Ajedrez y estrés
Por
Lic. Percy Guzmán Grados
I.
¿Puede la práctica del ajedrez producir estrés?
Cuando
pensamos en el ajedrez como un juego difícilmente nos hacemos a la idea de que
pudiera estar relacionado con el temido estrés. Normalmente, la imagen que
tenemos de los ajedrecistas está referida a la de personas intelectuales,
calmadas y ponderadas, capaces de estar analizando en silencio durante largo
rato una determinada posición en el tablero y la continuación más conveniente.
De alguna manera, el saber que es una actividad que utiliza como instrumento básico
el juicio lógico, la memoria, el cálculo y el raciocinio constante, hacen que
el gran público también asuma que los ajedrecistas están libres de arranques
emocionales y son casi inmunes a las angustias y sobrecargas de tensión emotiva
que cualquiera pudiera padecer. De hecho, entre otras recomendaciones que se le
ofrecen a los aquejados de estrés, casi siempre se encuentra la de desarrollar
actividades recreativas que contribuyan a que la persona se distraiga y se
disipe, pudiendo ser el ajedrez una de ellas. Es decir, se usa el ajedrez como
una actividad lúdica que contribuye al equilibrio y relax de quien lo practica.
Sin
embargo, el panorama cambia por completo cuando pasamos a considerar al que
llamaremos ajedrecista de competencia; es decir, a la persona que participa en
torneos oficiales y desarrolla una actividad más o menos constante en dicho ámbito.
Esto comprende desde los fuertes aficionados hasta los maestros en el rubro (nacionales
e internacionales) a quienes, en algunos casos, puede considerarse profesionales
en el área.
Para
este grupo de personas, el ajedrez está lejos de ser un pasatiempo inofensivo.
Podrían darse muchos ejemplos y relatar anécdotas de lo más variadas para
ilustrar esta última afirmación; pero quedémonos con un hecho internacional
ocurrido hace unas pocas semanas: se había organizado con mucha anticipación y
cuidado la realización de la final del Campeonato Nacional de Rusia del año
2004, asegurándose, entre otras participaciones notables como la de Garry
Kasparov y Anatoly Karpov, la de Vladimir Kramnik quien venía de defender
exitosamente, en un match de final dramático con el húngaro Peter Leko, el título
de Campeón Mundial –extra oficial- que ostenta desde el año 2,000 cuando
derrotó a Kasparov. Sin embargo, faltando apenas una semana para el inicio de
la citada final del Campeonato Nacional Ruso, trascendió que Kramnik se había
excusado de participar por presentar una dolencia médica cuyo diagnóstico no
se mencionaba. Posteriormente se pudo confirmar que el certificado médico
presentado, otorgado por un hospital de París, precisaba que “el match frente
a Leko le había producido un estrés tan intenso que participar en otro torneo
antes de un descanso de al menos dos meses, podía colocar en serio riesgo su
salud”. Algo más de tres semanas separaban ambos eventos; inclusive, los
organizadores rusos habían postergado generosamente el inicio de su campeonato
para asegurar la participación de Kramnik.
Aquí,
un observador que desconoce los entretelones del mundo del ajedrez podría
preguntarse incrédulo: ¿Puede la práctica de un juego tan tranquilo como el
ajedrez poner en riesgo la salud de una persona?, ¿No son suficientes más de
tres semanas para recuperarse de haber participado en un torneo de ajedrez, por
importante que éste haya sido? Pues aunque a la mayoría de personas les cueste
creerlo, las respuestas a estas interrogantes son un categórico Sí, a la
primera, y No, a la segunda. Al menos en lo que se refiere a su práctica en los
máximos niveles de exigencia, como se da entre los Grandes Maestros
Internacionales que disputan la supremacía mundial. Los ex campeones mundiales
de la era soviética Mijail Botvinnik y Boris Spassky coincidían en afirmar que
un campeonato del mundo consumía tanta energía, que uno tardaba entre 6 meses
y un año para poder recuperarse plenamente (Bach, 2004; Karpov, 2004). Y en
menor medida, guardando las distancias del caso, desgastes semejantes son los
que pueden experimentar todos lo ajedrecistas que toman en serio su participación
en torneos. ¿Cómo es esto posible?
