Master Class Vol.1: Bobby Fischer
Fischer al descubierto: aperturas, táctica, estrategia, finales... ¡Descubra de la mano de grandes maestros los secretos de su sensacional habilidad, que le permitieron lanzarse al ataque (y ganar) en solitario a la Escuela Soviética de Ajedrez!
Los autores describen esta situación:
Es muy posible que el visto bueno a las invitaciones más conflictivas (o costosas) desde 1962 a 1964 proviniera de Ernesto Che Guevara, al que Barreras identificaba como la figura del gobierno que con más fuerza había apoyado el inicio de los torneos Capablanca en la Isla, ya que Guevara era un gran aficionado al juego. Pero en 1965 había poca confusión sobre quién era el encargado del visto bueno, pues entonces Guevara se había marchado por primera vez de Cuba con destino a la República del Congo (Léopoldville), en donde libró una fracasada campaña guerrillera.
Según Barreras, estas invitaciones se repitieron (sin éxito) en 1963 y 1964, a pesar de las duras críticas de Fischer contra varios de los jugadores soviéticos que participaron en el Torneo de Candidatos de 1962, a los que calificó de comunistas tramposos, lo que sin dudas no era el mejor aval para que se le invitara a Cuba. Fischer aseguró a la revista Sports Illustrated (agosto 20 de 1962) que los rusos arreglaron el resultado del torneo de Curazao, y que tres representantes de esa nación (Tigran Petrosian, Paul Keres y Efim Geller) habían pre acordado hacer tablas rápidas entre ellos a fin de conservar energías para enfrentarse a él. Cierto o no, la FIDE tomó nota de la acusación y los próximos encuentros de Candidatos se realizaron por medio de enfrentamientos individuales y no mediante un torneo de todos contra todos.
En Cuba, por ejemplo, jamás se informó en público que muchos jugadores extranjeros recibían una prima por participar en los torneos Capablanca, y que en el caso de Fischer fue de tres mil dólares (unos veintitrés mil dólares de 2017), la mayor cantidad que había recibido hasta entonces el norteamericano por sólo tomar parte en una competencia. Tampoco que los premios eran en divisas para los Maestros de los entonces llamados países occidentales.
El carácter secreto de tales remuneraciones o premios era debido a que en 1961 Fidel Castro había abolido el profesionalismo en las actividades competitivas físicas o mentales en Cuba, a lo que llamó deporte esclavo. En 1962, con el inicio de los torneos de ajedrez en memoria de Capablanca resultaba muy difícil explicar a la población la duplicidad de que mientras por un lado se abolía por decreto el profesionalismo, por el otro se pagaba a los ajedrecistas por asistir a los torneos y, lo que era peor, por sus resultados. El contrato de tres mil dólares a Fischer fue posiblemente el mayor secreto de todos.
Este invariante que deriva en una cirugía histórica como describió el pensador Ezequiel Martínez Estrada– explicaría por qué, siendo Capablanca un confesado pronorteamericano, Fidel Castro lo cubaniza y lo convierte en emblema de la Revolución, épica que se mantiene hasta hoy.
El torneo de La Habana 1965 constituyó una demostración ajedrecística sensacional, pero dejó muchas preguntas que este libro trata de responder. El hecho de que Fischer jugara desde Nueva York le dio un atractivo especial: se produjeron situaciones novelescas donde se mezclaron espionajes y contraespionajes (Departamento de Estado, KGB, Oficina de Inteligencia Cubana), duelos políticos y cruces de personalidades mundialmente significativas. Luego de la invitación oficial de la Federación Cuba a Fischer, se producen los primeros incidentes:
Bobby Fischer acepta participar en el Torneo Capablanca In Memoriam (de 1965), pero las oficinas extranjeras (sic) de los Estados Unidos se han negado a darle visa para su viaje a Cuba. Fischer propone a la Federación de Ajedrecistas de Cuba que él participará desde Nueva York utilizando una línea telefónica desde el salón del torneo hasta el Nueva York Chess Club (sic). La Federación Cubana aceptó esta proposición bajo las condiciones de que las partidas de Fischer sean supervisadas por la FIDE en Nueva York y en La Habana. Esperamos obtener su contesta y le enviamos nuestro saludo” (José Luis Barreras: Ajedrez en Cuba. Editorial INDER. La Habana 2002. Pág. 121).
