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El multifacético Roberto Grau: el más emblemático exponente de “La generación pionera”
El Senado de la Nación de la República Argentina, por iniciativa del Senador Carlos Alberto Reutemann, viene publicando una colección en cuatro volúmenes titulada “Historia del Ajedrez Olímpico Argentino” de la cual ya se han editado los dos primeros, que son de nuestra autoría.
En la entrega inicial, que se denomina “La generación pionera (1924-1939)”, se incluye sobre el final del texto una breve biografía de los ajedrecistas olímpicos argentinos que fueron pioneros, habida cuenta de que el nuestro fue el primer y único país no europeo (ni siquiera la poderosa delegación de los EE. UU. cruzó el Océano para hacer acto de presencia), en participar en esa clase de pruebas, lo que aconteció en la oficiosa de París en 1924 y en la oficial de Londres en 1927.
Además, la Argentina fue miembro fundador de la FIDE, y la ciudad de Buenos Aires será la primera urbe en organizar una Olimpíada de ajedrez disputada fuera de continente europeo, lo que ocurrirá en 1939.
La capital del país, por otra parte, ese año será designada como sede provisoria de la FIDE, y el Presidente de la federación local (la FADA), Augusto De Muro, como titular de la entidad mundial, en un hecho que suele dejarse de lado en la historiografía del ajedrez internacional. Y al que Negri, junto a Juan Sebastián Morgado, hicieron referencia en un artículo específico compartido previamente en Ajedrez Latitud Sur.
Del libro publicado por el Senado, se publica la semblanza de quien debe ser considerado “el más emblemático exponente de la generación pionera”. Nos referimos desde luego a Roberto Grau (1900-1944) quien, si bien estuvo presente en todas las competencias olímpicas en las que la Argentina participó en el periodo que va de 1924 a 1939, nunca llegó a brillar deportivamente, por caso no logró alcanzar medalla individual alguna (cosa que lograron varios de sus compatriotas) pero, por su multifacético rol desempeñado en el periodo, debe ser considerado, sin dudas, como el más importante referente del ajedrez argentino en un tiempo fundacional en cuanto a su posicionamiento a escala regional y mundial.
En efecto, durante muchas décadas fue considerado el máximo representante del ajedrez vernáculo, habiendo sido múltiple campeón nacional. Y en los ulteriores, será reconocido como una de las figuras más prominentes de toda la historia, teniendo en consideración su influencia sustancial como divulgador, en un periodo en el que se sentaron las bases a partir de las que, en la posguerra, se darán las mejores expresiones del ajedrez argentino en su competencia en el contexto internacional.
En los Juegos de París de 1924, a sus tempranos 24 años de edad, estuvo al borde de llegar a la final (en cuyo caso hubiera al menos obtenido una presea honorífica), defeccionando en las dos últimas partidas de la etapa clasificatoria, que hasta ese momento lideraba cómodamente.
Igualmente, en la rueda consuelo estuvo bastante bien (empató el cuarto puesto, junto a otros tres jugadores, entre 44 ajedrecistas que jugaron esa fase), y tuvo meritorios triunfos a lo largo del Torneo, como el logrado en la instancia preliminar ante el futuro campeón mundial (aficionado y absoluto) Max Euwe.
En París, Grau cosechó ocho puntos sobre trece (62% de efectividad), producto de seis triunfos, cuatro empates y tres derrotas, siendo el argentino que más unidades aportó a su equipo en estos Juegos.
En la primera prueba olímpica oficial, la de Londres´27, estuvo por debajo de la media, ya que hizo siete en quince (47%), producto de dos triunfos, la cifra abultada de diez empates y tres derrotas.
Es cierto que siempre jugó en el exigente primer tablero y, en ese marco, se destacan sus empates con el alemán Siegbert Tarrasch, el holandés Max Euwe y el austriaco Ernst Grünfeld. Pierde, en cambio, con los muy fuertes Géza Maróczy (de Hungría), George Thomas (de Inglaterra) y Richard Réti (de Checoslovaquia).