II.
El ajedrecista de competencia
Como
decíamos líneas arriba, los ajedrecistas están lejos de considerar al ajedrez
como un simple juego; tiene por supuesto un carácter lúdico, pero éste es
para ellos inseparable de sus dimensiones como ciencia, deporte y arte. La magia
del ajedrez para sus practicantes, reside justamente en esta armoniosa
confluencia de características únicas que conforman una cultura particular,
como expresión elevada de la mente humana al mismo nivel que la mejor música o
literatura. Pero no es el momento de abundar en este aspecto.
Desde
el inicio de los estudios sobre el estrés (Selye, 1956) mucho se ha progresado
en nuestra comprensión del mismo. Históricamente hemos pasado de un énfasis
en el estudio de las situaciones estresoras, a destacar la importancia vital que
posee la evaluación que el sujeto hace de las mismas, tomando en cuenta la
autopercepción de recursos disponibles, que son los factores decisivos para
determinar el tipo de afrontamiento adoptado, que tenderá a ser característico
de dicho individuo en particular; aunque podría variar dadas también ciertas
condiciones específicas (Lazarus y Folkman, 1984). En ese sentido, qué
situaciones despiertan una respuesta de estrés y qué características de
afrontamiento se adoptarán es claramente un tema idiosincrásico. Habrá
circunstancias que para ciertas personas en particular serán muy impactantes y
demandantes, mientras que para otras apenas las conmoverán. Y viceversa.
Volvamos a la pregunta inicial: ¿Puede la práctica del ajedrez producir un
intenso estrés?
La
respuesta es sin duda afirmativa, pero para comprenderla mejor es preciso
repasar algunas de las características muy particulares que se dan en las
competencias ajedrecísticas:
1.
Las partidas de torneo
tienen una duración incierta, pudiendo prolongarse hasta por 6 ó 7 horas. A
cada jugador se le concede la mitad del tiempo total establecido del encuentro
para completar todas sus jugadas, y es su responsabilidad administrarlo
juiciosamente. Si sobrepasa el límite de tiempo concedido pierde el encuentro.
Recientemente, la Federación Internacional de Ajedrez (FIDE) ha tendido a
favorecer que las partidas duren menos horas, pero en cualquier caso, el
ajedrecista debe permanentemente estar pendiente del tiempo que le resta, y éste,
por sí sólo, puede llegar a ser un factor muy importante de presión,
particularmente cuando enfrenta una situación crítica durante el juego.
2.
La misma naturaleza del
ajedrez exige una concentración permanente y sostenida en todos los detalles y
posibilidades de cada posición que se vaya sucediendo sobre el tablero. Y ésta
cambia de jugada en jugada, abriendo siempre un abanico de alternativas que es
preciso analizar con detenimiento. Podemos hacer el símil de una permanente
situación problemática que exige ser resuelta, como ya hemos dicho, en un
tiempo limitado. Sin duda, dicho nivel de concentración sostenida es muy
superior al que exige la práctica exitosa en otros deportes.
3.
Asimismo, la esencia del
ajedrez implica un variable nivel de dudas e incertidumbre acerca de las ideas,
planes y movimientos que el jugador va elaborando, a lo que hay que sumarle las
permanentes amenazas (imaginarias o reales) del adversario y la dificultad de
predecir el resultado del encuentro. De manera que el suspenso, la sucesión de
momentos álgidos y de otros “muertos” acompañan siempre a los encuentros,
particularmente cuando son prolongados; el flujo y el ritmo del juego pueden
variar súbitamente, pasando de tener el ataque y la iniciativa a la defensa, y
viceversa.
4.
En ese sentido, a diferencia de lo que ocurre en los deportes más
populares en los que a lo largo del juego uno va acumulando puntos que
eventualmente deciden al ganador, en la partida de ajedrez no hay esa
posibilidad. El resultado final (triunfo, derrota o empate) sólo se verifica en
el último momento; obviamente, lo usual es que tenga conexión con el
desarrollo de la partida desde la misma apertura, pero todos los méritos
realizados y una posición avasalladoramente superior durante horas, pueden
estropearse con un solo error grave en dos segundos. Esto lo saben bien los
ajedrecistas, y forma parte de la dolorosa realidad que en más de una ocasión
han tenido que enfrentar. El problema es que ésta es siempre una posibilidad
latente en cada juego.
