ChessBase 17 - Mega package - Edition 2024
It is the program of choice for anyone who loves the game and wants to know more about it. Start your personal success story with ChessBase and enjoy the game even more.
Cada día, a orillas del río Bernesga, en el corazón histórico de León, pueden ver a un hombre caminar junto a un joven. Si observan la escena desde el puente de San Marcos, las dos sombras se reflectan sobre el agua verdosa. Solo entonces comprenderán que son maestro y discípulo, como Aristóteles y su círculo filosófico, la corriente peripatética que postula que deambular ayuda a pensar. Thoreaulo escribió a su manera: «Creo que en el momento en que mis piernas empiezan a moverse, mis pensamientos comienzan a fluir». Algo parecido deben experimentar Marcelino Sión, el maestro, y Jaime Santos, su discípulo, la gran esperanza del ajedrez español, el chico prodigio que sueña con hacerse un hueco entre los mejores jugadores del mundo. «El hueco ya lo tienes», oigo que le dice Marcelino. «Ahora solo tienes que sacar el colmillo, luchar hasta el final y convertirte en un verdadero 'killer'». Jaime traga saliva. Se pregunta hasta qué punto insospechado será capaz de dar paso a su mentalidad ganadora. «Hasta donde quieras, Jaime», pienso desde el puente. «Hasta donde quieras».
Jaime Santos nació en una suerte de carambola, en julio de 1996. Como cada verano, sus padres viajaron desde León a Irún, cuna familiar materna. Margarita, la madre de Jaime, estaba embarazada y, dado que el hospital más cercano era el de San Sebastián, allí que dio a luz a su primogénito. El bisabuelo de Jaime, Gabriel Eceizabarrena, fue alcalde de Irún. En su discurso de investidura acuñó un lema, «Paz y trabajo», que bien podría definir el carácter metódico y bonachón de Jaime, siempre educado. El tío abuelo de Jaime, un hermano de su abuela, fue Luis María Eceizabarrena, uno de los grandes olvidados del ajedrez español. Su amigo Ricardo Lamarca, otro referente generacional, escribió sobre su buen amigo Luis María: «Este vasco grande fue campeón de Guipúzcoa y jugó el Campeonato de España Postal […], por sus resultados me da la sensación de que jugaba al toque, y esto en el ajedrez de laboratorio es fatal». Quédense con esa destreza para jugar al toque de Luis María, quizás sea lo que le da sentido a esta hermosa historia en blanco y negro.
«Mi tío abuelo le ganó una partida a Alexander Alekhine, el campeón del mundo, o eso al menos me han contado», recuerda con nostalgia Jaime. «Me regaló muchas cosas, entre ellas un cuaderno donde él había anotado con un bolígrafo, a mano, sus análisis sobre las mejores partidas del maestro austriaco Eliskases. Lo guardo con mucho cariño. Entre nosotros nunca jugamos porque cuando lo conocí ya era muy mayor, pero sí que hablamos mucho de nuestra pasión por el ajedrez».
En 1962, Arturo Pomar, el genio ajedrecista patrio en los tiempos del franquismo, cruzó la frontera por Irún para viajar a Estocolmo, donde disputaría el Interzonal y jugaría, entre otros, contra Bobby Fischer. Luis María Eceizabarrena se encontró con Pomar y, gracias a este encuentro, conocimos las pobres condiciones de aquella aventura: «Pomar fue el único de los participantes que viajó solo, sin entrenador, para enfrentarse a veintidós rivales durísimos, y sin apenas descanso. Me enseñó el único apoyo que llevaba, un pequeño libro de aperturas de Julio Ganzo que valía 15 pesetas».