En los Juegos de La Haya´28 mejoró bastante, al acumular 9.5 puntos en dieciséis (59%), producto de seis triunfos, siete empates y tres derrotas. Pero tampoco fue la actuación esperada si se considera que, muchas veces, a diferencia de lo acontecido vez pasada, se lo ubicó en tableros inferiores, para lograr más puntos, cosa que no necesariamente ocurrió.
Comenzó sólidamente en el primer tablero, obteniendo cuatro unidades en las cinco primeras rondas. Pierde el invicto, en la siguiente, a pesar de que se lo traslada al menos exigente tercer tablero; juega dos partidas más en esa posición, empatando ambas; para regresar al primer tablero, volviendo a caer. En esa instancia se ubica en el cuarto tablero (como era el capitán estos movimientos de posición fueron su propia decisión), pierde inesperadamente, manteniéndose hasta el final en ese puesto, logrando en las seis últimas partidas tres triunfos (dos de ellos consecutivos en las postreras fechas) y tres tablas.
En los Juegos de Varsovia´35 un Grau ya más experimentado (35 años, siempre acompañando su edad a la evolución del siglo), vuelve a estar por debajo del promedio, al obtener ocho unidades en diecinueve (42%), producto de seis triunfos, cuatro empates y nueve traspiés.
Con esta actuación salió decimotercero entre los veinte jugadores de un apremiante primer tablero. Lo más destacado fueron sus éxitos contra el norteamericano Reuben Fine y el húngaro Lajos Steiner, y la igualdad con el campeón del mundo Alexander Alekhine, jugando para el equipo de Francia. Pero Grau pierde con el polaco Savielly Tartakower, el austriaco Ernst Grünfeld, el sueco Gideon Ståhlberg, el lituano Vladas Mikėnas, el estonio Pal Keres, el checoslovaco Salo Flohr, entre otras grandes figuras de la época.
En los Juegos de Estocolmo´37, la más destacada en el periodo en lo que a la performance del país respecta, quizás evidenciando que el mejor Grau acompaña necesariamente a la más potente Argentina, su jugador emblema alcanza su techo olímpico ya que hace 10,5 puntos en quince (70%), producto de ocho triunfos, cinco empates y apenas dos derrotas.
Participa fundamentalmente de segundo y de tercer tablero, y queda a un paso de la medalla, ya que es cuarto entre veinte participantes, habiéndose a estos efectos sido contemplado, algo curiosamente, en la tercera posición donde, en rigor, jugó apenas tres cotejos.
Grau comienza sólidamente en el segundo tablero, ganando dos partidas y empatando otra pero, al perder con Fine, en la ronda siguiente, baja al tercer tablero, donde gana. Regresa al segundo tablero (empata), pasa en la siguiente al tercero (otro empate y un éxito), para volver definitivamente al segundo, donde comienza perdiendo, para dar ulterior paso a una seguidilla de cuatro triunfos y dos empates. Como notas destacadas se exhibe su triunfo ante el húngaro László Szabó y un empate con el yugoslavo (croata) Petar Trifunović.
En Buenos Aires´39, Grau, nuevamente muy exigido en la principal posición, y con la agravante de que estaba muy comprometido con la organización, lo que le hizo dedicar esfuerzos a cuestiones que excedían lo que sucedía dentro del tablero, tiene su peor actuación olímpica personal y, con esa pobre actuación, de alguna manera perjudica a un equipo que no alcanza el medallero general.
Tres puntos en diez (30%), con un único triunfo en el debut, cuatro empates y cinco derrotas, conformarán la producción conseguida de local. Los sucesivos descansos que se concedió (ya que como era usual ofició de capitán), en los que fue reemplazado por Luis Piazzini, no hicieron que se alterara este estado de cosas a la hora del regresa la competencia.
En ella lo vencieron el lituano Vladas Mikėnas (en sendas oportunidades, con un Grau en ambos casos con las piezas blancas), el representante de Alemania (aunque austriaco de nacimiento, y futuro argentino) Erich Eliskases, el letón Vladimir Petrovs y el holandés Theo van Scheltinga. Un buen empate con el cubano José Raúl Capablanca, sería lo único significativo que quedó en la alforja de Grau en esta competencia, y en una partida irregular en la que, en realidad, también estaba perdido, al momento de acordarse la igualdad (la que se resolvió en ese sentido ya que el excampeón del mundo regresó una jugada anterior que lo perjudicaba, lo que caballerescamente fue permitido por el argentino, por lo que luego aquel devolvió la gentileza).
