Algunas novedades literarias (I)
Por Josep Mercadé Riambau
Los que estamos aquejados de la doble droga del ajedrez y de la literatura
faenamos con frecuencia y avidez en los caladeros de las grandes librerías
a la búsqueda de preciosos ejemplares con que saciar nuestra doble pasión
y atesorarlos en la despensa de nuestra biblioteca, al lado de los de Zweig,
Nabokov, Perez-Reverte, Arrabal, Neville, Maurensig y tantos otros.
Si tiramos precipitadamente de la caña podemos pescar engañosos
ejemplares como Jaque a la reina de José Calvo Poyato, Jaque
al rey de R. A. Salvatore, Escac a la dama de Josep Mª Palau
o Los peones caen primero de Alexandra Marinina, en los que el ajedrez
apenas asoma en su metafórico título.
Otras veces tenemos algo más de suerte y topamos con
entretenidas intrigas, como la que nos presenta Boris Akunin en Gambito
turco (1), en las que nuestro juego ocupa ya algo más
de espacio.
El exitoso escritor ruso sitúa a su héroe Fandorin, agente de
contraespionaje, en el contexto de la guerra ruso-turca que se libró
en los Balcanes hacia 1877. Va acompañando a una intrépida muchacha,
Vania, a quien el astuto Anwar explica la estrategia seguida en la misma y que
da la clave del metafórico título de la novela:
Hablando en términos ajedrecísticos, usted sabe lo que es
un gambito, ¿no? (...) la apertura de una partida de ajedrez en la que
se sacrifica una pieza para obtener una ventaja estratégica.
Yo mismo he diseñado el esquema de esa partida de ajedrez y en su
apertura le ofrecí a Rusia una pieza suculenta: la jugosa, apetitosa
y débil Turquía. El imperio otomano se derrumba pero el zar no
ganará la partida. (p. 240)
El protagonista, el simpático y tímido agente Fandorin, piensa
que Europa no va a reconocer esa paz, aparentemente muy beneficiosa para Rusia,
y concluye que "Anwar jugó a la perfección su gambito
y yo perdí la partida" (p. 248).
Otros detectives siguen caracterizados por su afición al juego de los
escaques, como el excéntico Carlos Clot de Sangre a borbotones
de Rafael Reig, que ocupa su tiempo libre en el estudio de las partidas de los
grandes maestros.
La metáfora del sacrificio de una pieza, un alfil-obispo,
en aras de un supuesto bien mayor, es empleada también por Jordi Cussà
en la novela en catalán L´alfil sacrificat (2),
un alegato a favor del compromiso en la lucha de los desheredados en un país
hispanoamericano.
En otros casos, no es el título sino la llamativa portada la que nos
indica la presencia de un salmón ajedrecístico escondido en sus
páginas. En efecto, el ajedrez ofrece la solución a la intriga
jurídica, algo espesa, que, en clave de best-seller, ofrece Stephen L.
Carter en El emperador de Ocean Park.(3)
Un famoso juez americano conservador, de raza negra, ha muerto de un supuesto
ataque al corazón. Su hijo Talcott, profesor de derecho, pretende desentrañar
los interrogantes que se esconden tras su muerte al descubrir que su padre le
ha legado un misterioso mensaje, centrado en un difícil problema de ajedrez
("El doble Excelsior").
El complicado problema (¿irresoluble?) que acaparaba la atención
de su progenitor se presenta así:
Un doble Excelsior con caballo quiere decir que la única manera de
que las blancas puedan dar mate en cinco es que ambos jugadores muevan un solo
peón exactamente cinco veces, al final de lo cual, ambos jugadores coronan
un caballo y las negras reciben jaque mate. (p. 348)
El protagonista va desentrañando el misterio, acosado por otras muertes,
hasta resolverlo en un cementerio, convertido en gran tablero de ajedrez, en
el que tanto él como sus antagonistas se mueven como piezas. Sólo
su competencia ajedrecística, ayudada por un experto en problemas, le
permitirá resolver el misterioso legado:
Mi padre dejó tras él un Doble Excelsior, pero no sobre un
tablero sino en carne y hueso.
Puso en movimiento los dos peones, el negro y el blanco, para que fueran
haciendo sus respectivos movimientos, vigilándose el uno al otro, casilla
a casilla, hasta que alcanzaran los respectivos extremos del tablero en una
playa de Oak Bluffs azotada por la tormenta, donde se convertirían en
caballos y se enfrentarían por última vez. (p. 711)
Quizá le sobran un centenar de páginas a ese thriller
jurídico, que va dosificando a cuentagotas su intriga.
Pretensión de best-seller también asumía
la novela de Ignacio Padilla, Amphitryon (4),
que se inicia con una trascendental partida de ajedrez en la que Thadeus Dreyer,
padre del protagonista, y Viktor Kretzschmar apuestan su vida:
Un ajedrecista cabal, decía mi padre cada vez que me explicaba una
jugada maestra, es capaz de reconocer a sus pares de inmediato y en las circunstancias
más extrañas, pero sólo emprende una partida cuando está
seguro de haber medido las fuerzas de su oponente, y nunca, en verdad nunca,
apuesta al divino juego nada que no sea tan importante como su propia vida.
Ignoro quién de los dos hizo entonces la propuesta inicial, o en qué
mal momento salió finalmente a relucir el tablero. Lo cierto es que los
términos de la partida quedaron pronto delineados con una claridad tal,
que disuena con la atmósfera neblinosa que impregna toda la historia:
si mi padre vencía, aquel hombre tomaría su lugar en el frente
oriental y le cedería su puesto de guardagujas en la garita novena de
la línea Múnich-Salzburgo. Si, por el contrario, mi padre era
derrotado, se obligaba entonces a pegarse un tiro antes de que el tren llegase
a su destino. (p. 22).
