Vladimir Nabokov: ajedrez con mariposas

por Hugo Vargas Comsille
13/10/2016 – "Los problemas de ajedrez demandan de su compositor las mismas virtudes que tiene cualquier tipo de arte que merezca la pena", opinó Vladimir Nabokov, uno de los novelistas más grandes de nuestros tiempos. También era un apasionado ajedrecista y experto a la hora de componer problemas. Una de sus novelas, "La Defensa Luzhin" se convirtió en una película muy popular. Hugo Vargas Comsille ("Fianchetto") nos ha enviado un extenso e interesantísimo ensayo inédito para compartirlo con los lectores de ChessBase. Para disfrutar y aprender...

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"Vladimir Nabokov, 3 de noviembre 1972, novelista, lepidopterista (o entendido en mariposas y polillas) y analista de ajedrez". La fotografía fue publicada por David R. Godine con Black Sparrow Books

Una investigación sobre Nabokov 

Por Hugo Vargas Comsille

Un día después de cumplir 77 años Vladimir Nabokov escribió en su diario: “A la una de la mañana desperté de un breve sueño con una terrible angustia, de esas que parecen decir ‘ahora sí’. Grité con discreción, esperando despertar a Vera, que dormía en la habitación de al lado, cosa que no conseguí”.

Una caída que lo llevó al hospital por varios días aceleró el deterioro de la salud del escritor; poco después víctima de una infección fue hospitalizado durante tres meses. Luego, una gripe se convirtió en neumonía que requirió de cuidados especializados durante siete semanas.

Vera, su esposa, estaba con él aunque también padecía de algunos males. Lo acompañan su hijo Dmitri y su hermana Elena, con quien durante alguna convalecencia juega partidas de scrabble en ruso que ella se deja ganar. De todas formas, el imbatible mago del idioma ruso a veces perdía por 200 puntos.

Vladimir Nabokov jugando al ajedrez con su esposa Vera (foto: via Prof. Christian Hesse)

Su hijo advirtió el cambio de actitud de los médicos y anotó: “el final fue rápido: una corriente de aire entró casualmente por la puerta y por una ventana que había dejado abierta una criada imprudente que no paraba de estornudar”. A finales de junio entró a cuidados intensivos y el 2 de julio de 1977 sufrió un paro cardiaco definitivo.

La tumba de Nabokov es una sencilla y ancha losa de mármol azul marino con una breve inscripción: “Vladimir Nabokov, écrivain, 1899-1977”. La ciudad de Montreux erigió un monumento en su honor, y la hoy extinta URSS lo “rehabilitó” provisionalmente en 1986. En 1988 los lectores soviéticos tenían acceso a toda su obra, se le llegó a considerar una gloria nacional e incluso se hablaba de él como “el escritor de la perestroika”.

La década de los setenta marcó el declive del prestigio de Nabokov. McGraw Hill —editorial con la que había firmado un contrato para entregar seis libros en cuatro años— había dejado de promocionar sus obras pues producían cada vez menos beneficios, y los departamentos de literatura en las universidades no veían ningún
atractivo en los últimos textos del escritor. Soplaban otros vientos: ahora el feminismo y la novela latinoamericana acaparaban la atención de los lectores.

Tal vez la primera señal de que algo llegaba a su fin fue cierta tregua en el insomnio:

Por primera vez en años (¿desde 1955?, ¿desde 1960?) dormí esta noche una seis horas seguidas (de 12 a 6). Normalmente duermo (sin mencionar mis insomnios periódicos) incluso con la ayuda de pastillas más o menos potentes, en periodos de 3 + 2 + 1, o en el mejor de los casos, 4 + 2 + 2, o lo que es peor y más frecuente, 2 + 1 +1 +2 + 1, con intervalos de desesperadas idas y venidas al lavabo a orinar, por culpa de los nervios.

A principios de 1977 había redactado su testamento y reunido entrevistas, cartas y algunos otros escritos en lo que se conocería más tarde como opiniones contundentes, y empezarían los problemas con su biógrafo Andrew Field. Cuando éste le entregó el manuscrito de Nabokov: his life in art pensaba que estaba preparado para lo peor, pero lo que encontró superó con mucho su desconfianza. Anotó en su diario:

“He corregido 285 páginas de las 680 de la obra de Field. La cantidad de errores absurdos, afirmaciones imposibles, vulgaridad e invenciones es horrorosa.” Y le escribió a su biógrafo: “Me pregunto qué extraño ‘bloqueo’ le impidió a usted sencillamente consultarme en cientos de casos en los que mi esposa y yo habríamos podido ayudarle.”

La biografía de Field apareció finalmente semanas antes de la muerte de Nabokov, y los errores seguían ahí. El comentario de Clarence Brown, en Trenton Times, es emblemático: “No sólo es un vasto compendio de errores, sino una obra tan nauseabunda, afectada y presuntuosa, que sólo puede tener cierto morboso atractivo para aquellos fascinados por la patología literaria y erudita”.

Un monumento de Vladimir Nabokov en Montreux [foto: Wiki]

En julio de 1976, en una de sus incursiones para cazar mariposas, cayó por una pendiente pero logró incorporarse sólo para volver a caer. Pasó por ahí un autobús, cuyo chofer al ver que Nabokov sólo reía por lo incómodo de su situación, pensó que no era nada grave. Pero cuando regresaba vio que el escritor seguía tirado y llamó a una ambulancia. El autor de Lolita tuvo que pasar algunos días en cama.

Tal vez el incidente no tuviera importancia para el escritor, pues como había escrito en sus memorias:

Todo el mundo ha escuchado el gemido del campeón de tenis tras haber fallado un golpe fácil. Todo el mundo ha visto el rostro del mundialmente famoso maestro Wilhelm Edmundson cuando, durante una exhibición de partidas simultáneas celebrada en un café de Minsk, perdió su torre, por un absurdo descuido, ante un aficionado local, el pediatra Schach, que finalmente le ganó. Pero no hubo nadie aquel día (excepto yo mismo) que pudiera verme sacudir el cazamariposas para hacer saltar la ramita que era su único contenido, y quedarme mirando pasmado el agujero de la tarlatana.

El final de la década de los sesenta y principios de la siguiente fueron los más fructíferos en lo referente al ajedrez. Nuestro autor se había suscrito a la revista The Problemist y calificaba los problemas de cada número: “muy malo”, “difícil pero burdo”, “aburrido”, “cocinado y recocinado”. Pero los problemas que él enviaba obtenían buenas opiniones de los suscriptores que los calificaban como no especialmente difíciles pero ingeniosos y excepcionales.

En 1970 lo invitaron a participar en el equipo norteamericano de problemas de ajedrez, pero declinó la oferta por su aversión a pertenecer a grupos y asociaciones. En la única organización que participó fue en la Sociedad de Lepidopterólogos de Cambridge.

Compuso Poems and problems —por el que Boris Spassky tenía especial predilección— en donde reunió 39 poemas rusos presentados con la traducción al inglés; catorce poemas en inglés que había publicado en una plaquette en 1959, y 18 problemas de ajedrez concebidos, salvo dos, en 1965 o a partir de ese año.
Por último está el ajedrez. Me niego a disculparme por haberlo incluido.

Los problemas de ajedrez exigen del compositor las mismas virtudes que caracterizan a todo arte digno de este nombre: originalidad, inventiva, concisión, armonía, complejidad y una maravillosa falta de sinceridad…

Los problemas son la poesía del ajedrez.

