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Nacido de los últimos descubrimientos en el campo de la conciencia y la mente, el artículo tratará de explicar la delicada interacción entre la mente que genera o produce subconscientemente jugadas de ajedrez y la conciencia disciplinada que sabe qué conservar y qué descartar. A diferencia de otros artículos sobre jugadas, éste mira detrás de las jugadas para desentrañar el enigma que se esconde tras las meteduras de pata. ¿Quién está pensando?
El ajedrez se asocia a menudo con el pensamiento, pero ¿qué es el pensamiento y quién, o qué cuerpo, lo lleva a cabo? Para René Descartes (1596-1650) e Immanuel Kant (1724-1804), la cuestión estaba clara, como se desprende de la famosa cita del primero: Cogito ergo sum, "pienso, luego existo".
El filósofo y psicólogo estadounidense William James (1890/2007, pp. 284-289) da una idea de la función de la conciencia al imaginar la mente humana como un bloque de mármol con un número infinito de estatuas posibles, y la que se esculpe depende del escultor, o dicho de otro modo, escultor diferente, estatua diferente: "Siempre está más interesada en una parte de su objeto que en otra; y acoge y rechaza, o elige, todo el tiempo que piensa" (James, 1890/2007, p. 284).
Hablando en sentido figurado, la posición en el tablero es el bloque de mármol del ajedrecista a partir del cual la mente cincela las jugadas y las presenta a la conciencia. ¿Posiciones con varias jugadas iguales? Diferente escultor, es decir, jugador, diferentes jugadas.
A principios del siglo XX, contrariamente a James, se descubrió que el pensamiento es completamente subconsciente (Marbe, 1901/2012; Watt, 1906). Es decir, se piensa antes de saber qué se piensa, y no se sabe lo que se piensa hasta que se piensa. La conclusión del psicólogo Julian Jaynes (1976/2000, pp. 39-41) de que el proceso de pensamiento real (decisiones, deliberaciones, resolución de problemas, etc.), normalmente percibido como el sello distintivo de la conciencia, no es consciente en absoluto, y respaldada por investigaciones recientes:
Arpaly & Schroeder, 2012; Berlyne et al., 2024; Breyer & Gutland, 2015; Dijksterhuis & Nordgren, 2006; Garrison & Handley, 2017; Katsafanas, 2013; Margolis & Laurence, 2022; Mole, 2021; Nida-Rümelin, 2010; Robert, 2022; Rojszczak & Smith, 2003; "Think", s.f.
En otras palabras, cuando a los jugadores se les ocurre una jugada, no es a su conciencia a la que, de la nada, se le ocurre el movimiento, sino a su cerebro, y como el cerebro sigue funcionando de forma misteriosa, es imposible decir si la jugada se debe sólo al cerebro, sólo a factores externos (inspiración o interacción con otros jugadores, algo visto u oído), o tal vez a una combinación de factores externos e internos.
Conforme con James, aunque de forma menos poética, el neurofisiólogo Hans Kornhuber (1988) demuestra que la mayor parte del flujo de información en el cerebro y del procesamiento en el sistema nervioso central es inconsciente, pero con la posibilidad de "... dirigir el foco de atención" (Kornhuber 1988). Una objeción a Kornhuber es que de poco sirve poder dirigir el foco de atención si no nos damos cuenta de que nuestra torre está en prise o estamos a punto de ser apareados.
Según Aristóteles (2019, Libro III), las acciones "dependen de nosotros", pero ¿qué significa que las acciones dependen de nosotros? Fácil es pensar en conceptos como control y libre albedrío, que difícilmente pueden pensarse independientemente de un concepto de conciencia y de un Yo consciente (Libet, 1999, p. 52).
Suponiendo que la conciencia (sobre este concepto hablaremos más adelante) inicie la acción, las meteduras de pata parecen un misterio, ya que nadie comete una metedura de pata "a propósito", es decir, conscientemente, si podría abstenerse fácilmente. ¿Dónde está el problema?
Dos problemas con la asunción de la conciencia como causa de la acción:
El concepto de conciencia es demasiado ambiguo desde el punto de vista científico para explicar el comportamiento. Hoy se conocen 40 acepciones distintas del término (Natsoulas, 1978; Vimal, 2009), como estar despierto, atención, conciencia cualitativa (experiencia de olores, colores, sabores, dolor). Nos sentamos conscientemente ante el tablero en el sentido de estar despiertos, jugamos conscientemente el peón del rey dos casillas hacia delante en el sentido de estar atentos, enrocamos conscientemente en el sentido de experimentar la posición en el tablero o la situación del torneo... ¿Pulsamos el reloj en el sentido de...?