Más allá de la prosapia de Luis María, el auténtico culpable de que Jaime volcara su talento en el tablero fue su padre, Felipe. A los cuatro años, le enseñó a mover los trebejos, aunque el chico, al principio, no le hizo mucho caso. «A los pocos días», confiesa el propio Jaime, «me vio jugando contra mí mismo. Ahí sí debió pensar que la cosa iba en serio». La imagen es tan potente, y me conmueve tanto, que me pongo en contacto con Felipe. Él también recuerda aquellas primeras jugadas de Jaime: «Le pedía a mi hijo que resolviera algunos ejercicios del 'Chessmaster', el programa de ajedrez que teníamos en casa. Lo increíble era que, pese a su edad, siempre daba con la solución. Me acuerdo de un sábado en el que Jaime, ya con seis años, no salió de su habitación, enfrascado en los problemas, hasta las nueve de la noche. Entonces pensé: mañana vamos al club de Marcelino».
Por aquellos años, Marcelino Sión, subcampeón de España en 1990, daba clases a jóvenes talentos. Jaime era demasiado pequeño para entrar en el grupo de elegidos y empezó en la escuela de ajedrez que dirigían, al alimón, Carlos Callejo y Manuel Morales. Un buen día, Carlos le dijo a Marcelino: «Tengo un alumno que quiero que veas cuanto antes. No te lo vas a creer». Así fue cómo Jaime conoció a su maestro. «Jaime no era un fanático del ajedrez», puntualiza Sión. «Sin embargo, cuando pasé a trabajar con él en solitario, me di cuenta al instante de qué tipo de prodigio tenía delante. Era un jugador rapidísimo, fuera de lo común. Su padre le pedía pausa. En cambio, yo veía en este rasgo una oportunidad extraordinaria. Estaba completamente seguro de que aquel chico iba a ser gran maestro».
Marcelino sentaba a Jaime delante de una posición en el tablero y le pedía que dijera en voz alta qué jugada se le ocurría. A los dos o tres segundos, Jaime lanzaba su veredicto: «Hache cuatro», valga el ejemplo. Marcelino le reprochaba: «Venga, va, no puedes cantar la primera que te venga a la cabeza, tienes que pensar un poco más, valorar cuáles son las jugadas candidatas», cosas así. Jaime asentía, se quedaba muy serio y miraba de nuevo la configuración de las piezas. Hasta que Marcelino repreguntaba: «Entonces qué, ¿cuál es la jugada?». «Hache cuatro, la jugada sigue siendo hache cuatro», le respondía Jaime con los hombros encogidos. «Y lo cierto es que era muy raro que no acertara, tenía un don», reconoce hoy Marcelino, orgulloso.
Con siete años, Jaime se enfrentó al ruso Serguéi Kariakin en una partida simultánea. En aquel momento, Kariakin tenía 13 años y era el gran maestro más joven de la historia. «Me machacó», recuerda Jaime. Pero aquella derrota le ayudó a sacar lo mejor de sí mismo. De hecho, Jaime se consagró a la velocidad de un meteoroide. Con nueve años, se convirtió en campeón de Castilla y León y venció a Magnus Carlsen, actual número uno del mundo y, para Jaime, «el mejor jugador de la historia». «Él tenía unos 14 años», matiza Jaime. «Ocurrió en una exhibición de simultáneas, en el Magistral de León, no en una partida clásica. En un momento del medio juego, Magnus no calculó bien y se dejó pieza en una, yo solo tuve que aprovechar su error». Le pido a Jaime que me muestre la partida. Es una maravilla, sobre todo porque uno se da cuenta, al revisarla, del inmenso prodigio de Jaime y de cómo era capaz de castigar cualquier imprecisión. Y porque, en efecto, Magnus se dejó colgada una pieza, un alfil, pero qué demonios, no era tan evidente, había que oler el muerto.
