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En la edición 299 de El rincón de los inmortales Leonxo García presenta la partida ganadora al Premio de Belleza del Torneo de Linares 2003; la disputada entre el excampeón del mundo Garry Kaspárov y un Teimur Radyábov de tan sólo 15 años de edad. Al finalizar la presentación de la partida, García nos cuenta que Kaspárov objetó la decisión del jurado por premiar a Radyábov y nos dice que entre él e Ian Rogers ―ambos miembros del jurado― le explicaron al entonces Campeón del Mundo que (i) el premio no era a la mejor partida, sino a la más bella; (ii) que en el Torneo no se había producido una partida excepcional que superase a la jugada con Radyábov; (iii) que la belleza es subjetiva y (iv) que al jurado le parecía que si un joven de 15 años jugaba de ese modo contra el Campeón del Mundo, sacrificando una pieza a mediano-largo plazo, ahí veían una gran belleza.
A mi parecer, el intento de explicación de García y Rogers no esclarece nada; al contrario, lo enturbia mucho más. ¿Qué significa que la belleza es subjetiva? ¿Significa esto que cada quien es capaz o no de reconocer la belleza según criterios personales? ¿Esto último implica que sólo se podría llegar a un acuerdo sobre la belleza por mera casualidad? ¿Por qué García y Rogers consideran relevante para otorgar el Premio a la Belleza la osadía demostrada por Radyábov? ¿Tiene esto que ver con la belleza? ¿Cómo sabemos que no hubo una partida más bella en el Torneo de Linares? A propósito de estas preguntas es que me gustaría investigar los criterios estéticos para evaluar la belleza de una partida de ajedrez.
Kaspárov-Radjabov, Torneo de Linares, España, 2003.
La teoría estético-ajedrecística de Emmanuel Lasker podemos consultarla en Manual de ajedrez, pero hay que prestar mucha atención a su desarrollo porque es muy general, padece de algunas imprecisiones y podría llegar a ser contradictoria.
El concepto que pretende sostener la teoría de Lasker es la “hazaña”, la tarea difícil, la proeza; ese elemento que atrae y excita el interés del receptor. Lasker estaría de acuerdo con García y Rogers: Radyábov, temerario combatiente, ha realizado una hazaña. El problema con Lasker surge cuando intenta definir las causas del efecto estético: por un lado nos dice que la evaluación estética depende de la personalidad del espectador y que sobre gustos no se discute ―posicionándose como subjetivista estético―, pero también nos dice que el efecto estético sólo es evidente siempre y cuando se siga con interés y comprensión el juego, que el genio del ajedrecista consiste en descubrir, que el ajedrez posee un lenguaje con intención y significado y que las jugadas expresan, revelan y anuncian; esto significa que el ajedrez cuenta con un sentido propio y la dependencia a la personalidad del espectador se debilita tremendamente: de un lenguaje con significado no se sigue cualquier cosa, de “Oh, amada mía, por entre tu carne palparé tus huesos para reconocerte el día de la resurrección” no se sigue que soy ateo o que el verso habla de otra cosa que los significados que están ahí contenidos y no parece relevante mi personalidad para juzgar su belleza. La única posibilidad que considero plausible para entender a Lasker es que está refiriéndose a un criterio de conocimiento: los receptores de belleza somos siempre impresionables y nuestra posibilidad de reconocer o no la belleza de una partida depende de que nos encontremos en las condiciones adecuadas para hacerlo, aunque esto no salva aquello de “sobre gustos no se discute”.
Más adelante Lasker propone dos condiciones para juzgar la belleza: la combinación que se realice y su ejecución deben ser necesarias, de lo contrario se mermaría el efecto estético y podría volverse desagradable. Por lo tanto, una partida o una combinación es bella si, y sólo si, intervienen la necesidad y la eficacia:
Sería ideal que la tarea tuviera una importancia vital y sólo pudiera llegarse a la solución de una manera, de forma que el más ligero cambio o variante de la acción o las circunstancias podría anular el esfuerzo. Si este ideal no se logra, y nunca puede obtenerse por completo, debemos luchar por eso, ya que en la medida que nos acerquemos al ideal, obtendremos la profundidad de la impresión estética.
El inconveniente de estos criterios es que son imprecisos. Para demostrarlo, decidimos presentar dos contraejemplos, aunque por ahora sólo partan de una intuición sobre qué entendemos por belleza en ajedrez ―pues es muy pronto para ello― y en el futuro, cuando tengamos una idea definida de belleza, podamos rectificar.
En la jugada 20 Zhansaya Abdumalik había decidido intercambiar la Dama por tres piezas menores y un peón pasado, pero no creo que esta jugada fuese necesaria: bien pudo jugar 20 Db2 y conformarse con un lento juego de maniobras; sin embargo ―y para nuestra suerte―, Abdumalik captura en f5 y descompensa toda la partida, llevándola a terrenos complejos. Después del primer error de Jolanta Zawadzka (30 … Dd5), Abdumalik juega con mucha energía y toma una iniciativa que no dejará escapar. Es verdad que hemos presenciado una hazaña que se ha desarrollado eficazmente, sin embargo, no fue impulsada por la necesidad.
