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Sigmund Freud (1856-1939), a partir de ser padre del psicoanálisis, trazó una senda a partir de la cual se comenzó a desentrañar lo más profundo que esconde la mente humana. Siendo el ajedrez un espacio tan vinculado al mundo del pensamiento, Freud, no fue indiferente al juego, el que se le presentó dentro del campo de sus experiencias concretas a la hora de analizar a sus pacientes en las respectivas sesiones.
En su Tratado de la Histeria (en el original en alemán, Studien über Hysterie), escrito en 1895 con Josef Breuer (1842-1925), al mencionarse un caso en el que por vez primera la técnica del psicoanálisis se emplea como método de cura, alude también a una paciente en la que:
“El ajedrez, que ella jugaba excelentemente, era una de sus ocupaciones favoritas, ella disfrutaba de jugar sendas partidas a la vez, lo cual apenas puede ser considerado como un indicador de ausencia de síntesis mental”.
El pasatiempo no solo podía estar en campo de experiencias de los pacientes sino, también, en el de los autores de este voluminoso y pionero tratado psicológico. En otro pasaje del texto, y para referirse a un esquema definido como autocontenido, se alude a la parábola del caballo de ajedrez que recorre todo el tablero a través de su movimiento. La cita es la siguiente:
“Existe un tercer tipo de arreglo que aún debe ser mencionado como el más importante, pero sobre el que es menos fácil hacer una declaración de carácter general. Lo que tengo en mente es una disposición (un arreglo) de acuerdo al contenido del pensamiento, el vínculo hecho por un hilo lógico que llega hasta el núcleo y tiende a tomar un camino irregular y retorcido, diferente en cada caso. Esta disposición tiene un carácter dinámico, en contraste a lo morfológico que corresponde a una de las dos estratificaciones mencionadas anteriormente. Mientras estas dos estarían representadas en un diagrama espacial por una línea continua, curva o recta, el curso de la cadena lógica tendría que ser indicado por una línea rota que pasaría por caminos con la mayor cantidad de rodeos, desde la superficie hasta las capas más profundas y volver, y sin embargo haría un avance general desde la periferia hasta el núcleo central, tocando cada lugar de detención intermedio, asemejándose a la línea de zig-zag en la solución del problema del movimiento del caballo, que cruza a través de los escaques en el diagrama del tablero de ajedrez”.
Freud volvió al ajedrez en su Consideraciones de actualidad sobre la guerra y la muerte, texto de 1915. Cuando analiza la actitud humana de evitar los riesgos de muerte, que nos suele llevar a asumir conductas más conservadoras que implican renuncias y exclusiones, podemos alternativamente buscar en la ficción, en la literatura o en el teatro una sustitución a esas renuncias. Así nos reconciliamos con la muerte y, ante ello, reflexiona:
“Es demasiado triste que en la vida pueda pasar como en el ajedrez, en el cual una mala jugada puede forzarnos a dar por perdida la partida, con la diferencia de que en la vida no podemos empezar luego una segunda partida de desquite. En el campo de la ficción hallamos aquella pluralidad de vidas que nos es precisa. Morimos en nuestra identificación con el protagonista, pero le sobrevivimos y estamos dispuestos a morir otra vez, igualmente indemnes, con otro protagonista…”.
En la vida, a diferencia del juego, no podemos empezar una segunda partida después de perder la primera. Resuena en nuestra mente esta reflexión tan atinada de un Freud que supo vincular la naciente disciplina del psicoanálisis con el mucho más milenario ajedrez.
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