Cómo jugar la Najdorf (Vol. 1-3)
Un gran momento: el ex campeón del mundo Garry Kasparov, experto absoluto en la Variante Najdorf nos explica los secretos de dicha apertura.
Se sostiene que Miguel Najdorf (1910-1997), y con toda propiedad y justicia, es el patriarca del ajedrez argentino, teniendo en consideración su inigualable contribución al juego en un país que, tras la permanencia del ajedrecista nacido en Polonia en 1939 (decisión que en ese momento también adoptaron otras destacadas figuras del tablero europeas), lo vio evolucionar grandemente en tanto ajedrecista.
En efecto, desde su destino sudamericano Najdorf pasó a formar parte de la élite internacional, en las décadas siguientes, y llevará a su país definitivo a la cumbre mundial a nivel de equipos, como nunca había sucedido antes, ni volverá a suceder más tarde, en el transcurso de la rica historia del juego en la Argentina.
Para ser del todo equitativos en el análisis histórico, sólo podría alternativamente caberle ese carácter patriarcal a Roberto Grau (1900-1944) ya que, en este último caso, si bien sus logros y nivel deportivos fueron ajedrecísticamente menos importantes, lo anticipó a Najdorf en el tiempo en el marco de lo que, en su momento, denominamos la generación pionera. Con lo que, para ser omnicomprensivos, podríamos concluir que, si este se convirtió en el principal exponente de la época dorada, aquel lo había sido en un tiempo fundacional.
Pero quedémonos plenamente con Najdorf, quien ha sido, sin duda alguna, y con margen, el jugador argentino más influyente de todos los tiempos.
Fue el que llegó más alto. Fue el que abrió un camino internacional que luego otros, aunque muy pocos, y con menos repercusión desde luego, también recorrerían. Fue uno de los primeros Grandes Maestros, título otorgado por la FIDE en 1950, que sólo se le confirió a 27 ajedrecistas de nota.[1] Y fue quien estuvo más cerca de convertirse en campeón del mundo ya que el argentino debió haber sido de la partida del torneo internacional celebrado en 1948, un tiempo que fue coincidente con el punto más alto de su carrera, para consagrar al sucesor de Alexandre Alekhine (1892-1946).
Najdorf, no sólo fue un jugador notable sino que, abriendo surcos, se transformó en un referente innegable que excedía el círculo cerrado de una actividad que podía ser vista, con su contribución en términos de difusión y popularidad, desde perspectivas más amplias. Fue, entonces, una suerte de embajador del ajedrez ante la sociedad y la cultura.
Participó, en forma individual, en competencias de fuste, incluidas varias en el camino al campeonato mundial. Y, colectivamente, lideró el equipo argentino olímpico que alcanzó el triple subcampeonato de los años 50.
Asimismo, con sus enseñanzas, aportó significativamente, más que como producto de la didáctica propiamente dicha (no se le conocen discípulos destacados) sino en tanto ejemplo de vida. Por otra parte, sus propuestas organizativas, el impulso de torneos magistrales (algunos habrán de llevar su nombre), sus contactos para favorecer el financiamiento y acciones de mecenazgo, le dieron una vitalidad al juego en la Argentina que mucho se extraña.
Además, y en ello hubo otros dos históricos referentes, el mencionado Grau y el respetadísimo maestro Julio Bolbochán (1920-1996), tuvo una labor central en la difusión del juego, en particular por sus crónicas en Clarín, el diario de mayor circulación nacional, con abordajes periodísticos y aportes técnicos que fueron emblemáticos, haciendo que el ajedrez tuviera una repercusión que podía exceder, y en mucho, la dirigida a los específicos cultores de la actividad.
Sin él, el ajedrez argentino hubiera estado unos cuantos escalones más abajo en la consideración internacional. Sin él, la sociedad argentina no hubiera reparado tanto en el juego. Sin él, muchas de las gloriosas páginas de esa actividad no hubieran sido posibles. Por eso tanto se lo respeta. Y se lo añora.
La influencia de Najdorf ha sido tan notable que, a la hora de recordarlo, Oscar Panno, otro jugador argentino que alcanzará elevadas alturas internacionales, no podrá dejar de hacerlo sin imitar su tono de voz, con ese acento que era tan característico, a mitad de camino entre el castellano y el polaco, y con alguna que otra palabra intercalada de alguno de los ocho idiomas en los que, a juicio del propio Don Miguel, se defendía. Para Panno, que fue uno de sus principales rivales, mas sólo frente al tablero, aquel fue “un maestro de maestros”, quien le enseñó a todos quienes alguna vez lo rodearon.
Se podrán decir, si se pretendiera sintetizar su compleja personalidad en unas pocas líneas, muchas cosas de Najdorf: que era extravertido; que era exuberante; que no tenía claroscuros; que era magnético; que era sumamente impaciente; que era hiperactivo; que no quería mirar hacia atrás (y motivos no le faltaban…); que quería ser centro de atención permanente; que siempre decantaba para el lado del optimismo; que en él el futuro siempre podía proponerle un nuevo desafíos; que era sumamente entusiasta…
Cuando se presentaba en cualquier lugar, los focos de atención parecían naturalmente dirigirse a su figura. Todos le fueron reconociendo, crecientemente, en su calidad de leyenda, tras haber adquirido una alta reputación nacional y en el exterior. Se recuerda cuando el propio excampeón mundial Gary Kaspárov lo habría de reconocer públicamente en el marco de un torneo que se jugó en España poco antes de la muerte del argentino, en el que la comunidad ajedrecística le brindó un merecidísimo homenaje.
Con todo, y más allá de su indudable talento ajedrecístico y de su relevante trayectoria frente al tablero, hay una condición proverbial de su personalidad que siempre ponía en evidencia: Najdorf era, ante todo, un apasionado.
Era un apasionado del ajedrez, fundamentalmente, pero también lo fue de todo proyecto en el que se involucró a lo largo de su vida. Cada momento que transitó, particularmente a partir de haberse quedado en la Argentina en 1939 (cuando ya contaba con 29 años de edad, por lo que su recorrido en algunos aspectos ya estaba consolidado), era considerado único. Y vivido (y disfrutado) con absoluta intensidad, para un maestro que venía de atravesar una historia muy triste por su experiencia en un país de origen. Había que seguir, a pesar de todo.
Es que su Polonia fue particularmente arrasada por el nazismo, masacrando a todo un pueblo. Su familia, y él mismo, profesaban la fe judía, uno de los principales objetivos de persecución de los crueles invasores. Najdorf, providencialmente, y gracias al ajedrez, sobreviviría. Todos los demás integrantes de su entorno de relaciones tendrán el peor de los destinos, incluida su esposa e hija, quienes no lo acompañaron a su excursión sudamericana por enfermedad de aquella (y esa circunstancia menor sería trágica en el destino familiar).