5.Igualmente,
las consecuencias sociales y personales (más adelante volveremos sobre este
punto) del resultado de la partida o del torneo, pueden estar ejerciendo una
presión por su propia cuenta; en esa línea, también la presencia de
espectadores (en ocasiones, de un determinado espectador) más o menos próximos
a la mesa de juego, puede ser un importante factor adicional de estrés.
6.
La gran mayoría de
jugadores reportan haber experimentado durante un encuentro, aunque en un nivel
variable, sentimientos de ansiedad, temor y cólera; también de hostilidad y
agresividad hacia su oponente. Tampoco son raras las sensaciones de desamparo y
de fatalidad irremediable, así como la pérdida –a veces súbita- de
confianza en sí mismo y una creciente dificultad para atender y concentrarse.
7.Otra
experiencia muy común es quedarse “conectado” con una partida
-particularmente si el resultado no fue favorable- durante muchas horas (a veces
días) después de su conclusión. Es como si la abrumadora concentración
experimentada en el juego se prolongase indefinidamente más allá de la
voluntad del jugador; y las posiciones, variantes, autoverbalizaciones (exclamaciones,
recriminaciones, lamentos, comentarios, análisis y otros) se suceden en su
mente casi sin interrupción, perturbando su descanso y adaptación cotidianas.
Como si no pudiera pensar en otra cosa. Sin duda, las emociones experimentadas
durante el encuentro son las responsables de esta fijación (salvando las
distancias, podríamos decir que es un mini “estrés post traumático”); y
mientras se mantenga, también seguirá sufriendo los efectos de la activación
fisiológica correspondiente.
8.En
las competencias ajedrecísticas el jugador debe permanecer sentado en silencio
durante horas, realizar sus movimientos sobre el tablero cada cierto tiempo y
llevar la anotación de los mismos en su planilla de juego. En apariencia no se
le exige físicamente un esfuerzo mayor. Sin embargo, como ya hemos señalado,
su mente vive un mar de actividad incesante, en el que las vivencias emocionales
juegan su propio rol al lado de las más cognitivas, lo que se traduce en el
incremento de la activación fisiológica que, a diferencia de lo que ocurre en
los deportes de contacto directo y de movimientos amplios, no encuentra una vía
de escape física. En cualquier competencia deportiva de alto nivel, es
perfectamente esperable que los participantes experimenten inquietud y tensión
emocional (“nervios”) antes o durante los primeros momentos de la misma. Una
vez iniciado el juego, lo usual es que el despliegue físico la disipe o absorba
al servir de vía de expresión. No ocurre así en el ajedrez, donde es probable
que el jugador continúe acumulando una creciente tensión de naturaleza
psicofisiológica durante horas.
9.
En ocasiones, pueden
aparecer no sólo dolores de cabeza y sensaciones de rigidez y tensión muscular
en el tronco o en el cuello, sino también mareos y una sensación de
desorientación o desfallecimiento.
10.
Se ha comprobado que
durante una partida de ajedrez los jugadores experimentan importantes cambios
fisiológicos (Pfleger et al, 1980; Dubeck, 2001) que, como hemos indicado líneas
arriba, están ligados a la activación emocional: aumentos del ritmo cardíaco,
respiratorio y de la presión arterial (en niveles comparables a los que se
alcanza cuando se realiza una actividad física moderada o exigente); incremento
de la respuesta galvánica de la piel (sudoración) y de la tensión muscular;
sequedad de la boca y aumento de la frecuencia de micción, entre otros. Estas
modificaciones se mantienen en mayor o menor medida, como un telón de fondo, a
lo largo de toda la partida y son particularmente notorios en los momentos críticos
del juego –cuando se ha cometido un error o uno se encuentra asediado por las
piezas enemigas, o si el tiempo apremia. Paradójicamente, también se
incrementan cuando el adversario es el que ha cometido un error y se presenta
una situación que puede ser decisivamente favorable para el jugador. Torneos o
matches que se prolongan por semanas, pueden originar consecuencias físicas
semejantes a las que se encuentran en situaciones de estrés prolongado,
incluyendo el debilitamiento del sistema inmunológico que es una realidad
acreditada por la ciencia en las últimas décadas (Bayés y Borrás, 1999).
