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Es que sus padres, Pierre-Marie-Philippe Mahé De la Bourdonnais (nacido en noviembre de 1773) y Jeanne-Françoise Bunel se casaron recién el 16 de abril de 1796. Asumiendo que en esa época, aunque no siempre era así, los hijos arribaban después de que los progenitores contrajeran enlace, podría asumirse que el niño habría venido al mundo recién en fecha posterior.
Y será 1797 la datación que habrá de aparecer en la lápida de su tumba londinense (¡también en esa ciudad fue enterrado Philidor!). Como en el índice de defunciones de la Oficina de Registro General figura muerto con 43 años, habida cuenta de que fallecerá el 13 de diciembre de 1840, es más probable que su fecha de nacimiento corresponda entonces a aquel año.
Al cabo de todo, se lo verá en condiciones económicas críticas en esa etapa postrera. Su afición al ajedrez le hizo descuidar sus propiedades y un estado de bienestar adquirido desde una cuna de cierto esplendor. Para entonces su estado de salud tampoco lo ayudaba ya que había sido afectado por un derrame cerebral, por una hernia escrotal y una hidropesía (edema) que lo condujeron a su fin. Tiempo antes estuvo al borde de la desnutrición, de la cual pudo ligeramente salir al contratarlo el Simpson´s Divan, un club de ajedrez londinense nuevo, el que le otorgó un magro estipendio de dos guineas a la semana.
De la Bourdonnais tuvo tiempos mejores. Fue hijo de una familia noble que conducía el gobierno de su territorio insular natal. Por caso, Bertrand-François Mahé la Bourdonnais (1699-1753), su abuelo, fue un conde y almirante francés que lideró ese espacio colonial (que se llamaba por entonces isla de Bourbon), bajo el servicio de la Compañía francesa de las Indias Orientales. Las memorias de este personaje, muy reconocido en la historiografía gala, serán publicadas por su nieto ajedrecista en 1827 en París.
Louis, trasladado a París hacia los años 1814 y 1815, habrá de estudiar en el Lycée Henri IV, un establecimiento de nivel secundario próximo al hermoso edificio del Panteón. Pero el adolescente, devenido en adulto, no tendrá con el curso del tiempo otra profesión que no fuera la de ajedrecista, actividad en la que comenzó a incursionar desde que, por azar, abraza al juego tras concurrir al célebre Café de la Régence. Desde 1818 lo practica con seriedad durante doce horas todas las jornadas, siempre en ese espacio tan emblemático para el ajedrez y la cultura, convirtiéndose prontamente en una fuerte figura del medio local.
Con el ajedrez habrá de ganarse el sustento, en calidad de jugador, proviniendo el dinero de las apuestas por las partidas ganadas, de la edición y venta de publicaciones (varios libros y una influyente revista) y por la retribución recibida en tanto Secretario del Club instalado en el célebre Café de mentas.
De la Bourdonnais tuvo como maestro a Alexandre Deschapelles (1780-1847), el mejor jugador de la época, y sucesor de Philidor, quien brillaba en los cafés parisinos, al que sin embargo no tardó en superar. El vínculo entre ellos se habría establecido en 1820; de hecho en 1821 De la Bourdonannis fue árbitro en el match que en París disputaron su mentor y el inglés William Lewis (1787-1870).
Fueron tres años de enseñanza, la ventaja ofrecida inicialmente de una torre, iba progresivamente disminuyendo: primero a caballo; luego a peón y salida, hasta que el joven comenzará a superar a su maestro al que años más tarde le dedicará su obra principal ajedrecística: Nouveau traité du jeu des échecs, que aparecerá en 1835 en París. En sus dos tomos se describen aperturas y finales teóricos, y se presentan estudios compuestos y numerosas partidas.
Es de lamentar que no se conservó registro alguno de las partidas entre los máximos exponentes ajedrecistas de la época, lo que pone en un cono de sombras las reales distancias entre ellos en el cénit de sus respectivas carreras. Se desconocen cuestiones tan básicas como los resultados obtenidos y las fechas de realización de las partidas: en cambio, el lugar de los encuentros fue, con toda certeza, el emblemático Café de la Régence.