Debería quedar claro que en los problemas de ajedrez la batalla no se libra entre blancas y negras sino entre el compositor y el hipotético solucionista (del mismo modo que en la narrativa de primera categoría el verdadero duelo no es el que libran entre sí los personajes sino el que enfrenta al autor con el mundo), de modo que gran parte de la valía del problema radica en el número de “probaturas”: aperturas engañosas, pistas falsas, especiosas posibilidades de juego, astuta y cariñosamente preparadas para despistar a quien intente resolverlo.

Entre los 18 problemas figuraba “mi invento más divertido, en el que las blancas retiran su última jugada y dan mate, que dediqué a E. A. Znosko-Borovski, quien lo publicó en los años treinta (¿1934?) en el diario de emigrados Poslednie Novosti de París.”

Las blancas retiran su última jugada y dan mate. Veamos lo que no está en el tablero. Un peón blanco en d7 ha capturado un caballo negro en c8, promocionando una torre. Ahora las blancas retiran esa jugada y capturan con el peón de d7 la torre negra de e8, promocionando un caballo que da mate.

“Hay algo suavemente mágico —escribe— en la transformación retrospectiva de la torre blanca en un caballo negro, y de la torre negra en un caballo blanco, conservando sin embargo la simetría (y el dominio de la casilla c7 por parte de las blancas).”

Ésta es otra de sus composiciones favoritas. Las blancas dan mate en tres movimientos.

1. Rf7. Las negras están casi en zugzwang: si 1... T×h4; 2.R×c6, Th3+ (si 2… Txh2, 3. Axe3#); 3.D×h3#; si 1... R×c5; 2.C×d6+, Rc5; 3.Dc2#; si 1... cualquiera, 2.Rd6; cualquiera, 3. A×d6#. A 1. C×d6 se responde ¡1. ... T×h4; 2.D×h4, h5!

La gracia de este problema (Montreux, 10 de abril de 1965; publicado en The Sunday Times, Londres, 29 de diciembre de 1968) “consiste en que la torre negra despeja el camino del mate al capturar una molesta pequeñez blanca; obligada posteriormente a regresar a su casilla inicial, puede ser capturada dando mate. Éste es el ‘tema Nabokov’, según dicen”.

Me gusta el ajedrez —dijo en una entrevista con la BBC—, pero el engaño en el ajedrez, como en el arte, es sólo parte del juego; es parte de la combinación, de las deliciosas posibilidades, ilusiones, perspectivas del pensamiento que pueden ser falsas perspectivas, tal vez. Creo que una buena combinación siempre debe incluir cierto elemento de engaño.

En casi todas las entrevistas que concedía la preguntaban acerca del juego. Así lo hizo Bernard Pivot cuando invitó al escritor a su célebre programa de televisión Apostrophes, en mayo de 1975.

Yo era un buen jugador de ajedrez. No un GM, pero capaz de tender una trampa a un campeón aturdido. Lo que siempre me ha gustado del ajedrez son las trampas, las celadas. Por eso abandoné las partidas y me dediqué a la composición de problemas. No dudo que hay un vínculo íntimo entre algunos espejismos
de mi prosa y el tejido al mismo tiempo brillante y oscuro de los problemas de ajedrez, enigmas mágicos, cada uno de los cuales es fruto de mil y una noches de insomnio. Me gusta componer los problemas llamados “suicidas” en los que las blancas obligan a ganar a las negras.

Sí, Fischer es un ser extraño, pero no tiene nada de anormal que un jugador de ajedrez no sea normal. El gran Rubinstein, a principios de siglo, del manicomio donde solía vivir una ambulancia lo llevaba cada día a la sala del café donde se desarrollaba el torneo y después lo devolvía a su casilla negra. No le gustaba ver a su adversario, pero una silla vacía más allá del tablero todavía le irritaba más. Entonces ponían un espejo y él veía su reflejo o quizá al auténtico Rubinstein.
Fisher no es un caso de psicoanálisis. Es un gran jugador que tiene pequeñas manías.

Vladimir Vladimiróvich Nabokov nació en una familia de la aristocracia rusa el 10 de abril (el 22, en el viejo calendario gregoriano) de 1899, vivió todos sus años rusos en San Petersburgo y nunca conoció Moscú.

Su más remoto antepasado era un príncipe tártaro rusificado, Nabok Murza. Tanto en la familia paterna como la materna había condes, marqueses, políticos y militares.

Desde el siglo XVIII la familia pertenecía a la dvoryanstvo una clase cortesana que abarcaba desde la clase media rural más empobrecida hasta la aristocracia con título y propietaria de tierras.

De la influencia de la familia se pueden poner muchos ejemplos, pero el del abuelo paterno que interviene para liberar a Fedor Dostoyevski, acusado de pertenecer a un grupo antizarista, es uno de los más destacados.

San Petersburgo era la “ventana a Occidente” y a principios del siglo XIX la ciudad era tan claramente europea, que hasta los rótulos de sus comercios aparecían en alemán, francés, inglés y ruso. Pese a la dureza del régimen zarista en aquellos años el país experimentaba transformaciones definitivas: la emancipación de los
siervos, la reforma judicial para equipararse con el sistema europeo de jueces, tribunales y jurados y, por supuesto, la creciente actividad política de los grupos opositores al zarismo.

El padre de Nabokov fue el fundador de uno de esos grupos, el Partido Libertad del Pueblo. Abogado liberal, antizarista, miembro de la redacción de la revista Pravo, se oponía a las políticas antisemitas del zarismo, logró momentáneamente la abolición de la pena de muerte y durante un arresto masivo se negó a abandonar la prisión hasta que lo hicieran todos sus compañeros. Luego, en la revolución de 1905, formó parte del gobierno, dio clases de derecho y colaboró en diversos periódicos y revistas, llegó a la Duma y dirigió el periódico de su partido.

Vladimir fue un niño precoz. Aprendió a hablar inglés antes que ruso y cuando llegó a la escuela ya practicaba boxeo y lucha. “Fui un niño muy deseado —escribe— y mimado en el extremo excelente”.

Aunque no está registrado en sus memorias ni sus biógrafos lo mencionan en ningún lado, fue en la temprana infancia cuando aprende ajedrez. También cuando surge su afición por las mariposas —ésta sí documentada por él mismo—, dos pasiones que le acompañarán toda su vida En la infancia también adquirió el gusto por la literatura, aunque él mismo y casi toda su familia pensaban que se dedicaría a la pintura, pues sus primeros ejercicios parecían prometedores. Recibió clases
durante algunos años pero aunque poseía imaginación de pintor, carecía de la técnica necesaria para expresarla. Uno de sus maestros le dijo:

“Fuiste el alumno más imposible que jamás haya tenido”.

En esta etapa también empiezan los sufrimientos: los dentistas, serían su pesadilla, y también llega el insomnio, tan precoz como él.

Años después anotaría en Habla, memoria: Toda mi vida me ha costado mucho ir a acostarme. Esos pasajeros de los trenes que dejan a un lado el periódico, cruzan sus estúpidos brazos, e inmediatamente, con su actitud de ofensiva familiaridad, empiezan a roncar, me dejan perplejo como el tipo desinhibido que defeca
cómodamente en presencia de cualquier parlanchín usuario de la bañera, o que participa en grandes manifestaciones o que ingresa a algún sindicato con intención de disolverse en él. El sueño es la más imbécil de todas las fraternidades humanas […] Por muy agotado que me encuentre, el dolor que siento al despedirme de la conciencia me parece indeciblemente repulsivo.