El ajedrecista se había embarcado rumbo a Buenos Aires para participar del Torneo de las Naciones. No sin reparos, el viaje era largo y no quería abandonar a su entorno; parece que fue Savielly Tartakower, primer tablero del equipo polaco, quien o convenció a que fuera de la partida en una decisión que lo preservaría en su existencia y cambiaría notablemente su destino.
Cuando comienza la final, el 1° de septiembre, los alemanes invaden Varsovia dando inicio formal a la Segunda Guerra Mundial. Najdorf, y muchos otros jugadores europeos (en un número que casi alcanza la terintena), se quedarán en Sudamérica. En Buenos Aires, y así lo admitiría propiamente el jugador nacido en Polonia, habrá de renacer. Siempre dijo que tuvo dos vidas sin pasar por una muerte intermedia. Pero los dolores personales desde luego que siempre lo acompañarían…
Podría creerse que en el ajedrez, así como en la vida (y el juego es un reflejo especular de esta), siempre habría de deber elegir la jugada más incisiva, la más excepcional, la más vital, esa que le permitiera progresar, ir hacia adelante o, al menos, poder sobrevivir. Najdorf decidió quedarse en un lugar pacífico y que se le mostró generoso y pródigo. Un lugar al que el ajedrecista todo le daría.
Bajo el nombre de Mojsze Mendel Najdorf, había nacido en Varsovia, el 15 de abril de 1910: se lo conocía en su país natal como Mieczysław Najdorf. Aprendió a jugar al ajedrez a los catorce años, es decir en 1924, el mismo año en que se creó la entidad mundial de ajedrez, la FIDE. Quien lo introdujo en la magia de los escaques fue a un violinista de la Orquesta Filarmónica de la capital polaca, de apellido Friederbaum, padre de un compañero de estudios.
Más tarde comenzará, aunque sin concluir, estudios para convertirse en profesor de matemáticas. Pero el ajedrez era más fuerte, por lo que se dedicó a su práctica, para reproche de sus progenitores, quienes llegaron a quemarle libros, piezas y el tablero. Es que veían a esa actividad muy poco propicia para poder ganarse la vida; preferían que el joven estudiara medicina.
Se casa con una reconocida pianista, de nombre Genia quien, en ese tránsito, rompe un compromiso formal que tenía con otro caballero. Es que el amor por Najdorf era evidentemente más fuerte.
Su primera participación en un torneo será, conforme la cronología del libro que le dedicara al maestro su hija Liliana, en 1928 en la ciudad de Lodz. Ese mismo año el recientemente consagrado campeón mundial, el ya francés Alexandre Alekhine, visitó esa ciudad, también la de Varsovia, donde brindó sesiones de simultáneas.
De dos años después (aunque en el punto hay visiones controvertidas, se dijo que pudo haber sido en 1929 o, del todo improbablemente, en 1935), se registra su famosa partida contra su compatriota Glücksberg, que se disputó en forma informal en Varsovia la que es considerada, por la brillantez en su ejecución, como “La Inmortal polaca”.
En ese 1930 se lo ve comenzar a participar en el campeonato de Varsovia con actuaciones crecientemente apreciables: en 1931 y en la prueba de enero de 1934, será subcampeón cuando se imponen, respectivamente, Paulino Frydman y el legendario Rudolf Spielmann. En la competencia realizada en el verano de este último año, logrará por fin prevalecer.
En la tercera edición del campeonato nacional polaco de 1935 se impuso su maestro, el mencionado Savielly Tartakower (su anterior tutor había sido Dawid Przepiórka), quedando Najdorf en el segundo lugar, igualado con otros dos jugadores. Y ese año Najdorf logra imponerse a aquel en un match amistoso.
En años de fronteras frágiles, y por ende de algún modo abiertas, participará del campeonato nacional de Hungría, igualando el primer puesto con el local Lajos Steiner, quedando por delante de Endre Steiner, Gedeon Barcza y Lásló Szabó.
En tiempo de entreguerras tuvo otras actuaciones ulteriores, aunque no demasiado relevantes, salvo un triunfo registrado en un torneo de Varsovia en 1939 y unas buenas tablas que ese año registró ante el excampeón del mundo José Raúl Capablanca (quien durante el encuentro se distrajo, fiel a su estilo de seductor, cortejando a dos mujeres), en el torneo de Margate, Inglaterra, en el que se impuso Pal Keres, Najdorf finalizó sexto (entre 10 participantes).
A nivel colectivo, debutó en las Olimpíadas de Varsovia en 1935 (medalla de bronce para Polonia), siguiendo en las extraoficiales de Múnich de 1936 (medalla de plata para Polonia y de oro para el jugador en el segundo tablero, con un rendimiento del 80%), en las que pudo participar a pesar de su condición de judío, lo que era en principio no aceptado por las autoridades nazis; y en las de Estocolmo de 1937 (medalla de bronce para Polonia), antes de concurrir a Buenos Aires en 1939 (medalla de plata para Polonia y de oro, compartida, para Najdorf en el segundo tablero, con un rendimiento del 75%).
En esas condiciones, su llegada a Buenos Aires sería un punto de inflexión en una vida de tintes muy dramáticos. Como ya fuera dicho, de su familia (en un número de integrantes de trescientos según el propio jugador), nadie habría de sobrevivir. Aunque alguna vez llegará a reconocer que se encontró casualmente en el subte de Nueva York con un primo y en otra oportunidad otro primo habrá de aparecerle en Israel. Su padre puntualmente morirá en el gueto de Varsovia en 1943, sus restantes relaciones, con las imprecisiones del caso, serán conducidas a los oprobiosos sitios de Auschwitz o Treblinka, de los cuales nadie regresará.
Por lo pronto, el jugador decidió quedarse, por ejercicio de un elemental instinto de supervivencia, en Buenos Aires. Ser judío y polaco era particularmente peligroso en tiempos del Holocausto nazi, como hemos reflejado en un trabajo titulado Inventario del Horror.
Najdorf asumió, en ese crucial año de 1939, que debía iniciar una nueva vida, eligiendo un país en una decisión que definiría como “la mejor jugada que hice en mi vida”. Pudo haber ido a otro lugar, por ejemplo para Cuba (donde tenía un tío y se le podrían abrir las puertas amparándose en el mito de Capablanca), pero no dudó en quedarse en un suelo pródigo que le ofrecía la posibilidad, ya no sólo de ganarse el pan (como suele creerse y decirse), sino de ganarse el puchero. “Puchero es más que pan, así que entonces…elegí la Argentina”, es una frase que lo ha inmortalizado. Y que representa una Argentina que, por entonces, era tan pujante y ubérrima y, por lo tanto, acogedora de olas inmigratorias provenientes particularmente de Europa.
