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Publicado anteriormente en el blog de Ajedrez Latitud Sur, reproducción con el amable permiso del autor.
A principios de los años 90 me desempeñé en el Instituto Nacional de Cine (así se llamaba el Organismo por entonces) de la República Argentina. En ese contexto tuve el privilegio de conocer e interactuar con Salvador Sammaritano (1930-2008) uno de los máximos referentes de la crítica especializada, fundador del mítico Cine Club Núcleo (donde en épocas oscuras se proyectaban filmes que debían escapar a la censura del régimen) y Premio Konex de Platino 1987 en la categoría Comunicación – Periodismo.
Al querido y recordado Salvador le debo, entre tantas otras cosas, que me haya introducido en la magia del cine mudo y, en particular, el haberme hecho conocer un cortometraje que, a su respetado juicio, era una joya cinematográfica.
Se trata de Entr’acte (Entreacto), dirigida en 1924 por René Clair (1898-1987), una obra de clara influencia de los movimientos dadaísta y surrealista, tan en boga en los años 20, con guion compartido por el cineasta francés con su compatriota, el pintor Francis Picabia (1879-1953), quien oficia también de actor, y con música del compositor Éric Satie (1866-1925), otro galo que fue precursor del minimalismo e impresionismo.
El film, de clara vocación experimental, que podría estar inspirado en la figura atractiva del artista y boxeador suizo Arthur Cravan (1887-1918), precursor del dadaísmo (quien alguna vez aseguró: “Los imbéciles solo ven la belleza en las cosas bellas” y desapareció muy joven, en una travesía por barco que desde México tenía como rumbo la Argentina), es un carrusel de imágenes y de sensaciones.
La base argumental se centra en un cortejo fúnebre que exhibe, a la vez, una connotación siniestra cuanto cómica.
En la sucesión de fotogramas hay una que especialmente nos interesa: en los altos de una vivienda de la ciudad de París, se observa a dos hombres jugando una partida de ajedrez, tan enfrascados en el juego que, casi en una exhalación, terminan desapareciendo luego de que un torrente de agua, que se imagina que no es lluvia, cae desde el cielo, mojando el tablero y tumbando a los trebejos que estaban sobre él…
Los protagonistas de la escena son nada menos que el francés Marcel Duchamp (1887-1968) y el norteamericano Man Ray (1890-1976), personalidades unidas por el arte, por haber sido referentes ineludibles del surrealismo y, también, por su pasión por el juego.
En la secuencia se aprecia que, sobre el respectivo tablero, se sobreimprime la imagen de una rotonda de una ciudad, en la que se representan numerosos automóviles girando en torno a un gran monumento que corona la plaza central en forma de obelisco.
Primero, Duchamp y Man Ray ofician meramente como sorprendidos testigos de lo que sucede en la superficie cuadriculada estática que se halla intervenida por esa otra realidad; luego, sobreviene la aludida caída de agua furiosa, desapareciendo súbitamente de la imagen los protagonistas tras ese temporal.
Quienes vean este film, de insuperable nivel de calidad, seguramente quedarán conmovidos por su originalidad, su particular vértigo inicial, y la interesante y larga escena de cierre, en la cual se presenta un cortejo fúnebre que, entre otras peculiaridades, como por ejemplo que hay cierto clima festivo, se aprecia que el carro es tirado por un camello en vez de por el convencional caballo, en una evidencia de surrealismo puro.
Se culmina la trama, y por ende el film, de una forma que resulta tan sorprendente cuan inolvidable, con un virtual doble final, destacándose el ingenio del creador quien, al exhibir a un mago resucitado (el que antes ocupaba el féretro), lo presenta blandiendo su varita mágica y, con ella, todo lo que le circunda hace desaparecer, incluso a sí mismo como persona, y al propio film, en el marco de un inquietante simbolismo y de un peligro que pareciera que también nos interpela en tanto espectadores (¿ese mago nos hará desaparecer también a nosotros?).
Después de ver Entr’acte, en particular ese magnífico y sorprendente cierre, nos queda claro que siempre las fronteras entre la realidad y la ficción resultan efímeras. Es más, podríamos llegar a creer que todos, cada uno a su manera, sólo somos parte de un gigantesco acto de prestidigitación de algún desconocido, demiúrgico y tal vez bromista ilusionista. O de un Dios que mueve al jugador como este a las piezas del ajedrez (y sucesivos Dioses en una cadena iterativa sin fin), como concibió el poeta argentino Jorge Luis Borges (1899-1986).
De Duchamp mucho podría decirse, como artista y como ajedrecista. Baste decir por ahora que su amor por el juego fue de tal dimensión que, al deber optar entre él y el arte, o cuando también su esposa lo intimó a que eligiese, no dudaría de inclinarse por la fascinación del milenario ajedrez.
