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Reportaje etnográfico de Ajedrez en la 7ma, un espacio diferente en el corazón de la avenida más representativa de Bogotá. Reproducción del artículo publicado originalmente en EL DIARIO DE TODOS EXTRA con el amable permiso del autor.
Sin embargo, en la avenida más representativa de Bogotá: la 7ma, se pueden encontrar mesas con tableros de ajedrez y varios jugadores combatiendo sobre un campo de guerra «de blancos días y negras noches», como describiera en un poema el escritor argentino Jorge Luis Borges.
Reflejos y reflexiones | Foto: Freddy Yance (extra.com.co)
La séptima, de pasaje real a sendero peatonal | Foto: Freddy Yance (extra.com.co)
El precio de la mesa: 2000 pesos. ¿Por cuánto? Hasta que uno de los dos caiga muerto. No hay límite de tiempo, ambos jugadores cancelan el valor de sentarse y comienzan a jugar.
Entre los elementos más interesantes de esta escena ciudadana, sobresale el hecho de que los jugadores participan de una fraternidad secreta, una complicidad que emerge del juego. Esto basta para que a nadie interese el nivel del rival, pues no se trata de un campeonato.
Al mal tiempo buena cara - y paraguas | Foto: Freddy Yance (extra.com.co)
No es un torneo y tampoco se juega por dinero. El ajedrez es un juego de caballeros, las apuestas no tienen lugar en sus alrededores.
Juegan por diversión, por aplicar sus conocimientos, por medirse a sí mismos: la labor humana del ajedrez, en ese sentido, equivale a la aventura de escalar una montaña o de saltar hacia el mar y comenzar a bracear contras la marea.
Bogotá es lluvia. Y en los espacios donde colocan estas mesas no hay techo, ni toldos, ni árboles solidarios. De manera, que los jugadores libran una batalla armada en la intemperie.
Ajedrez en la calle con sol o con lluvia | Foto: Freddy Yance (extra.com.co)
A veces, el sol se manifiesta en toda su plenitud. Entonces los jugadores (en gran parte personas mayores de 40 años) debe cubrirse el rostro como puedan, pero sin dejar de mirar el tablero. En ajedrez (como en la vida) prestar atención en todo momento es fundamental.
Cuando no es el sol, es la lluvia, que a pesar de notoria, no impide que el juego continúe.
Independientemente de si llueve o hace un sol fuerte, el ajedrez prevalece y los jugadores luchan sobre el tablero hasta el final. | Foto: Freddy Yance (extra.com.co)
Otro hecho curioso, son las personas que se detienen a ver jugar. Algunos de ellos (no todos, afortunadamente) tienen por costumbre hacer comentarios sobre la posición de las piezas.
Comentando al paso | Foto: Freddy Yance (extra.com.co)
Existen diferentes tipos de casos: los hay que advierten de una amenaza, los hay que cantan un ataque previsible, los hay que se ríen de una novatada o blunder, los hay que niegan (o asienten) con la cabeza como aprobando o rechazando alguna decisión.
En el ajedrez (como en la vida) siempre es más sencillo ver con claridad el juego del otro que el de uno mismo. Es muy fácil opinar sobre lo que tanto el que lleva blancas como el que lleva negras debe hacer. Pero cuando los comentaristas se sientan frente a un rival real, toda esa claridad se desvanece.
Caballo al canto | Foto: Freddy Yance (extra.com.co)
De manera que hay un misterio en el asiento, en la mesa. De manera que el tablero y las piezas esconden una verdad que solo descubre quien se atreve a romper el equilibrio absoluto de la posición inicial.
♞♝♜♛♚♘♗♖♕♔
I
En su grave rincón, los jugadores
rigen las lentas piezas. El tablero
los demora hasta el alba en su severo
ámbito en que se odian dos colores.
Adentro irradian mágicos rigores
las formas: torre homérica, ligero
caballo, armada reina, rey postrero,
oblicuo alfil y peones agresores.
Cuando los jugadores se hayan ido,
cuando el tiempo los haya consumido,
ciertamente no habrá cesado el rito.
En el Oriente se encendió esta guerra
cuyo anfiteatro es hoy toda la Tierra.
Como el otro, este juego es infinito.
II
Tenue rey, sesgo alfil, encarnizada
reina, torre directa y peón ladino
sobre lo negro y blanco del camino
buscan y libran su batalla armada.
No saben que la mano señalada
del jugador gobierna su destino,
no saben que un rigor adamantino
sujeta su albedrío y su jornada.
También el jugador es prisionero
(la sentencia es de Omar) de otro tablero
de negras noches y de blancos días.
Dios mueve al jugador, y éste, la pieza.
¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza
de polvo y tiempo y sueño y agonía?
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