Nabokov amaba apasionadamente a su familia, pero la posición social le tenía sin cuidado, aunque al escribir rechazaba toda demostración de humildad social. Sin embargo, la relación con su hermano —quien moriría años después en un campo de concentración nazi— era distante. “Ni siquiera había amistad entre nosotros y… con una sensación extraña me doy cuenta de que podría describir detalladamente toda mi juventud sin recordarle una sola vez”.

A los catorce o quince años, Vladimir, todavía capaz de disfrutar con la literatura para niños, también había leído o releído todo Tolstoi en ruso, todo Shakespeare en inglés y todo Flaubert en francés.

El gran problema en la escuela fue su procedencia social: simplemente no encajaba, al menos a ojos de los maestros. Para Nabokov la escuela fue una separación no deseada de un hogar que amaba y que siempre le había proporcionado educación e independencia con preceptores e institutrices.

Odiaba la comida de la escuela, el igualitarismo y se negaba a tomar el tranvía cuando su padre le había puesto un chofer que lo llevara en el coche de la familia. Un maestro le sugirió que: lo mínimo que podía hacer era pedir que el automóvil parase a dos o tres calles del colegio, para que mis compañeros pudieran librarse de la
imagen de aquel chofer con librea que se quitaba el sombrero para despedirme. Era como si la escuela hubiese decidido autorizarme a rondar por allí con una rata muerta cogida por la cola, pero con la condición de que no la balanceara bajo las narices de los demás.

La inspiración poética llegó también en la infancia. Para ser precisos en una tarde de lluvia de 1914, en la casa de campo familiar. El joven ve un arcoíris, y años después anota en Habla, memoria: Un momento después comenzó mi primer poema. ¿Qué fue lo que lo disparó? Creo que lo sé. Sin que soplara la menor brisa, el puro peso de una gota de lluvia, brillando con parasitario lujo sobre una hoja cordiforme, hizo que su punto se inclinara, y lo que parecía un glóbulo de mercurio llevó a cabo un repentino glisado por la vena central, y luego, tras haber descargado su luminosa carga la aliviada hoja se enderezó.

En 1916 hereda una fortuna, su tío Ruska le deja el equivalente a dos millones de dólares, una finca campestre con una mansión de blancas columnas y 800 hectáreas de bosques.

Nabokov era un individualista y no estaba dispuesto a permitir que nada afectase su libertad. Pero la revolución bolchevique y descubrir hasta qué punto el mundo de la política podía obstaculizar la libertad personal cambiaría esa actitud. Como ruso exiliado en Norteamérica “intentaría que un público más amplio comprendiera que no fue Stalin quien enterró a Lenin y a la supuesta libertad que éste trajo, sino que fue Lenin quien aplastó la libertad que Rusia ya había conquistado para
sí misma en febrero de 1917”.

Mi antigua querella con la dictadura soviética —escribe en Habla, memoria— no tiene relación alguna con asuntos de propiedad. Mi desprecio para la emigré que “odia a los rojos” porque le “robaron” su dinero y sus tierras no puede ser más absoluto. La nostalgia que he estado acariciando durante todos estos años no es el dolor por los billetes de banco perdidos sino una hipertrofiada conciencia de infancia perdida.

En 1918 aparece su segundo poemario, Dva putí (Dos sendas), pero Nabokov ya no vivía en San Petersburgo, sino la primera parte de su exilio en Crimea.

Durante el gobierno provisional de 1917 el padre fue nombrado jefe de la cancillería, algo así como un secretario ejecutivo del gabinete. Más adelante Trotsky lo nombró ministro con cartera pero Alexander Kerenski, único socialista y miembro del soviet de Petrogrado en el gobierno, indicó que si Nabokov participaba en los debates y con ello fortalecía al gobernante Partido Democrático Constitucional, él, Kerensky, protestaría públicamente y abandonaría el gobierno.

El padre logró ponerse a salvo el día del asalto al palacio de invierno por los bolcheviques; en tanto, Vladimir escribía poemas en su casa. “Mientras escribo, de la calle me llegaba el ruido del fuego graneado de los fusiles y el sucio tableteo de las ametralladoras”.

La familia parte primero a Crimea y el padre llegaría después, apenas a tiempo para huir, pues los bolcheviques bombardeaban la ciudad. Se lee en el diario del padre: “Preocupaciones, temores.

Ambiente infinitamente opresivo… Por la tarde ajedrez con Volodya… Ha empezado a jugar de una forma que no está nada mal”. En esos días Nabokov da término a su primera obra teatral, Vesnói (En primavera), en un solo acto. Hay cuatro personajes: una pareja de jóvenes enamorados, un jugador de ajedrez y un forastero, un adelanto del Nabokov futuro.

No todo era opresivo en ese primer exilio en Crimea. Escribe en su diario: “guapas jovencitas de miembros bronceados y adornados con brazaletes, un famoso pintor llamado Sorin, actores, alegres oficiales del ejército blanco… con las fiestas en la playa, las excursiones al campo, las hogueras, el mar empapado de luna y una buena provisión de moscatel de Crimea, hubo muchas diversiones amorosas.” Y luego en Habla, memoria: “aquellas fiestas de vino en las playas de un mar
fosforescente, bajo las estrellas de las calurosas noches de verano, con jovencitas ardorosas, indolentes y ligeras de ropa”.

En esa época empezó a elaborar sus primeros problemas de ajedrez. Nabokov, sin embargo, no fue un jugador de alto nivel como cabría esperar por sus facetas de conversador y aficionado, pero la composición de problemas le permitió descubrir la intensidad de pensamiento que ya conocía por su experiencia como poeta.

El interés del joven escritor por la composición de problemas de ajedrez tomaba cuerpo en un cuaderno de trabajo de septiembre-octubre de 1918 que lleva el título de Stijí y Sjemy (Poemas y esquemas), un anticipo de Poems and problems, que publicaría muchos años después en Estados Unidos.

A principios de abril de 1919 Nabokov y su familia lograron abordar el Nadezhda, un pequeño y sucio barco griego, un poco antes de que comenzara el bombardeo del Ejército Rojo. Por el espejeante mar de la bahía de Sebastopol, bajo el furioso fuego de las ametralladoras que disparaban desde la playa (las tropas bolcheviques acababan de tomar el puerto), mi familia y yo zarpamos rumbo a Constantinopla y el Pireo en un pequeño y espantoso barco griego, el Nadezhda (Esperanza), cargado de frutos secos. Recuerdo que, mientras zigzagueábamos hacia el abra de la bahía, intenté concentrarme en una partida de ajedrez con mi padre —uno de los alfiles había perdido su cabeza, y una ficha de las que se usan para hacer apuestas en el póker ocupaba el lugar de una torre.

Luego de un complicado viaje en el que les niegan la entrada en Constantinopla, van a Grecia y abordan el Pannonia para desembarcar en Marsella el 23 de mayo. Ahí toman un tren a París y cuatro días después llegan a Southampton.