Su decisión de quedarse fue acertadísima. Como hemos consignado en aquel trabajo en el que se pasó lista a horror de la guerra y su consecuencia en los ajedrecistas, muchos jugadores tendrán el peor de los destinos en esos horribles años. Con todo Najdorf quedó, conforme sus propios dichos, envuelto en una situación delicada, una auténtica encrucijada, que hemos relatado en ese escrito del siguiente modo:
“Es que, conforme a sus dichos de entonces, en el torneo de selección hecho en Polonia (aunque algunos historiadores dudan sobre su efectiva realización en ausencia de documentación fidedigna, máxime que todos los archivos de ese tiempo han brutalmente desaparecido), su contrincante sólo podía conseguir ser nominado para el equipo olímpico en caso de vencerlo por lo que, a través de Genia, la esposa de Najdorf, este recibió la sugerencia de que se dejara vencer, lo que fue rechazado por obvias razones: ante todo, debía imperar “el espíritu del ajedrez”.
Quien habría sugerido ese proceder extremo, comprensible en las circunstancias en las que se vivía, sería Izaak Appel (1905-1941), quien quería salir de Polonia sintiéndose amenazado por su condición de judío.
Al cabo de todo, este jugador no sería parte de la delegación de Polonia y, siguiendo su huella, vemos que, en realidad, sobrevivirá unos años, logrando en el ínterin afincarse en Lvov (Leópolis), donde juega varios torneos, entre ellos el 12° campeonato ucraniano ganado por Boleslavsky, lo que sucede en agosto de 1940. E incluso participa en otro que se disputará entre enero y febrero del año siguiente, es decir poco antes de que se produjera la desaparición de todo rastro de existencia de este buen ajedrecista.
Al decir esto hay que considerar que, en junio de 1941, al invadir la URSS, los nazis ocupan aquella ciudad, por lo que Appel, efectivamente, al no ser parte de la delegación olímpica de su país en 1939 vio seguramente un triste final, como el de tantos de sus compatriotas y de quienes profesaban su misma fe.
Volviendo a Najdorf, el cónsul polaco, siendo testigo del doloroso relato que hizo en la embajada en Buenos Aires en presencia del embajador y del notorio escritor Witold Gombrowicz (otro que se afincó en la Argentina por un buen tiempo), trató de consolarlo argumentando, con impecable lógica que, si hubiera perdido esa malhadada partida, su contrincante se hubiera podido en efecto salvar, mas ello hubiera perjudicado a un tercer jugador quien, en definitiva, fue el que ocupó la plaza en el equipo olímpico, por lo que consiguió su salvación personal.
Pese a este alivio espiritual que supo llegar a oídos de un conmovido Najdorf, con todo no deja de ser muy angustiante que, en la práctica, hubo un hecho agonal con consecuencias tan extremas y distintas: un ajedrecista vino (y sobrevivió), otro se quedó (y murió prontamente), pudiendo los papeles haberse invertido exactamente. ¡Y eso se decidió en una partida de ajedrez en la que Najdorf ofició de involuntario verdugo (de un jugador) y salvador (del otro)!”.
En su destino en el Cono Sur habrá de tener dos nuevos matrimonios: el primero es de 1947, con Adela (le decían Eta) Jusid, una entrerriana de familia rusa y judía que escapó de los pogromos, con quien tendrá dos hijas, Mirta y Liliana (ambas serán médicas, la misma carrera que los padres de Najdorf hubieran querido que este tuviera). Con ella se casó a los ocho días de haberla conocido en una situación tan rápida que el ajedrecista definirá como “un jaque mate pastor”, compartiendo la vida con ella hasta que esta fallece en 1977.
Tendrá Najdorf un tercer enlace en 1980, con Rita Dvoskin, a quien conocía desde poco después de haber decidido permanecer en Argentina, la que habrá de morir en 1996, un año antes de que lo hiciera el propio ajedrecista. En ese maduro amor se la podía ver a ella cuidarlo a su marido en todo momento con muchísimo esmero, casi como si de un niño se tratara.
En la Argentina, todo será nuevo para él, empezando por el propio idioma, siguiendo por la geografía, la historia y la cultura. No obstante, aprendería rápido, y muy bien, todas las cuestiones que les serían imprescindibles para afrontar su nueva segunda vida: con el tiempo se dirá que Najdorf, por sus características personales, en el marco de una personalidad tan expansiva, fue el “más argentino de los argentinos”.
Pero aquí, como allá; y ahora, como antes, el común denominador de su vida será el ajedrez, actividad con la que lograría entenderse como sólo podrían hacer unos pocos elegidos, la que podría desde 1939 desarrollar en una tierra que le resultó pacífica y pródiga.
En su lugar de adopción potenciará sus virtudes ajedrecísticas y, asimismo, desplegará habilidades para el comercio y las ventas, las que le eran innatas, pero que antes no había tenido ni oportunidad ni necesidad de que vieran la luz.
Esto se vio facilitado por su simpatía, su prodigiosa memoria y sus dotes de comunicador, cualidades que le iban a ser sumamente útiles tanto al vender objetos baratos en los primeros años (fundamentalmente perfumes y corbatas, los que llegaba a trasladar a pie desde Once a Liniers, dos zonas distanciadas en más de 10 km, para aspirar a obtener alguna diferencia de valor y no gastar en transporte), cuanto más tarde, en su calidad de exitoso productor de seguros de una empresa norteamericana que lo reclutó en 1941 (con el tiempo le llegará a vender pólizas, entre otros, a varios Presidentes y connotados políticos y empresarios de la región).
Poco después de las Olimpíadas de 1939 se lo verá triunfar en una prueba disputada en el Club El Círculo en la capital argentina, compartiendo el liderato con el estonio Pal Keres, con quien en ese tiempo compartía una pensión en esos primeros años del forzoso exilio y ajustada economía.
A poco habrá de iniciarse una competencia anual en la ciudad balnearia de Mar del Plata que habrá de convertirse en un clásico del calendario internacional, la que lo vería vencedor una y otra vez: lo será en diez ocasiones, la primera en 1942, la última en 1969. En sus primeras ediciones, quedó enfrascado en los hechos en un particular duelo con otro notable de ese tiempo, el sueco Gideón Ståhlberg, otro jugador también afincado en el sur, en ese caso únicamente hasta la culminación del conflicto armado mundial.
