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Artículo publicado previamente en Ajedrez Latitud Sur. Reproducción con el amable permiso del autor, Sergio Ernesto Negri.
Esta noticia, desde lo personal, además de provocar las lógicas expectativas por lo que podría llegar a suceder en el plano deportivo, remite a recuerdos, teniendo en cuenta el sitio y las circunstancias en donde se desarrollará la competición.
En los viajes que en los últimos años, desde el 2013, pude hacer hacia Oriente, siguiendo la ruta del xiang-qi y del chaturanga, arribando por la línea aérea de los Emiratos, siempre la moderna e imponente ciudad de Dubái se transformó en una plataforma ideal para una búsqueda que tuvo como eje la génesis del ajedrez. Dubái, entonces, se convirtió, por la recurrencia en su visita, en un sitio reconocible y amigable para alguien procedente de la tan lejana ciudad de Buenos Aires.
Siendo una fascinante ciudad, con una dinámica cultural bien interesante, en la que se conjugan las tradiciones musulmanas con los aportes multiculturales de quienes trabajan allí o la recorren en tanto turistas procedentes de cualquier parte del mundo, es mucho lo que podría decirse del sitio. Mas, en estas circunstancias, baste sólo una rememoración: allí pude apreciar la gestación de su Museo del Futuro el cual, conforme la definición del jeque Mohamed bin Rashid Al Maktum, es una prueba de que “La humanidad es capaz de construir un mañana mejor“.
Esa paradoja aparente, la de vincular la idea de Museo, que suele remitir al pasado, definiendo que su visión en este caso en rigor se plantea hacia el futuro, sólo puede ser asumida y saldada, sin ninguna explicación adicional, en una urbe que, por su diseño, se plantea como límite el infinito, y cuyos mentores evidentemente tienen pretensiones de abrazar por anticipado la idea del porvenir.
En efecto, Dubái, a pesar del desierto que se yergue a sus espaldas, tiene un muy moderno diseño urbano que se extiende a lo largo de su costa y, muy especialmente, elevándose en lo alto (como lo evidencia la presencia del edificio más alto del mundo). Y esa poderosa modernidad es una invitación del presente a imaginar el escenario de lo que inevitablemente llegará.
¿Habrá otro sitio del planeta en dónde se plantee esa genial idea, la de que un Museo no necesariamente debe estar orientado a lo que fue, sino a lo que aún está por venir?
Si no pensamos en que las cosas necesariamente transcurren en un vector temporal que va desde atrás hacia adelante, como algunos filósofos y científicos se animan a sugerir, podríamos arribar a la conclusión de que la circunstancia de que el pasado esté antes del futuro es sólo una convención y no un sino. En Dubái parecen esto perfectamente saberlo. Y quieren mostrarlo al mundo.
Este Museo del Futuro, que forma parte de un edificio de siete pisos construido en acero inoxidable y adornado con caligrafía árabe retroiluminada será, desde la inauguración formal de la Expo 2020, una de las atracciones de la ciudad.
Pero el mentado anuncio de la FIDE convoca a otros recuerdos. Unos que, más convencionalmente, están vinculados al pasado del ajedrez. No será la de Dubái la primera vez en que un encuentro del máximo nivel de nuestro juego quede asociado a una Exposición a escala universal. Todo lo contrario.
En el siglo XIX, cuando aún no se habían instaurado los matches por la corona mundial, hubo tres torneos de ajedrez sumamente destacados que tuvieron como escenario eventos de esa naturaleza.
La primera ocasión en que ello ocurrió se dio en 1851 en Londres, en oportunidad de la Gran Exposición (de los Trabajos de la Industria de Todas las Naciones, conforme su denominación amplia), que se desarrolló en la capital del entonces Imperio Británico entre el 1° de mayo y el 15 de octubre, un tiempo en el que había que poner a la consideración pública los valores y los prodigios técnicos asociados a la Revolución Industrial.
El imponente edificio del Crystal Palace, hecho en hierro fundido y en cristal, fue el escenario montado para mostrar a un país, y exhibir los alcances de un modelo que, como siempre sucede en cada tiempo, creía que su propio límite era el que se propusieran sus promotores.