El principio de causalidad (Hume, 1739/1978, pp. 174-175): La misma causa produce el mismo efecto, pero puede ampliarse: Mismo (tipo de) causa → mismo (tipo de) efecto, o dicho de otro modo: causa física → efecto físico. Dicho de otro modo: las causas no físicas no pueden hacer que 'brazos y piernas' se muevan. En lugar de introducir g la llave en el contacto y girar la llave, se podría intentar arrancar el coche con la experiencia consciente del aroma de las orquídeas del jardín.
En pocas palabras, el neurofisiólogo estadounidense Benjamin Libet cortó el nudo gordiano y propuso, a la luz de sus experimentos, que la conciencia no puede iniciar la acción (movimiento físico), sino vetarla ("atraparse") (Libet, 1985; Libet et al., 1983; Nørretranders, 1999, pp. 211-250).
En otras palabras, el cerebro hace una sugerencia, pero nosotros decidimos si la sugerencia debe llevarse a cabo. Si uno consigue estar consciente antes de meter la pata, no meterá la pata, ya que no se puede esperar que nadie meta la pata "a propósito", porque una metedura de pata voluntaria no es, por definición, una metedura de pata. La cuestión puede formularse como un aforismo: El cerebro juega al ajedrez cuando inicia/sugiere jugadas, mientras que nosotros jugamos al ajedrez cuando se vetan las propuestas.
Una ilustración notable del veto fue proporcionada por la partida relámpago Carlsen-Aronian en la ronda 8 del Norway Chess, 2018:
El cerebro de Carlsen inició un "impulso de metedura de pata" (diagrama 3) y las blancas, es decir, la conciencia, no el cerebro, no llegaron a tiempo de atraparse. Jugó la desastrosa 52.hxg4?? Aronian, a punto de hacer la jugada del piloto automático 42...hxg4, se dio cuenta y jugó 52...h4, tras lo cual las blancas se rindieron inmediatamente.
Altibox Norway Chess 2018 broadcast – a partir de 2:54:42.
El cerebro no necesita justificar ni explicar por qué inicia tal o cual impulso, y si no ve ningún propósito, el impulso no se inicia y no hay otra forma de actuar. Brevemente: Si la conciencia iniciara el impulso, no habría "lapsus", meteduras de pata, errores o equivocaciones.
Como el pensamiento es subconsciente, el cerebro inicia los movimientos y la consciencia funciona por veto, es el ajedrez dejado a una interacción finamente sintonizada entre los procesos conscientes e inconscientes; saber qué debe mantenerse y qué debe descartarse de todas las sugerencias que la mente nos sirve.
La conciencia, en el sentido de atención, funciona más o menos como un "control de errores", supervisando ligeramente nuestro juego y asegurándose de que ninguna pieza cuelga o se pone en juego. La mayor parte de la partida, la conciencia no interviene en absoluto y el hecho de que una capacidad como la de Romanovsky (2013, p. 201) escriba que "una partida de maniobra también puede surgir a veces de los esfuerzos conscientes [énfasis añadido] de uno de los oponentes", atestigua lo arraigada que está la convicción del papel de la conciencia en el ajedrez.
Si las jugadas se eligieran conscientemente, las meteduras de pata y los errores seguirían siendo un misterio. Si el ajedrez fuera un acto consciente, las meteduras de pata serían cosa del pasado, ya que nadie metería la pata "a propósito" o a voluntad. Por la misma voluntad, uno simplemente decidiría jugar las mejores jugadas, ya que el tablero que tiene delante le proporciona toda la información: Como la conciencia sería transparente, los jugadores tendrían una visión completa de lo que está ocurriendo y la posición en el tablero estaría a la vista de todos.
Tradicionalmente, las partidas de ajedrez se explican y las jugadas se intentan justificar en los análisis posteriores a la partida y éste suele ser el orden del día; primero jugar y luego explicar. Si jugar al ajedrez fuera consciente, lógicamente, debería ser al revés; primero se explica por qué hay que jugar determinadas jugadas y luego el cerebro inicia las jugadas solicitadas, ¿no? Si se pudieran dar explicaciones válidas y razonables para todas y cada una de las jugadas, la cuestión es por qué el cerebro inicia un error garrafal o no da con la jugada que mejor se ajusta a la explicación y hace así del ajedrez el juego racional que se percibe.
El proverbio ruso "Todos estamos satisfechos con nuestra razón, pero no con nuestra posición" capta muy bien esta paradoja. Las partidas rápidas y relámpago, en las que la conciencia está casi ausente, no son más que percepción e intuición, lo que resulta aún más evidente porque no hay tiempo para reflexionar sobre posibles explicaciones antes de iniciar una jugada.
¿Quién comete entonces los errores?
Las meteduras de pata podrían percibirse como una especie de sugerencias de jugadas espontáneamente mal concebidas, es decir, impulsos de jugadas que serían perjudiciales para la propia posición si no se abortan. Sin embargo, los movimientos estratégicamente débiles a nivel general, como la colocación errónea de una pieza debido a la falta de destreza ajedrecística general o de comprensión del ajedrez, no son el tema en cuestión, sino jugadas que ocurren literalmente de la nada, jugadas para las que aparentemente no hay razones sensatas para jugar. La pregunta clave es: si la conciencia no juega, ¿quién comete los errores? Alguien o algo debe ser responsable (la causa) de que los jugadores se equivoquen, y ¿quién o qué parte de nosotros podría ser?