En otras ediciones de esta justa, prevalecerá por ejemplo en 1959 junto al checoslovaco Ludek Pachman, delante de Borislav Ivkov y un muy joven Bobby Fischer; y en 1965, ya en solitario, se adelanta por un punto y medio al soviético Leonid Stein, uno de los máximos valores de la época, oportunidad en la que el podio lo completa otro connotado representante de la URSS Yuri Aberbaj (más atrás quedan los locales Oscar Panno y Julio Bolbochán, el húngaro-norteamericano Pal Benkö y el rumano Florin Gheorghiu)
A poco de permanecer en un continente tan alejado de su lugar de origen, y en pos de llamar la atención de la comunidad internacional para que supieran en Polonia que se había afincado en la Argentina, teniendo la esperanza de que su esposa, hija y demás integrantes de su familia hubieran sobrevivido y se pusieran en contacto con él, o al menos, sepan de su existencia y tengan la esperanza del reencuentro, Najdorf fue protagonista de sendas increíbles sesiones de partidas simultáneas bajo la modalidad de a ciegas, las que tendrían repercusión mundial.
La primera se hará en 1943 en el Círculo Obrero de la ciudad argentina de Rosario y, la siguiente, en 1947, en la Galería Prestes Maia de la ciudad de São Paulo, Brasil. En ambos casos superó el récord mundial: la primera vez al jugar ante 40 rivales, mas no sería oficialmente reconocido el logro por falta de supervisión de la FIDE (entidad que, en ese tiempo, prácticamente no tenía funcionamiento alguno); y en la última lo hizo en una maratón de 23 horas y 25 minutos en 45 mesas en las cuales, frente a la fatiga de los rivales, se turnaron los jugadores (en definitiva fueron nada menos que 83), viéndoselo a Najdorf ganar 39 partidas, igualar 4 y perder apenas 2.
Cuando “el Viejo”, tal el apodo con el que se lo conoció quizás demasiado prematuramente, regresa a Europa, para intentar volver a conectarse, infructuosamente ya sabemos, con la gente de su país, aprovecha para participar de torneos internacionales. Y, al hacerlo, no defraudaría.
Serán sus años mágicos en el ajedrez (contrastantes con la oscuridad de las noticias que le darían en Polonia sobre la suerte de los suyos), venciendo en 1946 en Barcelona (delante del canadiense Daniel Yanofsky) y en el Memorial Treybal en Praga (aventajando al sueco Gösta Stoltz y a los yugoslavos Petar Trifunović y Svetoszar Gligorić, entre otros). En 1948 reitera el éxito en Venecia, delante de, entre otros, su viejo maestro Tartakower y el excampeón del mundo Max Euwe y, en 1950, en un fortísimo torneo en Ámsterdam cuando supera, además, de a estos dos, a Samuel Reshevsky, Ståhlberg, Gligorić, Vasja Pirc y varios más (entre ellos el argentino, nacido en Alemania, Herman Pilnik).
Si en los 40, al menos en Mar del Plata, su clásico rival había sido Ståhlberg ahora, era otro el rival a vencer, en este caso para ser considerado el virtual campeón mundial de Occidente: el lema era, para establecer diferencias ideológicas con la URSS, que estaba en juego “el campeonato mundial del Mundo Libre”. Ahora, entonces Najdorf confronta con su compatriota Reshevsky quien, ya de niño, fue a los EE. UU., donde se radicó y desarrolló una magnífica carrera (en cierto momento será el N° 1 del mundo en las mediciones de Chessmetrics).
Para dirimir esa supremacía, de gran repercusión en particular en continente americano, disputaron sendos matches que lo vieron como vencedor al del Norte. Primero, la lucha se librará en las ciudades de New York, México y San Salvador, en 1952 (Reshevsky prevaleció 11 a 7); en la revancha, que se hizo en Buenos Aires al año siguiente, el resultado fue más parejo (9,5 a 8,5).
Estaba claro que esos años primeros en los que Najdorf se quedó en Buenos Aires, los 40 y 50, fueron una plataforma de crecimiento personal notable para el ahora argentino, a pesar de que ya estaba en plena madurez personal. Antes, si como ciudadano polaco había obtenido cierto reconocimiento que hicieron se lo considere un buen jugador (aunque no de la élite) ahora, en el nuevo escenario abierto con el fin de la Segunda Guerra Mundial, se habrá de convertir en una de las principales figuras del mundo.
En prueba de ello baste decir que, para el sistema de mediciones Chessmetrics, fue el N° 2 del mundo durante 33 meses, sólo superado por el campeón mundial, el soviético Botvínnik. La distancia mínima entre ellos se dio en marzo de 1948 cuando tan sólo 29 puntos lo separaban a Najdorf de la cima. La primera vez que alcanzó ese sitial fue en julio de 1946 (detrás del soviético y delante de sus compatriotas Paul Keres; Isaak Boleslavsky, y Vasili Smyslov)); la última en junio de 1949 (el top 5 se completaba con Smyslov; David Bronstein y Aleksandr Kótov).
Esta situación de progreso desde que se quedara en América, es contrastante con lo que le sucedió a Erich Eliskases, otro gran jugador que terminará por abrazar la nacionalidad argentina (tras un tiempo de residencia en el Brasil), austriaco de nacimiento, y representante de Alemania en el Torneo de las Naciones de 1939, en quien se dio que lo mejor de su carrera ajedrecística evidentemente correspondió a su periodo previo europeo.
La curva de Najdorf desde los años 40 fue notoriamente ascendente; la de Eliskases, en cambio, quedó estancada, e incluso fue declinante, para alguien que, conforme la visión del entonces campeón mundial Alekhine, era una de las máximas figuras emergentes en la escena mundial y un eventual desafiante para el título máximo del orbe.
Un Najdorf muy entusiasmado con su progreso ajedrecístico, se veía como un probable campeón mundial, pudiendo ser el primero de la posguerra. De hecho, su triunfo ante Botvínnik en el torneo de Groninga, Países Bajos, en 1946, le hizo creer que podría no tener techo en el camino a la corona. Pero la FIDE, inexplicablemente, le negó la posibilidad de acceder a esta aspiración.
Ante la muerte de Alekhine, la entidad mundial había definido que el nuevo campeón surgiría de una competencia de ocho jugadores, siguiendo el modelo del torneo AVRO disputado en los Países Bajos en 1948 y tomando como referencia sus participantes. De aquel momento a este, faltaban Capablanca y Alekhine, ya fallecidos; y seguían vigentes Keres, Reuben Fine, Botvínnik, Max Euwe, Reshevsky y Salomon (Salo) Flohr.
