Franklin, que quería aprovechar el tiempo en sus estudios, y no distraerse en otros menesteres, esos que le servirán cuando afronte una carrera diplomática, le propuso a su docente que, cada vez que ganara una partida, podría plantear tareas más exigentes en los temas que más lo acuciaban, como por ejemplo memorizar partes de la gramática o ejercicios de traducción de aquellas foráneas lenguas.
Años más tarde, en su destino europeo, Franklin lo jugará a ambos lados del Canal de la Mancha. En París, en el Café de la Régence, ese que fuera frecuentado por Voltaire, Diderot, Rousseau, Balzac, Victor Hugo d´Alembert, y tantos intelectuales franceses y europeos. Allí se lo verá enfrentar al supuesto autómata, denominado “el Turco”.