Lo mismo sucedió durante la Olimpíada de 1966, en la que Fischer estuvo presente. Respecto a uno de los espectáculos pautados por los organizadores, los autores dicen:
Me hubiera encantado ver una fotografía de Fischer, que se había aburrido mientras escuchaba un espectáculo de música en un teatro, visitando una exposición al aire libre de armas del ejército cubano. Allí se subió a un tanque soviético y manejó una ametralladora antiaérea. Teniendo en cuenta su odio hacia la URSS, esta debe haber sido una experiencia de emociones muy encontradas.
Sintiendo que estaba ya más débil físicamente, y con idea de enfrentar en un hipotético match a Kasparov –especialista en investigaciones–, significativo es el episodio del Fischerandom, variante ajedrecística inventada por Fischer con idea de evitar los estudios en las aperturas. Expresan los autores:
Es conocido que, durante su prisión en Tokio en el verano del año 2004, Cuba fue uno de los países a los que el norteamericano solicitó asilo político, petición que nunca fue respondida (Frank Brady, Endgame. Bobby Fischer Remarkable Rise and Fall - from America’s Brightest Prodigy to the Edge of Madness, pág. 285, Brown Publisher, New York, 2011). Sin embargo, es poco conocido el hecho que, en 1995, en una conversación telefónica con el Gran Maestro cubano Jesús Nogueira, quien se encontraba entonces en Argentina, y fue facilitada por el Gran Maestro argentino Miguel Ángel Quinteros, Fischer le pidió a Nogueiras transmitir al gobierno de Cuba su deseo de ir a jugar ajedrez en la Isla y presentar allí su versión del juego de ajedrez, conocida como ‘Fischerandom’
Curiosamente, Bobby pudo concretar su idea en Buenos Aires dos años después, al convencer al ejecutivo Marcos Cytrynblum, que se había pasado desde Clarín a La Prensa y había decidido darle al ajedrez un fuerte impulso en su nuevo diario. Los contactos telefónicos que se produjeron entre Fischer –residente en Budapest–, y Miguel Quinteros y Armando Hiebra en Buenos Aires, se concretaron exitosamente. Se organizó un encuentro entre Torre y Ricardi bajo reglas Fischerandom, que presentaría Bobby Fischer. Por penosas razones que no corresponde mencionar aquí, el evento fue finalmente cancelado.
Entre otros contenidos, el libro incluye todas las partidas de Fischer en la Olimpíada de 1966, con amplios comentarios y anécdotas. Los duelos frente rivales soviéticos siempre concentraron la atención.
Spassky y Fischer se conocieron en 1960 en Argentina, cuando Bronstein los presentó: “Cuando llegamos a Buenos Aires, descubrimos el nombre de Bobby Fischer en la lista de participantes. A la mañana siguiente, cuando fuimos a la estación para viajar a Mar del Plata, Bobby me hizo señas desde el tren y tuve el placer de presentarle a Boris Spassky al gran jugador estadounidense. Se hicieron amigos de inmediato y han permanecido así hasta hoy día”. David Bronstein en The Sorcerer Apprentice. (Cadogan Books, Londres 1995, pág. 139).
Otros incidentes ocurrieron durante la Olimpiada, pero no fueron del conocimiento público y se revelan en este libro.
La seguridad cubana desplegó en el hotel a numerosos de sus agentes, tal vez por motivos comprensibles en un evento internacional de tal magnitud, pero también para evitar cualquier demostración de disidencia o apoyo a un país extranjero, especialmente Estados Unidos.
Miguel Ángel Sánchez, coautor de este libro, fue también objeto de ese celo, pues apenas comenzada la Olimpiada se le pidió que acudiera a la oficina de que disponía la policía política en el hotel, situada detrás del mostrador de registración. Allí un agente le preguntó quién le había autorizado a trabajar con el Gran Maestro belga Albéric O’Kelly en las crónicas que este último escribía diariamente para el órgano de prensa del Partido Comunista de Cuba, el periódico Granma.
