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Cabría pensar que podrían ingresar dentro de ese cuadro reservado para los mitos algunas figuras ajedrecísticas del pasado muy lejano. Muy probablemente, a esa categoría se los podría adscribir al francés François-André Danican Philidor (1726-1795) y al norteamericano Paul Morphy (1837-1884) aunque, para ser exactos, más que proyectarse desde el ajedrez hacia otros horizontes, esas grandes personalidades del tablero, si bien brillaron en otros campos, en el primer caso lo sería en su condición de notorio músico de la época y, en el otro, por las características perentorias que fue adquiriendo su atormentada existencia.
De tiempos más modernos creemos que existen tres personalidades que innegablemente se convirtieron en figuras emblemáticas. Por un lado, ese es el caso del también estadounidense Robert James Bobby Fischer (1943-2008), reconocible por su vida errática, su personalidad inquietante y por haber derrumbado en 1972, en esfuerzo solitario, el muro soviético que se había venido construyendo, con aires de imbatibilidad, esa portentosa Nación desde la finalización de la Segunda Guerra Mundial.
Probablemente, la idea de figura mítica también sea de aplicación al muy vigente Gari Kímovich Kaspárov (nacido en 1963) quien, en muchas miradas, se lo considera el ajedrecista que llegó más alto en la historia. A la vez, fue protagonista de un hecho muy singular al perder en 1997 su célebre match con Deep Blue, hito que puede ser interpretado como el comienzo de la declinación del hombre versus la máquina y un momento bisagra para la Humanidad toda. Adicionalmente, el nacido en Bakú incursionó en política, defendiendo valores libertarios, más su prédica no fue acompañada por los resultados electorales de Rusia, su país por evolución. Kaspárov había nacido en la capital de Azerbaiyán, cuando esta formaba parte de la URSS; más recientemente, como dato complementario, hay que decir que adoptó la nacionalidad croata.
El tercero de esos mitos, el primero en aparecer en el siglo XX, y el que lo fue proyectándose desde la cultura a la sociedad como un todo, es el encarnado en la persona del cubano Capablanca, a quien le dedicamos el presente trabajo.
En efecto, no existe duda alguna en cuanto a que José Raúl Capablanca y Graupera (1888-1942) fue un ícono ajedrecístico que trasvasó todos los muros. Brilló en el ajedrez, como pocos, aunque, también hay que decirlo, no fue el que más perduraría en el cénit deportivo, ni quizás tampoco técnicamente haya sido el jugador más completo. Con todo, en lo que nadie lo podría superar es que, en su tiempo, y en los venideros (hasta el arribo de Fischer, al menos), decir ajedrez en cualquier ámbito mundo era decir Capablanca, tal el nivel de difusión de su figura entre propios (los ajedrecistas) y extraños (los legos)
Su biografía es bastante conocida. Valga recordar que, además de ser el tercer campeón mundial de la historia (venció a su antecesor en forma invicta y mantuvo el cetro entre 1921 y 1927), fue de una notable precocidad (por caso se consagró campeón de Cuba a los 13 años de edad). Por su precocidad y talento fue bautizado como “el Mozart del ajedrez”. Asimismo, por su cuasi-imbatibilidad y la calidad y precisión de juego, se lo denominará “la máquina del ajedrez”.
El propio jugador, quizás algo abrumado por la perfección desarrollada frente al tablero, la que le brotaba con una asombrosa naturalidad (su poder intuitivo era proverbial mientras que su contracción al estudio no era particularmente admirable), llegó a anticipar que estábamos en vísperas de “la muerte del ajedrez”.
Ante ese escenario propuso, y siendo campeón mundial (o sea que no era una iniciativa que surgiera desde el fracaso sino todo lo contrario), un nuevo juego, en el que, bajo un diseño de tablero de 8 filas x 10 columnas, se incluían sendos trebejos adicionales, el arzobispo (con movilidad de alfil y caballo) y el canciller (se desenvuelve como torre y caballo). La idea era renovar la dinámica y dejar atrás una teoría tan desarrollada y estudiada que parecía que, al menos en ciertos niveles magistrales, haría que todas las partidas habrían de acabar inexorablemente con la igualdad.
Por fortuna, el ajedrez se reinventaría con el formato tradicional (la escuela hipermoderna hará una contribución en ese sentido), por lo que este anunciado deceso nunca ocurriría. Aunque actualmente está viéndose amenazado por los desarrollos computacionales de alguna manera prenunciados por aquella perfección de un Capablanca que, de todos modos, vio caer de bruces sus aires de invencibilidad al perder la corona, inesperada e inopinadamente, pocos años después de haberla obtenido, en el recordado encuentro de Buenos Aires de 1927.
En el ajedrecista latino, además de su talento innato para el juego, eran muy reconocibles su cultura y una personalidad extravertida de la que brotaban por sus poros sus dotes de seducción. Quizás, por esa virtuosa combinación, llegará a ejercer roles de diplomático para su país y, en otro punto nada menor en su vida, tener mucho éxito en el amor.
En cualquier caso, se irá generando alrededor de su figura un halo de mito que se agrandaba con el paso del tiempo y, en esas condiciones, será también objeto de la atención, por todas las razones posibles, desde ámbitos extra ajedrecísticos.
Los periódicos de todas partes posarán su mirada en el ajedrecista triunfal, será objeto de invitaciones y agasajos en connotados ámbitos políticos y sociales, habrá de ser convocado a fin de mostrar las expresiones de sus conocimientos ajedrecísticos en cualquier punto del globo y, en una cuestión que siempre queremos destacar, desde el ámbito de la cultura, particularmente en la literatura (ya no en la especializada), se lo mencionará y exaltará. Así se fue forjando la idea premencionada, esa indisoluble por la cual “decir ajedrez, es decir Capablanca”.
Es algo paradojal que ello aconteció pese a que su reinado efectivo como campeón mundial fue relativamente corto, máxime si se compara su reinado respecto de lo acontecido con su predecesor, el alemán Emanuel Lasker (1868-1941), y con quien lo destronara, el ruso-francés Alexander Alekhine (1892-1946), quien tras vencerlo conservará el título, con un ligero interregno intermedio, hasta el din de sus días.
