¿Por qué?

Las minas de plomo y la cornada mortal al torero Manolete en 1946 dieron fama
a Linares. Pero lo que produjo una gran celebridad fue el ajedrez. Una encuesta
aleatoria realizada por EL PAÍS en 1986 por las calles de Moscú
y San Petersburgo (entonces Leningrado), dio un resultado sorprendente: Linares
era la tercera ciudad española más citada por los viandantes,
tras Madrid y Barcelona. Unos años más tarde, Rentero fue recibido
en el Kremlin y jugó al ajedrez contra un cosmonauta en órbita
desde una estación espacial.
En su juventud, Rentero pasó de repartir pan en una motocicleta a poseer
una cadena de hipermercados que vendió por miles de millones de pesetas
a una multinacional belga. Es posible que sus genes estén impregnados
del espíritu emprendedor propio de un histórico cruce de caminos:
en esas tierras hizo sus correrías Aníbal, cuya esposa, Himilce,
nació en el vecino campamento romano de Cástulo. Rentero compró
el hotel Aníbal y el restaurante Himilce; si sus paredes hablasen hoy,
contarían muchos de los secretos del ajedrez mundial.
Dotado del inconformismo del general cartaginés, Rentero se acercó
un día de 1980 a Anatoli Kárpov en Yugoslavia para convencerle
de que jugase la tercera edición de su modesto torneo. El entonces campeón
del mundo aceptó y arrastró a sus colegas de la élite.
Rentero había dado el primer paso para convertirse en El Emperador de
Linares. Pero el intríngulis está en el segundo. Entusiasmado
por el apoyo popular a su idea -algunos escaparates lucían las fotos
y banderas de los jugadores junto a ristras de chorizos y latas de conservas-,
el artífice del Wimbledon del ajedrez encarnó la picaresca española
para que su torneo fuera único en cuanto a combatividad, calidad de juego
y fama mundial. Bajo el lema "sangre en todas las partidas", lo consiguió
con primas especiales por cada triunfo, multas a los indolentes y una sucesión
de escándalos cuyos detalles ocuparían varias páginas.
Uno de los más sonados ocurrió en 1989. El disidente soviético
Víktor Korchnói, dos veces subcampeón del mundo, se enteró
al llegar al hotel de que el árbitro contratado por Rentero era Víktor
Baturinski, excoronel del KGB, a quien Korchnói había dedicado
años antes las siguientes flores: "Debería ser ejecutado,
descuartizado y arrastrado por las calles de Moscú por su destacado papel
en las purgas de Stalin". Radio Nacional de España interrumpió
aquel domingo el canto de los goles del fútbol para narrar en directo
la huida despavorida de Korchnói.
Veintidós siglos después de que Himilce se uniera con Aníbal,
el gran maestro yugoslavo Ljubomir Ljubójevic se convirtió en
el ídolo local tras casarse con una linarense. Más allá
de los cazadores de autógrafos y de la curiosidad por las rarezas de
los ajedrecistas, los ciudadanos están muy orgullosos de su torneo. "Si
algún partido político se atreviera a cuestionarlo perdería
muchos votos", asegura Francisco Albalate, estrecho colaborador de Rentero.
Preguntados por las causas de este fenómeno, del que hace tres años
se hizo eco el diario estadounidense Wall Street Journal, los lugareños
acuden al refranero popular: "Es que somos de Linares, donde tres huevos
son dos pares".