Kasparov, por ejemplo, ha declarado que personalmente ha experimentado fiebres,
reacciones alérgicas e, inclusive, problemas dentales en dichas circunstancias
(Kasparov, 1999).
III.
Mente, cuerpo y
comportamiento de los ajedrecistas
Mucha
gente piensa, probablemente con razón, que los ajedrecistas forman una
comunidad aparte en relación con las personas comunes y corrientes. Después de
revisar la enumeración somera de hechos y vivencias propias de esta disciplina,
no pocos coincidirán en que en verdad hay que ser muy peculiar para estar
dispuesto a pasarse varias horas seguidas en semejantes condiciones y en compañía
de una persona con la que no cruzamos palabra y apenas sí la miramos. En ese
sentido, también es cierto que sólo otro ajedrecista puede comprender
cabalmente lo que experimenta su colega y la forma en que se comporta.
Históricamente
hemos tenido figuras destacadas, campeones mundiales inclusive, que se han
caracterizado por presentar rasgos muy peculiares de personalidad en el sentido
desadaptativo. ¿Ha sido producto de la práctica ajedrecística y del estrés
asociado con la misma? Es fácil que el espectador común y corriente tienda a
contestar afirmativamente a esta pregunta, ya que después de todo, es un cliché
muy extendido el relacionar la genialidad (en este caso ajedrecística) con la
llamada “locura”. Pero lo más probable es que ésta sea una falsa impresión,
producto de lo llamativos o dramáticos que suelen ser los recuentos acerca de
los hechos y anécdotas de algún afamado campeón, sin tomar en consideración
que es infinitamente superior la cantidad de maestros de primer nivel con una
personalidad y estilo de vida de lo más agradable y positivo que es dable
encontrar. No conocemos de ninguna evidencia disponible al presente que permita
afirmar que existiría una mayor cantidad de trastornos mentales y del
comportamiento entre los ajedrecistas comparados con la población general. En
todo caso, si hubiera una diferencia, ésta muy probablemente se daría a favor
de los ajedrecistas, si tomamos en cuenta la función protectora asociada a
factores como nivel intelectual, educación, disciplina y autocontrol, por
ejemplo.
Pero
el tema que ahora nos ocupa es el del estrés, cómo lo enfrentan y qué
consecuencias tendría en los ajedrecistas de competencia. Ya hemos mencionado
los hechos fundamentales en relación con la activación psicofisiológica (semejante
a la que se experimenta ante otros estímulos estresores) y las vivencias
características durante una partida y a lo largo de un torneo. Para completar
el panorama, habría que dedicar algunos párrafos a describir algunas de las
conductas externas de los ajedrecistas en dichas circunstancias, que son un
reflejo -muchas veces de lo más transparente- de la intensidad y del mayor o
menor éxito en el control de su tensión emocional:
1.
Hay jugadores que manejan
su inquietud previa al inicio de una ronda de torneo llegando con mucha
anticipación; una vez allí, algunos eligen sentarse en
silencio a esperar el inicio, mientras otros prefieren sosegarse
caminando pausadamente o conversando con conocidos.
Casi como un ritual y antes
de su primera jugada, muchos jugadores reacomodan de una en una todos las piezas
en sus posiciones de salida, sintiéndose muy incómodos si por alguna razón no
llegan a hacerlo.
Aunque parezca extraño, ciertos jugadores prefieren llegar a
la hora exacta o pocos minutos después de iniciada la ronda, con la finalidad
de pasar directamente a la acción.
2.
