Una mirada sobre El que mueve las piezas de Ariel Magnus
Por Sergio Ernesto Negri y Juan Sebastián Morgado
Ariel Magnus, ya en la ficción, en un escenario histórico que es coincidente con la declaración de la Segunda Guerra Mundial, va construyendo un complejo tejido, con mucho humor y con aires de espionaje, vinculando acontecimientos agonales que se plantean a ambos lados del Atlántico. Alemania y Polonia están presentes en los inicios de un nuevo período de conflagración armada, y son a su vez protagonistas de la prueba olímpica. Siendo así, el autor no desaprovecha la ocasión para plantear que la justa deportiva, pese a su lejanía del verdadero foco del conflicto, podía ser un reflejo de lo que sucedía en un continente que perderá el rumbo. Y ya sabemos que este juego fue concebido como Ludimus effigiem belli…
Este es el escenario en el que se presenta la espléndida El que mueve las piezas, título de indudables ecos borgianos, por aquellos versos de los sonetos Ajedrez: “Dios mueve al jugador, y éste, la pieza./¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza/ de polvo y tiempo y sueño y agonía?”. La trama empieza, así se iba a llamar originalmente esta obra, es una prueba cabal de la influencia del gran poeta argentino y universal. No será una divinidad la que se esconda detrás del escenario, sino el propio abuelo del autor, una figura influyente, que inspirará a su nieto y lo interpelará a partir de un Diario que le servirá al demiurgo de fuente del relato.
Como todo transcurre en un territorio específico y en el contexto de una competición, con personajes que en muchos casos son ajedrecistas, podríamos llegar a creer que estamos en presencia de un texto en el que la realidad es la que impera. Muy por el contrario, será la fantasía la que gane espacio, creciente e inexorablemente. A punto tal de que a Mirko Czentovic, personaje central de la Novela de Ajedrez de Stefan Zweig, se lo presenta apareciendo en Buenos Aires. Al bucear en su ancestro, el autor nos termina brindando una creación de tono histórico, donde la idea de la reversibilidad entre ficción y realidad se hace evidente a cada paso.
Magnus, con mucha maestría y algo de picardía, presenta un trabajo que, sin perder profundidad, podría ser visto casi a la manera de un juego. En eso se ve que el ajedrez influyó, ya no sólo como contenido, sino aún más como propuesta lúdica esencial. Nos parece por momentos que el autor busca con los lectores una permanente complicidad. ¡Y vaya que lo consigue! En ese sentido, resulta muy apropiado el uso del más cabal e influyente de los pasatiempos para recrear hechos veraces que, procesados en su ficción, se tornan verosímiles.
A la subcampeona mundial Sonja Graf le reserva un crucial papel. En el grupo femenino del que es parte, se imagina que pudo haber destronado aquí por primera vez a la eterna campeona, la ‘maestro’ inglesa Vera Menchik. Se describe, con cierto grado de detalle, la partida decisiva, más desde la psicología que desde la técnica, en un relato atrapante.
Certificado de la llegada a América de Sussanna Graf
Allende los tableros, a la ajedrecista errante (terminará en los EE. UU. tras una larga estadía en la Argentina), se la presenta siendo cortejada por varios caballeros: del todo improbablemente, por el intelectual argentino Ezequiel Martínez Estrada (el pensador, tras sostener que el mecanismo del ajedrez es más un símbolo sexual que bélico, se refiere a otro juego, el del amor, diciendo que termina en mate “ya sea que sucumba la mujer y se entregue, ya sea que el hombre quede derrotado”); por el abuelo de Magnus y, también, por Yanofsky un periodista del diario Crítica que cubre, algo a su pesar (prefería el box) el certamen antes mencionado. Este resulta homónimo del representante canadiense. Al hablar sobre el asunto, terminan por concluir que eran hermanos. El perfil que se traza sobre Graf es sumamente profundo. Ariel Magnus, incluso reproduce fragmentos de su autobiografía (libro que será editado en Buenos Aires) que la pintan de cuerpo entero.