Como los años 20 fueron sin dudas los principales de su carrera (aunque ya venía descollando desde la década anterior), no extrañará que las principales menciones que se hacen a Capablanca con origen en distintos lenguajes culturales daten especialmente de ese tiempo.
En efecto, en Shakhmatnaya Goryachka (más exactamente Шахматная горячка o, en español, Fiebre del ajedrez), film mudo de 1925, se fotografía con fruición la fina estampa del cubano, cosa que hacen los directores soviéticos Vsévolod Pudovkin (1893-1953) y Nikolai Shpikovsky (1897-1977).
En esta película notable Capablanca, sin ser obviamente un actor, se convierte en un omnipresente referente de un argumento que gira en derredor de su figura que, en ese año, estaba participando de un torneo de ajedrez en Moscú. En un trabajo que hicimos sobre el tema del vínculo del ajedrez con el cine mudo, respecto de esta película se expresó:
“La trama de un film que tiene una duración de casi 20 minutos, pone el acento en el torneo de ajedrez que en ese año de 1925 disputaron en Moscú, entre los meses de noviembre y diciembre, 21 jugadores de la élite mundial, el que fue ganado por el local (más tarde emigrará a Alemania) Efim Bogoljubow (1889-1952), delante de numerosas figuras, siendo secundado en la porfía por el alemán (quien por su parte terminará sus días en los EE. UU.) Emanuel Lasker (1868-1941), el anterior campeón mundial.
En las imágenes proyectadas se incluyen numerosas tomas reales de la competencia, asumiendo en el film, a pesar de ser una ficción, un rol muy protagónico (de hecho es la primera persona en ser mostrada), el vigente titular del orbe, el cubano José Raúl Capablanca (1888-1942), quien saldrá tercero en la referida competencia ajedrecística.
Además, se los verá en pantalla, asumiendo papeles menores, a varios notables jugadores: el norteamericano Frank Marshall (1877-1944); el chescoslovaco Richard Réti (1889-1929); el mexicano Carlos Torre Repetto (1904-1978); el inglés Frederick Yates (1884-1932), y el austriaco Ernst Grünfeld (1893-1962), entre otros.
La trama transcurre en la capital soviética centrándose el relato en una pareja de novios cuyos integrantes están a punto de contraer matrimonio. Pero el futuro marido, atrapado en la fiebre que despertó en la sociedad moscovita la magna competencia (¡hasta se lo ve vestir prendas ajedrezadas, incluidas sus medias!), parece olvidarse de sus compromisos.
Para peor, cuando le pide a su amada perdón por esos descuidos, comete una nueva torpeza ya que, en ese mismo instante del remordimiento, al arrodillarse ante ella, vuelve a distraerse al concentrarse en una partida de ajedrez y no en el acto de contrición frente a su amada.
Ya una amiga de la novia previamente le había advertido a ésta: «Recuerda que el ajedrez es peligroso para la vida familiar». La evolución de los acontecimientos le estaba dando la razón a la consejera. La joven, furiosa, viendo que el ajedrez se había convertido en el objeto más odioso del mundo, termina por repudiar a su amado.
Cuando va a buscar consuelo en su abuelo, este le sugiere a la frustrada novia calma y, para garantizarla, no tiene mejor idea que regalarle….un libro de ajedrez conteniendo viejos problemas!!! Desesperada, acude a una farmacia, para conseguir un veneno para acabar con su vida, observándose en ese instante a los farmacéuticos muy ocupados…. analizando partidas de ajedrez.
Mientras tanto, el caballero va a un puente donde, en muestra de arrepentimiento, arroja algunas pertenencias ajedrecísticas (¡incluidas sus preciadas medias!), evalúa tirarse él mismo a las aguas, pero reacciona a tiempo, decidiendo volver con su prometida, contexto en el cual llega a la conclusión de que «el amor es más fuerte que el ajedrez».
La dama, que se aprestaba a envenenarse, al tomar el frasco, comprueba que el vendedor, incurso en la «fiebre por el ajedrez», le había dado a ella, debidamente envuelta, en vez del recipiente pedido, una pieza del juego por lo que, al menos en este episodio, el ajedrez surge providencial.
En ese contexto aparece el galante Capablanca quien le dice a la angustiada protagonista que, en compañía de una mujer hermosa, él también podría llegar a odiar el ajedrez. Ella, sin saber de cuál era la profesión del caballero, se complace de haber encontrado a alguien que, así lo supuso… ¡también odiaba al ajedrez!
Los dos se hacen amigos aunque, tratándose del seductor de Capablanca, podría pensarse que, si la situación se hubiera dado en el plano de la realidad, y no meramente en el cinematográfico, tal vez no necesariamente todo hubiera quedado reducido a ese plano amical. Es sabido que el cubano, así se lo aseguraba, no dejaba en pie ninguna dama, ni dentro ni fuera del tablero.
Al cabo de la situación, la joven decanta por asistir al torneo, sitio en el que la verá, bastante sorprendido, su novio, quien corre fervoroso en busca de su prometida. Se abrazan, unidos por su amor, ahora fortalecido, inesperadamente, por el ajedrez. En esas condiciones se verá al joven que, sobre un diminuto tablero, apoyará el anillo con el que le pide matrimonio a su amada.
El ajedrez como fiebre. El ajedrez como motivo de disgusto y separación. El ajedrez como redención…”.
El vídeo de Fiebre por el Ajedrez se puede apreciar en YouTube.
En esa década del 20´ escritores famosos, en trabajos literarios de gran repercusión y valoración, incluirán en sus narrativas al ajedrez. Por ende, siguiendo los acontecimientos de la época, incluirán referencias a Capablanca.
En 1924 aparece una interesante novela policial, llamada Los crímenes de El Obispo, en donde el juego es protagonista desde el propio título ya que, obispo, es el nombre que en inglés recibe la pieza del alfil (bishop). De hecho, algunas traducciones del libro al español lo denominan, algo más explícitamente, desde la perspectiva del juego, El loco del ajedrez o El alfil asesino.