Poco después de aquello vinieron muchas más gestas. Jaime fue campeón de España en todas las categorías por edades, menos en juvenil. Con 16 años ya tenía nivel de gran maestro, aunque tuvo que esperar a 2018 para lograr el título. En edad universitaria, Jaime optó por estudiar Ingeniería Informática. No funcionó. Cambió y empezó Química, esta vez por la UNED, pero tampoco cuajó. Su fórmula y su reacción, su ecuación vital estaba en el tablero. «Como estudiante siempre fue regular, nosotros le insistíamos para que hiciera algo», apunta su padre. «Pero él solo era feliz si jugaba. Desde muy pequeño fue así y, poco a poco, lo fuimos aceptando».
Esta confianza familiar ayudó, sin duda, a que Jaime se afianzara como uno de los ajedrecistas más fuertes del circuito internacional. En 2022 se proclamó campeón de Europa de ajedrez rápido. «Fue el mejor momento de mi carrera», reconoce Santos. «También me quedo con la alegría que sentí al ganar en casa el Magistral de León, por fin», apostilla. Ganar el Magistral son palabras mayores. Es el Roland Garros del ajedrez, un torneo con un formato cuadrangular único, con participantes de altísimo nivel. Jaime se coronó el pasado julio. Por el camino, derrotó a Nikita Vitiugov (25º del mundo) y al israelí Boris Gelfand (81º), leyenda viva de este deporte. Nunca es fácil ser profeta en tu tierra. Y Jaime lo es.
Felipe, a su manera, trata de seguir muy de cerca la evolución de su hijo. «No puedo ver sus partidas, parezco el padre de un torero», confiesa. «Antes de cada torneo, le recuerdo que el halago debilita, que del pasado no se vive. Y Jaime me mira como diciendo: ya está el pesado de mi padre». Les cuento una anécdota. La primera vez que Jaime participó en el Magistral de León, en 2017, Felipe no estaba convencido de que su hijo pudiera estar a la altura. A Jaime le tocó jugar nada menos que contra Anand, pentacampeón mundial. «La noche antes de aquel encuentro», recuerda Marcelino, «fui a cenar con Leontxo García, cada uno con su mujer, a un restaurante de León. Al llegar, nos cruzamos con Felipe y, en un aparte, me dijo: Mañana, cuatro a cero para Anand. Con suerte, Jaime podrá sacar unas tablas». Marcelino porfió: «No, hombre, no digas eso, estará bastante igualado, ya verás». «Cuatro a cero», insistió Felipe. Al día siguiente, Jaime desplegó un ajedrez espectacular y logró empatar a dos contra Anand. Finalmente, perdió la batalla en el desempate, pero demostró que podía luchar de tú a tú contra cualquiera.
El futuro de Jaime es prometedor. En la próxima lista que publique la FIDE aparecerá en el puesto 92º del mundo, aunque no es este su mejor registro, ya alcanzó el 59º hace ahora un año. Así que, si mantiene el excelente estado de forma de los últimos meses, hay esperanza. «No me pongo límites. Con trabajo creo que puedo llegar a los 2700 ELO», declara. Conseguir esta marca de ELO (puntuación individual en la clasificación) metería a Jaime entre los 35 mejores jugadores del mundo. Marcelino Sión coincide en que esta debe ser la meta: «En un planeta de nueve mil millones de habitantes, estar entre los cien mejores es ser un ajedrecista de altísimo nivel. Pero si estás en el grupo de los 2700, entonces ya eres top, un súper élite. Y Jaime puede conseguirlo. Nunca ha tenido techo».
Le pregunto a Vishy Anand, alguien que lo ha sido todo en el universo de las sesenta y cuatro casillas, por su opinión sobre Jaime. Me contesta sin filtro: «Tengo una impresión muy positiva de sus actuaciones en León y en la Copa del Mundo. Creo que Jaime aún no ha explotado, pero está en el camino correcto». Sus palabras responden, de algún modo, a la pregunta más importante, la de los paseos por el río Bernesga: hasta qué punto insospechado será capaz Jaime de dar paso a su mentalidad ganadora. «Hasta donde quieras, Jaime», imagino que grita Vishy Anand desde el puente de San Marcos. «Hasta donde quieras».
Anuncio |