Si cabe, esta partida es todavía más impresionante: Abdumalik había sacrificado la Dama por tres piezas menores y un peón pasado (aunque la posición no es clara, la compensación es evidente), pero Alexandr Predke sacrifica la Dama por menos que esto. Sin embargo, no debemos dejarnos engañar por la constante en estas dos partidas, pues la belleza no radica sólo en la corrección de los sacrificios de Dama, sino en el despliegue posterior de sus fuerzas contra el Rey enemigo: después de algunas imprecisiones y de tempranos errores de Nodirbek Yakubboe (sobre todo 14 … f5 y luego 16 … Rg6), Predke asedia al Rey negro hasta hacerlo retirase al flanco de Dama, obligando la rendición de su oponente en la jugada 34 ante la inminente pérdida de material. En esta ocasión Predke es más impreciso que Abdumalik en su ejecución ―comete errores e imprecisiones que redujeron su ventaja― y el sacrificio de Dama en la jugada 12 (hxg4) es innecesario, bien pudo jugar 12. Dd2 o Dd3, perder la pareja de Alfiles y jugar una partida más tradicional. Una vez más, no parece que la necesidad irrestricta sea condición de posibilidad para la belleza.
En su libro titulado Premios de belleza en ajedrez François Le Lionnais presenta un estudio sistemático de los criterios que juzga necesarios para evaluar la belleza en ajedrez; ahí nos dice que la belleza no proviene de saberse más fuerte que otros jugadores o de si habríamos realizado las mismas jugadas que en la partida, sino de elementos propios del juego y de su historia:
Con sus siete criterios Lionnais hace una distinción necesaria: la belleza en el ajedrez tiene como condición de posibilidad ―aunque no por ello suficiente― la dimensión científica del ajedrez; para ser bella, requerirá exceder el juego correcto e involucrar elementos extra-científicos. Es claro que la dimensión científica está más presente en los tres primeros criterios y que no desaparece nunca a lo largo de su desarrollo, pero la vivacidad y la originalidad, por ejemplo, ya excluyen a las jugadas grises y consideran a la tradición ajedrecística.
El principal problema con Lionnais es que nunca define la naturaleza estética del ajedrez ni los elementos constitutivos de la belleza: si no sabemos qué hace bello al ajedrez, no es posible definir los criterios de pertenencia de un valor estético a un sistema evaluador de belleza como el que propone, provocando que no sepamos si hemos agotado los valores pertenecientes a su género o si algún valor incluido entre éstos en realidad es falso. Por esto mismo la segunda parte de la serie será dedicada a estos asuntos.
Por último, creo que Lionnais presentaría muchas más reservas que Lasker para estar de acuerdo con García y Rogers en considerar que la osadía demostrada por Radyábov es un criterio pertinente para evaluar la belleza de su partida:
La belleza ajedrecística no tiene nada que ver con determinadas aperturas, con la cronología de las rondas o la raza de los jugadores. No pretendemos negar que, en algún caso, razones excepcionales han tenido su justificación; pero debemos pedir que estas limitaciones se usen con mucha moderación y sólo cuando existan para ellos muy buenas razones.
¿Significa esto que a la luz de los criterios propuestos por Lionnais el jurado del Premio de Belleza Linares 2003 está equivocado y que, por lo tanto, se ha premiado falsamente a Radyábov? No necesariamente, primero porque los jueces del Premio de Belleza, aun cuando no hayan utilizado criterios objetivos para su evaluación, se han valido de la intuición estético-ajedrecística que han formado con los años y, por otro lado, con independencia de la sobrevaloración de la edad y la posición de Radyábov respecto a Kaspárov, la partida jugada puede ser la más bella del Torneo, aunque por razones distintas a las aducidas por el jurado.
Las diferencias que existen entre Lasker y Lionnais son grandes: el primero es muy general y plantea el importante problema de saber cuál es el papel que juegan nuestra subjetividad en la evaluación estético-ajedrecística (el tercer argumento de García y Rogers); Lionnais es sistemático y es probable que aún se mantenga como el autor con la investigación más completa sobre los criterios objetivos para evaluar la belleza de una combinación ajedrecística. Lo único que hemos sacado en claro es que la necesidad absoluta no parece constituir una de las condiciones necesarias de la belleza y que nuestro principal problema para definir los criterios de pertenencia de un valor estético a un sistema evaluador de belleza es que carecemos del entendimiento sobre la naturaleza estética del ajedrez. Para responder satisfactoriamente nuestras preguntas, en el futuro de esta serie distinguiremos lo estético y lo artístico, pretenderemos entender el contenido material y formal de la creación ajedrecística y determinaremos si la belleza es un atributo propio de los objetos o si sólo es un excitante de estados fisiológicos y psíquicos. Una vez solucionados estos problemas, ya podremos determinar si los criterios estéticos de Lionnais son necesarios y suficientes para juzgar la belleza de cualquier partida de ajedrez y si hubo una partida más bella en el Torneo de Linares 2003.
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