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En tiempos medievales, esos en que la Iglesia parecía dominar todos los espacios, estando el proceso de secularización tan lejano en el horizonte, que se asociara a la única figura femenina que se estaba progresivamente introduciendo como trebejo en el ajedrez con la Virgen María, estaba dentro del campo de lo esperable y, quizás, de lo inevitable.
Será en Francia donde se consagrará puntualmente esa situación, lo que ocurrirá gracias al trabajo de Gautier de Coinci (1178-1236), un monje benedictino y abad.
Su mayor trabajo literario, que abarca unos 30.000 versos, el que comenzó a escribir en 1217 (le demandará una década para su consecución integral), fue Les Miracles de Nostre Dame (Milagros de Nuestra Señora), también llamado Miracles de la Sainte Vierge.
Consta de dos libros, cada uno de ellos con sus respectivos prólogos, siete canciones (chansons) y los milagros (35 en el primero y 23 en el segundo), los que son acompañados por algunas composiciones líricas en forma de oraciones, poemas moralizantes y saludos.
Fue redactado en idioma francés medieval, existiendo varios manuscritos del texto original que se han conservado hasta el presente. Allí se recopilan varias leyendas enmarcadas en el culto mariano, entre las que se incluye la de Teófilo el Penitente, en un trabajo que consta de 2090 versos.
Se trata de un sacerdote que habría tenido existencia real (se asegura que falleció en el año 538), quien era un clérigo infeliz por la enemistad de su obispo, en hechos que habrían ocurrido en la provincia de Adana, en la actual Turquía.
Imagen de una página de Les Miracles de Nostre Dame
En la versión de Gautier de Coinci, Teófilo (en el original Théophilus, es decir “el amado de Dios”), era un monje de Sicilia que no se consideraba a sí mismo digno de ocupar el puesto de abad en su comunidad, por lo que rechaza la propuesta que se le hace tras la muerte del antecesor de esa jerarquía eclesial.
Sin embargo, con el devenir de los acontecimientos, se arrepiente de esa decisión y, al verse desplazado, entra en desesperación, por lo que, errando el camino, conjura con el Diablo, sellando el respectivo pacto, a partir del cual recupera su posición e incluso obtiene mayores riquezas.
Al cabo de todo, asumirá cabalmente el error que ha cometido, ya que advierte que, de ser humilde y dulce, se ha transformado en un ser orgulloso y cruel.
Sinceramente arrepentido, recurre a la Virgen María quien, tras una primera actitud de rechazo al pecador, termina por perdonarlo. En definitiva lo rescata, al destruir el contrato corruptor que unía al pecador con el anticristo, con lo que se da andadura a la idea teológica de la redención.
Estamos, entonces, en presencia de uno de los milagros más antiguos atribuidos a la Virgen María, cuya crónica se remonta como fuera dicho al siglo VI, por lo que tiene una especial relevancia.
De hecho, será recorrido por otros autores que son contemporáneos del francés, entre ellos Gonzalo de Berceo (1190-1264) y Alfonso X el Sabio (1221-1284), el mismo que nos ha legado el precioso Juegos diversos de Axedrez, dados, y tablas con sus explicaciones, ordenados por mandado del Rey don Alfonso el sabio, quien incluyó esta leyenda mariana en sus “Cantigas de Santa María”.
En el texto de de Coinci se hace una clara alusión al ajedrez ya desde el prólogo al Libro I, como bien lo señala la investigadora norteamericana Marilyn Yalom (nacida en 1932) en su extraordinario libro sobre la evolución de la pieza de la reina del ajedrez, al plantearse una partida en la que se enfrentan Dios y el Diablo. En ese marco aparece la Virgen María a la que se la referencia en su condición de fierce (feroz).
Esa batalla determina el destino definitivo del hombre, si le tocará el cielo o el infierno, lo que nos recuerda la antigua idea del juego egipcio del senet en el que se planteaba que cada difunto debía practicarlo contra la divinidad Osiris en el mismo momento en que se estaba decidiendo su paso escatológico, ese que nos conduce al más allá.
