Una delicadeza ajedrecística de Caillois

por ChessBase
26/04/2021 – espués de treinta años, Roger Caillois, volvió a considerar su reseña a André Chéron, a Marcel Duchamp y Halberstadt. Esta última vez la enmarcó, quitándole algunos párrafos, agregando alguna mínima frase, dentro de un artículo que compone un capítulo dentro de un libro[1]: “La imaginación rigurosa”, “La lógica de lo imaginario”, “Intenciones”. Capítulo y artículo son traducciones literales, “Intenciones” en cambio fue quizá una decisión editorial; el título en francés “Cases d’une échiquier”, casillas de un tablero, seguramente no encajaba para estar en tapa. Artículo por Fernando Auciello.| Foto: UNESCO / Dominique Roger

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A Marcelo Reides

Sin embargo, esas casillas en ese tablero resumen un ideario, la “solidaridad subterránea” que el autor descubre en la dispersión de temas y objetos que ha considerado; es el proyecto que se extiende en sus “ciencias diagonales”. En particular su preocupación ha sido descubrir la “sintaxis” de lo imaginario, a su vez este libro tendrá que esperar para ver aparecer el primer tomo de esa “aproximación”, del que incluso podría haber un tercero[2]. Caillois tenía este tipo de detalles, era capaz de publicar el segundo volumen de una serie antes del primero.

Generalmente el juego se recorta de la vida cotidiana, de la realidad en la que impera el trabajo, la utilidad, la economía; en este caso el gran ensayista presume tomar el camino inverso, sin hacer uso de ese mundo de lo serio, así se las ingeniará en referir ejemplos que tienen su autonomía, su íntima lógica: espejos y sombras que duplican con vida propia seres de inconsciente vanidad humillada, búsquedas de tesoros que no tendrán más utilidad que relanzar el siguiente mapa, piezas y movimientos en un lugar del tablero que responden a una simetría que se resolverá en casillas lejanas en victorias y derrotas perfectamente intercambiables. Esto por citar los tres elementos que trata en ese capítulo, la lista sería interminable, desde el dibujo en alas de mariposas hasta pintura surrealista, solo si tomamos el par de tomos publicados a la inversa.

Justamente ese surrealismo es una discusión de fondo y zanjada por el joven amigo de Breton. Baste recordar su separación de ese movimiento, no solo pictórico, al desmenuzar una decorada habichuela que saltaba. Como allí descubrió una larva que rompía el encantamiento y la magia, esta lógica rigurosa de lo imaginario desarma esas creencias que en tantas ocasiones nos dañan.  

Dejo entonces esta traducción de aquella reseña[3] que puede instruirnos cuando consideramos el producto de una “creación” bajo una ley solapada, cuando una obra se sobrepone a su “creador”. Tal vez “crear” en este original ideario no sea más que compartir, que atrapar, que prestar por un instante voz y cuerpo, a esta imagen que es nuestra a condición de ser ajena.      

Los problemas artísticos

de André  Chéron

La oposición y las casillas conjugadas se reconcilian

de Marcel Duchamp y Halberstadt

No es un misterio que los placeres de la imaginación sean placeres. En este tema las mismas palabras vuelven frecuentemente bajo las mismas plumas, eso debe significar algo: tal acuerdo, tal obsesión, no son un testimonio menor de la profundidad del análisis. Ensoñación o escritura automática, el dejar correr, incluso forzado, de la imaginación permite percibir la exaltante liberación de no se sabe qué cadenas, el acceso a una libertad suprema, más allá de exigencias invisibles y hace largo tiempo soportadas. Es un himno de liberación que solo se concibe cantado por los tiranos y dominadores. Hace falta ser esclavo para vivir tal gusto por la libertad, pensionado para desear fervientemente la recreación, preso para aceptar tal horror de los obstáculos. Así resulta la naturaleza primera de los placeres de la imaginación, naturaleza refrescante y sabrosa, como si fueran dulces en las vitrinas después del cabinet noire[4]. No tendrían al contrario ninguna eficacia duradera sobre los espíritus de la realeza que, no sintiendo ni opresión ni servidumbre en el despliegue de sus posibilidades, no prueban esta glotonería de una gracia cuyo goce se mantiene limitado para dejarlas en el lugar al que su rareza los transporta. La imaginación no elige las libertades que toma. Se toma todas en la medida que la puedan alagar, no tanto su cualidad, poco competente desde entonces para elegir. Pero los espíritus soberanos también son sobrios en el ejercicio del poder, mientras que los otros son voraces en el descubrimiento de licencias, y parece que esta sobriedad extrema no es menos inherente a su ser que una avidez sin natural discernimiento a quien cree haber roto al instante toda barrera.

