ChessBase 16 - Mega package Edition 2022
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Exponente típico de una institución admirable: el Club Argentino, en cuyo calor se formó, lenta pero seguramente. Fue un avance sólido, pero respaldado en una base formidable. Ganó un Torneo Mayor, derrotó a Jacobo Bolbochán en un momento excepcional de la vida de éste, ante el asombro de la mayoría, pero no de quiénes conocíamos la serenidad de su talento y la profundidad de sus conocimientos. Más tarde se adjudicó la victoria en el torneo internacional más importante y difícil que se haya efectuado nunca en Sudamérica, ya que en él intervenían, quizá sin ninguna excepción, los más firmes valores de Brasil, Chile, Uruguay y la Argentina.
Actualmente es uno de los mejores ajedrecistas del país, pudiendo quizá ser el mejor, a poco que lograra armonizar su espíritu investigador, estudioso, y su amor por el ajedrez, con ese otro factor inapreciable que surge de la ambición de triunfo, del afán de notoriedad, del espíritu de lucha, que es el verdadero compresor del éxito. Querer ganar es mucho más importante que poder ganar, y Piazzini ofrece un desequilibrio evidente entre sus posibilidades de ser y su ambición de ser. Y quizá sea ésta su máxima virtud, ya que el ajedrez debe comprenderse, más como elemento de deleite, que como instrumento de notoriedad. Como que sólo así se justifica y tiene dignidad humana, pues la notoriedad es prudente buscarla en otras esferas. Aun cuando el siglo actual y nosotros, no lo interpretemos así.
Luis Piazzini anotó su nombre en la lista de campeones argentinos, al vencer primero en el Torneo Mayor, y luego a Jacobo Bolbochán, culminando de esa manera una actuación meritísima, durante la cual había sido ponderada su calidad de jugador, su disciplina de estudioso y su alta condición de sportsman.[2]
Este muchacho es, en mi opinión, un jugador que evoluciona hacia el sentido moderno del ajedrez, pero con un modernismo exento de extravagancias. Es poseedor de un estilo muy interesante creo que si consigue modificar su control del reloj podrá ser considerado como un ajedrecista completo.
¿En qué radica el interés del estilo de Piazzini?
En que, sin descuidar el aspecto posicional, tiene desviaciones hacia lo artístico. Resulta, así, eficaz y espectacular a la vez.
El joven ajedrecista ha nacido y vivido en un hogar de artistas. Absorbió las primeras lecciones de ajedrez en partidas sostenidas con el autor de sus días. Bien pronto pudo mejorar las performances de su primer maestro en las luchas frente al tablero. (…) Es un joven sumamente simpático, de ojos negros muy soñadores, es muy elegante, y sin ser indiscretos, le suponemos buen partido para las damas. (…) De cerebración ágil y profunda, es un romántico de lo bello y de lo hermoso, y muchas de sus partidas significan una nota poética plenas de emociones que hacen amar a todo lo verdaderamente artístico.[3]
No importa que sus aficiones deportivas se dirijan entusiastamente hacia la equitación. Admirador de las buenas letras y la buena música, él mismo fue un excelente alumno de piano. Alma de sensibilidad exquisita, diríase un receptáculo de emociones: siente con intensidad la belleza en sus manifestaciones más diversas, siente la amistad, siente la estima y la consideración generales de que se ve rodeado, siente esas ondas misteriosas que nos envuelven y a las que tantos espíritus bastos son impenetrables.
Su señor padre era uno de los asociados más prestigiosos del Club Argentino, y allí lo hizo socio desde muchacho. Empezó en la más modesta de las categorías, cuarta, y recibió las primeras lecciones de quien ahora es su competidor, el veterano maestro Benito Villegas. Villegas, de acuerdo con su método personal, le enseñó la Defensa Francesa, tema un tanto elevado para asimilarlo de primera intención. Ocurrió con Villegas y Piazzini lo que ocurre frecuentemente en el terreno de la filosofía. Las ideas no siguen una línea recta, sino que se van sucediendo en un ininterrumpido zigzag. (…) A parte del coeficiente personal, parecería que los maestros, a más de ejercer una influencia directa, ejercieran también, y quizá más poderosa, una influencia de contraste.
Nada hay más distinto que los estilos de Villegas y Piazzini. Villegas es el maestro de la defensa, el enamorado de la ventaja material, el insaciable devorador de peones, el que retrocede siempre con sus piezas, el que corre con enorme voluntad por el punto, sin preocuparse por las sensaciones estéticas. Piazzini es… ¡todo lo contrario! Ya dijimos que anida un espíritu de artista, y un artista antepone la belleza a cualquier otra consideración. ¡Bonita partida! ¡Hermosa jugada! son expresiones que modulan corrientemente sus labios. Estamos seguros que si el ajedrez no encerrara ese elemento estético, Piazzini dejaría de practicarlo. Habría perdido todo encanto para él.