Deschapelles, quien odiaba jugar en paridad de condiciones con el rival que fuere, ya para 1821 vio que no le podía otorgar ventaja de dos movidas y peón a su pupilo, por lo que lenta y tácitamente fue retirándose de la escena, una situación que profundizó desde 1824.
Es que estaba visto que De la Bourdonnais, que se mostraba como muy rápido y con implacable capacidad de cálculo (a pesar de ciertas inseguridades en la fase de apertura), ya le iría a ganar incluso en partidas disputadas en igualdad de condiciones. Deschapelles sólo volverá al ruedo cuando su rival se desplace a Londres, habiendo de volver a ocupar la poltrona principal de ser considerado el mejor del medio local cuando fallezca su discípulo hacia 1840.
En 1821 De la Bourdonnais vence al fuerte jugador escocés John Cochrane (1798-1878) en París. Viajará a Londres en 1823, donde vencerá al antecitado Lewis, lo que repetirá dos años más tarde cuando regrese a la capital de la isla. Ambos se enfrentaron aproximadamente en setenta oportunidades, aunque se habría gestado un match más formal, a siete partidas, en el que el francés prevaleció tras cinco victorias y dos empates (en algunas crónicas se indica que esos números podrían estar invertidos, aunque siempre a favor del galo).
Inglaterra fue la casa definitiva del francés, aunque haría una ida y vuelta frecuentes atravesando el Canal de la Mancha, buscando éxitos deportivos que le proveyeran el sustento. De hecho en la isla se casó con Eliza Waller Gordon, lo que ocurrió en julio de 1825.
En 1831 se dio una situación muy crítica ya que, producto de una especulación inmobiliaria en la localidad bretona de Saint-Malo, que no salió como esperaba, perderá toda su fortuna. Desde entonces sólo podría sobrevivir gracias a sus ingresos con el ajedrez.
El punto culminante de la carrera de De la Bourdonnais se dio en 1834 cuando, en la capital inglesa, enfrentó al irlandés Alexander McDonnell (1798-1835) en el curso de seis extenuantes matches disputados en el Westminster Chess Club. La porfía comenzó en el mes de junio, y se prolongó hasta el mes de octubre, jugando todos los días, con excepción de los domingos.
Las partidas podían suspenderse y eran muy largas (algunas insumieron unas siete horas), ya que no había control de tiempo. Al moroso irlandés se lo recuerda que, alguna vez, usó cerca de hora y media para hacer una movida; aunque en otra oportunidad el siempre más ágil De La Bourdonnais también pensó unos desacostumbrados, para él, 55 minutos, antes de efectuar una determinada movida.
En estas condiciones, las secuelas de tan larga y extenuante lid habrían de hacer estragos en ambos ajedrecistas. Ambos querían, orgullosamente, ser considerado el mejor de su tiempo. Y la rivalidad se acentuaba ya que se enfrentaban dos referentes de las potencias de la época: Francia e Inglaterra (aunque, en este caso, el referente era un irlandés).
Se suele indicar que fueron 85 partidas las que se concretaron, habiendo De la Bourdonnais vencido en 46, con 26 derrotas y 13 empates, a lo largo de seis matches, en los que el galo se impuso en el primero, tercero, cuarto y quinto, perdió el segundo y, en el postrero, cuando ganaba el irlandés por 5 a 4, este abandonó la titánica porfía por visibles problemas de salud. Dada su extensión, y otros compromisos asumidos por la visita, se dio por terminada la contienda.
Sin embargo el historiador y ajedecista George Walker (1803-1879), testigo del acontecimiento, eleva la cuenta a 88 encuentros, asegurando que tres de ellos no habrían sido registrados.
Al año siguiente McDonnell, acusando física y mentalmente las consecuencias de la porfía, hallará su muerte con sólo 37 años. Será enterrado en el cementerio Kensal Green de Londres donde, cinco años después, también serán trasladados los restos de De la Bourdonnais.
En otras oportunidades, De la Bourdonnais habrá de confrontar en 1836 en París con el húngaro József Szén (1805-1857), quien se impuso al local por el ajustado marcador de 13 victorias a 12 (sin empates). Pero, claro, el vencido le dio ventaja a su rival de peón y dos movimientos (como solía hacer Deschapelles en tiempos previos y posteriores). A Szén se lo recuerda especialmente ya que, años después, será parte del primer torneo de ajedrez de la historia moderna, en Londres, en 1851, cuando habrá de ocupar un muy meritorio quinto lugar, oportunidad en la que se consagró el prusiano Adolf Anderssen (1818-1879) quien batió al magyar en la segunda etapa de la prueba.