"Así juega una mujer", por Sonja Graf
Le suma la descripción de sucesos de su invención, como cuando la presenta en las galerías Harrods, en la sala de peluquería (“corte y afeitada 75 centavos”) ubicada en el subsuelo (¡es que Graf, por su aspecto y sus atuendos varoniles, era la Marlene Dietrich de los trebejos!), lugar en el que conoce a Heinz, el abuelo de Magnus. Se genera allí un divertido diálogo. A guisa de desafío intelectual, puestos en situación de caracterizarse como personajes de un hipotético circo, mientras que el hombre admite que desearía en todo caso ser un enano, ella, casi obviamente, elegirá ser la mujer barbuda. El gesto de Graf acicalándose esa barba hipotética es tan sugerente como gracioso.
La sensible jugadora, esa de infancia y adolescencia tan traumática, en planos más profundos se muestra muy preocupada por cómo no se advierte la peligrosa prédica de Hitler, quien: “hacía tiempo (…) movía sus piezas, pero recién ahora el mundo empezaba a considerar la necesidad urgente de sentarse ante el tablero y al fin enfrentarlo”. Graf creía que el torneo de Buenos Aires no podía terminar bien ya que: “Era imposible jugarlo al margen de lo que ocurría en Europa, aunque hubieran trasladado la escenografía a varios miles de kilómetros de distancia precisamente para infundir esa sensación en sus participantes”. El tiempo, sabemos, le daría la razón.
Un hecho muy delirante sucede cuando Graf, inmersa en sus reflexiones, es interrumpida por un joven que se demuestra bueno en el arte de Caissa. No es otro que el mentado Czentovic, quien deseaba participar de esta prueba. Podía creerse que ello estaba impedido por un hecho concreto: era croata y Yugoslavia no fue de la partida en 1939. Sin embargo, hay una razón algo más poderosa: ese ajedrecista no tenía existencia real. Sin embargo se plantea que el malogrado jugador estonio Ilmar Raud intenta cederle su lugar para que lo reemplace en la continuidad de una partida suspendida en la que tenía a un cubano de rival. En el universo Ariel Magnus todo es posible.
Volviendo a Yanofsky, en el diario de Natalio Botana en el que trabajaba, se lo aprecia amigo de un colega, con el que se la pasaba discutiendo en la redacción, uno que se llamaba Renzi, es decir… ¡antepasado del personaje de Respiración Artificial de Ricardo Piglia! Una vez más vemos que la ficción se introduce en otra (¿ficción al cuadrado?; ¿un cuadrado de 64 escaques?). Los colegas mantienen un diálogo antológico y desopilante en torno a un problema al que no le hallaban respuesta: ¿el Torneo de las Naciones se podía o no incluir en la sección Deportes teniendo en cuenta las características del ajedrez? En la discusión se llega a decir que también aquí hay riesgos físicos ya que se podía: “quedar con el cráneo partido en 64 pedazos”.
Si ya en La cabeza de Goliat, Martínez Estrada retrató como nadie el clima intelectual de época y los perfiles de los mejores ajedrecistas nativos en el ámbito del magno acontecimiento (más luego, de su pluma disfrutaremos sus reflexiones gracias a la extraordinaria Filosofía del Ajedrez), el novelista nos transporta también perfectamente a la sede del Teatro Politeama donde se disputó, con la debida contextualización de época. Nos describe, de la mano del Yanofsky de Crítica, el entusiasmo reinante, como cuando asegura que la recorrida de los aficionados por las distintas mesas podía ser vista como si de las estaciones del Vía Crucis se tratase. Magnus se transporta, y nos transporta, a esos tiempos.