El juego de Piazzini se compone de tres ingredientes: ingenio, ingenio e ingenio. A fuerza de ingenio, de ideas bellísimas, ascendió de cuarta categoría (…) a desafiante del campeón argentino. (…) Sobre las 64 casillas vuela, rauda, el ave de su ingenio.
Pude ser abogado, pero he preferido el ajedrez
Así titula Crítica el 20 de octubre de 1933. Así comienza el reportaje a Luis Piazzini, reciente ganador del Torneo Mayor.
La apertura que prefiero es la que nunca realizo. Tengo buena suerte [4]
El ajedrez tiene también sus artistas. Luis Piazzini es el más depurado del ajedrez nacional. Sus partidas expenden una vibración estética de la que carecen las de otros aficionados nuestros. Sus conocimientos teóricos son vastos y sutiles. (…) A comienzos de 1934 Piazzini se consagró como el mejor de los ajedrecistas argentinos. Un grave defecto, sin embargo, conspiraba contra él: su excesiva meditación de las jugadas iniciales de cada partida, que le obligaba a hacer las últimas a una velocidad espantosa para no excederse en el tiempo reglamentario. Esta precipitación gravitó en su desmedro, y le ha impedido mantenerse en el lugar que había conquistado.[5]
La personalidad de Piazzini, Luisito por antonomasia, es demasiado conocida de nuestros aficionados para que requiera destacarla en sus detalles. Todos hemos podido seguir su rápida ascensión a los primeros puestos de nuestro ajedrez, hasta llegar al Campeonato Nacional. Su actuación en el país y en el extranjero soporta, sin desmedro, cualquier parangón, máxime teniendo en cuenta la modalidad particular de su carácter, que lo lleva, aún con prescindencia del éxito inmediato y práctico, a bucear en el campo inteligente de las sutilezas en las aperturas, y en el de la belleza en el juego. Así como en la vida, Piazzini es todo un señor del tablero, modelo de corrección y de caballerosidad. Sólo puede reprochársele algo que lo perjudica, y en cierto modo también a nuestro ajedrez, del cuál es figura representativa: su desinterés por lo resultados, su generosidad y su alejamiento de la práctica del ajedrez serio, que lo llevan, casi siempre falto de la debida preparación, a la severidad de los torneos, donde debiera tener una figuración más acorde con sus aptitudes.[6]
Pocos días después de su triunfo decisivo, Piazzini visita nuestra redacción, acompañado por don Alberto Daroqui. Piazzini, que tiene ahora veintiocho años, inició su actuación en los torneos hace más o menos doce años. Socio del Club Argentino, intervino por aquel entonces en el torneo de tercera categoría, y lo ganó. La primera vez que participó en el torneo nacional lo hizo en segunda categoría, y obtuvo el segundo puesto, a poca diferencia del ganador, Iliesco.
Hace tres años que Piazzini es jugador de primera categoría. Disputó el Torneo Selección de 1931, resultando tercero de Ojeda y Jacobo Bolbochán, no clasificando para el Torneo Mayor. En ese mismo año ocupó el segundo puesto en el torneo interno del Club Argentino, ganado en esa oportunidad por Aron Schvartzman. Llegó muy bien colocado, otra vez, en el Torneo Selección de 1932, segundo de Bensadón, pero en el Torneo Mayor finalizó alejado de los puestos de vanguardia. Este año 1933 fue el de sus mejores satisfacciones.
¿Cuál fue la característica destacada del torneo?
Ante todo, lo reñido que resultó en la lucha por el primer puesto, y la agresividad de las partidas, como lo prueba la escasa cantidad de tablas que se produjeron. Tres o cuatro rondas antes de la finalización del torneo había siete jugadores con chances, y del primero al séptimo la diferencia era de un punto y medio. La vanguardia fue ocupada por Guimard, Villegas, yo e Iliesco, en ese orden, y al final Iliesco y yo nos fuimos desalojando alternativamente, de manera que hasta que el torneo terminó no existía para ninguno la seguridad del triunfo. Me he preocupado por cuidarme, haciendo vida ordenada, quieta, y dedicando al ajedrez el mayor tiempo posible.
El vencedor del Torneo Mayor ha logrado el derecho de medirse con Jacobo Bolbochán, en un match por el título nacional.
