Charles Simic, ajedrecista y Poeta Laureado
Dušan Simić nació en Belgrado (Yugoslavia) en 1938 y creció en una
Europa desgarrada por la guerra. Cuando tenía dieciséis años, su familia emigró
a Estados Unidos, donde cambió su nombre por el de Charles y quitó las marcas
diacríticas de su apellido.
Estudió en Chicago y se convirtió en profesor de Literatura Americana y
Escritura Creativa en la Universidad de New Hampshire.
Charles Simic se hizo un nombre el los setenta como literato minimalista,
escribiendo poemas lacónicos, "imagisticos", que como los de William Blake,
tienen sus raíces en objetos observados que sirven para extrapolar el universo.
A lo largo de los años su estilo se ha hecho identificable de inmediato. Los
críticos se han referido a menudo a los poemas de
Simic como "cohesionados puzzles cúbicos chinos". El propio Simic ha manifestado: "Las
palabras hacen el amor en la página como moscas en el calor del verano y el
poeta es solo el espectador desconcertado". La cita apunta a la filosofía de
Simic de que el arte debe ser mayor que la persona que lo creó. Escribe con
esmero de temas tan diversos como jazz, arte, filosofía... y ajedrez.
Este pasado mes de agosto, Charles Simic fue seleccionado para convertirse en
el XV Poeta Laureado Asesor en Poesía de la Biblioteca del Congreso. Uno de los
motivos citados fue el "la bastante deslumbrante y original calidad de su
poesía". El logro fue sorprendente, en especial para Simic, que no habló
inglés hasta que tenía 15 años.
Como muchos otros yugoslavos, Dušan jugó al ajedrez de niño. El poema que
recitó en ABC News en el programa de George Stephanopoulos fue Prodigy.
Trata de un muchacho a quien le enseñó a jugar al ajedrez un profesor jubilado
de astronomía, que creció encorvado sobre un tablero de ajedrez, empleando
piezas desconchadas y al que le faltaba el rey blanco.
Ese poema es sobre crecer en Belgrado durante la II Guerra Mundial.
PRODIGIO
Crecí doblado
sobre un tablero de ajedrez.
Amaba la palabra final.
Todos mis primos parecían preocupados.
Era una casa pequeña
cercana a un cementerio romano.
Aviones y tanques
sacudían los vidrios de sus ventanas.
Un profesor de astronomía jubilado
me enseñó a jugar.
Debe haber sido en 1944.
En el juego que empleábamos,
la pintura casi había saltado
de las piezas negras.
Se había perdido el rey blanco
y tenía que ser reemplazado.
Me dijeron pero no lo creí
que ese verano vería
hombres colgando de los postes del teléfono.
Recuerdo a mi madre
cegándome mucho.
Tenía una forma especial de meter mi cabeza
rápidamente bajo su abrigo.
En ajedrez, también, me dijo el profesor,
los maestros juegan a ciegas,
los mejores en varios tableros
a la vez.
(Traducción libre)