Que Grau fue un factor fundamental para que los Juegos se disputen en Buenos Aires tiene varias aristas. Por un lado, el jugador fue quien propuso en Estocolmo´37 que se aceptara la candidatura argentina. Por el otro, fue el principal encargado de generar consciencia ante las autoridades nacionales y la comunidad para que se asegure el financiamiento, en particular cuando este fue interrumpido desde las áreas gubernamentales. En eso mucho colaboró su enjundiosa personalidad, su labor como periodista en el diario La Nación y un ascendiente que era por todos reconocido.
Al respecto, el propio Alekhine, muy al tanto de este rol desempeñado por el ajedrecista argentino, en su columna para el diario El Mundo del 17 de septiembre de 1939, recoge unas expresiones del propio Grau en el sentido de que:
“Durante estos últimos días, sobre todo los miembros del equipo habían sido llevados por la fuerza de las circunstancias a ocuparse de cuestiones administrativas que no tenían nada que ver con el juego en sí…”.
Para el campeón del mundo, dando absoluto crédito a todas estas reflexiones, la caída relativa del desempeño del equipo argentino en general en Buenos Aires, al cual consideraba junto a Polonia el candidato más firme al inicio del Grupo Final, se debía a esas cuestiones extra ajedrecísticas retratadas por Grau. Al respecto, el presidente de la FADA Augusto De Muro comentó, conforme nota publicada en La Nación el 9 de septiembre de 1939, que:
“Está latente el recuerdo del campeón argentino Roberto Grau, quien visitó numerosos pueblos y recorrió varias provincias, con el propósito de llevar el estímulo de su presencia a todas partes, y esa labor ha tenido que desarrollarla en detrimento de su preparación, de su tranquilidad y de su mejor capacitación física”.
Considerando todas las competencias oficiales olímpicas, incluyendo la oficiosa de París´24), Grau apenas superó la media ya que, habiendo disputado 88 partidas, obtuvo 29 triunfos, registró 34 tablas y sufrió 25 derrotas (52,3%).
Pero sería injusto hacer esta semblanza de Grau sin rescatar su multifacético aporte ya que, además de su rol de jugador y de capitán, y de haber sido quien protagonizó la decisión en Estocolmo que hizo posible los Juegos de Buenos Aires fue, como ya fuera indicado, uno de sus principales organizadores, habiendo para más actuado de cronista y difusor del ajedrez, en notas especialmente alusivas y en la clásica columna “Frente al tablero” en el diario La Nación, la que venía escribiendo desde su propio inicio (en 1922).
Además de fundador de la Federación Internacional de Ajedrez, hizo lo propio en el caso de la Federación Argentina de Ajedrez, a la que representó en los Congresos de París, Londres, Varsovia, Estocolmo y Buenos Aires coincidentes, en todos los casos, con las Olimpiadas respectivas. Asimismo en la capital argentina creará el Círculo de Ajedrez, una notable entidad que tuvo una gran importancia en aquellos años, siendo la principal del medio local junto al Club Argentino.
Fuera de su participación olímpica, Grau fue sin dudas el más influyente jugador argentino de la primera mitad del siglo pasado, y todo ello pese a la corta duración de su vida, que se tronchó a los 44 años.
En ese corto periodo, llegó a hacerse de un nombre que no estuvo exento de cierto grado de popularidad, reconocible en ámbitos que excedían el específico de los trebejos, como lo refleja la siguiente propaganda difundida en contemporaneidad con el Torneo de las Naciones de Buenos Aires.