Nabokov se inscribe en el Trinity College donde es compañero de habitación de Mijail Kalashnikov, quien le pareció “vulgar y reaccionario”. En el colegio inglés el escritor adquiere prestigio como… portero de futbol. Escribe en sus memorias: En Rusia y en los países latinos, ese intrépido arte ha estado rodeado siempre de un aura de singular luminosidad. Distante, solitario, impasible, el portero famoso es perseguido por las calles por niños en éxtasis. Está a la misma altura que el torero y el as de la aviación en lo que se refiere a la emocionada adulación que suscita. Su jersey, su gorra de visera, sus rodilleras, los guantes que asoman por el bolsillo trasero de sus pantalones cortos, le colocan en un lugar aparte del resto del equipo. Es el águila solitaria, el hombre misterioso, el último defensor.

Los fotógrafos, doblando reverentemente una rodilla, le sacan instantáneas cuando se lanza espectacularmente en plancha hacia un extremo de la meta para desviar con la punta de los dedos un disparo raso y veloz como un rayo, y el estadio entero ruge de aprobación mientras él permanece unos instantes tendido en el mismo lugar donde ha caído, intacta aún su portería.

En abril de 1920 la familia se instala en Berlín, pero el joven Nabokov sigue en Inglaterra con sus estudios.

Ahí también conoce a H. G. Wells, quien estuvo en Rusia en 1914 y había conocido la casa de los Nabokov en San Petersburgo. Wells había vuelto a la URSS en 1920 y regresó hablando maravillas del régimen bolchevique, lo que provocó una discusión muy agria con Nabokov, quien de todas maneras siguió considerando a Wells un buen “artesano de la narrativa”.

En Berlín, Nabokov padre funda la editorial Slovo y el periódico Rui’ y participa en todas las organizaciones no monárquicas ni bolcheviques en el exilio. La ciudad alemana era el centro de la emigración rusa y hacia 1924 había 86 editoriales rusas, algunas de ellas “oficiales” o soviéticas, pues Gorki había convencido a Lenin de
enviar editores a la capital alemana para conseguir ediciones baratas ante la escasez de tinta y papel en la URSS. En esa época casi todos los escritores rusos, exiliados o no, estuvieron en Berlín.

Pero el 28 de marzo de 1922, en una conferencia de Paul Miliukov —ex ministro de asuntos exteriores del gobierno ruso derrocado por los bolcheviques— organizada por Nabokov padre, ocurre la tragedia.

Entre el público asistente había varios rusos monárquicos, uno de los cuales balea al conferencista. Nabokov intenta desarmarlo pero un segundo tirador le dispara en tres ocasiones provocándole la muerte. Hubo siete personas heridas en ese atentado. Tal vez fue en ese momento cuando Vladimir supo que volvería a
Inglaterra para convertirse en un “escritor ruso”. Lo cierto es que empieza a firmar con el pseudónimo de Vladimir Sirin.

En 1971 Alfred Appel le preguntó por qué eligió ese pseudónimo: “En los tiempos modernos, sirin es uno de los nombres rusos de la lechuza nívea, terror de los roedores de la tundra, y se aplica también al hermoso autillo, pero en la antigua mitología rusa es una ave multicolor, con rostro y busto de mujer, sin duda idéntica a la ‘sirena’, deidad griega, transportadora de almas y tentadora de marinos”.

El 20 de abril de 1923 apareció en Rui’ el primer problema ajedrecístico de Sirin. A lo largo de mis veinte años de exilio —recuerda en Habla, memoria— dediqué una prodigiosa cantidad de tiempo a la composición de problemas de ajedrez. Se fija en el tablero cierta disposición, y el problema a resolver consiste en averiguar cómo hacerles mate a las negras en un número determinado de movimientos, por lo general dos o tres. Es un arte bello, complejo y estéril que sólo está relacionado con la forma corriente de este juego en la misma medida en que, por ejemplo, tanto el malabarista que inventa un nuevo número como el tenista que gana un torneo sacan provecho de las propiedades de las esferas [...]

La invención de estas composiciones ajedrecísticas requiere una inspiración casi musical, casi poética, o, para ser absolutamente exacto, poético-matemática. Con frecuencia, en el amistoso mediodía, en los márgenes de alguna ocupación trivial, en la ociosa estela de un pensamiento pasajero, sentía, sin previo aviso, una punzada de placer mental al notar que se abría en mi cerebro con un estallido la yema de un problema de ajedrez, prometiéndome así una noche de trabajo y
felicidad.

Nabokov repasa las escuelas en el arte de los problemas ajedrecísticos: la angloamericana, con construcciones precisas y deslumbrantes patrones temáticos; la escuela alemana, de escabroso esplendor; los productos muy acabados pero desagradablemente hábiles e insípidos del estilo checo; están también los viejos estudios rusos sobre finales, que alcanzan las centelleantes cumbres del arte, y el mecánico problema soviético de entrenamiento.

“En ajedrez —explica—, los temas son dispositivos tales como el de la celada, la retirada, la inmovilización, etc.; pero sólo cuando se combinan de una forma determinada llega a resultar satisfactorio un problema. El engaño, hasta sus extremos más diabólicos, y la originalidad, llevada a lo grotesco, eran las bases de mi estrategia”.

También en Rui’ publica tres sonetos sobre el juego (en la web se puede encontrar una traducción al inglés de Bill Wall) En el periódico conoce a la traductora Vera Slónim. Se hubieron podido conocer mucho antes, en San Petersburgo, pues se habían visto en las oficinas de la editorial Orbis, propiedad del padre de ella en la que se traducían clásicos rusos al inglés para el mercado estadounidense.

Hija de padres judíos, Slónim era una mujer resuelta e independiente. Ella y su familia habían logrado salir de Rusia casi por milagro. Se casarían el 15 de abril de 1925 en Berlín. Durante casi todo su matrimonio durmieron en habitaciones separadas. El insomnio de Nabokov lo convertía en “un durmiente solitario por principio e
inclinación”, y a menudo permanecía levantado toda la noche, fumando y escribiendo.

Vera sería su esposa, musa y lectora; secretaria, mecanógrafa, editora, correctora de pruebas, traductora y bibliógrafa; su agente, administradora, asesora jurídica y chofer; su ayudante en la preparación de libros y en la enseñanza y su suplente en la cátedra. Pero nunca, afirma ella, su modelo. Nabokov siempre “tuvo el buen gusto de no meterme en su libros”.

Pero si en abril de 1923 Rui’ costaba 10 mil marcos, en diciembre costaba millones. Todo en Berlín se tambaleaba, y la industria editorial rusa no era la excepción. Nabokov sobrevive ejerciendo todas sus habilidades: escribiendo obras de cabaret e incursionando en el cine como guionista y extra, componiendo problemas de ajedrez y crucigramas y dando clases particulares de tenis y boxeo.

Tres años más tarde, en abril de 1926, es uno de los 40 jugadores que enfrentan a Aaron Nimzowich —fundador de la escuela hipermoderna de ajedrez— en una exhibición de simultáneas en el Equitable Café; aunque dice que tenía una buena posición perdió la partida. Una semana después también perdería contra el futuro
campeón mundial Alexander Alekhine, de quien era un fiel seguidor, y como él, un exiliado ruso.

Semanas después no perdía detalle del match de Alekhine- Capablanca, el más largo de la historia del juego hasta la muerte de Nabokov, pues luego sería superado por el campeonato en 1985 entre Karpov y Kasparov. En el match de 1927 Alekhine resultó triunfador.

