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Una labor amorosa
por Manuel López Michelone
El ajedrez nos presenta sin duda, enormes batallas, enfrentamientos extraordinarios que en algunas ocasiones se convierten en obras de arte. Pienso en la Inmortal de Anderssen o bien, para ser un poco más modernos, en la joya Kaspárov-Topálov de hace unos años. Los jugadores nos regocijamos y repetimos el infinito rito de poner los trebejos y reproducir la partida, intentando siempre, encontrar las razones detrás de las jugadas para así poder entender este arte fantástico que llamamos ajedrez.
Pero toda partida, finalmente, se juega en un tablero escaqueado, con piezas y peones, que pueden ser de plástico, madera, incluso metal. Hay en el mundo todo género de ajedreces y me parece recordar que las Polgar tienen una muy buena colección de juegos de ajedrez, de la cual se han hecho con tantos años de viajes y torneos. Y aunque nos ha tocado vivir una época en donde todo se está automatizando, pareciera que incluso los ajedreces se hacen mecánicamente, en millones, como un producto más… Pero no siempre es así. En algunas ocasiones fabricar ajedreces es una labor cariñosa y amable.
El modelo de ajedrez Lasker
Voy al club Lasker, en la ciudad de México, cuyos artífices son René y su hermano, el Arbitro Internacional Enrique Zaragoza. Aparte de tener actividades en su club, encuentro que al fondo del mismo se fabrican uno de los mejores ajedreces para competir. Son de plástico, con el tamaño reglamentario. Su diseño es clásico, basado en el modelo Staunton, sus piezas contienen un centro de una aleación metálica para darles el peso suficiente. La labor es relativamente artesanal. La mamá de René y Enrique, Doña Queta, es el núcleo de este trabajo, que para hacerlo se requiere de una infinita nobleza.
En un reducido espacio de unos cuantos metros cuadrados se crean ejércitos de peones, alfiles, caballos, torres, damas y reyes, que entrarán en sus respectivas cajas, viajarán kilómetros hasta llegar a tiendas en donde tarde o temprano encontrarán dueño y entonces, podrán salir de su encierro y encender con esa magia única del ajedrez, la imaginación del hombre.
La creación de ajedreces Lasker tiene una ruta crítica. Primero llegan las piezas de plástico inyectado al club, en donde doña Queta las cuenta y cataloga. La mujer es muy ordenada y disciplinada. Trata a los trebejos con cariño, con respeto, como si fuesen sus propios hijos…
Los reyes esperando su destino
Una vez contadas las piezas y separadas por su jerarquía, procede al trabajo de ponerles el peso adecuado…Las coloca cada pieza boca abajo, en cajas con los agujeros precisos, pone pegamento dentro de cada pieza y con un martillo de goma, golpea los centros metálicos, que entran a presión, y listo.
Doña Queta pone pegamento en la parte interna de cada pieza y usa el martillo para fijar los centros de metal
Los centros metálicos de las piezas
Hay 3 tamaños, para peones, piezas menores y dama y rey.
Pone las bases metálicas en el centro de cada pieza y deja secar unas horas
Acto seguido, vuelve a darle una capa de pegamento sobre la base de la pieza, y la pega en una larga tira de fieltro, del color adecuado (que depende del color de la pieza), para que cuando finalmente se peguen las piezas al fieltro, éstas puedan más adelante ser recortadas y la pieza queda finalmente armada.
Las damas pegadas al fieltro
Al secarse entonces se recorta cada base y la pieza queda lista.
Esta labor se repite con todas las piezas, que aunque en el tablero tengan diferente jerarquía, para la mamá de los hermanos Zaragoza, tienen la misma importancia.
Cientos de peones, terminados y listos para la batalla
Una vez hecho esto, las piezas pasan a un estante específico. Doña Queta no pone las piezas sin ton ni son en los mismos. Los pone con cuidado y cariño y ella misma me dice: “hay que demostrarle respeto a las piezas”. Y aquí entonces me pasa algo que no puedo explicar muy bien: como que de pronto me veo obligado a alabar esta amorosa labor. Veo los ejércitos de piezas, cada uno en su trinchera, listos para ser tomados por la mano creadora para ponerlos todos en un conjunto de piezas y peones que llamamos genéricamente ajedrez.
Las piezas en sus respectivos estantes
Sesgos alfiles (como diría Borges) en la espera
Filas de corceles prestos para la acción
Peones de paciencia infinita
Pero el asunto no acaba ahí. Los Zaragoza hacen ajedreces con diferentes colores. No se limitan al negro y blanco. Hay café, color marfil, azul, verde, amarillo. Y además, los hacen de diferentes tamaños. El tradicional con el tamaño oficial y el “junior”, que es para los niños.
Caballo tamaño oficial al lado de su contraparte “junior”
Los Zaragoza pensando además en hacer el ajedrez un asunto atractivo, decidieron que sus piezas para niños tuviesen colores más llamativos. Los hay transparentes, con tonos brillantes, que le dan otra visión al mundo de la creación de piezas de ajedrez.
Este rey encorvado (una prueba fallida) parece retar a los peones que lo observan atento
Se hacen cientos de pruebas. Doña Queta me muestra bolsas gigantescas con diferentes colores, piezas que salieron mal, que hubo que rediseñar, etc. Veo a un rey encorvado que parece retar a los peones:
Así, finalmente se empacan. Hay estuches incluso para que los jugadores no pierdan las piezas:
El modelo moderno, azul y amarillo transparente
Con los colores tradicionales, el ajedrez ya listo y terminado
En sus cajas, ¡listos!
Los ajedreces Lasker son muy populares en nuestro país (México), por su durabilidad y costo justo. Un ajedrez es sin duda para toda la vida, pero creo que aún más cuando se hacen con tanto amor. ¿O no?
Doña Queta en su incansable labor
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