No me corresponde ocultar la satisfacción que me ha producido el hecho de llegar a un match con Jacobo Bolbochán, excelente amigo, muy caballeresco y gran ajedrecista. Lo considero tan fuerte que no pienso en el triunfo, sino solamente en el gusto de medirme con él. No puedo negar que aspiro a ganar, como es lógico, pero tampoco olvido la gran seriedad del compromiso. Respecto al torneo, agrego que todos los participantes estamos muy agradecidos por las atenciones que se nos dispensaron en el Club Español.[7]
Piazzini en la tapa de El Gráfico Nº 746, 28 de octubre de 1933
Edmundo Piazzini fue un destacado compositor, pianista y educador. Nació en Italia en 1857, y llegó a la Argentina en 1878, dedicándose por entero al piano hasta 1887. Fue amigo de Giacomo Puccini, y se casó con la hija del propietario del Teatro de la Ópera. En 1904, junto a A. Thibaud, fundó el Conservatorio Thibaud-Piazzini, que fue famoso en su época, y le proporcionó una enorme posición económica. Se inició en los altos del Café Tortoni, en la Avenida de Mayo. Edmundo vivía en una magnífica casona en la calle Suipacha, desde cuyo interior podía llegarse directamente hasta el palco del teatro, con entrada por Corrientes. Compuso muchas obras para piano. Falleció en Buenos Aires en 1927, y dejó una fabulosa herencia para su hijo Luis. En las décadas del 30 y el 40, podía verse a Luis llegando a los torneos en una limusina manejada por un chofer; paradójicamente, falleció muy pobre, ya que perdió su fortuna con el juego, en especial el póker.
Josefina Cano, madre de Luis, era hija del dueño del Teatro Ópera. Vivían en el edificio continuo al teatro y tenían acceso directo a él. Eran de gran fortuna, y Luis heredó el desgano por el esfuerzo. [8]
[1] Roberto Grau, Leoplán, 31 de marzo de 1937. Fue campeón argentino en 1933 al vencer a Jacobo Bolbochán por 5½-2½, perdiéndolo en su primera defensa contra Roberto Grau en 1935, por 7½-5½. Fue campeón del V Torneo Sudamericano, 1934.
[2] El Gráfico nº 931 del 15 de mayo de 1937.
[3] La Razón. Parte del discurso de presentación de los contendientes.
[4] Opinión de Alberto Daroqui acerca de Piazzini, en la nota firmada por Félix Frascara, El Gráfico Nº 746 del 28 de octubre de 1933.
[5] Un cuarto de siglo en el ajedrez argentino, El Gráfico, 18 de agosto de 1944.
[6] Carlos Portela, Frente al Tablero, La Nación, 1º de octubre de 1944.
[7] El Gráfico Nº 746 del 28 de octubre de 1933.
[8] La hija de Luis –nieta de Edmundo–, es la hoy famosa pianista Carmen Piazzini, radicada en Alemania, que estudió con Wilhelm Kempf. Testimonio de Raúl A. Castelli al autor, 1970.
En el diario Crítica, 24 de noviembre de 1933
En el diario Crítica del 29 de diciembre de 1933, junto a su madre, una gran benefactora del ajedrez argentino
Del diario La Razón, 21 de noviembre de 1933
Del diario La Razón, 10 de enero de 1934
Luis Piazzini (1905 – 1980) sería otro de los animadores de los campeonatos argentinos. Si bien debuta en ellos con un pálido lugar 16° (entre 19 participantes) en 1931, prosiguiendo en el puesto 12° (entre 15) en 1932, brilla como nunca al año siguiente. En efecto, en 1933 gana el Torneo Mayor, con once puntos sobre quince, aventajando por la mínima diferencia a Juan Iliesco, quedando en el tercer lugar Arón Schvatzman; también jugaron en esa edición Carlos Guimard, Benito Villegas y Carlos Maderna, entre otros (el último es nada menos que Carlos Portela).
Luis Piazzini
Consiguientemente adquiere el derecho de desafiar al campeón, Jacobo Bolbochán, a quien bate claramente por 5½ a 2½, por lo que lo sucede en el trono. Piazzini, entonces, es campeón argentino en 1933 por primera y única vez en su historial.
Lo resignaría de inmediato, sin embargo ante Roberto Grau, en 1934, al perder por 7½ a 5½. En 1936 Piazzini resulta séptimo; en 1937 secunda a un sólido Bolbochán (se impone invicto con dos unidades de ventaja) pero, como éste desiste de jugar con el campeón, accede al match ante Carlos Guimard. En esa instancia Piazzini cae claramente por 7½ a 2½.
Y en 1939, cuando el Torneo Mayor lo obtiene Iliesco, que al ser rumano no podía por el momento (luego se cambiaría el reglamento) acceder al título de campeón nacional que ostentaba Grau, quien renuncia a esa condición por lo que se da la situación de que serán los escoltas del europeo en la prueba, Piazzini y Maderna (José Gerschman había igualado la línea de estos pero es dejado de lado), quienes terminan por dirimir el título de campeón nacional de ese año (aunque se disputa recién en mayo de 1940), imponiéndose Maderna por 8 a 6.
