ChessBase 17 - Mega package - Edition 2024
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por Manuel López Michelone
A veces un día de campo es, para un ajedrecista, una
oportunidad para estudiar al aire libre. Dejar por un rato el estudio o el salón
de juego y mover los trebejos al aire libre suele ser relajante. No hay la
dolorosa y dura competición. Uno puede entonces dedicarse a labores más
entretenidas que las aperturas o el aprendizaje de los áridos finales. Pueden
entonces verse esos problemas de fantasía, muchas veces compuestos por esos
grandes del tema: Kubbel, Grigorian, Kasparian, etc.
Así entonces, después de la abundante comilona, dejé
el picnic y a la familia, y me adentré
en aquel bosque. Después de caminar un rato hallé lo que buscaba: una piedra a
manera de banquito para sentarme y los restos de un gran tronco, que me servirían
de mesa. Dispuse entonces las piezas, saqué mi librito de problemas compuestos
y comencé a ver las maravillas que estos ofrecen. No cabe duda que el ajedrez
posee magia. En este limitado espacio de 64 escaques las grandes ideas fluyen de
forma extraordinaria.
De pronto un curioso zumbido llamó mi atención. Giré
el rostro y lo que vi en el cielo me dejó pasmado: ¡era un platillo volador!
De un acero brillante, totalmente circular, el disco giraba a unos metros de mí.
Y entonces un segundo evento me dejo helado: de la parte inferior de la nave,
salió una luz en forma de cilindro y vi entonces bajar a un hombrecito verde, sí,
como los que siempre nos han mostrado en los cuentos de ciencia ficción. ¡No
cabía en mi asombro!
Sorprendentemente, el extraterrestre se acercó a mí
sin el mayor asomo de timidez. Me encaró y me dijo a bocajarro: “¿qué
es eso que está sobre el árbol?”. Su voz era metálica y sin el mínimo
cambio de tonalidad. Para no demostrar temor, le respondí seguro de mí mismo:
“es un ajedrez”, y continué, “¿quieres
jugar una partida?”. El hombrecito no dudó. Le expliqué sucintamente las
reglas del juego. Le advertí de las reglas especiales, por ejemplo, la de la coronación
(que debería llamarse, estrictamente hablando, de promoción).
Le dije: “Y cuando un peón llega a la
octava fila, puede convertirse en la pieza que quieras”. Dicho todo eso,
le pregunté entonces: “¿Jugamos una
partida?”. Éste accedió y dispusimos los trebejos después de sortear
los colores, en donde mi eventual rival le tocó la suerte de llevar las piezas
negras. La partida no fue muy dura, porque sin lugar a titubeos, al marcianito
le faltaba bastante idea estratégica. Hay que decir en su descargo que era la
primera vez que jugaba al ajedrez, por lo que no era de esperarse demasiado. En
cierto momento del encuentro llegamos a la siguiente posición:
(Diagrama 1)
Juegan las negras
Yo amenazaba 2.
Cb3 mate. Pero me sorprendí al
ver la jugada del negro: 1. … h1=R
negro! Le dije al marcianito que su jugada era ilegal y éste replicó: “No.
Tú dijiste que al llegar a la octava fila podía pedir la pieza que quisiera.
Nunca aclaraste que no podía ser otro rey”.
(Diagrama 2)
Posición después de 1. … h1=R negro!
Aunque su argumentación era válida, no me iba a poner
a discutir en esos momentos. Sin duda era una pésima manera de empezar las
relaciones con los extraterrestres. Y entonces se me ocurrió la siguiente feliz
idea: hice mi movimiento:2. a8=Rey negro!
y anuncié: ¡mate en la siguiente jugada!
(Diagrama 3)
Posición después de
2.a8=R negro!
Mi verdoso rival se puso aún más verde y me miró atónito. Sin darle oportunidad a preguntar nada le dije: “efectivamente, se puede pedir CUALQUIER pieza al coronar”. Y entonces el hombrecito verde se sumió en larga meditación:. Después de 2. … Rb8 o 2. … Rh2, se seguiría 3. h8=D ¡mate a todos los reyes! Y de pronto mi contrario del planeta rojo se levantó. La luz cegadora en forma cilíndrica lo capturó y la nave desapareció tan rápidamente como había llegado. Cabe decir que en mi familia nunca creyeron mi extraordinaria historia.