Por esas fechas escribió el poema “El caballo de ajedrez”, claro precursor de La defensa y luego una entusiasta reseña de Capablanca and Alekhine, de Znosko-Borovski, en la que destaca la distinción que hace el autor entre el juego de ajedrez “en el espacio y en el tiempo”, su insistencia en la artería del juego de Capablanca y en el don especial para la combinación en el de Alekhine.

Mary y Rey, dama, valet, sus dos primeras novelas, empezaron a generar ingresos, pues algunos diarios alemanes compraban los derechos de las narraciones para publicarlas por entregas. Con ello, además de pagar deudas, el escritor se pudo financiar una expedición para cazar mariposas en Francia, en febrero de 1929.
Durante ese viaje empezó a escribir su siguiente novela: Zashita Lúzhina (La defensa). Aunque ya tenía una idea previa, en ese viaje a Francia decidió “fundir un tipo diferente de inversión de su infancia con la idea del genio loco del ajedrez que aparece en su poema ‘El caballo de ajedrez’”.

“Recuerdo con especial nitidez —escribe a su madre— una gran roca inclinada entre colinas cubierta por encinas y acebos, donde tuve la primera inspiración”. Y pocos meses después: “Estoy terminando, terminando… en tres o cuatro días pondré el punto final. Después de eso pasaré mucho tiempo sin bregar con temas tan monstruosamente difíciles, sino que escribiré algo tranquilo, que fluya sin contratiempos. A pesar de todo, estoy contento con mi Luzhin, pero ¡qué cosa más complicada!” Vera, por su parte, escribió a su suegra: “La literatura rusa no ha visto nada parecido.”

La novela apareció en la revista Sovremennye Zapiski (Anales Contemporáneos) en tres entregas durante 1929 y ha merecido muchísimos comentarios materializados en montones de kilos de papel.

Y de Alexander Ivánovich Luzhin, su protagonista, ¿qué no se ha dicho? No es un niño, no es un adulto y no puede existir sin el ajedrez. El personaje está basado en Curt von Bardeleben, un ajedrecista, a quien Nabokov conoció, que se suicidó saltando desde una ventana en Berlín el 31 de enero de 1924.

"La Defensa Luzhin"

Las escenas clave de "La Defensa Luzhin" con subtítulos en francés. Podrá ver la película entera aquí.

Luzhin es incapaz de afrontar la vida o al resto de la gente, parece no ser humano pero por eso tanto más humano. Nos reconocemos en él de alguna manera: resume toda nuestra vulnerabilidad. Extraño, hosco, torpe, con un interés superficial por las cosas de su mundo, Luzhin es totalmente verosímil, calculando una variante, o respondiendo a la pregunta que le hace su futura esposa, que quiere saber cuánto tiempo lleva jugando ajedrez.

Él no le respondió, sino que le dio la espalda, y ella se sintió tan confundida que comenzó a recitar la lista de predicciones meteorológicas para el día anterior, aquél y el siguiente. Él continuó en silencio, y ella calló también; luego comenzó a registrar su bolso, buscando con desesperación un tema de conversación y sólo encontró un peine roto, pero de repente Luzhin se volvió hacia ella y le dijo:

—Dieciocho años, tres meses y cuatro días.

Durante su vida en Estados Unidos Nabokov recapituló sobre esta novela y aseguraba que se sentía como Adolf Anderssen y su sacrificio de ambas torres a favor del desdichado y noble Kieseritzky, “quien se ve obligado a aceptarlo una y otra vez en las páginas de una infinidad de manuales, con un signo de interrogación como monumento”. (Ese signo tipográfico a continuación de un movimiento de ajedrez significa que ha sido un mala jugada.)

Recordaba también que a finales de la década de los treinta un editor estadounidense mostró interés por La defensa, pero resultó “pertenecer a esa clase de editores que desean convertirse en la musa masculina del autor, y nuestra breve relación terminó abruptamente cuando me sugirió que sustituyera el ajedrez por la música y convirtiera a Luzhin en un violinista demente”.

Y por supuesto tenía que responder a las frecuentes preguntas acerca de qué tanto de él había en Luzhin: “He cedido a Luzhin mi institutriz francesa, mi ajedrez de bolsillo, mi carácter dulce y el hueso de un melocotón que tomé de mi propio huerto.”

La traducción al inglés aparecería en septiembre de 1964. John Updike escribió en The New Republic: “Sin duda… el mejor escritor de prosa inglesa de nacionalidad americana… Escribe prosa de la única manera en que debería escribirse, es decir, con gran entusiasmo. Por la intensidad de su inteligencia y su reflexiva ironía, la narrativa de Nabokov es única en esta década, y con escasos precedentes en la literatura norteamericana”.

La edición española se publicó en Barcelona en 1990, traducida por Sergio Pitol para Anagrama, y en 2001 se estrenó la cinta La defensa de Luzhin, con John Turturro y Emily Watson en los estelares, dirigidos por Marleen Gorris, quien contó con la asesoría del GM inglés Jonathan Speelman.

En el filme, a diferencia de la novela, durante la partida decisiva en el match Luzhin-Turati por el campeonato mundial, aparece la siguiente posición, que fue preparada por Speelman.

En esta posición Luzhin, con negras, hace un elegante movimiento:40...Cxf4! 41.exf4? (2.Cd1 es mejor). Turati parece no advertir el peligro. La partida es pospuesta en el movimiento 40 como se estilaba en la época, cuando las computadoras sólo eran ciencia ficción. Y entonces todo sucede: Luzhin es secuestrado, y en su encierro encuentra la secuencia ganadora de la partida. Es liberado pero sufre una crisis nerviosa y se suicida. Su mujer encuentra una nota entre sus ropas con
la continuación de la partida y le suplica a Turati que le permita confirmar dicha secuencia.

41...Te3+ 42. Rg4. (después de 42.Rf2 Txc3+ 43. Re1 Txc1+ las negras están mucho mejor). 42...f5+ 43. Rg5 Rg7! 44.Cd5 Th3!! (44...Txe2? 45.Txc5 Txg2+ 46. Rh4 ganan las blancas) 45. gxh3 h6+ 46. Rh4 Af2#.

La defensa apareció el año en que Hitler ya se perfilaba como un personaje muy importante de la política alemana. Pero pese a la agitación callejera y al ascenso del nazismo los Nabokov permanecerían en Berlín hasta 1936, para luego salir a Francia.

Durante esos años la situación económica se torna angustiosa, y busca empleo en cualquier país de habla inglesa para dar clases de literatura rusa. Le escribe a Mijaíl Rostóvtzeff, arqueólogo de Yale: “Mi situación se ha hecho tan difícil que tengo que buscar cualquier clase de trabajo. Mis ingresos literarios son minúsculos: no podría vivir de ellos aunque estuviese solo, pero tengo esposa e hijo, por no hablar del desdichado estado material de mi madre y, de hecho, de toda la familia.
En pocas palabras… mi situación es desesperada”.

También le escribió al periodista Lolly Lvov hablándole de su “horrible indigencia”. Sus gritos de auxilio llegaron a Serguei Rajmaninov, quien, aunque nunca había visto a Nabokov, era un lector ferviente de la obra de Sirin desde hacía tiempo y le envió un giro de 2 500 francos.