Su autor fue el estadounidense S. S. Van Dine (1888-1939), cuyo nombre real era Willard Huntington Wright. En el relato se advierte queel detective encargado de resolver el caso, Philo Vance, al ser preguntado si los ajedrecistas llenan las condiciones que requiere una mentalidad matemático-homicida, replica (y, al hacerlo, al menos en la traducción tenida a la vista se registran errores de nombres):
“En los días de Philinderx, Stauton, Kieses, el ajedrez era un arte; hoy, en los de Capablanca, es una ciencia de meditaciones abstractas. Otros jugadores como Marossi, el doctor Lasker y Vidmar, son todos bien conocidos matemáticos”.
(En los casos erróneos, las citas respectivas deberían haber sido, desde luego: Philidor, Staunton, Mieses y Maróczy)
Por su parte, la excelente escritora británica Agatha Christie (1890-1976) presenta en 1927 (el año en que Capablanca caerá frente a Alekhine), una novela llamada Los cuatro grandes, título con el que se alude a los integrantes de “la mayor organización del mal en el mundo actual”, conforme el juicio de Poirot, otro afamado investigador policial.
En un capítulo denominado “Un problema de ajedrez”, a Poirot se le menciona el curioso caso del enfrentamiento de dos renombrados ajedrecistas, habiendo uno de ellos caído muerto. El supérstite, venía de ganarle a Rubinstein (homónimo del gran jugador polaco de existencia real) el campeonato ruso, mientras que el occiso, quien sufrió un ataque cardíaco, era la joven promesa norteamericana Wilson, que muere “moviendo una de las piezas del tablero”. De Wilson se decía que iba a ser “un segundo Capablanca”, denotando que esa era la mayor aspiración a la hora de progresarse en el juego.
Ya de la década siguiente tenemos Auto de Fe, que en 1936 presenta el búlgaro Elías Canetti (1905-1994), futuro Premio Nobel de Literatura, que exhibe un alto impacto ajedrecístico, pudiendo de esta extraordinaria novela recordarse lo siguiente:
Un personaje central, de nombre Fischerle tenía como sueño ser campeón mundial de ajedrez pretendiendo ser mejor que… Capablanca
En cierto momento sueña haberse trasladado a los EE. UU. donde concreta el desafío contra el cubano, lo que se describe así:
“…busca al campeón mundial, Capablanca, le dice: ´¡Lo he estado buscando”, deposita su apuesta y juega con él hasta vencerlo. Al día siguiente, la foto de Fischerle aparece en todos los periódicos: ha hecho un negocio redondo…Los reporteros se preguntan quién es. Nadie lo conoce, No tiene pinta de americano, y judíos hay en todas partes. Pero ¿de dónde sale este judío que ha vencido triunfalmente a Capablanca? El primer día deja al público en suspenso. Los periódicos quieren informar a sus lectores, pero no saben nada. Los titulares anuncian: ´El enigma del campeón mundial´…”.
En su delirio imagina una situación concreta de enfrentamiento, la que se presenta a esta guisa:
“Al otro extremo de la mesa, Capablanca, sentado, jugaba con los guantes puestos. –Tal vez piense que no tengo guantes- dijo el enano, sacando del bolsillo un par nuevo. Capablanca empalideció, los suyos estaban raídos. Fischerle tiró a sus pies el par de guantes nuevos y exclamó: -¡Lo desafío! –Si es su deseo- dijo Capablanca, temblando de miedo…Capablanca se rindió y hasta rompió a llorar, desconsolado. – Nada es eterno- dijo Fischerle y le dio unas palmaditas en el hombro -¿cuántos años hace que es campeón mundial?…Pero Capablanca era una piltrafa humana: parecía un anciano, con la cara cubierta de arrugas y los guantes grasientos. –le daré una partida de ventaja-…”.
Capablanca fallece en 1942. Uno de sus admiradores era el reconocido dramaturgo irlandés (aunque nacido en Londres) Lord Dunsany (1878-1957). Edward John Moreton Drax Plunkett, tal era su nombre real, quien también fue un notorio ajedrecista, inventa ese año de la partida de su ídolo cubano una modalidad de ajedrez asimétrico llamada Ajedrez Dunsany u Horda ajedrecística, tal vez inspirándose en esa idea de forjar un nuevo ajedrez como había propuesto el excampeón del mundo.
Lord Dunsany, del todo específicamente, habrá de referirse a Capablanca a la hora de la mentada despedida. Al cubano llegó a enfrentar (igualando el juego) en una sesión de simultáneas dadas en Londres en 1929 (en la notoria tienda Selfridges, toda una señal de la relevancia y popularidad del encuentro). Ahora, al momento de la despedida, le dedica un sentido Epitafio a Capablanca en el que expresa, en perfecta rima fonética en el original en inglés:
“Now rests a minds as keen,
A vision bright and clear,
As any that has been.
And who is it lies here?
One that, erstwhile, no less
Than Hindenburg could plan,
But played his games of chess,
and did no harm to man”.
(“Ahora descansa una mente tan entusiasta, / Una visión brillante y clara / Como ninguna ha sido. / ¿Y quién aquí yace? / Uno que, antes, nada menos / De lo que Hindenburg podría planear, / Jugó sus juegos de ajedrez, / y sin dañar al ser humano”).
Nota: la mención corresponde a Paul von Hindenburg (1847-1934), el político alemán que llegará a ser Presidente del país quien, a pesar de cuestionar al nazismo, ungirá a Hitler como canciller. Antes de ello se lo consideró un héroe militar de la Primera Guerra Mundial.
Regresando a la Cuba de Capablanca hay que destacar que la isla tuvo siempre una gran tradición ajedrecística, que viene de muy lejos, desde el mismo momento en que los españoles la ocuparon.