Roberto Grau nació en la ciudad de Buenos Aires el 18 de marzo de 1900. En su casa familiar, ubicada en la calle Alsina 3187, no hay placa recordativa alguna que atestigüe que allí vivió alguna vez el campeón. En ella puede apreciarse un postigón desvencijado, construido en madera, probablemente original del sitio, que marca el espacio de una hipotética puerta, que en realidad ni siquiera existe, comunicando con la parte interior, el que está cerrado con unos eslabones metálicos debidamente anudados, que parecen protegerla de eventuales intrusos. Un fantasmal espacio que, seguramente, esconde viejas historias de un ajedrez argentino que fuera tan vital en otro tiempo.
Su padre era catalán, su madre argentina, conformando una familia de clase media alta. Aquél, quien también era aficionado, lo inició en el juego. Era común que de niño y joven se reuniese con amigos y otros integrantes de su núcleo directo para jugar al ajedrez.
Una vez, cuando Grau tenía diez años, se empecinó en querer participar en una de esas informales partidas, no lo dejaron, por lo que se rompió a llorar. Finalmente, ante tanta insistencia, se le permitió jugar y, ante la sorpresa general, les ganó a todos. Una suerte de Capablanca vernáculo.
Siendo aún colegial, comenzó a frecuentar el café “Los 36 Billares”, ubicado en la calle Bartolomé Mitre, donde disputó su primer torneo, en el que se clasificó segundo, habiendo enfrentado a ajedrecistas de mucha experiencia.
A los dieciséis años era jugador de primera del Club Argentino de Ajedrez y, a los diecisiete, integró por primera vez un equipo argentino. En el orden internacional, se consagró en 1921 como campeón sudamericano en Uruguay, título que repetiría en 1928.
En seis oportunidades resulta vencedor del campeonato argentino (Torneo Mayor se lo denominaba entonces), el primero de ellos en 1926, repitiendo en 1927, 1928, 1934, 1935 y 1938.
Había debutado en la competencia correspondiente al periodo 1923/24, siendo segundo de Damián Reca. En 1924 propiamente, fue de nuevo escolta, siendo precedido por el checoeslovaco Richard Réti, y repite esa posición en 1932, en este caso habiendo sido desplazado por Isaías Pléci.
El argentino asistió a Alekhine en su encuentro de 1927 en Buenos Aires contra Capablanca por la corona mundial y, aprovechando la relación aquilatada en ese contexto, años más tarde le servirá para convencer al ruso-francés a los fines de que entrene a la selección argentina de cara a los Juegos de 1939.
A Grau, en su calidad de difusor y maestro, se le deben dos obras señeras, las cuales fueron materia de estudio y consulta de muchísimos jugadores de ajedrez argentinos y de otros países de habla hispana, en el devenir de varias generaciones. Se trata de los cuatro extraordinarios tomos del “Tratado General de Ajedrez”, que incluso han sido traducidos a numerosos idiomas y, en menor medida, de su “Cartilla de Ajedrez”, con la que muchos principiantes comenzarían a mover los trebejos.
El primero de ellos se transformó, al cabo del tiempo, en una obra clásica para el aprendizaje de esta disciplina. Se le reconocen tanto sus virtudes didácticas cuanto su lenguaje claro y conciso. Se compone de cuatro tomos: 1. Rudimentos; 2. Estrategia; 3. Conformación de peones; y 4. Estrategia superior. El primero fue publicado en octubre de 1930, habiendo más tarde aparecido los restantes, con múltiples reediciones ulteriores, entre ellas una realizada en España en el año 2000 la cual es presentada por el Gran Maestro Miguel Illescas en estos términos:
“(…) nos encontramos ante una obra que resulta interesante no solo para los principiantes sino incluso para los ajedrecistas más avanzados ya que nos permite comprobar la evolución de la teoría del ajedrez, profundizar en el juego de los clásicos y en general ampliar nuestro conocimiento sobre la historia reciente de nuestro juego. En definitiva, si aceptamos que jugar, disfrutar y aprender son las motivaciones básicas de todo ajedrecista, concluiremos que esta obra ayudará a los aficionados de cualquier nivel a conseguir esto último, aprender. Y de ese modo, comprendiendo mejor los secretos del ajedrez, jugarán mejor y disfrutarán más”.