Como ya se ha dicho, la conciencia supervisa ligeramente el juego, mientras que la conciencia plena, la atención y la concentración surgen en el momento de la metedura de pata, como atestigua incuestionablemente el lenguaje corporal. Obsérvese la secuencia: Nunca vemos a los jugadores anunciar de antemano la metedura de pata; sólo oímos hablar de los que metieron la pata primero y luego se volvieron conscientes o conscientes.
En el presente contexto sólo se pueden tocar los "cómos" y los "porqués" de las meteduras de pata, pero como indicación general, los errores importantes se deben a una falta de interacción entre el cerebro y la conciencia y con sólo tres explicaciones posibles:
La primera explicación es quizá la más sencilla, y sugiere una concentración insuficiente que da lugar a una información insuficiente y, por tanto, a la ausencia de interacción entre cerebro y mente (¿conciencia?), o a una interacción deficiente, lo que hace que la conciencia (en el sentido de "atenta") sea incapaz de abortar el impulso. Estos errores pueden deberse tanto a la fatiga como a la falta de habilidad y experiencia ajedrecística. Otra posibilidad: Los grandes maestros pueden ser víctimas de este tipo de errores, pero entonces se deben más a la fatiga que a la falta de habilidades, mientras que los aficionados pueden cometer errores tanto por fatiga como por falta de habilidades.
En cuanto a la segunda explicación, uno intenta no meter la pata, así que si las meteduras de pata tienen algo que ver con la percepción y lo que se percibe, ¿por qué procesaría el cerebro la información de tal manera que diera lugar a meteduras de pata? Esto sólo parece ocurrir si hubiera un problema con "el cableado", por así decirlo, o con la red neuronal, lo cual es concebible, aunque no demasiado frecuente. Que la conciencia procese mal la información "a propósito", o intencionadamente, parece llevar a un conflicto de intereses: Puesto que el mate es el objetivo del juego, ¿por qué querer (no "querer", que es físico y, por tanto, no volitivo) meter la pata?
La trama se complica en la tercera explicación, tanto para aficionados como para profesionales, que plantea un oportuno dilema: las meteduras de pata parecen imposibles cuando ambos ojos ven todo el tablero, pero este tipo de meteduras de pata están profundamente relacionadas con el orden en que se juega y se explica el ajedrez: Dado que sólo una fracción de toda la información que fluye a través de los sentidos se traduce en una experiencia o percepción consciente, se puede argumentar que uno puede ver todo el tablero y aun así no percibirlo. En otras palabras, el cerebro puede pasar por alto información incluso con los dos ojos fijos en el tablero.
Resolver los problemas tácticos o "adivinar" la jugada del gran maestro puede ilustrar la diferencia entre vista y percepción. Todo el tablero está delante de nosotros... y vemos (los ojos directamente clavados en la escena) la posición con claridad... toda la información para resolver la tarea está justo delante de nosotros y, sin embargo, muchas veces acabamos dándonos de bruces con la cara. ¿Cómo se nos ha podido pasar algo así? Sin embargo, cuando se presenta la solución, ésta se erige como lo más obvio del mundo e ilustra la diferencia entre aquello de lo que somos conscientes y aquello de lo que no.
La mera presencia de una combinación o un golpe táctico sugiere que el juego de ajedrez es subconsciente y que el jugador no tiene ni de lejos el control que hasta ahora, y tal vez, se suponía, ya que, si el juego de ajedrez fuera consciente, ¿por qué permitir la posibilidad de un (brillante) golpe táctico en primer lugar?
A pesar de que los puristas consideran la táctica como el sofisma del ajedrez, la rapidez con la que se encuentran las soluciones tácticas indica la rapidez con la que el cerebro procesa la información, es decir, la posición. Como la percepción es subconsciente, no tiene sentido que nos machaquemos (o machaquemos a los demás) por no haber visto ese golpe táctico o por haber fallado esa bonita combinación (mate en 18).
Los aficionados y los profesionales perciben literalmente posiciones diferentes incluso cuando ven la misma posición, y la razón, o la causa, es que la mente del profesional, más que la del aficionado, está mejor entrenada para percibir más información. Como la percepción no es volitiva y el cerebro funciona independientemente de lo que pensemos que debe interpretar, percibir, pensar, comprender, etc., el aficionado no puede simplemente, por actos de volición, decidir percibir tanto como el profesional.
Las meteduras de pata ocurren porque los humanos somos falibles y los impulsos mal fundados resultan más fuertes que la capacidad de abortarlos.
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