Además, fue un muy buen jugador, representante de Francia en el Torneo de las Naciones oficioso de París´24 y en las pruebas olímpicas oficiales de Ámsterdam´28, Hamburgo´30, Praga´31 y Folkestone´33.
De su estadía en la Argentina, entre los años 1918 y 1919, se lo recuerda como asiduo concurrente del Club Argentino de Ajedrez en la ciudad de Buenos Aires. Tuvo una columna de difusión ajedrecística en el diario parisino Ce Soir y asimismo en 1932 publicó un opúsculo sobre el juego llamado L’Opposition et Cases Conjugees sont Reconciliées (La oposición y las casillas conjugadas se reconcilian) en coautoría con Vitaly Halberstadt (1903-1967).
Duchamp, a quien muchos consideran el artista más influyente de todo el siglo XX, se lo recuerda por una sentencia por la que expresó: “No hay solución, ya que no existe el problema”. Uniendo ambas pasiones, la de artista y la de ajedrecista, además de en varios cuadros de su autoría en los que el juego hace acto de presencia, y de haber participado en Entr’acte, se lo vio codirigir en 1957, junto a su compatriota y gran poeta y escritor Jean Cocteau (1889-1963) y el alemán Hans Richter (1888-1976), el film experimental 8 X 8: A Chess Sonata in 8 Movements, producción norteamericana en el que, ahora, a diferencia del trabajo de Clair, el ajedrez será claramente protagonista.
Allí se contará con un prodigioso elenco integrado por el inseparable Man Ray, el novelista estadounidense Paul Bowles (1910-1999), el alemán Max Ernst (1891-1976), otro inconmovible referente del surrealismo, y el compositor musical francés Darius Milhaud (1892-1974), entre otros. Ningún actor o actriz, pero todos artistas ¡Y qué artistas!
8 X 8: A Chess Sonata in 8 Movements, film dirigido por Duchamp et al. en 1957
Duchamp, además de todo lo dicho, legará para siempre el diseño de unas hermosas piezas de un set del juego, algunas de las cuales las concibió en su estancia en la Argentina.
Por su parte, a un Man Ray que no puede exhibir tantos férreos vínculos con el juego como su colega, también se le debe el diseño de otro fascinante set de piezas de ajedrez, uno de perfil muy geométrico, abstracto (¿una remisión a la tradición del shatranj?), puro y bello, tarea en la comenzó en los principios de los años 20 y en la que siguió embarcado hasta el fin de sus días.
El rey remite a una pirámide (¿y al senet?); la reina tiene forma cónica, recordando los tocados de las monarcas medievales; los alfiles están representados por un tipo de vasos llamados garrafones, que aluden a la tradición de los obispos (así se llama la pieza en el mundo anglosajón) elaborando sus bebidas espirituosas; las torres son cubos grandes y a su manera imponentes; los caballos están diseñados, en alguna versión, para parecerse al rollo de un violín, tal vez por la afición musical de los caballeros (nombre de la pieza de nuevo en el mundo anglosajón, aunque también en otras geografías), pero su diseño claramente remite a la imagen de la cabeza de un corcel; y los peones muestran una esfera encima de una base, quizás para señalar la idea de dependencia de la humilde pieza a un poder superior.
En una conferencia impartida ante el banquete de la New York State Chess Association en 1952, Duchamp dijo su famosa frase “…si bien no todos los artistas son jugadores de ajedrez, todos los jugadores de ajedrez son artistas”, lo que hizo en el siguiente contexto:
“Hoy me conformo con jugar. Todavía soy una víctima del ajedrez. Tiene toda la belleza del arte y mucho más. No puede ser comercializado. El ajedrez es más puro que el arte en su posición social. Las piezas del ajedrez son las mayúsculas del alfabeto que da forma a los pensamientos; y estos pensamientos, aun componiendo un diseño visual en el tablero, expresan su belleza de forma abstracta, como un poema. […] He llegado a la conclusión de que, si bien no todos los artistas son jugadores de ajedrez, todos los jugadores de ajedrez son artistas”.
En esa concepción que apunta a que “el ajedrez es más puro que el arte en su posición social”, no habrá de extrañar que, en todo tiempo y lugar, el juego estuviera vinculado con las diversas expresiones culturales.
Entr’acte, el prodigioso film de René Clair, es entonces un jalón importante en esa cadena de hitos que tuvieron al ajedrez como protagonista y a la cinematografía como medio expresivo.
En esos años 20 estábamos todavía en tiempos experimentales, en los que el cine mudo era la potente etapa fundacional de un lenguaje novedoso, y en el cual el dadaísmo y el surrealismo querían proponer nuevos valores culturales.
En cualquier caso el ajedrez, habrá de hallar, ahora como antes, y como lo será por siempre, un relevante espacio en ese nuevo lenguaje y bajo la adscripción de esas novedosas ideas que se estaban abriendo paso para deleite y enriquecimiento cultural de la Humanidad.
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