Como periodista, además de sus imperdibles crónicas en La Nación, fundamentalmente las que regularmente formaban parte de su columna “Frente al tablero”, Grau fue director, junto a Luis Palau, de la revista mensual El ajedrez americano, que se comienza a editar en 1934. También participó de la revista El ajedrez argentino.
Su fama y figura emblemática asociada al ajedrez era de tal porte, que trasvasó a la sociedad en su conjunto, por lo que fue la cara visible en publicidades gráficas, fundamentalmente las incluidas en diarios de la época en la que se hizo el Torneo de las Naciones de Buenos Aires.
Su colega y amigo Juan Rivarola, con quien compartió el equipo olímpico en 1927, traza la siguiente semblanza del maestro:
“Grau fue un verdadero autodidacta; solamente tenía estudios primarios, pero poseía una notable capacidad para escribir sobre cualquier tema, y para enseñar. Se aprendía mucho en ajedrez por el solo hecho de conversar con él. Sus conocimientos los adquirió estudiando partidas de los grandes jugadores, y por su propia experiencia”.
El prestigioso periodista Félix Daniel Frascara reproduce, en un artículo de la revista deportiva El Gráfico del 31 de agosto de 1935, la definición antropomórfica y psicológica que el profesional Castell Méndez hizo sobre la personalidad de Grau:
“…tiene la enorme simpatía de casi todos los gordos”.
Frascara incorpora sus propias ideas a la hora de trazar la semblanza del jugador, caracterizándolo como:
“…afable, simpático, conversador, ameno. Se gana la amistad de quien quiere. Vamos, en una palabra, se las sabe todas”.
En sintonía con esto, su amigo y ex compañero de equipo Carlos Guimard, aludiendo a sus tiempos de capitán del equipo argentino, lo definió como:
“…ese inolvidable titán simpático y dicharachero, que reducía a cero cualquier complicación”.
El Magistral de San Remo de 1930 fue el torneo individual más importante que jugó en su vida, en el que se impuso Alexander Alekhine (¡14 puntos en 15!, la mejor actuación de su carrera personal ya que alcanza una performance de 2.865 puntos ELO), delante de Arón Nimzowitsh, Akiba Rubinstein, Efim Bogoljubow, Frederick Yates y una larga lista de jugadores consagrados.
Allí el argentino terminó penúltimo con 3½ en 15, ganándole a Savielly Tartakower, y empatando con Carl Ahues, Milan Vidmar, José Araiza Muñoz, Mario Monticelli y Massimiliamo Romi. El argentino fue invitado a último momento, ya que desistieron otros jugadores en hacerlo, entre ellos José Raúl Capablanca, Ernst Grünfeld y Hermanis Matisons.
Sobre esa extraordinaria experiencia personal el propio Grau, en tono patriótico rememora que, en cada mesa donde jugaba, le ponían un pequeño mástil con la bandera de su país, episodio que vivía a esta guisa:
“Yo tenía a mi lado la bandera argentina. Y en voz baja, yo le hablaba a ella. Era la única que podía entenderme”.
Chessmetrics, sistema de mediciones de la fuerza ajedrecística retrospectivo que, pese a sus imperfecciones y limitaciones es una buena base de análisis comparativo, presenta a Grau en el puesto N° 39 en el mundo en 1939 (cuando los primeros eran Mijaíl Botvínnik, Reuben Fine, Alexander Alekhine y Samuel Reshevsky), con 2.580 puntos ELO (esquema que fue aplicado en forma retrospectiva), habiendo sido esa su mejor posición a lo largo de su carrera.
Roberto Grau falleció tempranamente, un 12 de abril de 1944. Sus restos fueron depositados en el Panteón del Círculo de Prensa, en el Cementerio de la Chacarita. Algunas de sus frases predilectas fueron:
“El jugo de ajedrez es mucho más rico en posibilidades de lo que generalmente creen los jugadores”.
“Jugar ajedrez no es mover las piezas de la misma manera que pintar, no es tomar los pinceles y manchar una tela. Jugar ajedrez es poner en marcha el cerebro en una actividad que recrea pero que obliga a un proceso mental armónico y lógico. Que más que un juego, el ajedrez es un monumento de lógica y de raciocinio”.