En el transcurso de la
partida también es notorio que algunos prefieren levantarse -cuando es el turno
de jugar del rival- y dar una mirada o realizar un pequeño paseo por las mesas
adyacentes. Otros, no se levantan de su sitio durante toda la sesión de juego,
salvo que tengan que ir a los servicios higiénicos; los cuales, dicho sea de
paso, tienden a ser más utilizados que en una reunión social común y
corriente.
3.
Delante del tablero,
muchos jugadores ponderan su jugada con tranquilidad sin dar mayores muestras de
inquietud; cuando se deciden por un movimiento, usualmente lo realizan con
seguridad y aplomo, inclusive en situaciones críticas. Otros, sin embargo,
manifiestan abiertamente la tensión emocional que están atravesando: mueven
permanentemente las piernas, cambian
constantemente de posición en el asiento, balancean el tronco, realizan
movimientos estereotipados con las manos (a veces suspenden a medio camino y
dejan en el aire unos segundos
interminables la mano con la que estaban por realizar una jugada), sacuden los
brazos o la cabeza, aparecen muecas en su rostro, carraspean, y otras conductas
semejantes. Inclusive, hay ajedrecistas que se caracterizan por presentar
manifestaciones de sinusitis alérgica (!).
4.
También es común observar que algunos jugadores adopten medidas de
autocontrol particulares, como por ejemplo, anotar en su planilla de juego el
movimiento que han decidido realizar, antes de llevarlo a efecto, con la
finalidad de analizarlo unos segundos (a veces minutos) adicionales.
5.
En ocasiones,
algunos jugadores se mostrarán muy sensibles a la presencia de cualquier tipo
de ruido o distracciones, manifestando su disgusto con palabras, gestos y
expresiones faciales; en otros casos, pueden ser víctimas de su exagerada
transpiración, al punto de gotear desde su frente sobre la mesa o que sus manos
humedezcan tanto la planilla de juego que no es posible escribir con facilidad
sobre la misma (los previsores prefieren por eso un lápiz sobre un lapicero).
6.
Avanzada la
sesión de juego, ciertos ajedrecistas se levantan para disipar la tensión
muscular acumulada, pero permanecen de pie exactamente delante del tablero; en
ocasiones, en particular cuando el tiempo apremia y la situación es crítica,
algunos jugadores prefieren realizar sus movimientos manteniéndose parados, ya
que la inquietud los domina tanto que rechazan el asiento.
7.
Durante la partida pueden surgir diversos incidentes que requieren la
intervención del árbitro. La mayoría de los jugadores, aunque dejan entrever
su inquietud al expresar su postura, se adaptan con relativa calma a las
circunstancias y aceptan sin mayor aspaviento la determinación arbitral.
Algunos, sin embargo, hablan atropelladamente, se levantan, gesticulan y
expresan sus reclamos no siempre de la manera más deseable. Cuando no se les da
la razón, y reanudada la partida, siguen expresando su disconformidad a través
de gestos adustos e inquietud motora.
8.
Hay jugadores
que manejan muy mal el sufrir una derrota, particularmente cuando están
convencidos que ha sido inmerecida y producto de un error de último momento o
de la intervención “injusta” del árbitro. Así, se ha visto reacciones que
varían desde el marcharse apuradamente profiriendo agravios, tropezándose con
objetos o la gente y dando portazos; hasta otras de un mutismo cerrado y un
abatimiento físico muy acentuado, casi paralizante. Recuerdo el caso de un
jugador que en una ocasión, cuando la derrota era inminente, sencillamente se
levantó, salió de la sala de juego sin decir nada a nadie y no volvió más.
9.
En ocasiones,
aunque esto ha sido más común en partidas informales, los contrincantes han
pasado de la contienda simbólica a una muy real confrontación física, sea que
ésta se quede en conato o devenga en algunos destrozos y con contusos de por
medio. El factor desencadenante suele ser un reclamo acerca del cumplimiento de
las reglas o una acusación directa de trampa que rápidamente sube de tono.
IV
¿Qué
mueve a un ajedrecista?
Tomando
en cuenta todo lo mencionado hasta el momento, tal vez resulte apropiado
preguntarse ¿Qué lleva a los ajedrecistas a mantener su afición a pesar de
todos los posibles inconvenientes y riesgos?, ¿Por qué someterse
voluntariamente a experimentar el estrés que hemos descrito?