Miguel Ángel le explicó que tal petición había provenido del subdirector de ese periódico, Elio Constantín, quien antes había sido uno de los más destacados cronistas deportivos de la isla. Como Miguel ya había pasado al español una crónica dictada por O’Kelly para la revista Jaque Mate, Bobby Salamanca sugirió a Constantín que sería buena idea contar con las crónicas de O’Kelly, por lo que se le acercó en nombre del periódico, para que le hiciera la proposición al Gran Maestro belga, que aceptó de buen grado. De inmediato, un automóvil llevó a ambos hasta la oficina del periódico, en donde O’Kelly fue presentado al director de este, Isidoro Malmierca, una figura de muy alto rango que posteriormente fue Ministro de Relaciones Exteriores de Cuba. Cuando el agente no pudo objetar nada a tal decisión que, evidentemente, se iba muy por encima de su rango, advirtió a Miguel Ángel que debía informar de cualquier comentario o actitud sospechosa de O’Kelly. Asombrado de que le pidieran que espiara a un hombre de tanto prestigio en el mundo del ajedrez, Miguel Ángel le explicó que se trataba de una figura muy respetada, árbitro del Campeonato Mundial de 1966 en Moscú. “Esos son los más peligrosos”, le respondió el agente. Miguel Ángel salió de allí convencido de que el tipo era un idiota. Pero con los años, y la lectura de muchos sucesos de espionaje, cambió de opinión. El hombre no estaba tan despistado; a veces los más famosos o innocuos resultaron los que mejores cumplieron esas tareas.
El lunes 14 de noviembre se celebró finalmente el encuentro entre Estados Unidos y la Unión Soviética, correspondiente a la segunda ronda de la etapa final.
La disputa se resolvió sin lugar a duda ante la presión del gobierno de Cuba, más que a las quejas de los norteamericanos. La explicación oficial tras ese radical cambio de actitud fue que la delegación soviética no deseaba privar al pueblo cubano de tal encuentro. Un generoso gesto deportivo, lo calificó Granma.
Cuando terminó la partida entre Najdorf y Fischer, que este ganó con las negras en 53 movidas, se produjeron unos pocos aplausos por parte de los aficionados que la seguían, pero uno de ellos, Roberto Viñas, al que Miguel Ángel Sánchez llamaba Bobby debido a su afición por Robert Fischer, comenzó a gritar emocionado:
–¡Bravo, Bobby; Bravo Bobby!–
Contento de que su ídolo había ganado tan tensa partida, Viñas salió del salón de juego muy emocionado cuando de pronto sintió un apretón en su brazo izquierdo y un hombre de gesto adusto le dijo:
–¡Acompáñame!
Y lo introdujo a través de una puerta a pocos metros de distancia. Allí se le unió otro individuo con el mismo rostro autoritario. Ni siquiera dijeron quiénes eran, pero Viñas comprendió que se trataba de agentes de la Seguridad del Estado de Cuba.
Le preguntaron quién era y requirieron de él sus identificaciones. Cuando comprobaron que era una persona a la que no se podía acusar de nada indebido, sino que se trataba de un estudiante con todos sus papeles en regla, uno de los agentes le preguntó por qué se había puesto a gritar a favor de Fischer. Viñas le explicó que él era así, intenso en expresar sus emociones. Le advirtió con sequedad el agente:
–La próxima vez no seas tan intenso–
Y aunque Viñas tenía muchos recuerdos en su vida, ninguno como aquél en el Habana Libre en 1966 por manifestar de manera estentórea su admiración por Fischer. Viñas falleció en La Habana el 3 de junio de 2019, pero antes había dado su permiso para que la anécdota se incluyera en este libro.
En resumen, esta amena obra representa un aporte significativo al esclarecimiento de la vida de Fischer en su relación con Cuba en las tres épocas: 1956, 1965, 1966.
Notas de pié:
Los interesados en este tema pueden leer El año en que estuvimos en ninguna parte. La guerrilla africana de Ernesto Che Guevara, Froilán Escobar, Félix Guerra y Paco Ignacio Taibo II, Ediciones Colihue 1994.
Estos episodios fueron descriptos con amplitud en la revista de CAPA (Círculo de Ajedrecistas Postales Argentinos), luego en JAQUE (España) y en Sociología del Ajedrez Postal, Juan S. Morgado, Amazon, 2018.
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