La tapa del libro "Filosofía del ajedrez"
El trabajo intertextual evidenciado por las citas de autores que tuvieron en su radar al ajedrez es espléndido. Además de referenciar a Borges, Zweig, Piglia y Martínez Estrada, menciona, entre tantos otros, a Leibniz, Poe, Franklin, Unamuno (y su Sandalio), Nabokov, Beckett, Macedonio Fernández, Cortázar y Arlt (un personaje de El Juguete rabioso también se corporiza en la trama).
Sólo nos sorprende en este terreno una omisión: la de Auto de Fe de Elías Canetti, novela extraordinaria en la que se recrea el contexto de degradación previo a la guerra mundial, por lo que era más que atinente al caso. En ella, para mejor, se presenta a un enano que tenía como máximo objetivo de la vida la de ser campeón mundial de nuestro juego (con algo de clarividencia se llamaba Fischerle). Habríamos apreciado, y mucho, que la pluma de Magnus hubiera colocado en Buenos Aires a Fischerle y Czentovic jugando una partida en el Politeama…
Una curiosidad estilística está dada por el uso de innumerables citas y llamadas al pie de página, que resultan más propias de un libro histórico o de un ensayo. Todas están en itálica, y relatan episodios históricos con precisión. ¿Cuál fue la idea del autor? Nuestra hipótesis es que se desea “reforzar” en el lector el convencimiento de que sus afirmaciones son verídicas y, mediante el recurso de describir “la realidad”, sorprende luego filtrando la ficción. En este sentido surgen las menciones a dos libros de Morgado: Luces y Sombras I y Los Años locos del Ajedrez Argentino, cuando por ejemplotoma para sí el sorprendente reto a duelo del presidente de la FADA Carlos Querencio a Alexander Alekhine.
Al “estirar” hechos reales aparece otro gran hallazgo, permitiendo vincular situaciones, continentes, experiencias de vida. Los nazis invaden Varsovia, allá. Un triunfo acá, en Buenos Aires, ya sería demasiado, por eso se lo pretende evitar. Había que soslayar que, en el campo de los escaques, aquí, en la lejana Buenos Aires, sucediese lo mismo. Lamentablemente, y bien ya lo sabemos, así como Alemania invade “exitosamente” Polonia, también ganará deportivamente en Buenos Aires.
Esto último se quiso evitar, y la novela plantea una inquietante hipótesis: que en el Café Rex, el mismo en donde al calor de los trebejos se habrá de traducir el Ferdydurke del polaco Witold Gombrowicz, un grupo de personas, preocupadas por el avance nazi, entre ellos el abuelo de Magnus, planifican un acto para llamar la atención a la comunidad internacional… ¡colocar una bomba en el Teatro (al menos una de estruendo) o que se secuestrara al equipo alemán!
Este pasaje queda, nuevamente, vinculado a un episodio real. Conforme Noticias Gráficas, se verificó la aparición en una localidad bonaerense de dos maletas con planos de la capital e instrucciones para construir ametralladoras y bombas y documentos vinculados a una posible guerra química, en la que habrían estado involucrados personeros del nazismo. Echando a volar la imaginación Magnus cree, entonces, que esos partidarios de Hitler podían estar involucrados en un eventual atentado en el Politeama, el mismo objetivo que se habían planteado en el Rex.
La página 268 del libro
Al estar redactado el texto en primera persona, le permite al autor viajar en el tiempo hasta la actualidad y así mostrarse entre las bambalinas de su propio proceso de redacción. En cierto momento expresa: “Debo admitir, no obstante, que algo de todo esto intuí, por la inversa (¡el espejo! ¡Alicia!) cuando visité la librería de Morgado, el autor que tanto estuve citando para los datos históricos. Le conté de mi novela y me dijo que él también tenía un libro inédito sobre aquel torneo de ajedrez. Comentando las anécdotas que han trascendido, llegamos a la de los hermanos Yanofsky, y para mi estupor me mostró, en exclusiva, la nota del diario donde se los ve juntos en una foto (¡por eso no nos gustan las imágenes!). El argentino, de nombre Israel, no era periodista sino farmacéutico. Y el abrazo entre ambos hermanos reencontrados fue real (como cita La Razón del 17 de agosto de 1939, una fecha previa al torneo, tan temprana que de hecho no se me ocurrió mirar en mis propias pesquisas). No le dije nada a Morgado sobre mi Yanofsky, porque bien pensado esto explicaba su reacción, o falta de, al momento del encuentro”.