En efecto, se cree que ya para 1518 el capitán Manuel de Rojas y Córdova (c. 1494-1561), Jefe Supremo de Bayamo (localidad al oriente de la isla) y Juan de Escribano, administrador de bienes del conquistador Diego Rodríguez de Silva y Velázquez (1599-1660), despuntaban la magia de los jaques y gambitos en esas tierras americanas.
El ajedrez seguirá muy vinculado a ese territorio siendo un punto central el arribo, procedente de España, del fuerte jugador Celso Golmayo Zúpide (1820-1898), quien se afinca en su territorio, promueve el juego, será considerado el primer campeón cubano oficioso (en 1862) y participa, en 1885, de la fundación del Club de Ajedrez de La Habana.
Esta entidad será la que organizará, en 1889 el match por el título que disputaron Wilhelm Steinitz (1836-1900) y Mijaíl Chigorin (1850-1908), habiendo Cuba también de ser anfitriona de la revancha ya que esos contrincantes se volverán a ver los rostros en 1892, siempre en la calurosa capital del país.
Los hijos del ajedrecista español, Celso Golmayo Torriente (1879-1924) y Manuel Golmayo Torriente (1883-1973), harán el camino inverso de su padre ya que, habiendo nacido ambos en La Habana (el primero de ellos fue campeón de la isla en 1897), irán más tarde para España (en el ínterin la isla se independiza de la potencia colonial) donde serán, respectivamente, subcampeón y campeón nacional en la tercera edición del torneo realizado en el año 1921 (Manuel había vencido ya en las dos primeras, realizadas en 1902 y 1912).
En el mencionado Club de Ajedrez de La Habana jugó, asimismo, entre tantas personalidades y aficionados, el sabio cubano Carlos Juan Finlay y Barrés (1833-1915), afamado médico que hizo contribuciones decisivas para combatir la fiebre amarilla.
Y a la isla irá en el siglo XIX el norteamericano Morphy (en sendas oportunidades en los años 60) y hacia allí se dirigieron los prestidigitadores de la denominada máquina de ajedrez o “El Turco”, dándose en viaje del inicio de una proyectada gira latinoamericana un episodio crucial ya que morirá el ajedrecista quien, engañando al público, se escondía en el interior del dispositivo, accionando las jugadas de partidas que, en la mayoría de los casos, terminaban por darle el triunfo al ingenio supuestamente mecánico.
Cuba tendrá grandes cultores del ajedrez que se destacarán asimismo en la esfera política. Su primer Presidente, y Héroe de la Independencia, Carlos Manuel de Céspedes y del Castillo (1819-1874), tradujo al español del Nouveau traité du jeu des échecs (Nuevo tratado sobre el juego del ajedrez) del francés Louis Charles Labourdonnais (1797-1840).
También fue un gran entusiasta del ajedrez José Martí (1853-1895), otra egregia figura local, de inconmensurable aporte al mundo de las letras y a la causa nacional en pos de lograr la independencia nacional.
Otro caso relevante, de esta imbricación entre política y ajedrez, se dio en la figura de Manuel Márquez Sterling y Loret de Mola (1872-1934), un ajedrecista de nota que se destacó en Cuba, en México y en España (editor de la Revista Internacional de Ajedrez publicada en Madrid en 1896) quien, por algunas pocas horas, también llegará a asumir la Presidencia de su país.
De un ámbito tan propicio para la cultura y el ajedrez no tendría que extrañar que, la muy probable máxima exaltación poética dedicada a Capablanca proviniera de un escritor de la propia isla.
En efecto, su compatriota Nicolás Guillén (1902-1989), autor de grandes trabajos, entre los que se recuerdan Motivos de son y Cerebro y Corazón (un muy sugerente título que quizás sintetice sus propias preocupaciones expresivas), le dedicará versos excepcionales al gran jugador en un poema titulado Deportes.
Guillén fue una figura muy comprometida con las causas sociales. También talló en su intención de reflejar la heredad mestiza de una Cuba caracterizada por sus raíces africanas y americanas. Podría decirse, entonces, que el autor no se identificaba con los extremos blancos y negros raciales, una antinomia que se refleja tan nítidamente en el ajedrez jugado por el gran Capablanca, quien resulta una pieza central del mencionada poema incluido en La paloma de vuelo popular, trabajo de 1958.
En los respectivos versos Guillén presenta otro contraste posible, en línea con el ya citado que existe entre cerebro y corazón, poniendo en simultánea escena, en Deportes, al boxeo y al más intelectual de los pasatiempos, al decir:
“¿Qué sé yo de boxeo,
yo, que confundo el jab con el upper cut?
(…)
¿Qué sé yo de ajedrez?
Nunca moví un alfil, un peón.
Tengo los ojos ciegos
para el álgebra, los caracteres griegos
y ese tablero filosófico
donde cada figura es
una interrogación.
Pero recuerdo a Capablanca, me lo recuerdan.
En los caminos
me asaltan voces como lanzas.
—Tú, que vienes de Cuba, ¿no has visto a Capablanca? (Yo respondo que Cuba
se hunde en los ríos como un cocodrilo verde.)
—Tú, que vienes de Cuba, ¿cómo era Capablanca?
(Yo respondo que Cuba
vuela en la tarde como una paloma triste.)
—Tú, que vienes de Cuba, ¿no vendrá Capablanca?
(Yo respondo que Cuba
suena en la noche como una guitarra sola.)
—Tú, que vienes de Cuba, ¿dónde está Capablanca?
(Yo respondo que Cuba es una lágrima.)
Pero las voces me vigilan,
me tienden trampas, me rodean
y me acuchillan y desangran;
pero las voces se levantan
como unas duras, finas bardas;
pero las voces se deslizan
como serpientes largas, húmedas;
pero las voces me persiguen
como alas…
Así pues Capablanca
no está en su trono, sino que anda,
camina, ejerce su gobierno
en las calles del mundo.
Bien está que nos lleve
de Noruega a Zanzíbar,
de Cáncer a la nieve.
Va en un caballo blanco,
caracoleando
sobre puentes y ríos,
junto a torres y alfiles,
el sombrero en la mano
(para las damas)
la sonrisa en el aire
(para los caballeros)
y su caballo blanco
sacando chispas puras
del empedrado…
Niño, jugué al béisbol.