De entre ellos se dio a renuncia del estadounidense Reuben Fine, precavido ante una eventual colusión soviética en la prueba (cuatro jugadores de esa Nación serían de la partida). y adicionalmente muy dedicado a su labor profesional como psicoanalista. Los de la URSS lograron filtrar al joven Vasili Smyslov en lugar de Flohr que estaba radicado en el país pero que no era nativo (había emigrado desde Checoslovaquia).
Para cubrir las vacantes de Alekhine y Capablanca, la propia FIDE había predeterminado en sus Congresos que lo harían quienes se impusieran en los torneos de Groninga y Praga de 1946. Najdorf ganó este, por lo que debió haber sido sumado a la competencia ecuménica sin discusión. Y en Groninga ganó Botvínnik, seguido por Euwe y Smyslov (todos preseleccionados), siendo cuarto Najdorf (junto a Szabó), por lo que también por esta vía aquel tenía sus aspiraciones a integrar la prueba definitiva. Para más podría especularse que, para suplir a Fine, el remplazante podría haber sido otra figura consagrada del continente y, como Reshevsky ya tenía derecho propio a asistir, era Najdorf el indicado en aras de ello.
Podría decirse que la FIDE lo discriminó al argentino por partida triple al desinvitarlo de un torneo al que tenía todo el derecho de intervenir. ¿Habrá influido en ello el éxito del argentino ante Botvínnik en la competencia de Groninga, habida cuenta de que la poderosa federación soviética aspiraba a que su hijo dilecto fuera el primer campeón mundial de la posguerra, reemplazando al disidente Alekhine, y había que evitar al máximo las posibilidades de que ese deseo se truncara?
La primera vez que Najdorf figura como N° 2 en el ranking de Chessmetrics es en el mes de julio de 1946, cuando el argentino estaba detrás de Botvínnik, adelantándose a Keres, Isaak Boleslavsky, Smyslov, Vladímir Makogónov, Ståhlberg, David Bronstein, Alexandr Kótov y Reshevsky; y la última vez que ocupó esa posición de escolta es en junio de 1949.
Puede decirse que, más adelante, la estrella del jugador argentino, si bien lo siguió teniendo en la élite por un tiempo considerable, comenzaría con un lento declive mas, al menos hasta noviembre de 1955, se mantendrá en el top10, al que volvería en algunos meses al año siguiente. Ese fue el mejor tiempo de Najdorf, el de los años 40 y 50 en que se constituyó en una figura relevante del ajedrez mundial. Y seguirá estando, más adelante, en excelentes posiciones a lo largo de una dilatadísima carrera.
Por ejemplo, siempre para Chessmetrics, si analizamos los mejores jugadores de todas las épocas evaluados a la edad de 71 años, los principales cuatro son: Víktor Korchnói; Najdorf; Smyslov; Reshevsky mientras que, en la consideracion a los 68 años, el top5 es: Emanuel Lasker; Korchnói; Smyslov; Géza Maróczy y Najdorf.
En la perspectiva basada en los picos de ranking en el curso de veinte años, es decir viendo un proceso más que un lapso anual en particular, un listín encabezado por Gary Kaspárov delante de Anatoli Kárpov y Lasker, Najdorf está considerado nada menos que el jugador N° 17 de la historia. Igualmente hay que tener en cuenta que los registros corresponden hasta el año 2005 por lo que, exponentes posteriores, como el actual campeón del mundo Magnus Carlsen, no fueron contempladas.
Otra evaluación posible: si se analiza la mejor actuación en un año en particular, en una nómina que encabeza Bobby Fischer, delante de Kaspárov, Botvínnik, Capablanca y Lasker, el argentino comparte la 20ª colocación con David Bronstein delante de, por ejemplo, los excampeones del mundo Euwe, Boris Spaski y Veselin Topálov, y de otras grandes figuras históricas, tales los casos de Mijaíl Chigorin, Fine, Keres, Arón Nimzowitsch, Reshevsky, Johannes Zukertort, y hasta del máximo genio del siglo XIX, el norteamericano Paul Morphy.
En una mirada centrada en las edades alcanzadas por los ajedrecistas, tomando la de 79 años, en sus doce meses el mejor de la historia es el propio Najdorf, dejando atrás al excampeón mundial Smyslov, que lo es durante tres, y a Reshevsky y al menos conocido Balduin Wolff, que lo son en un único mes.
El argentino, en cualquier escenario, forma parte de un Olimpo integrado por las deidades que ha dado, en todo tiempo y lugar, el ajedrez universal.
Otros resultados relevantes que tendrá Najdorf se dieron en el Interzonal de Saltsjöbaden, Suecia, de 1948, en el que arribó en la sexta posición compartida (cuando se impuso Bronstein delante de Szabó, Boleslavsky y Aleksandr Kótov); y en las primeras ediciones de los Torneos de Candidatos, correspondientes a 1950 y 1953, cuando alcanzó el quinto y sexto lugar (compartido con Efim Géler), respectivamente.
En el primero, disputado en Budapest, se impuso Bronstein (y allí Najdorf fue el mejor jugador no soviético) y en el segundo, realizado en Zúrich, que está considerado uno de los torneos más fuertes de la historia, prevalecerá el que sería prontamente campeón mundial, Smyslov.
Para el Torneo de Candidatos de Ámsterdam de 1956, inesperadamente no llega a clasificarse, accediendo en cambio sus compatriotas Panno y Pilnik, en una prueba evidente de que la etapa mejor de su carrera ya había venido sucediendo en el pasado, por lo que incluso sus compatriotas podían ahora prevalecer por encima de su figura.
En la Argentina, tras obtener la carta de ciudadanía en 1944, será campeón nacional ocho veces (un récord histórico aún no superado), desde que debutara con un triunfo en 1949 (en apretada definición en el match por la corona ante Julio Bolbochán), hasta el que conseguiría en 1975 (¡con 65 años de edad!).
También se impuso en el Zonal Sudamericano de 1969, junto a Panno, delante de la estrella brasileña Henrique da Costa Mecking y un tercer argentino, Raimundo García.
A lo largo de una extensísima trayectoria, que abarcará seis décadas (una continuidad en el escenario que muy pocos ajedrecistas del mundo pudieron lograr), se impondrá en 52 competencias, siendo un frecuente animador, y muchas veces ganador, de importantes pruebas internacionales. Seguramente una de las más destacadas fue el Memorial Capablanca de La Habana en 1962 en el que antecedió a Spaski, Smyslov, Lev Polugayevski, Gligorić y Borislav Ivkov, entre otros, oportunidad en la que venció en nueve partidas consecutivas. ¡Y ese éxito lo logró cuando ya contaba con 52 años de edad!