Estas
preguntas no tienen una respuesta sencilla. Muchos afirmarán que lo disfrutan
sobremanera al considerarlo un estímulo y un desafío intelectual. Otros pondrán
en un primer plano sus aspectos lúdicos y de entretenimiento; o sus características
estéticas y creativas; o su condición de ciencia y cultura, madre de un cuerpo
de conocimientos casi inagotables y de actitudes ante la vida con alcances filosóficos.
La
dimensión deportiva también es frecuentemente mencionada para explicar su práctica.
Pero en su consideración, es usual que se pase por alto una característica muy
particular sobre la que pocas veces se habla: el ajedrez es una competencia de
tipo intelectual en la que generalmente hay un elevado compromiso de la imagen y
de la valía personal (Ego involvement).
El
prestigio que rodea a la inteligencia y a las habilidades cognitivas en
occidente, en especial en los tiempos modernos, guarda una estrecha relación
con este punto. El ajedrez emplea la lógica, el raciocinio y el análisis científico,
que son los rasgos más distintivos de nuestra especie. Desde hace muchos años
la Psicología ha destacado que todos los seres humanos necesitamos sentirnos
importantes ante nosotros mismos, buscamos desarrollar y fortalecer nuestro sí-mismo
(self), nos acercamos a la gente, circunstancias y actividades que contribuyen a
este objetivo y nos apartamos de los que no lo hacen (Rogers, 1951, 1961). La
autoestima como concepto ha llegado a ser muy popular en las últimas décadas,
inclusive para los no especialistas. Pues bien, parece que para los ajedrecistas
de competencia su imagen personal y su autoestima están muy relacionadas con la
práctica de su deporte favorito.
Kevin
Spraggett, quien no sólo tiene el título de Gran Maestro Internacional, sino
que también es psicólogo de profesión lo explica de la siguiente
manera:
“Les
gusta pensar que son buenos en eso (competentes)
“Les
ofrece una plataforma para comparar sus habilidades con las de otros
“Tienen
un completo control sobre su desempeño (es decir, cuando triunfan pueden tomar
todo el crédito)” (Spraggett, 2000).
Ahora
bien, el que destaquemos el tema del compromiso o involucramiento personal, no
significa que las otras motivaciones, que también hemos mencionado para la práctica
ajedrecística, no jueguen un rol importante. Es dable encontrar todo tipo de
matices; y así, tendremos jugadores que se toman las cosas muy
deportivamente sin mayor sufrimiento ante un contraste, y otros para los que el
triunfo los exalta hasta las nubes y una derrota les arranca un pedazo del alma.
Algunos centran su objetivo en mejorar su propio desempeño, sin necesidad de
estarse comparando permanentemente con los demás; buscan ser mejores
ajedrecistas pero no se obsesionan con la competencia.
Lo
que sí podemos afirmar con seguridad es que mientras mayor sea el nivel de
compromiso personal en el sentido mencionado, mayor será el nivel de estrés
que se experimentará en los torneos. La sensibilidad estará incrementada
en todo lo que tenga que ver con el juego, que pasa a convertirse en su
fortaleza y, paradójicamente, en su debilidad ya que parte de su valía
individual queda expuesta en cada encuentro. En razón de ello, en
circunstancias extremas de derrotas continuas, lo más probable es que un
ajedrecista de competencia se retire para proteger su sí-mismo (Yo).
V.
Afrontamiento
del estrés ajedrecístico
El
estrés forma parte indesligable de la vida de todos y no es una característica
exclusiva de los tiempos modernos como muchos creen. Siempre ha existido, tanto
en los aspectos fisiológicos como psicológicos y sociales. Nuestra capacidad
de enfrentarlo y manejarlo nos lleva al concepto de afrontamiento, y en relación
con el tema que nos ocupa también puede ser subdividido en dos vertientes
(Lazarus y Folkman, 1984):
1.
