Acudieron para jugar al ajedrez relámpago en el parque
Por David Pambianchi
Chocolate, vanilla, caramelo de almendras de jamoca: eso sirve para describir
el Círculo de Ajedrez del parque Capitán Gerald MacDonald Memorial, en Queens
(Nueva York) No es así porque el camión del Sr. Softie suene en el área con
regularidad, sino porque es allí donde reside la congregación étnica más diversa
de este lado de los Estados Unidos. Atraídos por el juego, una buena mezcla
cultural de jugadores se suele acercar al parque para disputar partidas de
ajedrez relámpago.


Como el fútbol, y como ya indica el nombre, el ajedrez "relámpago" es un
juego rapidísimo. ¡Piense rápido! ¡Mueva rápido! ¡No se deje apoderar por el
pánico! Muchas veces las manos vuelan sobre el tablero y golpean el reloj tan
deprisa que las piezas terminan cayéndose al suelo. A los espectadores y
jugadores, cristianos, musulmanes, hindúes, budistas y de muchos otros colores y
sabores, eso les hace mucha gracia. Les encantan esas partidas rápidas de sólo 3
ó 5 minutos. Hay que ganar la partida antes de que el contador de tiempo indique
que se acabó, sea soltando pitidos, flashes o bajando una banderita pequeñita.
En el otro caso, e independientemente del material que quede sobre el tablero,
la partida se perdería por tiempo.

El ajedrez y sus relojes ignoran la edad, el sexo, la religión o la raza que
tenga el jugador. Las doce mesas de ajedrez suelen estar rodeadas de multitud de
residentes en Nueva York, esperando su turno. Hay italianos, cubanos, albaneses,
pensionistas de Alemania, estudiantes de Austria, Hungría y Letonia y un joven
chaval de Sri Lanka. Después de haber aparcado su taxi cerca del parque, un
experto de Indonesia quiere enfrentarse en una partida con su amigo de Turquía
que acaba de salir del metro. En otra mesa, un maestro colombiano y otro israelí
atraen a muchos espectadores, entre ellos, un griego, un dentista rumano, un
señor de Montenegro, un abogado alemán, un afro-americano, un belga y un latino
mientras que el dueño de un bar Deli de Nepal se acerca corriendo para traer
café caliente. Hay representantes también de Rusia, Serbia, Bosnia, Inglaterra,
Francia, Georgia, Irlanda y China.

Aquel parquecito, situado enfrente de Correos, con su gran variedad de
árboles, plantas y flores, acoge también a algunos jugadores de dominó y
backgammon y la gente pasea por allí.

Al ser un sitio relativamente libre de juegos de azar, alcohol y drogas, el
parque es un acogedor asilo para todos. Cocinas variadas adornan el bulevar
Queens y la calle Austin. Además hay sitios de comida rápida, como por ejemplo
KFC, Taco Bell, Boston Market y también sitios de comida mexicana, china, etc.
Aunque normalmente no suelen estar presentes más de seis ajedrecistas
femeninas, los jugadores masculinos no han perdido la esperanza que eso vaya a
cambiar algún día. Se dedican a profesiones muy variadas. Aparte de las ya
mencionadas, también hay doctores, agentes de bolsa, programadores, funcionarios
judiciales, bomberos, profesores (como yo). Todos se enfrentan con todos, sean
abogados, obreros o personas que estén en el paro. Otro aspecto de la vida
social del parque, por ejemplo, con los recreos con sesiones de comer pizza o
algún pastel de cumpleaños de vez en cuando y cosas de ese estilo. Las
conversaciones abarcan temas como música, historia, ciencia, política y
cualquier tema que pueda estimular las neuronas, desde lo profundo hasta lo
ridículo. Casi nunca hay discusiones y es imposible que se rompan las duraderas
amistades creadas con el tiempo sobre el tablero y reforzadas por las risas y la
confianza.

Cuando empecé a jugar al ajedrez rápido y siendo un novato, pasé un día
entero observándolo todo antes de comenzar a jugar. Esperaba poder plantear una
fuerte lucha, pero pensaba que luego iba a perder por falta de tiempo. La
partida era visible para todos. Incluso los silenciosos, desconocidos jugadores
pueden crear cierto interés en los espectadores. Recuerdo como los jugadores
regulares, un conglomerado de culturas, me miraron de reojo. "¿Será un
estafador?" se preguntarían en sus diversos idiomas. El ambiente suele ser
colorado de ligereza, lo cual realza el entusiasmo y la seriedad del juego. Tras
haber observado la victoria de un maestro de ajedrez, comenté: "Pues, creo que
le podría derrotar". Luego, rompiendo el silencio total que había provocado mi
comentario agregué: "Si hace buen día... con sol... y tras haber tomado unas
cuantas cervezas".

En general, mis conocimientos del ajedrez relámpago han aumentado bastante
durante los últimos meses y ojalá siga así gracias al alto nivel que tiene el
ajedrez que se juega aquí. Pero quizá lo más importante es la promesa de los
nuevos conocidos y amigos que suelen acudir a este parque. A este respecto, no
hay nadie se quede fuera de juego. Dentro de ese pebete neoyorquino, entre las
piezas de ajedrez, las agresiones, el afecto, la derrota y la victoria, el
pitido y los flashes de los relojes digitales, en medio de los pensamientos y el
gol conjunto, las variadas y compartidas experiencias de las personas, razas y
culturas simplemente demuestran, qué es lo que puede contribuir cada uno. Y eso
en el sentido literario, sea frente al tablero o como persona. Vislumbramos la
promesa de la libertad, nos fijamos en quienes somos en el entorno de la
comunidad. Y vemos más claro, gracias a los diferentes puntos de vista y porque
nos comunicamos entre nosotros. Al final de la partida hay que reconocer: ¡este
es un buen lugar para estar!

Traducción: Nadja Woisin