Su creciente veteranía no fue óbice para que siguiera siendo un rival de temer, dando cuenta de una permanencia en la crema del ajedrez mundial que muy pocos jugadores pueden evidenciar. Prueba de ello es que, en 1970, cuando contaba con 60 años, fue convocado como noveno tablero del equipo denominado Resto del Mundo, en su enfrentamiento contra la URSS: ¡y vaya que no decepcionó! Es que igualó en dos puntos con el excampeón del mundo Mijaíl Tal, con una victoria por jugador y sendas tablas.
Una de las principales líneas de apertura, probablemente la más utilizada dentro de la muy popular Defensa Siciliana, lleva su nombre. Se trata de una contribución a la teoría del ajedrez que lo hizo trascender tanto como lo había logrado gracias a su juego. Se caracteriza por un dinamismo que está en perfecta sintonía con la personalidad de su creador y máximo difusor.
Ya a fines de la década del cuarenta, su prematura calvicie y cabello canoso, hicieron que Najdorf se encargase de auto titularse “El Viejo”, cosa que aconteció: ¡aún antes de haber cumplido los cuarenta años! Ningún otro ajedrecista fue “viejo” por tanto tiempo. El argentino, reforzando este temprano mito, usaba frases del estilo de: “El diablo sabe por diablo, pero más sabe por viejo”, “El viejo es muy viejo” y otras del mismo tenor, las que proclamaba mientras jugaba partidas de ajedrez rápido, en el Club Argentino de Ajedrez o donde fuese.
En ese sentido se recuerda que, por ejemplo, en el Torneo Abierto de Oviedo, España, de 1993, al vencer categóricamente en partidas rápidas al yugoslavo Ivkov, Najdorf lo consoló diciendo: “¡Lo que pasa Boris es que estás viejo!”. El detalle es que, para entonces, mientras que el argentino contaba con 83 años, su rival “apenas” orillaba los 60.
En cuanto a participaciones olímpicas, el argentino lo hizo en catorce oportunidades (sólo Gligorić lo supera ya que el yugoslavo estuvo presente en quince Olimpíadas), jugando tres para su tierra natal, Polonia, y las restantes para la Argentina. Su rendimiento global fue del 65.3%, producto de 93 ganadas, 104 empates y 25 derrotas.
De este cómputo se excluye desde luego su actuación en las Olimpíadas oficiosas de Münich´36, en las que obtuvo 14 triunfos, 4 empates y 2 derrotas. De incluírse esa presencia, alcanzaría la línea del eslavo. Un hecho amargo que le tocó vivir fue que, quien le entregara la presea de oro por su actuación en el segundo tablero, Hans Frank, no sería otro que el futuro gobernador de la Polonia ocupada por Hitler y, como tal, responsable del exterminio de tantos polacos, particularmente de religión judía (y entre ellos muchos notables ajedrecistas y los integrantes de la familia de Najdorf). Frank fue un reconocido aficionado al ajedrez, organizó algunas pruebas en territorios ocupados (con la presencia del campeón mundial Alekhine, entre otros) y, al cabo de todo, será ejecutado, por sus crímenes de guerra, tras el juicio de Núremberg.
Para Argentina, dejando de lado la experiencia de 1974 en la que ocupó el tercer tablero, en las otras Olimpíadas ocupó el primero. Y siempre asumirá el rol de capitán, dado su ascendiente y reputación.
Ganó tres medallas de oro individuales consecutivas, la primera en 1939, jugando de segundo tablero para Polonia, y en 1950 (junto al alemán Wolfgang Unzicker, delante del norteamericano Reshevsky y del yugoslavo Gligorić) y 1952 (superando al sueco Ståhlberg, al húngaro Szabó, al soviético Keres y de nuevo a Reshevsky), encabezando la delegación de nuestro país. En 1962 obtuvo una medalla de plata (compartida con el inglés Jonathan Penrose), cuando fue oro el islandés Friðrik Ólafsson, quedando rezagados el campeón mundial, el soviético Botvínnik, el yugoslavo Gligorić y una luminaria emergente: el norteamericano Bobby Fischer.
Fue parte de los elencos que alcanzaron el subcampeonato olímpico en cuatro ocasiones consecutivas: en Buenos Aires´39 para Polonia (también ese equipo fue medalla de plata en la prueba oficiosa de Múnich´36) y de 1950 a 1954 ya para Argentina. Por su parte, y como ya fuera indicado, colaboró en la medalla de bronce colectiva de su país natal en Varsovia´35 y Estocolmo´37 y, ahora para el país de adopción, se sumará una en Varna´62.
En una de las Olimpíadas se dará una partida notable que lo vincula con el escritor argentino y universal Jorge Luis Borges. En la ciudad de Lugano, Suiza, en 1968, un ya veterano Najdorf se enfrenta con negras contra el danés (y futuro residente en la Argentina, en donde finalizaría su existencia) Bent Larsen, una de las mejores figuras de ese tiempo. La partida del argentino fue tan perfecta que el rival prefirió dejarse dar mate para resaltar la belleza del juego.
En un reportaje el popular locutor Antonio Carrizo, un gran apasionado por el juego, le comentó esta historia al poeta que supo concebir un universo con el ajedrez y al que le dedicó sus magníficos sonetos. Este, en esas circunstancias, le confiesa al entrevistador que estaba escribiendo en ese preciso momento un cuento sobre el ajedrez, en el que el personaje principal iba a ser un danés, nacionalidad que escogió al tratarse de un pueblo caracterizado por su valentía y heroísmo. Pero, ahora, al ser anoticiado de lo sucedido en aquel encuentro ajedrecístico entre Larsen y Najdorf, resignará a hacerlo ya que “…entonces no voy a escribir mi cuento sobre el ajedrez, porque este cuento es mejor que el mío”.
En otra competencia por equipos, el match que en Buenos Aires amistosamente sostuvieron elencos de la URSS y la Argentina a ocho tableros en el mes de marzo de 1954, en el primero se enfrentaron Najdorf y Bronstein (prevalecerá este por 2,5 a 1,5). Allí, más allá del amplio triunfo global de la visita (por 20,5 a 11,5), se dio una circunstancia muy interesante. El Presidente de la República de entonces, Juan Domingo Perón, hace la movida inicial, que era e4. Pero, inmediatamente, Najdorf lo corrige y, en su reemplazo opta por la prevista d4, para sorpresa del rival que le marca que eso no hubiera sido posible si el encuentro se hubiera disputado en Moscú. La explicación del argentino fue deliciosa: “David, querido, no es para tanto; lo que sucede es que aquí el general Perón es un excelente estadista pero un muy mal ajedrecista… ¿Cómo va jugar una apertura abierta frente a Bronstein? ¿A quién se le ocurre?” una forma algo sutil de resaltar la diferencia entre un régimen democrático (aunque con los conocidos desvíos autoritarios señalados por varios historiadores) y otro cuya matriz no admitía la posibilidad de las disidencias.
