Para ganar, primero debes aprender
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José Luis Torrego ha publicado varios poemarios y libros de cuentos infantiles de éxito, y además tiene el cuajo de reivindicar el vicio inconfesable de ser ajedrecista. Pero yo no he venido aquí, a esta página, para hablar de Torrego, sino de sus cuentos. ¿No es lo mismo? Desde luego que no.
Un autor puede concebir tramas maravillosas o bodrios insuperables, pero lo que nunca logrará es domar del todo a sus criaturas literarias, duendes traviesos y juguetones (que en la tradición céltica se conocen como la buena gente), que fatalmente escapan a su control. Criaturas que no dependen del autor: el autor depende de ellas y no puede evitar que se salgan del guión imaginado y ejerzan su albedrío como les dé la gana, fugándose como saltimbanquis por cualquier ventanuco o rendija de la ficción para realizar sus piruetas en escenarios no previstos.
Dentro de los géneros literarios, el cuento es el que más me atrae, por ser de algún modo una suerte de quintaesencia, tanto en términos de creatividad, como de lenguaje: lo expresado debe serlo de forma económica y precisa, las situaciones deben instalar al lector en una extrañeza, introducirlo en una atmósfera que debe parecer única y no carente de magia o misterio. Sin embargo, no es lo aparatoso o lo extraordinario lo que hace valioso a un cuento. A diferencia de algunos mastodónticos bestsellers, el tema de un cuento puede ser algo tan sutil o delicado como los de Chejov, en los que apenas pasa nada, pero que nos conmueven con el acierto de quien toca esa tecla inesperada de nuestra pobre sensibilidad. Relatos como los de Maupassant, Horacio Quiroga o Virgilio Piñera son de muy distinto tenor y, sin embargo, penetran en nuestro espíritu como un sobresalto. Los de Juan Carlos Onetti no son aptos, por su grisalla existencial, para personas de ánimo escaso, pero si somos capaces de afrontarlos, nunca se nos escaparán de la memoria (pienso en El infierno tan temido, cuento perfecto y temible). Y entre los autores excelsos (Borges, Faulkner, Ribeyro), destaca Julio Cortázar, palabras mayores, en tanto que deidad de este género. Un cuento magistral es, por ejemplo, Las babas del diablo, llevado al cine por Antonioni, bajo el título Blow Up.
Pero dejemos de divagar y vayamos a lo nuestro.
Los tres primeros relatos de esta colección responden al título genérico Tres peones negros en séptima, y los dos primeros tienen otro denominador común: la poderosa presencia de uno de los más brillantes maestros del pasado, la Bourdonnais, de quien David Bronstein era su mayor admirador.
A un jugador de ajedrez no hay que explicarle lo peligroso que resulta un peón pasado para el bando opuesto. Si ese peón alcanza la séptima fila en su andadura (o la segunda en notación algebraica, si es negro), todas las luces rojas se encienden en un grito unánime, porque tal peón se encuentra a un solo paso de sufrir una poderosa mutación que puede modificar radicalmente la situación del tablero.
En el tercer cuento aparece un joven profesor de Breslau, cuyo protagonismo en el relato está vinculado a un espectacular estudio suyo y es curioso este énfasis en una composición, cuando Adolf Anderssen está considerado por muchos historiadores el primer campeón mundial oficioso. Pero es un acierto, porque de sus partidas se ha hablado y escrito mucho, mientras que su maestría como compositor (faceta en la que destacaba tanto como en la de jugador) ha quedado casi sepultada en el olvido. Hoy no somos conscientes de la dimensión que Anderssen tenía en el ajedrez. Cuando el ganador de la partida Inmortal murió, la Deutsche Schachzeitung le dedicó una necrológica de diecinueve páginas, todas con una franja negra en señal de duelo.
El autor rescata (o imagina) momentos estelares en la historia del juego nuestro, auténticas epifanías que convierte en escenificaciones desbordantes de interés. Curiosamente, no sólo los protagonistas son importantes. Los personajes secundarios, el coro de mirones de lujo son igual de protagonistas (tal vez incluso sean los personajes principales: aquí están los duendes haciendo de las suyas), porque se enzarzan en diálogos agudos en los que se reflejan sus dudas, su arrogancia, sus temores, sus (continuamente matizados) pronósticos sobre la lucha que están presenciando. Tan real como la vida, sí. Porque son personajes vivos, tan indecisos y desamparados como cada uno de nosotros. Diálogos intensos, vivaces y cargados de esprit, con algunas pinceladas o connotaciones gloriosas.
Bernard, Deschapelles, Lewis, Walker, Harrwitz y algunos príncipes rusos (y pido perdón por el pleonasmo pues, como nos enseñó Guerra y Paz a quienes sobrevivimos a su lectura, todos los rusos del siglo diecinueve eran príncipes) se vuelcan en irónicas o veladas controversias, esperando ganar la batalla dialéctica del mayor saber ajedrecístico: ¿quién está ganando, quién ganará o quién debería haber ganado?
En esos tres cuentos, no uno, ni dos, sino tres peones alcanzan la séptima casilla codo con codo y… (no esperen que cometa la imperdonable torpeza de revelarles el final: tendrán la dicha de leerlos).