Afrontamiento
centrado en el problema,
cuando se trata de resolver o aminorar la influencia de la situación creadora
del estrés. Lleva implícita una evaluación de las demandas, de los recursos
disponibles y de las medidas a emplear.
2.
Afrontamiento
centrado en la emoción,
cuando buscamos disminuir las consecuencias emocionales percibidas que las
circunstancias estresoras han disparado y continúan alimentando.
Conviene
aclarar que no toda situación demandante que enfrente una persona puede ser
considerada como estresora. Sólo será tal si origina un esfuerzo de
adaptación, pero no se considerará de esa naturaleza si la maneja de forma
casi automática o rutinaria.
Volviendo
a nuestro tema, consideramos que los ajedrecistas afrontan el estrés en su práctica
deportiva de una manera mixta, tienen necesariamente que lidiar con la
situación problema y es muy recomendable que aminoren sus emociones y la
activación fisiológica aparejada. Cuando se habla de tolerancia al estrés,
usualmente se está aludiendo a la capacidad de afrontamiento del involucrado;
mientras ésta sea satisfactoria, no habrá un deterioro en su nivel de juego.
En realidad, muchos consideran que un cierto nivel de estrés contribuye a
desarrollar un óptimo nivel de rendimiento, ya que obliga a utilizar los máximos
recursos disponibles que, de otro modo, no aparecerían.
¿Cuál
es el límite de tolerancia? Evidentemente éste varía de un jugador a otro.
Algunos se vuelven vulnerables cuando el juego se prolonga por muchas horas;
otros son extremadamente frágiles en los apuros de tiempo; hay quienes asimilan
muy mal las complejidades tácticas o las largas maniobras posicionales; algunos
no llevan bien el sentirse asediados y tener que asumir una prolongada defensa.
Y podríamos seguir mencionando más ejemplos de las situaciones en las que uno
de los contrincantes “se quiebra” y da lugar al error decisivo. Primero
ocurre la fractura y derrota mental, luego viene la derrota sobre el tablero.
De ahí que los jugadores experimentados busquen deliberadamente encaminar la
partida hacia el tipo de juego en el que es más probable que aparezcan las
limitaciones de afrontamiento de su rival, donde saben que son más vulnerables;
y más bien eviten las situaciones en las que su propio afrontamiento queda en
entredicho.
A
estas alturas de nuestra revisión del tema, es fácil comprender que los
grandes jugadores y campeones, además de poseer un enorme talento natural que
ha sido alimentado por la práctica y el estudio, también detentan un elevado y
versátil nivel de afrontamiento del estrés. Este llega a ser un
requisito adicional para la maestría. De otra manera, difícilmente
hubieran llegado a ocupar una posición tan destacada en un medio en el que,
como hemos visto, hay que lidiar con un intenso estrés físico y psicológico.
¿Es
dable mejorar la capacidad de afrontamiento? Comprendiéndolo en un sentido
amplio, el afrontamiento para el jugador de competencia también abarca el
mejorar sus habilidades ajedrecísticas; mientras mejor pueda jugar, también de
mejor manera enfrentará la situación problema. Pero, aceptando que este
aspecto forma parte usual de las actividades de preparación y entrenamiento de
prácticamente todos los jugadores, hay otro tipo de medidas que, en lo físico
y en lo psicológico, también pueden ser útiles:
1.
Preparación
física. Fueron
los ajedrecistas soviéticos los primeros en tomarse muy en serio el gozar de un
adecuado acondicionamiento físico como un requisito adicional para rendir en
forma óptima en el plano ajedrecístico. El cuerpo debe estar preparado para
tolerar los rigores de las largas jornadas de juego, pues ya hemos visto cómo el
ajedrez de competencia representa físicamente mucho más que estar sentado
delante de una mesa. Es conocido que muchos maestros (Kasparov entre ellos)
practican como una norma de vida deportes como natación, tenis o atletismo;
inclusive disciplinas como karate o judo no son extrañas en el medio (Lobos,
2001).
Mantener
una adecuada alimentación y un sano ritmo de vida que incluya suficientes horas
de descanso es también muy recomendable.
2.