Imagen en la tumba de Nefertari (siglo XIII antes de Cristo) viéndosela jugar al senet
En Les Miracles de Nostre Dame se presentan, asimismo, todos los trebejos del juego, a saber: roi (rey); chevalier (caballo o, más precisamente, caballero); roc (torre), aufin (alfil), poon (peón), y la mencionada fierce, pieza que es la única que connota femineidad, por lo que corresponde a la figura de la reina o, más específicamente en el caso, a la Reina de los Cielos, en enumeración que se trasunta en el siguiente parágrafo:
“Mais toz ces trais fist il en vain, / Car Diex une tel fierce fist / Qui le mata et desconfist. / Quant li douz Diex vit vers la fin / Qu’il n’avoit triue nes d’aufin / Et qu’anemis par son desroi / Chevalier, roc, fierce ne roi / Nes poon n’i voloit laissier, / Au giu se daigna abaisier” (Versos: 216-224)
Más adelante, se habla específicamente de la lucha en la que dirimen supremacías Dios y el Diablo, en el contexto de una partida en la que se impone el primero, gracias a la acción de la pieza de la reina (la Virgen María), que es la encargada de asestarle jaque mate al Maligno, lo que sucede en un ángulo, lo que se desprende de este pasaje:
“Autres fierces ne vont qu’un point, / Mais ceste cort si tost et point / Qu’ainc qu’anemis ait del sien pris, / L’a si lacié et si souspris / Ne seit quel part traire se doie. / Ceste fierce le mate en roie, / Ceste fierce le mate en l’angle, / Ceste fierce li tolt la jangle, / Ceste fierce li tolt sa proie, / Ceste fierce toz jors l’asproie, / Ceste fierce toz jorz le point, / Ceste fierce de point en point / Par fine force le dechace (Versos: 281-294)
Como se puede apreciar, comienza indicándose que otros fers (Autres fierces) se mueven solo una casilla, con lo que se está sugiriendo que la Virgen, quien por definición es en sí misma un fers, podría hacerlo de una manera más amplia, lo que es todo un hallazgo desde la perspectiva del movimiento de un trebejo que estaba aún en pleno proceso de evolución.
Es así que ella invade territorio enemigo de forma rápida y brusca (Mais ceste cort si tost et point), con lo que logra que el Diablo sea acorralado yendo de casilla a casilla (de point en point).
Es de destacar que la expulsión definitiva del Diablo se verifica por fuerza superior (Par fine force le dechace) con lo que queda claro que es Dios quien gana la batalla mientras que es la Virgen la encargada de darle al temido rival la estocada final (el jaque mate).
Este desenvolver más impetuoso del fers podría estar denotando, si no una suerte de transición entre la movilidad restringida original del trebejo y su expansión ulterior, esa que recién será consagrada en Europa en el siglo XV, al menos un ejercicio de clarividencia. El apego de de Coinci por la figura de la Virgen logró, en cualquier caso, que esta revalorización del trebejo de la reina fuera anticipatoriamente posible.
Al respecto el historiador inglés Harold J. R. Murray (1868-1955), entre otros, destaca que será recién para fines de la Edad Media en que se verá a la reina adquirir todo su esplendor, en el contexto de la progresiva aparición de lo que habrá de denominarse “ajedrez moderno”, cuyas reglas fueron incorporadas en textos icónicos especializados, como los de Lucena y Pacioli, dentro de los más destacados.
Su compatriota Mark Taylor, por su parte, sin embargo interpreta que en esta distinción de unos fers respecto de otros se podría estar estableciendo tal vez una comparación temporal entre los actuales trebejos (los de la época del relato) respecto de los previos, por lo que sugiere que la reina ya podía estar moviéndose en forma ampliada. Sin embargo esta opinión no parece guardar sincronismos con la evolución que experimentó el ajedrez en la Europa medieval.
Claro que, siempre lo más apropiado al hablarse de literatura, es recurrir al plano metafórico, por lo que es posible pensar que, cuando de Coinci registra el paso vigoroso de la Virgen en su lucha contra el Diablo, más que referirse específicamente a la movilidad de la pieza en el juego del ajedrez, se halla incurso en el ejercicio de una licencia poética a partir de la cual se quiere significar el poder implícito y la potencia incomparable de la fuerza de María.
Vayamos a otro punto: ¿qué puede decirse del empleo de la palabra fierce que utiliza de Coinci y que ha sido tan habitual en la bibliografía procedente de Francia a la hora de connotar la figura de la reina del ajedrez?
Es sabido que, en los prototipos orientales que le sirvieron de antecedente y modelo, no existía ninguna figura femenina y que, al lado del rey, se ubicaba el visir o consejero real, que recibía el nombre de frāzen (o farzin) en el idioma pahlavi de la cultura persa y firzān en la cultura árabe.
Cuando el juego ingresa a Europa, por su exotismo, y también para reflejar mejor una sociedad en la que se apreciaba en cierta medida una suerte de incipiente empoderamiento del rol de la mujer, la imagen del antiguo visir fue reemplazada, en un proceso progresivo, por una figura que decantará en la moderna reina o dama.
En ese camino habrá una suerte de avances por aproximaciones sucesivas con lo que, la pieza en cuestión, recibió distintos nombres, como por ejemplo en España en la que se la denominó alferza (aunque aún manteniendo en este caso su masculinidad).