En 1938 terminó La dádiva, en la que uno de los personajes asevera:

[L]os concienzudos ejercicios [ajedrecísticos] de los jóvenes autores soviéticos no eran tanto “problemas” como “tareas”: trataban exhaustivamente éste o aquel tema mecánico (especie de “clavar” o “desclavar”) sin el menor indicio de poesía; eran tiras cómicas de ajedrez, nada más; y las piezas avanzando a empellones, realizaban su torpe trabajo con seriedad proletaria y se conciliaban con la presencia de soluciones dobles en las insulsas variantes y con aglomeración de peones
policía.

Por fin, en octubre de 1939 es aceptado en la Universidad de Stanford. Pero aún faltaban algunos insoportables meses de trámites burocráticos ante las autoridades francesas, que ocupó en algo más agradable: componer un problema de ajedrez “totalmente nuevo”.

Quería idear un problema fácil para el aficionado, pero que indujera a un experto a sospechar que la solución era más compleja de lo que parecía y que sólo accedería a ella luego de los “deliciosos tormentos” de perseguir un espejismo.

Llevaba meses intentando componer ese problema. Llegó una noche en que al fin logré expresar el tema en particular. Estaba pensado para la delectación del más experto problemista. Los novatos podrían no advertir en absoluto el meollo del problema y descubrir su solución “tética” bastante simple sin haber tenido que navegar por los tormentos placenteros preparados para el experto. Éste empezaría por engañarse con un patrón ilusorio de juego basado en un tema de moda (exponer el rey blanco a jaques), que el compositor se ha esmerado en “plantar “(con sólo una oscura y pequeña jugada de un discreto peón para atacarlo).

Tras haber pasado por este “antitético” infierno el ahora experto problemista alcanzaría el sencillo movimiento clave (Ac2) y como quien persigue una quimera podría ir de Albany a Nueva York por la vía de Vancouver, Eurasia y las Azores. La placentera experiencia de la ruta indirecta (paisajes extraños, gongs, tigres, costumbres exóticas, los recién casados que dan tres vueltas al fuego sagrado de un brasero de barro) recompensaría con creces el sufrimiento del engaño y, después, su
llegada al sencillo movimiento clave le aportaría una síntesis de conmovedor deleite artístico. Recuerdo cómo lentamente desperté de un estado inconsciente de honda concentración en el ajedrez y frente a mí, en el gran tablero inglés de reluciente piel amarilla y escarlata, estaba finalmente la posición inmaculada, como una constelación recién formada. Funcionó. Estaba vivo.

[Event "?"] [Site "?"] [Date "????.??.??"] [Round "?"] [White "Nueva partida"] [Black "?"] [Result "*"] [SetUp "1"] [FEN "3N3B/KP1p2r1/1Qp1N2b/4k1nR/4BR2/2p3P1/4n3/8 w - - 0 1"] [PlyCount "3"] 1. Bc2 (1. b8=N c2 (1... dxe6+ 2. Nf7#) (1... d5+ 2. Qc7#) (1... Kd6 2. Qc5#) ( 1... Nxf4 2. Qd4#) (1... d6+ 2. Nd7#)) 1... Kd6 (1... d6 2. Rf5#) (1... dxe6 2. Qc5#) (1... d5 2. Qc7#) (1... Nc1 2. Qd4#) (1... Nd4 2. Qxd4#) 2. Qc5# *

(El lector puede ejecutar las jugadas sobre el tablero)

Juegan blancas y dan mate en dos movimientos. La pista falsa, la “probatura” irresistible es: peón a b8, donde se convierte en caballo, y a continuación tres bellos mates en respuesta a los jaques declarados por las negras. Pero éstas pueden frustrar toda esta brillante operación renunciando a hacer jaque a las blancas y llevando a cabo en su lugar un modesto movimiento dilatorio en otra zona del tablero.

1. b8C. Si 1… d6+ 2. Cd7#; 1… exd6+ 2. Cf7#; 1… d5+ 2. Dc7#; Rd6 2. Dc5#, y si 1…Cxf4 2. Dd4#. Pero si las negras mueven, por ejemplo, 1… c2 todas las
maniobras anteriores se quedan en quimeras. Por ello la solución es 1. Ac2! Y las negras están perdidas. Si 1… Rd6 2. Dc5#; 1…d6 2. Tf5#; 1…dxe6 2. Dc5#; 1…d5 2. Dc7#; 1…Cc1 2. Dd4#, y si 1…Cd4 2. Dxd4#.

En mayo de 1940 la familia obtuvo el salvoconducto para abandonar Francia. El escritor recuerda con placer aquella mañana cuando de la mano de Vera y de su hijo abordaban el buque Champlain que los llevaría a Estados Unidos. El barco sería hundido por los submarinos alemanes en su siguiente viaje al continente americano.

El inicio de “los años americanos” fue áspero. Al principio sobrevivían con algunas clases privadas que daba el escritor. Pero recibió la ayuda de la comunidad de judíos rusos en Estados Unidos y de gente como Rajmaninov, quien además del dinero enviado a Europa le regaló un traje para sus clases.

Inició sus colaboraciones en Novy Zhurnal, la revista de los emigrados rusos en Estados Unidos y conoció a quien lo introducirá en el mundo intelectual norteamericano: Edmund Wilson. Gracias a él escribió reseñas y colaboraciones para New Republic, New York Sun, New York Times y Atlantic Monthly. Se desarrollaría así un amistad compleja, por decir lo menos, apasionada y discordante que con el paso de los años se convirtió en abiertos y amargos desacuerdos.
Poco a poco se abrió paso en el mundo académico. En el verano de 1941 fue invitado a dar un curso en Stanford y más adelante a dar clases de literatura rusa moderna y talleres de escritura.

En 1943 recibió la beca Guggenheim. Con él se violó la regla de no becar a mayores de 40 años, y lo consiguió gracias a la recomendación de Wilson, quien
además le presentó a James Laughlin, que acababa de fundar la editorial New Directions y en donde aparecería la primera novela en inglés de Nabokov, La verdadera vida de Sebastian Knight, en diciembre de 1941, y seis años después Nine Stories, una antología de cuentos.

Pasó los dos primeros veranos en Estados Unidos, junto con Vera, en Vermont cazando mariposas hasta la extenuación. En el otoño y el invierno de 1940 trabajó ad honorem en la sección entomológica del Museo Estadounidense de Historia Natural. Ahí conoció a William Comstock quien le enseñó la técnica para analizar los genitales de las mariposas. Como agradecimiento por su estancia en el museo, donó unas trescientas mariposas raras.

Hacia mediados de la década de los cuarenta ya recibe adelantos del New Yorker, donde trabajaría por años y publicaría Habla, memoria por entregas. Una alerta cardiaca lo obligó a visitar al médico. Su diagnóstico fue simple: las palpitaciones no eran un peligro, pero si quería librarse de ellas debería dejar de fumar los cuatro paquetes diarios que acostumbraba y que ya le habían costado los dientes superiores. Lo había intentado antes, pero esta vez lo consiguió. Sin nicotina se sentía
una piltrafa y tuvo que mantener a raya las ganas de fumar devorando compulsivamente caramelos de melaza. Por supuesto, subió de peso.

En el verano de 1947 recibe la ansiada noticia de una plaza definitiva. Es en la Universidad de Cornell, en Ithaca, Nueva York, hacia donde parte al año siguiente.
Hasta ese momento el escritor daba clases en Wellesley College.