Actividades durante la sesión de juego. Ya
hemos mencionado en párrafos previos algunas de las conductas que pueden
contribuir a disipar la tensión, como pararse y hacer ligeros movimientos de
soltura muscular o recorrer brevemente la sala de juego. Otras conductas
rutinarias observadas están referidas a beber agua, mascar chicle (fumar ha
quedado descartado), consumir café, chocolates, caramelos, galletas y otros
productos semejantes.
Aunque
un buen número de ajedrecistas prefieren abstenerse de ingerir alimentos (inclusive
ligeros) privilegiando las bebidas, ciertamente es un tema personal y de
autoconocimiento el elegir alguna de éstas u otras conductas comparables para
incrementar la resistencia y el manejo del estrés. El consumo de alcohol para
“aliviar los nervios” entre las rondas, siempre termina siendo perjudicial.
3.
Preparación Psicológica. No
es extraño encontrar testimonios de destacados ajedrecistas que señalan que la
práctica de disciplinas como el yoga y la meditación han contribuido a su
equilibrio personal y rendimiento deportivo. En esa línea, el conocimiento y
empleo de técnicas de relajación muscular progresiva también puede brindar
una importante cuota para el objetivo trazado, particularmente cuando reciben el
aporte de autoinstrucciones verbales, elaboradas por el propio ajedrecista y
destinadas a ser empleadas en las etapas previa, de contacto inicial, en el
transcurso y al finalizar la situación estresora (McKay et al, 1981).
Igualmente, el empleo de la técnica clásica de desensibilización sistemática
para la superación de temores (Rimm y Masters, 1974) y otras de imaginería
positiva también pueden ser muy favorables.
4.
Visión
filosófica del ajedrez, del deporte y de la existencia.
Con este rubro queremos destacar el carácter decisivo que este aspecto tiene
para nuestro tema, y lo conveniente que resulta considerarlo con calma y
desarrollar, en lo posible, una actitud razonada sobre el ajedrez, las
competencias ajedrecísticas y el lugar que les corresponde en la propia vida:
¿Disfruto
del ajedrez sólo en la medida en que me depara triunfos?, ¿Necesito demostrar
que soy mejor que los demás para sentirme bien?, ¿Busco mi superación o me
obsesiona compararme con mis colegas?, ¿Puedo disfrutar del ajedrez y de su práctica
como una actividad valiosa y placentera por sí misma?, ¿En qué medida acepto
los ideales deportivos de participación, respeto y reconocimiento al rival?, ¿Qué
lugar ocupa la competencia y el ajedrez en mi vida?, ¿Qué importancia ocupa en
relación con mi familia... trabajo... estudios... amistades...?, ¿Cuáles son
los hechos y las personas trascendentes de mi vida?, ¿Qué deseo alcanzar para
mi futuro?, ¿Qué necesito para disfrutar la vida?, ¿Qué sentido le doy a mi
existencia cada día?
Responder
a éstas y a otras preguntas semejantes puede contribuir mucho a que
paulatinamente estemos mejor ubicados en relación con el mundo que nos rodea. Que
cada pieza caiga en el lugar que le corresponde. Este es siempre un telón
de fondo permanente que, más allá de nuestra práctica ajedrecística, tamiza
nuestras alegrías y miserias.
Algunos
consideran que tener una pasión exclusiva y excluyente por el ajedrez es un
requisito para descollar y llegar a los máximos niveles; otros pensamos que
casi siempre es mejor llevar una vida más equilibrada en la que también haya
espacio para otras actividades gratificantes, sea que tengan que ver con trabajo
o estudios; aficiones menores varias, por ejemplo a la literatura, cine y otras
artes o deportes; y vida familiar, social y espiritual, por supuesto.
Con
seguridad, este último camino provee menos riesgos para la salud y mejores
condiciones para el desarrollo personal. Y nuestro noble juego bien merece ese
tipo de personas.
VI.
Referencias
Bibliográficas
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Bach,
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Percy
Guzmán y su esposa Sonia con "Fischer", su perro.
Texto:
Percy
Guzmán Grados Lima,
Diciembre del 2004
Fotos:
Archivo ChessBase
Redacción:
Nadja Woisin