“El ajedrez es, no solo un juego de la inteligencia, sino un ejercicio de la inteligencia”.
“Hay que ayudar al azar, para que éste se acuerde de nosotros”.
El maestro, a quien se debe considerar como “el exponente más emblemático de la generación pionera”, se caracterizaba asimismo por su fina sensibilidad para comprender lo que estaba sucediendo en su era.
Como ejemplo de ello podemos repasar unas palabras publicadas en Leoplán, reconocida revista de Editorial Sopena Argentina que se editó entre 1935 y 1965 en la que tuvo una columna de ajedrez denominada “Entre las torres”. En 1943, no sin hondo dramatismo, el ajedrecista argentino pone a la luz cómo el ajedrez mismo iba a ser devastado por la guerra que se estaba desarrollando en Europa:
“Entretanto, el holandés Euwe languidece por las persecuciones y el aislamiento en Holanda, firme en su propósito de no compartir el deporte del Reich mientras su patria esté invadida, y no hace mucho el cable nos transmitía la amarga noticia de que en Suecia el extraordinario jugador austríaco Rodolfo Spielmann pagaba la absurda culpa de ser judío, muriendo falto de recursos en Estocolmo siguiendo la ruta de aquel otro gran talento del ajedrez austríaco, Carl Schlechter que en la contienda anterior (1914-1918) moría de hambre porque ni era apto para luchar por la patria, por sus años, ni tampoco sabía luchar por la vida. Ni siquiera pedir nada a nadie (…) Al término de la guerra habrá que pasar lista. Observaremos que en plena contienda desapareció, casi inadvertidamente, aquel otro eminente perseguido que durante 27 años fue campeón del mundo, el doctor Emanuel Lasker; que tras él un año más tarde, el incomparable Capablanca seguía su misma ruta; que más tarde el Dr. Karel Treybal era fusilado en Checoslovaquia por el delito de ser patriota; que en un campo de concentración nazi fallecía poco antes el notable ajedrecista polaco y compositor de problemas, Przepiorka, y que ahora Spielmann sigue la marcha de los que pasan a ser historia y recuerdo (…) Pero todos ellos sobreviven a su existencia física por medio de sus obras y de sus creaciones, que servirán para deleitar a muchas generaciones de ajedrecistas”.
El final de Grau, a sus tempranos 44 años, fue contradictoriamente tan inesperado (por lo prematuro), como previsible, si nos atenemos a una lamentable profecía que una vidente le había hecho en París en el marco de los Juegos de 1924. Ante el equipo argentino, esa pitonisa le anuncia al jugador, algo temerariamente (como corroborará más adelante su hija Gloria en el libro Roberto Grau, el maestro):
“Usted va a morir en veinte años de un derrame cerebral…”.
El pensador argentino Ezequiel Martínez Estrada, excelente escritor y además un gran apasionado por el ajedrez, haría el siguiente ajustado cuadro de la personalidad de Roberto Grau, con el que finalizamos esta semblanza del emblemático jugador argentino de “la generación pionera”, cosa que hizo en uno de sus principales trabajos, La cabeza de Goliat, publicado en 1940:
“Roberto Grau se distinguía sobre todo por dotes innatas para la combinación en el medio juego, la claridad mental con que planteaba las aperturas y remataba los finales. Poco caso hacía de los libros y nunca se sabía si los grandes maestros le importaban mucho. Se hubiera dicho que era capaz de inventar él el ajedrez de no haber llegado ya a su grado culminante. Delgado, vivaz y de un carácter jovial, puede decirse que cautivó al Círculo con su entusiasmo de adolescente genial. Más tarde agregó a sus dotes naturales la sabiduría del analista, y entonces apareció el segundo Grau, el actual, semejante a un filólogo agobiado de libros y de autoridades. Erudito, técnico, aplicando sus conocimientos tanto como su talento, surgió de sí mismo como el hombre maduro del muchacho, distinto a como todos esperaban. Se le recuerda en sus bellos días de inquietud diabólica, al que solo retenía como subyugado por una fuerza superior a la suya, alguna posición compleja que le exigía dos torturas juntas: estar serio y estar quieto”.
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