En 1943 regresa Piazzini a esta clase de competencias, siendo quinto; en 1946 es undécimo; en 1947 séptimo, y en 1950 y 1951 es cuarto (en el primero de los casos a solo medio punto de Maderna, que sería el campeón, y en el segundo siendo precedido por Miguel Najdorf, Héctor Rossetto y Guimard). En 1953 cae al puesto 17 (entre 20), en 1959 es séptimo y, tras un larguísimo paréntesis, se despide de esta clase de competencias en 1971 cuando es 18° (un triunfo, cinco empates y tres derrotas): ¡a los 66 años de edad!
Sin dudas que el mayor logro de Piazzini fue en 1934-5 cuando, en Buenos Aires, se impone en el V Campeonato Sudamericano, delante de Isaías Pléci (al que aventajó por un punto) y los terceros Luis Palau y Juan Vinuesa. Entre los participantes estuvieron Grau, Bolbochán, Maderna, Guimard, Villegas y jugadores de Chile, Brasil y Uruguay.
En 1952 gana el campeonato del Club Argentino de Ajedrez, entidad a la que representará en innumerables oportunidades, a la que lo condujo desde un principio su padre, y de la que será un referente histórico y un auténtico mecenas.
En Olimpíadas (Torneo de las Naciones como se las denominaba por entonces) Piazzini participa en la de Estocolmo´37 y en Buenos Aires´ 39. En el primer caso, le va bastante bien, con cuatro triunfos, dos derrotas y seis tablas, redondeando 7 puntos en 12 (58% de efectividad). ¡Y todo ello en el más que acuciante primer tablero!
Comienza muy bien, en la capital sueca, al ganar los dos primeros juegos. Mantiene posteriormente el invicto, ya que hace cuatro tablas sucesivas. Aunque luego cae dos veces (con el holandés Max Euwe y el letón Vladímir Petrovs). En la parte final vuelve a mejorar, al lograr dos triunfos y dos empates. Le gana en esta competencia al gran jugador norteamericano (nacido en Polonia) Samuel Reshevsky, empata con el polaco (futuro francés) Savielly Tartakower, el inglés (Sir) George Thomas y el lituano Vladas Mikėnas, entre varias de las grandes figuras con las que Piazzini se debió enfrentar en 1937.
En Buenos Aires dos años más tarde, jugando casi siempre de primer tablero en reemplazo de un Grau muy errático en esa competencia, Piazzini no desentona, pero tampoco se destaca especialmente, ya que gana cuatro partidas, empata en igual número de veces, y pierde en tres ocasiones, con lo que hace 6 puntos en 11 (55% de eficacia).
Principia de nuevo con todo, al ganar cuatro partidas y empatar tres. Pero el final es espantoso: tras perder el invicto, rescata unas tablas y cae derrotado en los dos últimos juegos, con el sueco Gideón Ståhlberg y el estonio Paul Keres. Salvo en sendas ocasiones, juega siempre de primer tablero, con un triunfo ante el lituano Povilas Vaitonis, y tablas con el polaco Tartakower, el checoslovaco Karel Opočenský y el alemán (y futuro argentino) Paul Michel.
En la consideración global olímpica se puede decir que Piazzini cumplió, exigido siempre en tableros principales, habiendo estado por encima de la media, aunque ello fue así jugando relativamente pocas partidas, si se lo compara con lo hecho en ese tiempo por, por ejemplo, Guimard y Pléci. Su efectividad fue de 54,5%, una muy honrosa actuación, obteniendo 13 puntos sobre 23 juegos.
Para Chessmetrics, el jugador tiene a enero de 1934 como el momento cumbre de su carrera ajedrecística, ya que alcanza los 2.574 puntos y el puesto 34 en la consideración mundial.
Luis Piazzini se destacó en su rol de mecenas. Gracias a sus aportes el Club Argentino de Ajedrez de la capital argentina tuvo aún más esplendor. Además, por los aportes de su acomodada familia, en particular por la acción de su madre, fluyeron aportes al ajedrez nacional facilitando la presencia argentina en el Torneo de las Naciones de Estocolmo en 1937 y la organización en casa del de 1939, el último de esta clase de acontecimientos que coincidió con la declaración de la Segunda Guerra Mundial.
De hecho, y como prueba de ello, en una finca de propiedad de su familia, en la localidad de Adrogué (la quinta Las Delicias), el equipo nacional que jugó en Buenos Aires en 1939 pudo ser entrenado por el campeón del mundo Alexander Alekhine, quien fue contratado a tal efecto.
Piazzini, entonces, no solo debe ser recordado en tanto gran ajedrecista sino, además, por su desinteresada contribución al progreso del ajedrez argentino en una época pionera.
Material gráfico: Juan Sebastián Morgado y Ajedrez Latitud Sur
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