De acuerdo con la descripción de Javier Marías en Desde que te vi morir: [U]na de las escasas universidades exclusivamente femeninas que en el mundo quedan, una reliquia apreciable. Se trata de un lugar idílico, dominado por el hermoso lago Waban y el otoño perenne de sus inmensos árboles cambiantes poblados de ardillas. Aunque hay algunos profesores varones, por el campus no se ven más que mujeres, la mayoría muy jóvenes (alumnae son llamadas) y de familias
conservadoras, exigentes y adineradas (también son llamadas princesas).

La vida en Cornell fue buena. Tenía tiempo libre que dedicaba al tenis… y al ajedrez, aunque con poca fortuna. Ahí conoció al filósofo Max Black, un fuerte ajedrecista, ex campeón de la Universidad de Cambridge, y que había derrotado una vez a Arthur Koestler, a su vez campeón de la Universidad de Viena, ¡en cuatro movimientos! (“de chiripa”, decía Black).

El escritor invitó a jugar una partida al filósofo. Black recuerda que cometió el error de suponer que el autor de La defensa era un jugador muy fuerte, y calculó con mucho cuidado sus movimientos. Nabokov, por su parte, sabía que no era un Gran Maestro: la composición de magníficos problemas no aseguraban las habilidades
para una partida viva. Con todo, Nabokov rara vez encontraba a alguien capaz de igualarlo en el juego. Para sorpresa de ambos, Black lo venció con facilidad en apenas quince minutos. El escritor pidió una partida de revancha y perdió casi en el mismo tiempo. Aunque en la década siguiente vio a Black con frecuencia nunca volvió a invitarlo a jugar.

Hasta la aparición de Habla, memoria los libros norteamericanos de Nabokov habían sido fracasos comerciales. Sin embargo quince años después de haber llegado al país Nabokov era un respetable profesor universitario de literatura rusa y universal. Sus cursos en la Universidad de Cornell sólo eran superados en asistencia de alumnos por los de canciones folk de Peter Seeger. A diferencia de otros cursos de literatura, donde se le pedía a los alumnos no que conocieran las obras sino algo acerca de esos textos y que de preferencia esas opiniones se enmarcaran en “tendencias generales”, “escuelas narrativas y de pensamiento” o “comentarios sociales”, Nabokov, dice Javier Marías, se inclinaba por el que él llamaba “literatura de ideas”.

[S]us lecciones sobre el Ulises de Joyce, La metamorfosis de Kafka, Anna Karenina o Jekyll & Hyde versaban principal y respectivamente sobre el plano exacto de la ciudad de Dublín, el exacto tipo de insecto en que se transformó Gregor Samsa, la exacta disposición de los vagones del tren nocturno Moscú-San Petersburgo hacia 1870 y la visualización exacta de la fachada y el interior de la mansión del doctor Jekyll. Según el profesor, la única manera de hallar placer en la lectura de esas novelas pasaba por tener una idea muy precisa de tales cosas.

En los sesenta empezó el ascenso de Nabokov en el panorama de la literatura norteamericana y universal. Primero fueron sus memorias, luego Pnin, pero Lolita fue su gran éxito. El escritor aparecía en primera plana de The New York Review of Books, su foto estaba en la portada de Time y en las suntuosas páginas de Playboy. La novela permaneció semanas en la lista de los cinco libros más vendidos.

El éxito literario le había permitido renunciar a la Universidad de Cornell, en septiembre de 1959, para volver a Europa, y sólo regresaría a Estados Unidos por muy breves periodos. La editorial Gallimard le había organizado una fiesta de bienvenida a la que asistieron 2 mil personas y en donde conoció al editor Maurice
Girodias, quien había sido el primero en publicar Lolita. Gallimard también organizó un encuentro con Robbe-Grillet, a quien Nabokov consideraba un notable escritor.
Luego fue a Londres para el lanzamiento de Lolita en el hotel Ritz.

Pese a estar prohibida en Australia, Nueva Zelanda y Sudáfrica, los tribunales ingleses no habían emitido ninguna orden contra la novela. Finalmente se instalaron en el hotel Montreux Palace, en Suiza, donde viviría hasta su muerte. ¿Por qué Suiza? Porque su hijo no estaba lejos, y las mariposas locales ofrecían cambio y continuidad a la vez. ¿Por qué Montreux? Porque es un pueblo pequeño pero cosmopolita, de fácil acceso para los editores que asisten a la Feria del Libro de Frankfurt. “Soy un hombre viejo —decía Nabokov— muy reservado en mis hábitos de vida, un hombre que ha preferido el aislamiento fructífero en Suiza a la
estimulante, aunque poco favorable a la concentración, atmósfera de Estados Unidos”. ¿Por qué un hotel? Porque “no me importan mucho los muebles, las mesas, las sillas, las lámparas y esas cosas; quizá porque en mi opulenta infancia me enseñaron a mirar con humor y desprecio todo apego demasiado serio al mundo material, además un hotel eliminaba la molestia de la propiedad privada.”

Luego de instalarse en Suiza pasaba gran parte de su tiempo enviando ejemplares de sus obras a editores extranjeros, traductores, agentes y productores cinematográficos, y atendía a críticos, biógrafos y periodistas de muchos países, además de trabajar para McGraw en traducir su propia obra.

No aceptaba entrevistas no planeadas. “Agitaba el abanico”, decía, y exigía que las preguntas le fueran enviadas con antelación para preparar sus respuestas. “Pienso como un genio, escribo como un autor distinguido y hablo como un niño”, asentó en Habla, memoria.

También recibía invitaciones curiosas como cuando le propusieron participar en una antología de piezas pornográficas anónimas escritas por autores de renombre, que rechazó.

Éste era su entorno íntimo: Vivimos en una serie de habitaciones minúsculas, con dos cuartos de baño y medio, el resultado de dos apartamentos que hace poco se han unido. La secuencia es: cocina, salón, comedor, la habitación de mi esposa, mi habitación, una antigua kitchenette ahora repleta de papeles y la antigua habitación de nuestro hijo, transformada ahora en estudio…

El apartamento está abarrotado de libros, carpetas y archivadores. La rutina Nabokov consistía en despertar a las siete. Luego de un rato más en cama se afeitaba a las ocho, desayunaba y se daba un baño. Trabajaba hasta las 6 de la tarde, y salía a buscar la prensa inglesa y revistas norteamericanas que compraba en tres puestos distintos. Rara vez trabajaba por la noche. Por lo general se sentaba con Vera a disfrutar del crepúsculo o a jugar una partida de ajedrez. Iba a la
cama hacia las nueve y leía varios libros a la vez: libros viejos, nuevos, de narrativa (nunca novelas de misterio o históricas), ensayo, poesía…

Apagaba la luz a las once y media “y luego luchaba contra el insomnio hasta la una de la mañana”.

En esos días también se ocupaba de la adaptación cinematográfica de Lolita que realizaba Stanley Kubrick —otro apasionado del ajedrez.

En ese momento se estaba escribiendo del guión y definiendo el elenco —Laurence Olivier, David Niven y Marlon Brando se disputaban el papel de Humbert.
En marzo de 1960 viajó a Estados Unidos para encontrarse con Kubrick, ultimar detalles del rodaje y conocer el ambiente de Hollywood.

“El guión se transformó en poesía —escribió—, lo cual era mi propósito inicial”. Pero los conocimientos cinematográficos de Nabokov eran escasos y el guión no satisfizo al director, quien le dijo que era demasiado rígido, con episodios innecesarios y que con ese guión la cinta duraría siete horas.