Amé a Rubén Darío, es cierto,
con sus violentas rosas
sobre todas las cosas.
Él fue mi rey, mi sol.
Pero allá en lo más alto de mi sueño
un sitio puro y verde guardé siempre
para Méndez, el pitcher –mi otro dueño.
No me miréis con esos ojos.
¿Me permitís que ponga,
junto al metal del héroe
y la palma del mártir,
me permitís que ponga
estos nombres sin pólvora y sin sangre?”.
José Palomino Cortez recita el poema Deportes de Nicolás Guillén. Agradecemos a Christian De Luca por el material.
Guillermo Cabrera Infante (1929-2005), otro notable escritor cubano, quien se refirió al ajedrez en su clásico Tres tristes tigres publicado originalmente en 1964, a la par de mencionar al autómata de Maelzel y exponer que el ajedrez es la antítesis de los juegos de azar, no se priva de mencionar al gran Capablanca, planteando un encuentro por el título mundial con el soviético Mijaíl Botvínnik (1911-1995), con la intervención de una médium, lo que se describe en el siguiente pasaje:
“—Ése es un mal ajedrecista o, como tú dices, a pool-player. Y ya tú sabes que el ajedrez es lo contrario de los juegos de azar. Nadie le va nunca a Botvinnik porque no tiene rival. —Si jugara con él Capablanca, por medio de una médium, aceptaba todas las apuestas en mi contra.
—Apostando a favor de tus mitos. Ah bárbaro.
Pensé sonriendo en ese posible ajedrez escatológico y recordé al antepasado mío y antiguo artífice que fue más que un jugador científico porque era un intuitivo, mujeriego incorregible, jugador alegre, perdedor que era un banco de ajedrez porque reía cuando perdía, lo contrario de la invención de Maeltzel, no una máquina de jugar ni un científico: un artista, un jugador de corazón, a Cheste-player, a jazz-player, un gurú, sabio del ajedrezén, que daba lecciones de maestro inmortal del juez de caballos al más ínfimo o infame discípulo…”.
Además de esa idea, Cabrera Infante imagina una aún más sugerente, en línea con la clásica imagen de El séptimo sello, film de Ingmar Bergman (1918-2007). Es que en la novela se plantea también un encuentro con la Muerte mas, en ese caso, el personaje pide ser reemplazado por Capablanca en clara prueba de que, en hora tan crucial, ese es el rival que puede presentar más batalla:
“Así hablaba el Maestro en sus Últimas Lecciones. No lo mandaría a comprar caballos, pero supe que había alguna relación entre sus lecciones y las lecciones del maestro del zen y la arquería y si supiera que la Muerte quiere jugar una partida de ajedrez por mi vida, pediría un solo favor: que Capablanca fuera mi campeón. Este sabio budista del nombre luminoso es el ángel protector, la verdadera razón para que la única buena película de ese mediocre Vsevolod que los idiotas del cine llaman el Gran Pudovkini, su solo encuentro con el camino recto se llame El Jugador de Ajedrez, y que Capablanca sea su protagonista y su gracia como el negro caballo que salta al final de sus manos ligeras y cae sobre la capa blanca de la nieve son algo más y algo menos que un símbolo…”.
El mito de Capablanca no se circunscribió ni al tiempo de su reinado ni al entorno temporal próximo a su ciclo vital y posterior muerte, cuando aparecieron las referencias de S. S. Van Dine, Agatha Christie, lord Dunsany, Canetti y las de la película soviética Fiebre por el Ajedrez. Tampoco se limitó a su país de origen, donde surgieron los aportes de Nicolás Guillén y Guillermo Cabrera Infante. Muy por el contrario.
Es que Capablanca, forjando y fortaleciendo el mito que se nutrió en el ajedrez, empero se extendería al campo más integral de la cultura, será recordado en todo tiempo y lugar, en numerosos e influyentes trabajos literarios, en todas partes, en todo tiempo.
Comencemos por la Argentina, un lugar que para el cubano será algo agridulce ya que, si bien allí fue muy reconocido, tuvo una vida mundana muy agradable, ganó su única medalla de oro olímpica y se lo admiró muy especialmente, será en Buenos Aires donde perdió el título mundial, ese que se creía no iba a poder ser arrebatado de un genio que era reputado de invencible. Allí también siempre se procuró celebrar una revancha, esa que Alekhine se negaría a complacer.
En el país del sur, el primero que lo mencionará en su obra será el extraordinario pensador Ezequiel Martínez Estrada (1895-1964), gran apasionado por el ajedrez, tema al que le dedicó muchas de sus profundas reflexiones.
En un ensayo de 1940 titulado La cabeza de Goliat, en el que se describe el clima de la gran urbe capital del país, se recrea el ambiente del ajedrez y, en ese marco, el autor traza unas líneas de análisis sobre varios de los ajedrecistas locales más notorios de la época y, al hacerlo, cita al genio cubano. Al referirse a Valentín Fernández Coria (1886-1954), explica:
“Valentín Fernández Coria era de los hombres grandes a quiénes mirábamos con respeto. Hace veinte años que viene rejuveneciéndose sin duda que por algún método con clave. Fernández Coria era para mí una especie de mito, allá por el año 1912. Cuando vino Capablanca al país por primera vez, después de su triunfo en San Sebastián, en los diarios se publicaron algunas partidas de las que jugaron. Pero el secreto de mi especial respeto hacia él se debía a la circunstancia de haber descubierto, precisamente ésa con Capablanca”.
Sobre Carlos Hugo Maderna (1910-1976), agrega:
“Hugo Maderna llegó al ajedrez mucho más tarde, allá por la época del match Capablanca-Alekhine, cuando era campeón de La Plata y estudiante del Colegio Nacional”.