Sería interminable recordar todos los jalones de la prolífica trayectoria ajedrecística de Najdorf. Podríamos dar sólo algunos indicios: en la primera Copa Piatigorsky, disputada en Los Angeles en 1963, fue tercero, junto a Ólafsson, detrás de Keres y Tigrán Petrosián, por delante de Reshevsky, Gligorić, Benkö y Panno; en 1967 será vencedor del primer torneo abierto de Mar del Plata (el que lo verá en el primer lugar también en 1974 y 1979); en 1969 empata con Panno el primer puesto en el Zonal Sudamericano en Mar del Plata. Y es el primer tablero del equipo argentino que ganó los Torneos Panamericanos en 1971 y en 1985. Podrían sumarse las referencias casi sin solución de continuidad.
En 1982 sucedió una situación insólita. Había sido designado director del fortísimo torneo de Bugojno, en la entonces Yugoslavia, en el que habrá de imponerse Kaspárov delante del alemán Robert Hübner, Polugayevski y Liubomir Liuboievic (también jugaron Spaski, Petrosián y todos los intervinientes eran excelentes figuras). Como se produjo a último minuto la deserción del letón Mijaíl Tal, para evitar el número de trece participantes, que se lo consideraba de mala fortuna, fue invitado el argentino a sumarse, lo que haría y, a pesar de su absoluta falta de preparación, y veteranía, al menos superará en la tabla de posiciones a otros dos notables jugadores: los locales, y más jóvenes, Gligorić e Ivkov.
En 1994, ya con 84 años, se lo ve alcanzando la 12ª posición, invicto, entre los más de doscientos participantes del Torneo Abierto de su predilecta Mar del Plata, donde ganó Panno, a quien socarronamente felicitó por haberlo hecho en (o pese a) su condición de “abuelo”.
Y en 1996 participa de una prueba para personas de altísima edad, que se disputa en Groninga, es decir cincuenta años después del mítico torneo, en la que se lo verá vencedor a Smyslov, saliendo Najdorf segundo delante de Arnold Denker, el argentino Carlos Guimard, Szabó, Martin Christoffel y Daniel Yanofsky. También ese año, el anterior al de su deceso, juega en el abierto de Mar del Plata haciendo 6,5 puntos en 9.
Najdorf, además de sus calidades como jugador, fue un impar divulgador ajedrecístico. Sus columnas sabatinas en el diario Clarín fueron proverbiales y cubrían, en un gran espacio, toda la actividad desarrollada en el país y en el exterior. Las comenzó a ofrecer desde 1971, en pleno auge del fenómeno Bobby Fischer. Una de sus más recordadas columnas fue la dedicada al papa Juan Pablo II en la que publicó cuatro problemas ajedrecísticos de su autoría en la crónica aparecida el 17 de noviembre de 2010.
Auspiciado por ese mismo diario, el de mayor circulación del país, a partir de 1978 se llevará a la práctica en Buenos Aires, con cierta regularidad (mayor al principio), un Torneo en el que Najdorf tuvo mucho que ver, a la hora de su impulso, el que por muchos años se transformó en una fuente de progreso para los jóvenes jugadores que tuvieron la oportunidad de enfrentar a exponentes internacionales a los que difícilmente se podía acceder en estos nuevos tiempos en los que la posibilidad de acceder a competencias internacionales no era tan frecuente como otrora.
En la segunda edición de 1979, por ejemplo, en la que se impuso Larsen, un Najdorf que el año anterior no había sido convocado para ser parte del equipo argentino en la Olimpíada disputada en su Buenos Aires, dando muestras de su vitalidad, compartió la segunda ubicación con el inglés Anthony Miles, el sueco Ulf Andersson y el excampeón mundial Spaski, quedando relegado otro extitular ecuménico, Petrosián, los locales Panno y Miguel Ángel Quinteros, el yugoslavo Ivkov, el rumano Gheorghiu, entre otras figuras participantes.
También Don Miguel es autor de un libro icónico: 15 aspirantes al título mundial, referido al magno torneo disputado en Zúrich en 1953 del que formó parte.
Al maestro, que le fue muy bien en la vida en el aspecto económico, especialmente por los ingresos obtenidos por sus trabajos en el sector privado, se lo recuerda asimismo por su generosidad material para financiar la presencia de jugadores argentinos en torneos e, incluso, facilitando los estudios de otro grande del ajedrez argentino: Raúl Sanguineti.
En 1980 la Fundación Konex le confirió el Premio Platino al ser considerado el mejor ajedrecista de la historia nacional (compartió la nominación con Grau, Panno, Quinteros y Sanguineti). Nada más merecido, por cierto. En 1990 se le reiterará el galardón conferido por esa prestigiosa institución.
Najdorf fue condecorado como Comendador por el Ejército Argentino en 1994. En 1996 la FIDE, en el marco de las Olimpíadas de Ereván, Armenia, lo designa miembro de honor de la entidad.
En 1997 es declarado Ciudadano Ilustre de la Ciudad de Buenos Aires, en la que vivió gran parte de su existencia, pero donde curiosamente no nació ni murió. Es que fallece en el Hospital Universitario de la ciudad española de Málaga, el 4 de julio de 1997, por las secuelas de una operación al corazón. Tenía 87 años y podría decirse que el juego lo acompañó hasta que expirara el último hálito de su aliento. Es que, pese al consejo adverso de sus médicos, que le desaconsejaron el viaje en avión, prefirió que su última experiencia vital fuera como espectador de un torneo de su amado juego.
Desde 1990 se comenzó a disputar en Buenos Aires un torneo anual que llevará el nombre de Najdorf; en octubre de 1998 se lo hará por primera vez, ya sin su presencia. En el 2001 se dará en ese marco el primer triunfo en la Argentina del excampeón mundial Anatoli Kárpov, el año en que la competencia para jóvenes y niños fue denominada Magistralito Najdorf; y, en el 2006, se disputó su XVII edición, con un muy simbólico encuentro entre los seleccionados argentino y polaco.
También en Polonia se lo recuerda en otra prueba que lleva su nombre: en Varsovia, en el 2019, se registró la 19ª versión del Najdorf Memorial. En este camino de doble vía, con competencias que lo recuerdan aquí y allá, podemos advertir una suerte de parábola del recorrido vital que desplegó el ajedrecista polaco-argentino a lo largo de su vida. Y un reconocimiento que trasvasa las fronteras del espacio y del tiempo.