El escritor no entendía lo esencial del trabajo cinematográfico. Si él hubiese sido el director: habría defendido y aplicado un sistema de tiranía absoluta, habría dirigido la película yo mismo, elegido los decorados y los trajes, aterrorizado a los actores, me habría mezclado con ellos en el papel secundario de invitado,
o de fantasma… en una palabra, habría invadido todo el espectáculo con la voluntad y el arte de un individuo, pues no hay en el mundo cosa que deteste más que el trabajo en equipo, ese baño comunal donde lo espeluznante y lo resbaladizo se mezclan en una multiplicación de la mediocridad.

Su versión era poco precisa —decía Kubrick— y con frecuencia, por extraño que pueda parecer, pedestre. “Nabokov no sólo intentó adaptar para la pantalla un alto porcentaje de la novela; trató de explicar de un modo muy pesado lo que en la novela había sido capaz de sugerir rápida y limpiamente”. Así que Kubrick reescribió el guión dos o tres veces.

Donde no hubo muchas dudas fue en la elección de la actriz. El escritor y el cineasta vieron cerca de 800 fotografías de aspirantes a Lolitas, pero cuando el narrador vio la foto de Sue Lyon dijo: “Basta de dudas: ésta es Lolita”.

Lolita (Foto: via Prof. Christian Hesse)

La película se estrenó el 13 de junio de 1962. Nabokov se decepcionó, pero no lo demostró delante del director: “Kubrick era un gran director, su Lolita es una película de primera categoría, con actores magníficos, aunque sólo había utilizado retales de mi guión”.

A la pregunta ¿cómo se atrevieron a hacer de Lolita una cinta? Los críticos respondieron: “No lo hicieron”. El público pensó lo mismo, y al cabo de las primeras semanas las recaudaciones cayeron en picada.

Años más tarde Kubrick confesó que de haber sabido lo severo de la censura nunca hubiera hecho la película. También asumió su responsabilidad por el fracaso, y lo atribuyó a que el libro era demasiado bueno para prestarse a una adaptación cinematográfica. Los comentarios inéditos de Nabokov lo resumen todo: “una encantadora visión borrosa a través de una tela mosquitera” o, con menos delicadeza, “la panorámica percibida por el pasajero horizontal de una ambulancia”.

La gestación y publicación de la novela habían sido asaz complicadas y sinuosas. Viking Press, la calificó de “brillante” pero declinó por las posibles consecuencias legales; para Simon & Schuster, la obra era “sólo pornografía”; New Directions y Doubleday consideraron la posibilidad pero al final vieron riesgos muy grandes, y Farrar & Straus la rechazó pero aconsejó a Nabokov que no la firmase con pseudónimo pues reduciría las posibilidades del libro en los tribunales.

Fue Doussia Ergaz, amiga de Nabokov y su traductora al francés, quien le mostró el manuscrito de Lolita a Maurice Girodias, fundador y propietario de la editorial parisina Olympia Press, e hijo de Jack Kahane, quien en los años treinta había publicado los Trópicos de Henry Miller. Maurice siguió con el negocio y tres cuartas partes de su catálogo eran pornografía pura y dura, aunque también contaba con autores como Samuel Beckett, Henry Miller, Lawrence Durrell y Williams Burroughs.

Yo no sabía nada —escribe Nabokov— de las novelitas obscenas que el señor Girodias montaba con la ayuda de escritorzuelos, como él mismo cuenta en alguna parte. He ponderado la dolorosa cuestión de si habría aceptado tan alegremente que Girodias publicase Lolita si en mayo de 1955 hubiera sabido qué libros formaban la ágil columna vertebral de su producción. Por desgracia, es probable que hubiese aceptado, aunque no tan alegremente.

En octubre de 1955 recibió dos volúmenes en rústica en la colección Olympia Travellers’s Companion. “Eran atractivos y elegantes, pero estaban repletos de errores tipográficos” y con el copyright para el escritor y para Olympia Press, lo que provocaría largos años de disputas legales.

Aunque hubo momentos en los que sintió temor por las consecuencias laborales de la publicación de Olympia Press (¿quién querría que su hija tomara clases con un pornógrafo?), el peligro pasó rápido. A finales de primavera de 1957 el decano de Letras en Berkeley lo había llamado para que fuera a la Universidad de California como profesor invitado, y en las librerías de todos los Estados Unidos no tardaron en vender subrepticiamente ejemplares de la edición de Olympia Press; en los tres principales mercados editoriales de Europa, tres importantes editoriales —Rowohlt en Alemania, Gallimard en Francia y Mondadori en Italia— habían comprado los derechos de Lolita y publicado varias obras de Nabokov.

Finalmente, en agosto de 1958 Putnam’s publicó la novela en Estados Unidos. El día de lanzamiento el editor le escribió a Nabokov: “Esta mañana le dije en telegrama que había más de 300 nuevos pedidos el día de la publicación. ¡Ahora son las tres de la tarde y ya hay más de mil! Y el número 1 000 aparece tachado y debajo la cifra 1 300, y luego… Más de 2 600 pedidos nuevos hoy, la mayoría de NY, pero comienzan a llegar de fuera también…”.

Luego de la publicidad en el New York Times, en cuatro días ya se habían agotado 65 mil ejemplares. La prensa asentó que desde Lo que el viento se llevó, Lolita era el primer libro en vender 100 mil ejemplares en tres semanas. Al mes siguiente estaba en el primer lugar de los libros más vendidos y coincidió con que en el cuarto puesto se ubicaba la novela de Boris Pasternak Doctor Zhivago, con la que durante algunas semanas se disputó los primeros lugares en ventas.

Harris Kubrick Pictures le ofreció 150 mil dólares por los derechos cinematográficos de la novela, y a mediados de noviembre se firmó el contrato para rodar la cinta.
En la novela y en el filme hay varias referencias al ajedrez. En la novela, Humbert y Gaston juegan dos o tres veces por semana y relacionan a Lolita con la dama en el juego. En la película se ve a Humbert (James Mason) jugando una partida con Charlotte Haze (Shelley Winters).

Groucho Marx dijo con su habitual sabiduría: “He aplazado seis años la lectura, hasta que Lolita tenga dieciocho”.

Bibliografía

Boyd, Brian, Los años rusos, Anagrama, Barcelona, 1992.
-------------, Los años americanos, Anagrama, Barcelona, 1994.
Hesse, Christian, “Nabokov: poems and problems”, Chessbase.com, consultado
el 30 de noviembre de 2015.
Marías, Javier, Desde que te vi morir. Nabokov una superstición, Alfaguara,
Madrid, 1999.
Nabokov, Vladimir, La defensa, Anagrama, Barcelona, 1990.
-------------, Habla memoria, Anagrama, Barcelona, 1991.
-------------, Opiniones contundentes, Taurus, Madrid, 1999.
Bill Wall, “Nabokov and chess”, chess.com, consultado en noviembre de 2015.

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La cubierta del libro "Fianchetto", publicado por Hugo Vargas en 2013. El ajedrez como una de las bellas artes (UNAM / Ediciones sin Nombre, 2013 y Trama Editorial


Editor, periodista y autor. Colaborador de la Fundación Kasparov. México. Autor de "Fianchetto". El ajedrez como una de las bellas artes, publicado por Trama, en Madrid.

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