Ariel Magnus había previamente concebido que el Yanofsky argentino del relato fuera periodista. Grande fue su sorpresa al leer el recorte del diario de la época que se le mostró en la librería donde se evidenciaba que era farmacéutico. ¡Esa precisión podía complicar sus planes! ¿Tendría que rehacer todo su personaje? De ninguna manera. Bastaría con que se apelara al recurso de relatar el respectivo back-stage para restablecer una suerte de debida veracidad.
El recorte del diario de la época
El ingenio está siempre presente: acerca de los Diarios, los familiares de Heinz: “los habían guardado como se guarda una tradición religiosa entre ateos”. Un largo galanteo se matiza con humor: “Yanofsky se cruzó con Graf y le dijo: ‘¡La jugadora libre!’. La frase tenía un claro doble sentido, no dejó de notar Graf, y esa falta de delicadeza le gustó”. Se vincula a Ficciones y Fricciones, sendos libros de Borges y Tomás Abraham, respectivamente cuando, alreflejarse lo que genera elparticular aroma de los cuadernos antiguos, se dice: “Por eso es que quizá me fricciono (¡me ficciono!) una y otra vez contra sus páginas, como un gato que busca imprimirles su propio olor”. Lo mejor en este terreno se da cuando Graf, al comentar un trabajo de Beckett, dice: “¿no sería maravilloso que Alemania y Polonia pactaran jugar esta partida?”, en una alusión a la que Murphy disputa con Endon en la novela que lleva el nombre de aquel, la que es reinterpretada en clave de paz.
El diálogo entre los austríacos representantes de Alemania, Albert Becker y Erich Eliskases, con el palestino Viktor Winz, acerca de la situación política de los países (soberanía, anschluss, protectorados) no tiene desperdicio. Un judío y dos austríacos anexados discuten retóricamente sobre la situación en que el certamen ha quedado luego de la declaración de la guerra. En referencia a la situación de los ajedrecistas que pertenecían a países beligerantes, cuenta que: “…los palpitadores que han encontrado al torneo un motivo inédito de atracción, lamentaban anoche que no estuvieran presentes los equipos de Italia, Japón y Estados Unidos, para que así el espectáculo fuera completo”. Relata luego la anécdota (que está en el libro Torneo de las Naciones en Buenos Aires de Guillermo Puiggrós e Ignacio De María) que tiene como eje al francés Aristide Grömer y a Eliskases quienes, al día siguiente de la declaración de la guerra, se cruzan y no se saludan.
El Torneo de Las Naciones de 1939
El humor campea, con pinceladas de diversas clases: lingüísticas; por vía del absurdo. Puede leerse “Torneo de las Nociones” (y no de Naciones); “ches-players” serían los “che” argentinos que juegan ajedrez; el famoso cabaret “Chantecler” es una “variedad aberrante del chante claire”. Se la puede ver a Graf caminar por la avenida Corrientes en una noche “más luminosa que cualquiera calle de la Ciudad Luz, rodeó el Obelisco de la Derrota, como lo había bautizado en alusión al Arco de Triunfo parisino”.
Como corresponde, se ríe también de sí mismo, cuando presenta a su abuelo rumbo al Rex, exponiendo: “En este café con tanta historia (futura) ingresó mi abuelo y hete aquí que en su interior se encontró no con Witold Gombrowicz (las apariciones estelares de Borges en la peluquería del Harrods y de Macedonio Fernández en el Politeama agotaron casi todo el presupuesto que teníamos asignado para lo que podríamos llamar calameos, es decir cameos literarios o propios del cálamo); … sino con el hombre que estaba buscando, tomado aquí a préstamo de la obra de Roberto Arlt”. A propósito, se refiere a un falso “Arlt-Decó” y no Art-Decó. Es que, detrás de la fachada del Politeama están los viejos ladrillos, por lo que se oculta la pobreza que tan bien describe en sus obras el autor argentino (¡pionero en incluir al ajedrez en la narrativa, como en Los siete locos y en Los lanzallamas!).