Para el excampeón mundial Kaspárov, Najdorf fue un talento que se despertó algo tardíamente, coincidente con su etapa argentina. El maestro norteamericano Larry Evans, coincidentemente, dijo que su etapa de superación se daría en un tiempo que muchos otros ajedrecistas comienzan a declinar.
En la extraordinaria obra literaria del nacido en Bakú, dedicada a quienes lo precedieron en el título ecuménico, al abordar el caso de Bobby Fischer puntualiza sólo tres casos de jugadores occidentales que se destacaron en esos tiempos: uno es el norteamericano Reshevsky; otro el danés Larsen, y el tercero es el argentino.
En ese orden, le dedica a Najdorf un acápite específico, bajo el título Miguel el Grande, en el que resalta lo mejor de su trayectoria. Por ejemplo, asegura que fue el jugador con más partidas olímpicas de la historia. Por ejemplo, especula que la Variante Najdorf de la Defensa Siciliana es una prueba de su excepcional intuición. Por ejemplo, reconoce su rol como embajador del ajedrez. Por ejemplo, recuerda agradecidamente, que le recomendó al propio Kaspárov que emigre de la URSS para poder evolucionar en su carrera con libertad. Por ejemplo, recuerda su juicio en cuanto a que el modo de pensar en el ajedrez es único para jugadores de cualquier nivel ya que el juego en sí mismo es único y universal. Por ejemplo, rememora su frase: “El ajedrez me enseñó a vivir porque me enseñó a perder”.
Una sentencia memorable, como esa otra en la que indica que: “el ajedrez es espejo del alma”. O una más, referida a su momento póstumo: “cuando llegue la hora de mi muerte, cinco camiones me conducirán arrastrándome de este mundo. Y ellos deberán venir por mí donde esté jugando al ajedrez”. Y ya sabemos cuán profético fue el maestro en este punto habida cuenta de que deberá ser trasladado desde España a su Argentina para un sepelio que tendrá una repercusión excepcional. Otra será también algo premonitoria: “cuando llegue la muerte, espero que sea un mate en una jugada” (es que no quería quedar postrado ni sufrir, y así sería).
También Kaspárov reproduce la hermosa semblanza de Liliana quien, sobre su padre, dijo: “Poseía la omnipotencia del rey, la elegancia de la reina, la omnipresencia del alfil, la fortaleza de la torre, y la tenacidad del peón, y viajaba a los saltos, como un caballo. Para él la vida fue un juego de ajedrez”. Hermosa definición de una persona que, en cierta medida, celaba del ajedrez por haberle arrebatado un mayor grado de atención por parte de un padre que se distraía en sus escaques y en sus viajes internacionales siguiendo la huella del juego.
Kaspárov, finalmente, traza una hermosa comparación sobre las circunstancias en que se dieron las muertes de Reshevsky y Najdorf, que resulta una precisa descripción y a la vez una preciosa pintura de sus respectivas personalidades. Ambos vivieron largas existencias, ambos nacieron en Polonia, ambos fueron contemporáneos, ambos fueron excelsos ajedrecistas, ambos emigraron a América (uno al norte, otro al sur), ambos murieron de un ataque al corazón. Pero mientras que ese desenlace, en el caso del más reconcentrado norteamericano, se produjo en una sinagoga, cerca de su casa, en un sábado en el que imperaba el recogimiento espiritual; el vital Najdorf vería que la muerte lo fue a buscar a un casino, en donde se jugaba un torneo de ajedrez, en la relajada Costa Azul española. Para Kaspárov ninguno de ellos pudo haber deseado un mejor final.
A la hora de la despedida del maestro, centenares de personas se congregaron en el emblemático Club Argentino de Ajedrez, el mismo que en 1927 organizó el match por el título mundial entre Capablanca y Alekhine. El féretro fue ubicado en la sala de planta baja de la institución, custodiado por la Guardia de Honor del Regimiento I Patricios. Al frente, en la pared, un tablero mural reproducía la posición de la Variante Najdorf de la Defensa Siciliana. Y numerosos ajedrecistas disputaron, a la vez, partidas informales en su homenaje en las cuales se empleó, en todos los casos, esa apertura ajedrecística.
El Presidente argentino Carlos Menem decidió, en un hecho del todo extraordinario para el mundo del ajedrez, y en prueba cabal de la relevancia social del maestro, que el entierro fuera realizado con el protocolo correspondiente a los honores de Jefe de Estado.
Su cuerpo fue trasladado al cementerio judío ubicado en la localidad bonaerense de La Tablada, donde reposa junto a sus dos esposas argentinas, bajo un epitafio en la lápida, escogido por él mismo, que lo define magníficamente: “Aquí yace un hombre que supo vivir”.
Un hombre que supo vivir intensamente, pese a las circunstancias desgraciadas que rodearon la primera etapa de su existencia. Un hombre que supo nacer dos veces, siendo su destino sudamericano el que le dará su definitiva vitalidad y trascendencia. Un hombre que supo construir, como pocos, una realidad diferente y mejor, en un contexto que le era completamente desconocido. Un hombre aferrado al ajedrez y a la vida. Un hombre que le dio todo al juego y al país que lo cobijó y tanto lo recuerda.
Najdorf, un apasionado, un resiliente, un hombre que vivió dos vidas, un hombre que se convirtió en una leyenda del ajedrez universal.
[1] Esa nómina está integrada por los franceses Ossip Bernstein (nacido en Rusia, más específicamente en Ucrania) y Savielly Tartakower (nacido en una ciudad polaca que por entonces era parte del Imperio Ruso); los soviéticos Isaak Boleslavsky, Igor Bondarevsky, Mijaíl Botvínnik, David Bronstein, Salo Flohr (nacido en una ciudad polaca, mas será un referente de Checoslovaquia), Paul Keres (nacido en Estonia), Alexander Kótov, Grigory Levenfish, Andor Lilienthal (nacido en Hungría), Viacheslav Ragozin y Vasili Smislov; el checoslovaco Oldřich Duras, el holandés Max Euwe; los norteamericanos Reuben Fine y Samuel Reshevsky (nacido en Polonia); el austriaco Ernst Gruenfeld; los yugoslavos Borislav Kostić y Milan Vidmar (de origen esloveno); los húngaros Géza Maróczy y László Szabó; el inglés Jaques Mieses; el polaco Akiba Rubinstein; el alemán (para 1950 de su porción occidental) Friedrich Saemisch, y el sueco Gideon Ståhlberg.
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