Para ganar, primero debes aprender
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El reportaje originalmente fue publicado en El Diario de todos EXTRA, reproducción del artículo en con el amable permiso del autor.
Quizás en la 7ma, una hilera de mesas con tableros de ajedrez pueda detener la atención, al menos por un instante, lo que tarde en llegar la victoria.
Bogotá es montaña, es lluvia. De repente, una arquitectura, presumiblemente del siglo XIX, aparece rodeada de árboles, como pugnando un lugar en el presente. El bosque y la ciudad.
Lo colonial se confunde con lo moderno. Calles angostas, pendientes, caminos que alguna vez fueron reales, senderos que en otro tiempo fueron un río.
La ciudad como una cascada, cuya fuente, teñida de mármoles, Monserrate, se derrama en concreto, en ladrillos, en calles que comienzan en el centro, alrededor del centro.
A diario, las personas, van hacia el centro o salen del centro. En Bogotá todo es un acercamiento o un alejamiento del centro.
En lo alto hay cúpulas, relojes antiguos, puntas de pino, coronas pálidas de eucalipto, palomas. Hay nubes y niebla, y témpanos oscuros de cimas de montaña.
A ras de suelo: basura, quizás una extraviada moneda de 100 pesos; y a medida que la mirada viaja, desde el suelo hasta el cielo, descubre una civilización incipiente, en aras de crecer, de llegar al centro o de expandir el centro a todo lo largo y ancho de la ciudad: convertir toda Bogotá en el centro.
Tarea difícil, pero noble.
En Bogotá el horizonte (a diferencia del horizonte marino) está muy por encima de nuestros hombros. Es un horizonte andino, alto y escarpado; dicho con otras palabras: frente al mar es más fácil soñar con el infinito.
Pero algo mágico hay en vivir rodeado de tantos gigantes verdes. Quizás es la señal más clara de dónde está el centro, de quiénes son el centro.
Después del centro, como también al final del día: comienza la noche. La noche en el centro.
Todo cambia, se abre. La noche en Bogotá es una primavera.
La ciudad cobra vida de noche, la actividad se intensifica, todo parece liberado de los rigores cotidianos y fluye ingrávido hacia el centro o desde el centro.
Después, el fin de la noche. La misteriosa e inquebrantable hora en que la fiesta se termina. La fiesta individual, la fiesta que cada uno crea al existir, al estar.
Entonces, el retorno. Se regresa desde el centro. Incluso, dentro del centro, hay otro centro. El centro íntimo de quienes habitan el centro puro.
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