La intriga es complicada y en ella, el hijo de Thadeus, que ganó la
primera, librará otra trascendental partida cuyo desenlace no desvelaremos.
El suspense se apoya en algunos hechos históricos, como el proyecto
Amphitryon, mediante el cual el III Reich creó una serie de dobles entrenados
para sustituir a ciertos líderes nazis, entre los que Eichmann cobra
protagonismo en esta novela. El juego del tablero la flanquea constantemente
y, también aquí, los protagonistas se sienten en ocasiones meras
piezas del mismo.
Otro mejicano acababa de publicar una novela que, además
de abordar temáticamente el juego rey, éste la estructuraba. En
efecto, la anciana protagonista de La vida que se va (5)
de Vicente Leñero, gran jugadora, va desvelando su vida a un periodista
pero en cada entrevista ella le ofrece una versión diferente de la misma,
al igual que cada partida de ajedrez comporta desarrollos distintos.
Así, por ejemplo, mientras en una sesión le refiere que su padre
venció, en un torneo de simultáneas, a un gran campeón
español, en otra le cuenta que fue vencido por él.
Leñero sabe describir, con expresivo lenguaje metafórico, la
tensión de las grandes batallas sobre el tablero, con derrotas que pueden
llevar al suicidio, y la pasión por el juego que al viejo Don Lucas le
supone el enfrentamiento con su mujer. Ella termina:
gritándole horrores de sus malditas partidas de ajedrez que la tenían
harta porque él prefería una pinche torre, un pinche peón
o un pinche caballo jato que a su propia esposa encerrada en ese infecto departamento,
sin oportunidad de ir jamás a un teatro o a un salón de baile,
(...) la obligación de estar ahí nomás esperando a qué
hora llega el baboso de su marido echando lumbre porque le rompieron la madre
con un jaque mate estúpido. (pp. 49-50)
Es inevitable, ante los trucos metaliterarios del escritor mejicano, evocar
otros parecidos de Ítalo Calvino.
Y faenando en otro caladero, el de la ciencia-ficción,
un amigo me avisó de la presencia de otro ejemplar ajedrecístico,
Magia de reina, magia de rey (6) de Ian Watson.
Dos reinos simétricos, Bellogard y Chorny, se ven enzarzados en una
guerra cíclica, renovada constantemente mediante una magia sujeta, en
líneas generales, a las reglas del ajedrez.
El protagonista, Pedino, un escudero (peón) que al final se convierte
en Rey, se pregunta si sería posible escapar a esa maldición de
tener que librar siempre la misma inútil contienda.
Los elogios promocionales que podemos leer en la contraportada nos dicen que
es una "sátira social" y una "lección ambiciosa
y divertida", pero lo cierto es que su argumento (en el que pasamos por
otros dos mundos regidos por el juego de la escalera y el del monopoly) nos
parece muy deshilvanado y tampoco vemos asomar por ningún lado la pretendida
moraleja y sátira de costumbres de ese escritor, notable guionista de
A.I. Inteligencia Artificial de Steven Spielberg.
En una pirueta final, el autor interpela al mismo lector, cosa que también
hace Javier García Sánchez en su gran novela Dios se ha
ido, de la que, por falta de espacio, nos ocuparemos más extensamente
en otro artículo, ya que traza agudos paralelos entre el ajedrez y la
vida del protagonista. Lo completaremos con una prolija reseña de Lo
que sé de ti de Fernando García, que compara con agudeza
el juego del tablero con el juego literario.
Finalmente, una mención de una novela destinada al público
juvenil, que me descubrió una buena alumna mía: Campos de
fresas (7) (también en catalán: Camps
de maduixes) de Jordi Sierra, que se está llevando al cine.
Estructurada como una partida de ajedrez, con anotación cifrada de cada
lance al principio de los capítulos, es jugada por la dama blanca (una
joven ajedrecista que se encuentra en coma) y la dama negra (la muerte).
La chica se salva y la novela pretende llamar la atención sobre el peligro
de las drogas de síntesis, las pastillas, que han llevado a la protagonista
al borde de la muerte.
Tenemos, pues, todo género de pescado fresco literario-ajedrecístico
que elegir. Y, lo dicho, los dos mejores los despiezaremos en un próximo
artículo.
Notas:
1) Boris Akunin, Gambito turco, (Trad. de Rafael Cañete),
Ed. Salamandra, Barcelona, 2002 (Volver)
2) Jordi Cussà, L´alfil sacrificat, (Premi
Fiter i Rossell 2002), Ed. Columna, Barcelona, 2003 (Recuérdese que,
en inglés, la palabra bishop designa tanto al alfil de nuestro juego
como al obispo, cargo que ejerce el revolucionario protagonista de la novela,
al que su sobrina, buena jugadora de ajedrez, trata de salvar.) (Volver)
3) Stephen L. Carter, El emperador de Ocean Park, (The
Emperor of Ocean Park), (Trad. de Fernando Garí), Ed. Mondadori, Barcelona,
2003. (Volver)
4) Ignacio Padilla, Amphitryon, (Premio Primavera de
Novela 2000), Ed. Espasa Calpe, Madrid, 2000 (Volver)
5) Vicente Leñero, La vida que se va, (2ª
reimpresión), Ed. Alfaguara, Madrid, 2000 (Volver)
6) Ian Watson, Magia de reina, magia de rey, (Queenmagic,
Kingmagic), (Trad. de Lorenzo Luengo), Ed. Bibliópolis, Madrid, 2003.
(Volver)
7) Jordi Sierra i Fabra, Campos de fresas, Ed. Círculo
de Lectores, Barcelona, 2001. (Volver)
Artículo ofrecido por gentileza de