Se acostumbra elegir a Marcel Duchamp como la última ola de liberadores de la imaginación: pongámonos en guardia, podría ser encerrar al lobo en la majada. Seguramente cierto equivoco en el contenido de las obras hace que uno se engañe, ya que su aspecto deliberado, construido, mecánico según algunos, parece haber llamado menos la atención que su fábula superficial. Sin embargo la publicación de Duchamp de una obra teórica sobre una de las cuestiones más abstractas del juego de ajedrez debe poner fin a esta incomprensión relativa, en tanto da la clave de la actividad del autor. Se trata de problemas tan técnicos que sería imposible definirlos aunque mas no sea sumariamente a los profanos. En cuanto a los amateurs, les señalamos que la obra constituye el desarrollo doctrinal de la fórmula de la oposición, a partir de las posiciones de Locock, Laskey-Reichhelm y Bianchetti. Nos importa remarcar que las aventuras de la inteligencia se ubican en un dominio en el que se encuentra totalmente eliminado el aspecto psicológico del juego, implicado en la naturaleza agonística de la partida e interviniendo como dato conjetural en su misma conducta, mientras el mero espíritu de sistema gobierna. Este elemento, al contrario, pasa al primer plano en investigaciones de carácter anecdótico, en las novelas policiales por ejemplo, donde uno ve a la observación de la conducta en la partida jugar un rol preciso en el descubrimiento del culpable: partido de cartas en L’Assassinat de Canari de van Dine, problemas precisamente en Les Trois Crimes de Veules-les-Roses de Marcel Marc. A la inversa, no falta en los problemas estudiados por Duchamp el desarrollo de las series lógicas adaptadas desde el arranque hasta un resultado lejano e ineluctable. Ganar o perder dejan de significar victoria o derrota, no son más que signos opuestos, equivalentes e intercambiables, simples elementos suplementarios del enunciado. André Chéron, en sus Problemas artísticos, lo instituye a través del tipo de leyes cuyo rigor no debe sorprender. En particular, la suprema importancia que le atribuye a la Idea, como el desdén que muestra por “el azar  retocado por la paciencia”, puede resultar significativa. Se trata de determinar, en sus mismos términos, las combinaciones a la vez más económicas y más maravillosas. Por el efecto de ese gusto del despojo y la austeridad que toma la inteligencia y que bien mirado, se lo vería detestar bajo las formas más desarrolladas y mejor hechas, en apariencia, para el placer inmediato. En todo caso, las leyes que según André Chéron presiden la composición de los problemas de ajedrez son extrañamente paralelas a las que los mejores autores de la novela policial adoptaron en su arte y ciertamente se ve, como en Hugh Austin en De quatre a sept, anunciar antes de comenzar el relato, las reglas que se han impuesto y que ponen al héroe en posición de igualdad con el lector. No es al desdén reinante de la mirada de problemas mágicos[5], que solo puede ser comparado al malestar amateur del detective novel, ante la explotación, incluso perfectamente clásica, de un dato muy particular. Y se asegura a la inversa que la renovación de una situación rebatida, por el empleo de una lógica aberrante, aunque rigurosa, reúne infaltablemente, aquí y allá, los votos; así el Fou des Echecs de van Dine, o L’Assassinat du Père Noël de P. Véry, donde la secuencia de eventos está prefigurada por las Nursery Rimes en un caso y los Contes de Perrault en el otro.

Uno podría extender el registro de esas actividades, y tanto las matemáticas como las palabras cruzadas y la versificación encontrarían su lugar, ya que la naturaleza de la dificultad permanece idéntica: determinar un lugar geométrico, un punto que satisfaga simultáneamente a diversas exigencias en un sistema dado de relaciones.

Todo esto lleva a definir al soñador como un tipo de investigador no menos extendido y cuya actitud profunda sería urgente precisar. Imaginación no le falta, pero prefiere sojuzgarla que someterse, pensando que la dominación es preferible al goce o, por experiencia, que el goce más agudo reside en el ejercicio mismo de la dominación. Paralelamente, se imagina que hay seres –los mismos– que, en el amor, gozan menos del placer que experimentan que del que provocan, porque el primero no les deja la posesión de sí mismos, en tanto el segundo les da la posesión del otro; y es como si tuvieran más orgullo que sentido. En el extremo, si cometen una violación, no lo sería por ser presas del instinto o por su placer, sino por hacer sentir a la víctima, a pesar de ella, su voluptuosidad, seducidos por esta extraña crueldad de imponerla. Tanto se puede quedar desligado de la sensación. Más allá es tentador conservar la situación del jugador que, como no es sobre el tablero donde se juega la partida, no es más una de las piezas importantes o secundarias que mueve, de tal manera que a pesar de la importancia para él de cada instante sin igual de la partida, le es permitido, como último recurso, tomar en su realidad las reservas de un creador sobre su creación.

No es este el lugar de examinar, en el que no se trata más que de la cuestión de inocentes placeres intelectuales, las consecuencias, que pueden preverse densas, de semejante retirada. Pero al costado de los placeres, hay trabajos, donde esta dimisión desilusionada solo subsiste a título de posibilidad ideal. No hace falta más para dar a la severidad una bella ayuda; se ve punzar al poderoso, elegante y ambicioso espíritu luciferino[6], que sabe que la disciplina constituye la fuerza principal de las fuerzas armadas.

[1] Roger Caillois, Intenciones, Editorial Sur, Buenos Aires, 1980.

[2] Acercamientos a lo imaginario fue este segundo intento; en 1987 la Edición Gallimard de Obliques nos aclara que este libro compone el tercer volumen de Aproches de l’imaginaire.

[3] Me he basado en Les Cahiers de Chronos, Roger Caillois, bajo la dirección de Jean-Clarence Lambert. En esa publicación se halla recuperada esta Reseña, entre tantos materiales de difícil hallazgo. El origen citado es la Nouvelle Revue Française, septiembre de 1937. El breve comentario editorial sindica esta reseña como un “véritable texte politique”.

[4] Encontramos dos referencias entre otras para acercarnos al misterio de esta expresión, el título del libro de Max Jacob, Le Cabinet Noire, editado por NRF en 1922, donde podríamos intuir una reflexión sobre moral, y el Cabinet Noire que era el servicio que se encargaba de censurar la correspondencia que operaba desde épocas de reyes hasta la Primera Guerra Mundial. 

[5] Probablemente sean los cuadrados mágicos de Euler, y en general la heterodoxia en ajedrez, referida en el artículo antes citado de Intenciones.

[6] Posición recurrente en Caillois, se trata de un espíritu que no conformándose con la lucidez, se lanza a la acción, a la participación en ese mundo que denuncia, acorde con el héroe de la Comedia Humana de Balzac.

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