canadá, sin pedir permiso, pero al volver recibió visitas de agentes del FBI, y Fischer no quería eso. Fischer lo intentó pidiendo autorización, como corresponsal de la revista Chess Life, ya que los periodistas y hombres de negocios podían viajar, pero no le fue permitido.
En el capítulo 2, “1965 – Ajedrez a larga distancia”, se habla de las negociaciones previas a la participación de Fischer, y de las dificultades de todo tipo que aparecieron. La Guerra Fría complicó las tareas, pero finalmente todo se solventó. Fischer recibió 3.000 dólares por jugar, aunque no oficialmente (son cerca de 30.000 dólares actuales).
La amenaza de un abandono del torneo por parte de Fischer, que volvería a aparecer en justas futuras, estuvo presente ya antes de empezar, tras un intercambio de telegramas con Fidel Castro, en el que amenazó con retirarse. Este le contestó con firmeza, aunque dejando abierta la posibilidad de que jugaría, y finalmente Fischer decidió participar.
La propuesta de jugar por télex vino de parte de Fischer, y tras ser aceptada por la FIDE, Fischer jugó desde el Marshall Chess Club de Nueva York. Fischer escribía su jugada, se la entregaba a un árbitro, este se la daba a un mensajero, que la transmitía, junto con el tiempo consumido por télex a La Habana, y luego se repetía el procedimiento a la inversa. Las jugadas pasaban antes por la oficina de Prensa Latina en las Naciones Unidas, lo que agregaba minutos a la partida.
El método era extenuante para ambos rivales, que a veces tenían que estar 12 horas ante el tablero, (y cuando aún se suspendían las partidas), la diferencia con sus 21 rivales era que ellos lo hacían sólo una vez en el torneo, mientras que Fischer debía hacerlo cada ronda, por lo que la ventaja que concedía era considerable.
En la nota completa, el GM Franco relata lo sucedido en el “torneo a distancia”, además de presentar un resumen completo de la participación de Fischer en la Olimpiada de La Habana en el año 1966.
Leer nota completa en ABC Paraguay | Visitar web del auspiciador Roggio e Hijos
La solución a este problema será presentada en la siguiente columna del GM Zenón Franco.
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