En ese contexto, se organiza el Torneo que verá consagrarse al alemán Adolf Anderssen (1818-1879), para decepción de la afición local, que hubiera desde luego querido que el inglés Howard Staunton (1810-1874) ratificara su poderío exhibido en la década anterior. Con esa victoria del ajedrecista nacido en Breslau (actual Wroclaw en Polonia), se dio una virtual paradoja: un representante del estilo romántico del juego habría de vencer en un tiempo en el que comenzaba a predominar un mayor racionalismo tecnológico.
La segunda oportunidad en que este fenómeno de asociación de una gran competencia ajedrecística con una Expo Mundial se verificó en 1867 en París, entre el 1° de abril y el 31 de octubre, cuando la Ciudad Luz fue sede de otra Exposición Universal, con la que se quería demostrar la grandeza del Segundo Imperio Francés.
En ese momento se hace una prueba en donde se dio el triunfo de Ignác Kolisch (1837-1889), alguien que se retiró del ajedrez tempranamente (cuando tenía un venturoso porvenir), para dedicarse a sus negocios personales (con los que habrá de ser muy exitoso y que le permitirán en lo sucesivo ser un mecenas difundiendo su juego favorito), quedando el eslovaco por delante del polaco Szymon Winawer (1838-1919) y de una gran figura que estaba surgiendo: el nacido en Praga Wilhelm Steinitz (1836-1900). Este, a la postre, desde 1886, se habrá de convertir en el primer campeón mundial de ajedrez de la historia, inaugurando una nómina que hoy tiene a Carlsen en la máxima poltrona.
De nuevo en la capital francesa, y siempre en el contexto de otra Expo Universal, esas con las que la Humanidad procura evidenciar los mayores avances de la ciencia, la tecnología y el saber, realizada ahora entre el 1° de mayo y el 10 de noviembre de 1878, se hará un torneo que tendrá la característica de ser el primero intercontinental (ante la participación de dos jugadores norteamericanos), en el que se impondrá el mencionado Winawer y su compatriota Johannes Zukertort (1842-1888), en presencia de un declinante Anderssen (habrá de morir el año siguiente) y con la ausencia de Steinitz.
Mucha agua ha corrido bajo el puente desde aquellas competencias del siglo XIX asociadas a Exposiciones Universales. Ahora, instalados que estamos en un tercer milenio, en el que la pandemia nos plantea preocupaciones permanentes asociadas a los temores de la enfermedad y la muerte, en Dubái, como corresponde, como siempre es posible (a poco que nos lo propongamos), se mira sólo para adelante.
Poniendo a disposición una recompensa de dos millones de euros en premios, organizarán los Emiratos Árabes Unidos, entre el 24 de noviembre y el 16 de diciembre de 2021, el match por el título mundial de ajedrez, con Carlsen como uno de sus protagonistas.
Hay otro punto que no debería dejar de mencionarse: resulta muy emblemático que España, a la hora de diseñar el pabellón arquitectónico que presentará en la Expo 2020, hubiera elegido imágenes ajedrecísticas, con las que ha querido reforzar el vínculo árabe-hispano, un vector que conectó, entre otros elementos del bagaje cultural, al shatranj con el ajedrez europeo.
Tras el ingreso de aquel proto-ajedrez a Europa (y a la península ibérica en particular) en la Edad Media, se dará un tiempo en el que el juego se difundió, creció y adquirió una forma moderna, ya hacia fines de esa era y comienzos de la siguiente, en un prototipo que, con algunos mínimos cambios ulteriores, determinará el ajedrez que llegue hasta nuestros días.
Dubái, entonces, es la ciudad que albergará la Expo 2020. Allí, icónicamente, se yergue el Museo del Futuro, una notable evidencia de que, en vez de paralizarnos en las miradas orientadas al pasado, o en compadecernos en las angustias del presente, es posible siempre poner proa a lo que vendrá.
La ciudad, en su muy moderno Dubai Exhibition Centre, será testigo a fines del 2021 del máximo acontecimiento ajedrecístico el que, desde luego, despierta expectativas y recuerdos. Más precisamente, habría que decir que convoca algunos buenos recuerdos del futuro.
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