Fachada del teatro Politeama (Argentino), posterior al ensanche de la calle Corrientes en 1936
Puede advertirse claramente que en el edificio vecino de la esquina todavía se mantienen los viejos ladrillos.
La cronología se ve alterada hacia el final. En 1950 Heinz va a EEUU llevando un certificado de fe que es posterior (de 1956). En 1966 muere, pero podría creerse que sigue vivo: es que en 1975 acompaña a su hijo, el padre de Ariel, cuando este nace. “A este heredero, (Heinz) le contaría a Ariel cómo fue que le pidió a Schell el certificado”. En este galimatías, el abuelo muere a los 72 años (es decir en 1991 o 1992) lo que indicaría que el nieto, que nació en 1975, debiera haberlo conocido, lo que antes se desmiente. Se termina diciendo: “Ariel no se dedicó a escribir novelas”. Pero, ¡vaya que tampoco eso será cierto! Para alegría de los lectores.
Esa cambio en la línea temporal representa una incógnita sobre los motivos de su inclusión. Hay otras. Una, las razones por las que el abuelo pide se le extienda un certificado de “catolicismo”: ¿lo hizo para intentar acercarse a Sonja, una alemana contraria a Hitler mas no judía? La mayor es la que se consuma al cierre, que aparece suscripto por Czentovic en diciembre de 2015 en Buenos Aires. ¿Un Magnus nieto que en rigor es un personaje de ficción de Zweig que se trasportó en el tiempo? Todo es reversible, todo es posible.
Desde el campo de la Diosa Caissa mucho hay que agradecerle al autor. Por permitirnos volver a hacernos reparar en una prueba deportiva emblemática para el país anfitrión, en primera medida. Y también por la casi permanente presencia del juego arte-ciencia en la novela. Los aconteceres transcurren con un torneo de telón de fondo, son ajedrecistas buena parte de los personajes, las citas literarias afines son permanentes, se describen partidas, se profundiza en el perfil psicológico de los jugadores. Hasta el estilo literario tiene mucho de lúdico…Podría decirse que el ajedrez no es parte del argumento: es el argumento. Es forma y esencia. Y lo trasciende.
Al cabo de todo estamos en presencia de una ficción amena, rica en contenidos, ampliamente documentada, bien estructurada y escrita, disfrutable. Desde un plano emocional, se aprecia la gran ternura con la que Magnus nieto se refiere en todo momento a su antepasado. Muy apropiadamente el libro tiene por dedicatoria: “A mi abuelo/Con mi abuelo”, evidenciando una línea de afecto y de comunión espiritual hacia quien sólo conoció por comentarios de otros miembros de su familia.
Queda claro que, en definitiva, alguien condujo al autor por esos caminos de búsqueda personal, que lo harán bucear en otros planos: el ajedrecístico; el histórico; el cultural. No es una divinidad a lo Borges (tal vez, sí; siempre hay otro Dios detrás de Dios), sino el propio antepasado del autor. Heinz Magnus es ese Alguien que mueve las piezas del juego.
Nuestro reconocimiento, entonces, a ambos. Al abuelo, por haber sido la eficiente fuente de inspiración del espléndido relato de su nieto. Y a Ariel Magnus por haber sabido concebir y plasmar una fina fantasía en la que su entrañable antepasado tuvo sueños que, inevitablemente, estuvieron tan próximos a un espacio que podría ser visto desde su tono ajedrezado.
Texto: por Sergio Ernesto Negri y Juan Sebastián Morgado
Las fotografías fueron aportadas por los autores.
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