Martínez Estrada, autor de un notable libro, publicado póstumamente, que lleva de nombre Filosofía del ajedrez, en el que en cierto momento se formula un sentido pedido para que los grandes ajedrecistas (entre ellos desde luego ubica en primerísimo plano a Capablanca) sean puestos en consideración en la misma línea que los hermanos superiores de la Humanidad, lo que se trasluce en este pasaje:
“Pedimos a los hombres que se dedican a cultivar con amor y sin descanso las más puras flores intelectivas, que incorporen a sus registros de grandes hermanos superiores los nombres de Morphy, Steinitz, Lasker, Tschigorin, Capablanca, junto a los de Homero, Aristóteles, Fidias, Bacon, Leibniz, como de sabios y artistas que han ido por otros caminos ocultos, humildes y desinteresados, hacia las mismas metas inaccesibles de la Belleza y de la Verdad”.
Witold Gombrowicz (1904-1969), habiendo permanecido en la Argentina por más de veinte años desde que se desató la Segunda Mundial (momento que lo halló en Buenos Aires, como le sucedería a tantos ajedrecistas que participaban del Torneo de las Naciones de Ajedrez que se disputaba allí), desarrolló importantes aportes intelectuales en su lugar de destino. En uno de ellos el notable escritor polaco (alguna vez aspirante al Premio Nobel), parece discrepar en el punto aludido con Martínez Estrada ya que, al establecer una comparación entre el ajedrez y la poesía, argumenta (y en el tramo en cuestión menciona a Capablanca):
“Los ajedrecistas, por ejemplo, consideran el ajedrez como la cumbre de la creación humana, tienen sus jerarquías, hablan de Capablanca como los poetas hablan de Valéry y, mutuamente, se rinden todos los honores. Pero el ajedrez es un juego mientras que la poesía es algo más serio y lo que resulta simpático en los ajedrecistas, en los poetas es signo de una mezquindad imperdonable”.
El prestigioso escritor argentino Ernesto Sabato (1911-2011) fue un gran difusor de Gombrowicz en el país. De hecho, prologó en 1964 la obra maestra del europeo, Ferdydurke, la que fue llevada del idioma polaco al español y editada en la Argentina, rescatándola del polvo y de la posibilidad de olvido, lo que sucedió tras un proceso de traducción realizado en….¡una sala de ajedrez local!
Sobre héroes y tumbas, que apareció en 1961, seguramente es el mayor libro de Sabato. El protagonista de esa influyente novela, al pensar en su viejo amigo Fernando, recuerda buenos momentos de juventud compartida y, entre ellos, ocupa un lugar importante la figura de Capablanca (también se menciona a Alekhine), lo que acontece en este fragmento:
“No volví a ver a Fernando hasta 1930. Siempre es fácil profetizar el pasado, decía él, mordazmente. Ahora, después de casi treinta años, pequeños acontecimientos de aquel tiempo, al parecer casuales y sin trascendencia, revelan su sentido; como para el que acaba de leer una larga novela (…) Pienso en aquel tiempo tan remoto y las palabras que acuden a mi mente son palabras como ajedrez, Capablanca y Alekhine, Al Jolson, Cantando bajo la lluvia, Sacco y Vanzetti, Sandino y Nicaragua. ¡Extraña y melancólica mezcla! Pero, ¿qué conjunto de palabras unidas al recuerdo de nuestra juventud no es extraña y melancólica?”
Argentina, como sucedió en todo el mundo que fue visitado por Capablanca, se rindió a sus encantos. Parece que eso especial y muy personalmente le ocurrió a Gloria Guzmán (1902-1979), una muy famosa actriz y vedette local, quien solía esperarlo en las puertas del Club Argentino de Ajedrez, y por momentos reclamarle que apurase el trámite de las partidas, en el contexto del match que disputó por la corona mundial. Esa hermosa y muy sensual mujer, nacida en España, llegó a decir que el cubano le había robado el corazón como antes había sucedido, aunque en ese caso creemos que tan solo en un plano platónico, con el galán del cine mudo Rodolfo Valentino (1895-1926). Evidentemente, en esa mirada femenina, ambos compartían rasgos de belleza que le fueron irresistibles a la artista.
La primera vez que había arribado Capablanca a la Argentina fue en el mes de mayo de 1911 pudiéndose apreciar, en la revista PBT, un medio gráfico muy popular de la época de tinte político (contaba además con notas sobre sociedad y cultura), una caricatura en la que se observa que se le ofrece al ajedrecista la clásica infusión argentina del mate, aclarándose en el epígrafe:
“Esta es la primera ciudad en la que Capablanca recibe mate en la primera jugada”.
El Club Argentino Ajedrez lo había contratado en esa oportunidad por dos meses, habiendo de jugar con los principales referentes locales, brindar sesiones de simultáneas, introducir el sistema de juego rápido (el blitz), dictar conferencias y de visitar varias localidades del país y también a la muy próxima ciudad de Montevideo, en el Uruguay.
Se reitera la experiencia en 1914, durante cuatro meses, prolongándose la estadía originalmente prevista, dada la gran repercusión pública, con múltiples actividades, como había acontecido en la visita anterior.
Será el propio Club Argentino de Ajedrez el que habrá de organizar, en 1927, el match por la corona mundial. También será la que en el futuro propondrá, una y otra vez, aunque infructuosamente, ser la protagonista de una revancha, la que siempre será negada por el nuevo campeón surgido en Buenos Aires.
Volverán a verse las caras ambos, no obstante, en la ciudad, en el contexto del Torneo de las Naciones de 1939. Pero no se llegarán a sentar frente al tablero ya que Capablanca, el día en que ello pudo haber tenido lugar, desistió de jugar, seguramente para no entrar en riesgos y asegurarse la medalla de oro individual para el primer tablero, la que en efecto conseguiría, en su primera y única presencia olímpica.
Con ese enamoramiento de la Argentina hacia Capablanca, y hay señales claras de que el sentimiento debió haber sido recíproco, no habría de sorprender que, en el turf, una actividad muy popular del país, la que en principio representa un mundo ajeno respecto del ajedrez (salvo porque en ambos se hacen muy presentes los caballos), un muy competitivo corcel de la época llevara su nombre.