El cuarto es independiente, Mi rey se defiende solo. Un homenaje evidente a Steinitz, con una partida suya y varios finales de torre contra peón o peones, con el sentencioso augurio de Karl Hammpe: “Si usted no se vuelve a Praga, se convertirá en el mejor jugador de Viena en, digamos… cinco años.” Y ser el mejor jugador de Viena, en aquellos tiempos, era casi tanto como decir el mejor jugador del mundo.
En todos estos relatos, la minuciosa narración descriptiva de las jugadas realza la dramatización del juego en el doble plano partida/espectadores, que se nos transmite con la debida intensidad, lo que nos permite participar como público activo en la visualización de las fascinantes luchas del tablero.
La escritura de estas historias, bien respaldada por su contexto y sus guiños técnicos, es tan inspirada e incisiva que su lectura nos acerca a un estado que se parece mucho a la felicidad. O a mí me lo parece.
Una pica arlequinada en Flandes, poeta.
Antonio Gude, setiembre 2019
Tres peones negros en séptima es la última obra publicada por el segoviano José Luis Torrego. Después de cuatro poemarios, y tres incursiones en la poesía infantil, nos sorprende con un conjunto de relatos por los que rezuma otra de sus pasiones: el ajedrez.
El libro está formado por cuatro relatos: los tres primeros están enlazados por la mágica posición de tres peones negros en séptima y por la atractiva figura de Deschapelles, “por cómo derrota a todos y la cantidad de dinero que está amasando, uno diría que es un profesional…Ahora bien, por sus exquisitas maneras, su pose erguida y apuesta presencia a pesar de su edad, no dudaría en juzgarlo como un caballero”. Tres míticas partidas de la época romántica del ajedrez, ficcionadas con elegancia y estilo clásico por Torrego. El cuarto relato es un compendio de las cualidades necesarias para ser un buen ajedrecista a través de un diálogo entre un jovencísimo e ingenuo Steiniz y el amable Hamppe: “para ser un buen ajedrecista hay que tener instinto para reconocer las situaciones donde para ganar se rompen todas las normas, esa aparente lógica que para los no iniciados es la esencia del ajedrez”.
Y este es otro de los aciertos de Torrego: el lector de Tres peones negros en séptima no necesita ser un iniciado en ajedrez para apreciar el efectismo de estas partidas, la búsqueda de la belleza como compañera imprescindible de la victoria, “no bastaba con vencer, había que inmortalizar la victoria”. Los relatos van salpicados de imágenes de tableros con las posiciones de las figuras con los que fácilmente se puede seguir el discurrir de la contienda.
La prosa de Torrego nos traslada al siglo XIX, a los míticos salones en los que maestros y alumnos se enfrentaban con inteligencia y caballerosidad: La Régence de Paris, el Westminster Chess Club de Londres, El Nowa Kaffehaus de Bresnau y el Rebhuhn de Viena dan cobijo, bajo las velas de sus arañas de cristal, a entusiastas ajedrecistas que comparten espacio con jugadores de billar y de whist, difuminados todos entre volutas de humo. A la sombra del gran Philidor, escuchamos los ágiles diálogos de Deschapelles, Labourdonnais, MacDonnell, Anderssen, Steinitz… todos ellos grandes maestros que pasaron a la posteridad y que hicieron del ajedrez “el único idioma de comunicación”.
Se aprecia en los relatos el bagaje lector del autor y su amor profundo por el mundo del libro. Por sus páginas aparecen editores y libreros, con un acertado homenaje al Mendel de Zweig. Presenciamos el hecho histórico de la primera publicación de todas las partidas completas jugadas en un enfrentamiento para que todos los aficionados pudieran “reproducirlas en sus casas para su deleite. Cómo se reproducen los Lieder o las sonatas, una y otra vez”.
Tres peones negros en séptima, libro por José Luis Torrego
Tres peones negros en séptima nos conduce a pensar, con Philidor, que, sin duda, “los peones son el alma del ajedrez”; y que, si bien Torrego no es un Maestro de ajedrez, su maestría con la palabra está más que demostrada. Nos encontramos cuidadas descripciones, diálogos muy trabajados, de gran naturalidad y encantador toque irónico, y un necesario tono épico que nos transmite la grandeza de estar presenciado un momento único: “No era el movimiento ajedrecístico, era el movimiento de la mano que lo ejecutó, con la solemne lentitud y decisión de un tercio español plantando pie y pica, retando al adversario a desplazarlo un palmo de esa posición.”
El libro viene generosamente prologado por Antonio Gude, Maestro de ajedrez, periodista, escritor y traductor, que fue durante años secretario general y director técnico de la Federación Española de Ajedrez. Una autoridad, sin duda, que nos invita a su lectura por ser “tan inspirada e incisiva que nos acerca a un estado que se parece mucho a la felicidad”.
Léanlo y juzguen ustedes. Feliz lectura.
Poemarios
· Levanta los párpados y amanece. Vitruvio, 2013
· Piel disidente. Lastura, 2015
· Suzanne. Amagord, 2017
· Una novia judía. Lastura, 2019
Relatos
· Siete peones negros en séptima. Lastura, 2020
Infantil
· El cerdito guarrete. Lastura, 2017
· Poemas que encontré en un barco de papel. Amagord, 2018
· La calle Berrebés. Lastura, 2019