Se sabe que De la Bourdonnais jugaba con suma rapidez, lo que no obstaba a la profundidad de sus análisis. Si bien fue famoso por sus combinaciones, ellas llegaban después de actuar con una infrecuente, para la época, solidez.
Después de ganarle a McDonnell, volvió a París donde, en 1836, fundó la primera revista de ajedrez de la historia: Le Palamède, la que originalmente salía todos los días quince de cada mes, con una suscripción anual de veinticinco francos. Allí ofició de coeditor, junto al escritor Joseph Méry (1797-1866). La publicación cerró en 1839 (será reabierta en 1841), lo que le originó una nueva gran pérdida económica al empobrecido De La Bourdonnais.
Al respecto, cabría recordar que, en la mitología griega, se le reconoce a Palamedes, nieto de Poseidón y poseedor de una gran sabiduría, el haber inventado, además de los dados, el petteia (muy eventual antecesor del ajedrez). Por mucho tiempo en Europa se atribuyó el origen del juego a los griegos siguiendo esta tradición, asegurándose que ello habría ocurrido en el contexto del sitio de Troya y bajo el influjo de la poderosa cultura surgida en la isla de Creta.
Para Edo Historical Chess Ratings, uno de los reconocidos sistemas de medición de la fuerza ajedrecística de los jugadores del pasado, De La Bourdonnais aparece en el ranking en el segundo lugar, después de Deschapelles, en 1821. Y, desde 1822, se le asigna el primer lugar del escalafón mundial, el que mantiene hasta 1829, para recuperarlo en 1835, conservándolo hasta el final.
De la Bourdonnais es el tercer jugador, tras Philidor y Deschapelles, que marca el predomino francés en la época moderna del ajedrez. Luego vendrá el inglés Howard Staunton (1810-1874) y una pléyade de jugadores provenientes de Europa Central (comenzando por Anderssen), con la extraordinaria excepción del norteamericano Paul Morphy (1837-1884), de fulgurante aparición y ocaso.
La Revolución Francesa aportó, entonces, los mejores exponentes del ajedrez mundial entre fines del siglo XVIII y comienzos del XIX, así como en tiempos previos había ocurrido lo propio con jugadores de las penínsulas itálica e ibérica. El ajedrez francés no tendrá, en el futuro, jugadores destacados propios, con la notable excepción del ruso Alexandre Alekhine (1892-1946), quien será no obstante campeón mundial bajo bandera gala.
De la Bourdonnais, entonces, quien es considerado el creador de la escuela romántica moderna, esa que es heredera de los precursores del género provenientes de la península italiana, fundamentalmente de Gioachino Il Greco (1600-1634), y que en lo filosófico y literario remite al alemán Goethe (1749-1832), representando una respuesta a los principios de la Revolución Industrial, la Iluminación y el racionalismo.
En cualquier caso, será el último jugador nacido en territorio francés que puede ser considerado el mejor ajedrecista de su tiempo.
Una de sus grandes habilidades fue la de jugar partidas bajo la modalidad de a ciegas, siguiendo los pasos del virtuosismo evidenciado en la materia por Philidor. Es que De la Bourdonnais tenía muy desarrollado el sentido del cálculo lo que le era muy útil para esa práctica.
El segundo excampeón mundial de la historia, el alemán Emanuel Lasker (1868-1941), definió al juego de De la Bourdonnais del siguiente modo:
“…combatir cada una unidad desarrollada del enemigo en el centro con una fuerza al menos igual a ella y perseguir al enemigo, tras haberlo expulsado del centro, con un puesto avanzado bien apoyado en el corazón de su posición. Labourdonnais, es verdad, nunca expresó este plan en palabras; pero él no escribía ajedrez, lo jugaba, y sus movimientos expresan sus intenciones”.
El heredero de Philidor y Deschapelles jugaba con una rapidez no exenta de ciertas imprecisiones. Podría decirse que vivió de igual modo. Mas, por su contribución al ajedrez, por haber llegado a la cúspide en su tiempo, deberá considerárselo del todo eterno.
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