En efecto, en coincidencia con el Torneo de las Naciones de Ajedrez que se estaba disputando en París en 1924, en el Hipódromo de Palermo de la capital argentina, se lo verá triunfar a Capablanca(relegando a Plutarco), ya no al ajedrecista, el que cruzó el disco con un tiempo de 1´ 37¨ 1/5, lo que sucedió en la principal competencia de una jornada en la que se otorgó el Premio Saavedra. Antes y después, ese caballo habrá de ser famoso por sus actuaciones en las pistas argentinas.
Mucho tiempo después, en prueba de su importancia, se lo recordará por ejemplo en el Hipódromo de San Isidro cuando, en la distancia de 1200 metros, exactamente en el año 1992, se correrá una carrera en la que se disputó el Premio Capablanca (1924). Ese nombre será invocado, una y otra vez, en diversas competencias que se disputaron a lo largo del tiempo tanto en Palermo como en San Isidro.
Es más a ese caballo muy popular y exitoso, que desde luego fue bautizado en homenaje al ajedrecista, se le dedicó un tango para piano llamado, precisamente, Capablanca, que es de autoría de Adolfo Pérez (Pocholo) (1897-1977).
Hay otro tango, también para piano, que se lo denominó Capablanca solo..!!, que es del reconocido compositor Enrique Pedro Delfino (1895-1967), que fue dedicado ya no al equino sino al propio excampeón mundial. Este tema incluso obtuvo una mención en el concurso organizado en el cine-teatro Grand Splendid de la ciudad de Buenos Aires en 1924.
Al respecto el historiador argentino Félix Luna (1925-2009), al recrear episodios de 1925, comparte la existencia de este diálogo:
“- Este Alekhine es una fiera. Volvió a ganar.
-¿Dónde?
- En Baden-Baden, en el torneo internacional.
- Ah, sí, lo vi en el diario. Pero no estuvo Capablanca. A lo mejor, si iba…
- No, si iba el ruso le ganaba igual. Pero el maestro puede darse por satisfecho porque Enrique Delfino compuso un tango para él, ´Capablanca solo´…”.
El mítico jugador cubano y el afamado corcel argentino, ambos Capablanca en definitiva, quedaron inmortalizados en una fotografía que se les tomara en la que aparecen en forma conjunta.
Antonio Álvarez Gil (nacido en 1947), otro escritor cubano (en su caso residente en Suecia), concibió una novela que tiene como principal marco de referencia el enfrentamiento de Capablanca contra Alekhine por el título mundial.
Los encantos que le propuso la ciudad anfitriona del encuentro al campeón, particularmente los derivados del mundo femenino, ya lo sabemos, pudieron haber surtido efectos indeseados (al menos en el resultado final ajedrecístico). Siendo así está muy bien que la propuesta literaria de este autor lleve por título Perdido en Buenos Aires. En ella se menciona un interesante vínculo de Capablanca con el turf, en el que también entra en escena otro mito, Carlos Gardel (1890-1935).
En efecto, el cantante de tangos era el dueño de Lunático, otro caballo que compitió entre los años 1925 y 1929 aunque, en ese día de 1927 en que interactúa con el cubano, terminará en la respectiva competencia sólo en el quinto lugar.
Capablanca estaba esa jornada acompañado en el Hipódromo por una cantante, a quien había conocido en el renombrado (y aún vigente) Café de los Angelitos, al que lo condujo su compatriota (aunque nacido en Nueva York), quien devino en argentino, Rolando Illa (1880-1937), un compatriota y colega ajedrecista que había sido cofundador del Club Argentino de Ajedrez y campeón de la entidad en 1910 y de 1912 a 1929.
El campeón del mundo, que estaba en pleno proceso de seducción de la dama que lo acompañaba, es protagonista de un diálogo que se imagina así:
“En cierto momento Nina Mederos se acercó a Capablanca y le espetó al oído:
- ¿De verdad le gusta tanto el turf?
- Sí, mucho. Me apasiona casi todo lo que sea competir. Competir y ganar, desde luego”.
Editum, Murcia, 2010.
En otros países latinoamericanos, además de Cuba y Argentina, Capablanca será invocado por renombrados escritores. El uruguayo Mario Benedetti (1920-2009), en Primavera con una esquina rota, que es de 1982, incluye un título denominado Intramuros (El complementario), donde se señala:
”A veces tenemos con nosotros naipes o ajedrez, pero no siempre. Ah pero tenemos el derecho de jugar al futuro, y por supuesto en ese juego de azar siempre nos guardamos un naipe en la manga, o reservamos un jaque mate originalísimo y secreto que no vamos a malgastar en el juego cotidiano sino en la gran ocasión, por ejemplo cuando enfrentemos a Capablanca o a Alekhine, no digamos a Karpov porque éste después de todo existe y además su nombre podría ser tachado. También hablamos de música y músicos, siempre y cuando a mi compañero de turno o a mí no nos lleven con la música a otra parte…”.
El colombiano Gabriel García Márquez (1927-2014), en El Amor en los Tiempos del Cólera, novela de 1985 del Premio Nobel de Literatura, presenta a uno de sus principales personajes como apasionado ajedrecista, que solía jugar con otra persona, quien había llegado a ganarle una partida al mismísimo Capablanca. El párrafo en cuestión es el siguiente:
“Sin embargo, Fermina Daza (…). Sabía apenas que Jeremiah. de Saint-Amour era un inválido de muletas a quien nunca había visto, que había escapado a un pelotón de fusilamiento en alguna de las tantas insurrecciones de alguna de las tantas islas de las Antillas, que se había hecho fotógrafo de niños por necesidad y llegó a ser el más solicitado de la provincia, y que le había ganado una partida de ajedrez a alguien que ella recordaba como Torremolinos pero que en realidad se llamaba Capablanca“.
Autores de distintas partes del mundo, también mencionarán a Capablanca en algunas de sus obras.
De las que hemos podido identificar, resalta especialmente el caso de Paolo Maurensig (nacido en 1943), quien recientemente le dedicó una novela a Alekhine (Teoría de las sombras), en rigor, a la muerte misteriosa de ese otro campeón.
