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Ha habido un cambio de guardia en la cima del mundo del ajedrez. La semana pasada, en Madrás (India), el prodigio noruego, de 22 años, Magnus Carlsen se impuso con facilidad al defensor del título mundial, Viswanathan Anand, de India. El retador ganó tres partidas y siguió invicto al empatar las siete partidas restantes del duelo que, por consiguiente, terminó antes de su duración prevista de 12 partidas.
El dominio de Carlsen nace que sea innecesario aludir de manera extensa al propio duelo. Lleva siendo el mejor jugador del mundo desde hace dos años, mientras que los resultados de Anand ya han empeorado, tal y como tienden a hacer en los casos de aquellos jugadores que se encuentren del lado equivocado de los 40 años. Es cierto que Anand cometió bastantes pocos errores que no hubiesen sido forzados en las partidas que perdió pero, tal y como dije antes del duelo, Anand estaba contra un jugador no solamente más fuerte que él, sino que también luchaba contra las fuerzas de la marea del tiempo y de la historia. Carlsen es una fuerza de la naturaleza cuyo tiempo ha llegado y había poco Anand pudiera hacer para retrasar lo inevitable en Madrás.
Solo es posible acertar con un artículo de Garry Kasparov sobre el ajedrez en "Time Magazine"
La mayor fuerza en el ajedrez de Carlsen es su notable capacidad intuitiva para hacerse con posiciones simplificadas y su tremenda exactitud a la hora de jugar las mismas. Yo fui entrenador de Carlsen en 2009 y me quedé sorprendido al ver cuán rápido podía evaluar una posición correctamente en frío, aparentemente sin necesidad de siquiera calcular.
Mi propio estilo de juego requería una termenda energía y trabajo duro sobre el tablero, calculando las variantes de manera muy profunda, examinando la verdad de cada una de las posicionees. Carlsen proviene de otra línea de campeones, la de José Capablanca y Anatoly Karpov, jugadores que utilizan el sentido de la armonía como si fuesen virtuosos de música sobre el tablero con el toque perfecto.
Su triunfo es un gran momento para Carlsen, para Noruega y para todo el mundo del ajedrez, con ganas de abrazar a un joven campeón carismático, a quien al poco tiempo le sacaron una foto con una sonrisa enorme en la cara tras haber sido tirado a la piscina del hotel. Fue también, eso está claro, un doloroso golpe para Anand e India, una nación que adora a sus héroes del deporte. Yo soy una de las pocas personas que han estado en ambas partes de esa ecuación de suma cero, pero mis simpatías eran grandes por el retador.
Por Garry Kasparov
Traducción: Nadja Wittmann (ChessBase)