El gran escritor italiano de mentas es un apasionado ajedrecista, habiendo sabido vincular en su literatura al juego con notable éxito. En la que tal vez sea su obra más afamada, La variante di Lüneburg, se habla de una muerte ocurrida en el presente que tiene como telón de fondo ciertos antagonismos del pasado. En ese contexto, se identifican sendas edades de oro en la práctica del juego: una protagonizada por Fischer, la otra por Capablanca.
El lituano Icchokas Meras (1934-2014), en su novela consagratoria Tablas por segundos, que es de 2004 y que está ambientada en la ominosa época nazi, muestra a un oficial alemán jugando al ajedrez con un prisionero judío y, en ese contexto, en tono de broma lo urge hacer su movida, espetándole:
“- ¿Y bien, señor Capablanca?”.
Es evidente que, a la hora de mencionarse a un notorio jugador de la época de la guerra (la escena se ubica claramente en los inicios de los años 40), el personaje (y el autor) tienen más presente al cubano que, por caso, al propio Alekhine quien, en ese entonces, era el campeón mundial.
En otro momento Meras incluye otro párrafo dando cuenta que el paradigma máximo del jugador de ajedrez estaba necesariamente representado en la figura de Capablanca, al decirse:
“- ¿Cómo has hecho para engendrar semejante hijo, Abraham? Podría llegar a ser un gran jugador, incluso podría medirse con Capablanca…”.
Del género de la fantaciencia tenemos Las casillas de la ciudad, novela de 1965 del británico John Brunner (1934-1995), en la cual las situaciones transcurren en la ciudad de Vados en la que el ajedrez tiene especial relevancia. Por ende, se pretende que surja algún nuevo Capablanca, en paradigma de la mejor expresión de la actividad, lo que se refleja al expresarse:
“…El sueño de nuestro presidente es descubrir algún día en Ciudad de Vados a un jugador como el cubano Capablanca. Por eso jugamos desde la infancia”.
Volviendo al mundo de la canción, y para ir finalizando esta recorrida (seguramente incompleta), veamos el caso de Juga di Prima, una artista chilena muy renombrada quien, en su pasión por el ajedrez, ofrendó una muestra de su talento musical al excampeón del mundo cubano.
El hermoso vídeo en el que se presenta ¡Oh, Capablanca!, nombre del tema en cuestión, permite el disfrute de los maravillosos acordes de una canción que, quizás, en el futuro, así lo deseamos, será parte de una comedia musical que pudiera tener al cubano de protagonista de la historia, y a Juga como intérprete y compositora de la obra.
Esta obra fue concebida tras una experiencia personal de la cantautora quien, en una partida disputada en diciembre de 2018 en Roma, la que creía tener ganada, comprueba fatalmente que las cosas no eran como se las había imaginado y, al darse cuenta de lo errada que estaba en el diagnóstico, termina por replantearse sus conocimientos y conmoverse. En ese marco se inspira en Capablanca, a quien apela casi como si de una deidad se tratase.
La letra, en su versión original en inglés, dice así:
“He played Caro Cann / His rating was higher / But from move 17 / The kingside was mine / Took my chances fast / My rook was a knife / and my almighty Queen / A beast on h6 / My bishop was gold / His bishop was small / With no time pressure i’d / Crush him once and for all / I gave up my good knight / But that don’t mean the thing / He has more experience / But i won’t lose again / Oh my dear Capablanca / Wishful eyes deceive me / Overoptimistic / Got nowhere to go / Got nowhere to go / Shook his hand / signed the scores / Politely as I could / I can’t analyse / Can’t look in his eyes / A lonely hotel room / I cried my despair / Did i allow any counterplay? / His pieces were dead / I gave up good knight / But that don’t mean a thing / He has more experience / But i won’t lose again / Oh my dear Capablanca / Where did my attack go? / I was clearly winning / 2 minutes ago, / 2 minutes ago, / 2 minutes ago / Now, according to Stockfish / I got it all wrong / After slightly advantage / I had nothing / But my dear Capablanca / You tell my / We learn more from hour defeats / Who needs victories, right?”
En ese doloroso tránsito emocional que va desde la fantasía a la más cruda realidad, desembocando en una derrota sobre el tablero, la artista-ajedrecista mantiene un imaginario diálogo consigo misma y con el campeón mundial al cual, en su tiempo, se llegó a considerar prácticamente imbatible, pese a lo cual alguna vez dijo:
“De pocas partidas he aprendido tanto como de la mayoría de mis derrotas”.
Si toda la canción es preciosa, tanto como lo es quien la imaginó e interpreta, su final es simplemente magistral. Tras aludirse a la referida frase-legado de Capablanca, Juga di Prima se pregunta, con la profundidad del poeta, y dando por consiguiente un paso más:
“¿Quién necesita victorias, no es cierto?”.
Es así, nadie precisa victorias. Sólo se trata de jugar, sólo se trata de aprender, sólo se trata de transcurrir, en fin, sólo se trata de vivir. Y, cuando se pueda, sólo se trata de disfrutar del arte. Y del ajedrez.
Tras esta recorrida nos quedamos con el Capablanca mito. Mencionado en importantes trabajos literarios, los de su tiempo y posteriores. Cantado e invocado por autores cubanos, argentinos, latinoamericanos y de todo el mundo. Fotografiado en su gallarda presencia a la hora de filmarse una emblemática obra rusa de la era del cine mudo. Aludido en tangos, uno dedicado a su figura y otro a un famoso caballo de carrera que recibió el nombre en su homenaje.
Tras esta recorrida nos quedamos con el Capablanca que, en tanto mito, es eterno. Ajedrecista ejemplar que, desde el mundo de los 64 escaques, se prodigó icónicamente hacia la cultura mundial, que lo tomó como estandarte y símbolo de una actividad, de un tiempo, de un talento, de un estilo y, tal vez, de un deseado destino.
“Capablanca es ajedrez”. “Ajedrez es Capablanca”. Ayer, hoy y siempre.
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