Por razones fonéticas, lo de fierce del idioma francés se asocia bastante bien al antiguo firzān y, por lo demás, como aquella palabra connota la idea de fuerza, también pudo haber sido útil para significar otro proceso: el del mayor volumen de movimiento que habrá de adquirir, ya sobre el fin de la Edad Media, la respectiva pieza que, de tener un desempeño muy restringido, pasó a desenvolverse con la máxima amplitud posible.
Esta situación implicó una revolución del juego, el que se tornó más dinámico y agresivo, motivo por el cual, incluso, se lo denominó en la península italiana con el nombre de ajedrez “alla rabiosa” con lo que, las ideas de rabia y de ferocidad parecen confluir, teniendo ambas como centro de las miradas a la nueva pieza que exhibía un rostro femenino.
Algunas precisiones lingüísticas más. Por un lado, en el caso de la tradición anglosajona, aparece también el término fers aunque, en ese territorio, se lo prefería utilizar para el caso de los peones que coronaban en reina con lo que, a la vez, se resolvía un problema moral: el de la bigamia. Es que de ninguna manera se podía tolerar que hubiera más de una reina sobre el tablero, al menos en forma simultánea: una era la reina propiamente dicha, la otra (o las otras) serían los fers.
Por otro lado, cuando el rabí andalusí Abraham Ibn Ezra (1088-1167) se refiere al juego, en texto redactado en idioma hebreo, habla del pherez, es decir siguiendo el modelo etimológico que derivó en el fers.
En un escrito de época tan temprana, parece aceptarse un desplazamiento ampliado (lo que podría entonces darle la razón a Taylor, contradiciendo en cambio a Murray), lo que surgiría de esta referencia tomada de La Canción al ajedrez, incluida en sus Cantos del exilio, conforme la traducción aportada por Rodríguez de Castro:
“Quando el Pherez distinguido, / Podrá entonces volverse, / Y libre en todas partes revolverse…”.
Aquí se habla de pherez, y no de reina, cuya existencia sin embargo Ezra también reconoce, lo que hizo en otro trabajo que se le atribuye, Verses upon the Game of Ishkaki a la que, siempre en idioma hebreo, se denomina shegal.
El nombre oriental que recibía el visir se convirtió en francés antiguo en fierce, término empleado por de Coinci y, también en su tiempo, en fierche, firge o fierge, denotando siempre su ferocidad.
Se aprecia que este último vocablo rima perfectamente con vierge por lo que, del fers al vierge, hay sólo algunos pasos sucesivos en el camino de nominar a la pieza femenina del ajedrez con el carácter de la Virgen y, de ese modo, arribar a la vinculación que establece Gautier de Coinci entre el ajedrez y el culto mariano.
En Les Miracles de Nostre Dame, en definitiva, no sólo se representa una partida de ajedrez entre Dios, asistido por la Virgen María, y el Diablo, extremando las puntas agonales de la clásica lucha entre el Bien y el Mal (las Blancas versus las Negras, conforme el modelo que llegó a nuestros días), sino que también se consagra la caracterización de la nueva pieza de la reina del ajedrez identificándola con la Madre de Jesús.
La reina del ajedrez, entonces, no es otra que la Reina de los Cielos, en absoluta consonancia con la difusión del culto a María que se propagó en buena parte de Europa en la Edad Media, en particular en territorio francés y español, durante el transcurso del siglo XIII, el que es considerado “la edad de oro de la devoción a la Virgen María” (Torres Jiménez dixit).
En ese sentido, fue muy influyente la figura de Blanca de Castilla (1188-1252), reina consorte de Luis VIII (1187-1226) y madre de otro monarca que será ulteriormente reconocido como San Luis de Francia (1214-1270), quien era una gran devota de María, a punto de que donara tierras para la edificación de un monasterio que fundó en 1242 con el nombre de Notre-Dame-la-Royale, en honor a la Virgen María.
Si bien se ha llegado a especular que la mención de la reina como pieza del ajedrez que hace de Coincy fue la pionera en la literatura europea, pese a reconocérsele su relevancia, hay que destacar que ese argumento entra en clara colisión con el hecho de que por ejemplo en Versus de Scachis, poema escrito en latín de fines del siglo X, ya se contemplaba la existencia de la Regina (en ese caso no se advierte vinculación alguna con María). También ello sucede en otros trabajos, como el del mencionado de Ezra, en donde a la figura de la reina ya se le había conferido debida entidad.
Existen de Les Miracles de Nostre Dame adaptaciones en prosa y francés moderno, en las cuales se comprueba que las alusiones ajedrecísticas son menores. En el texto consultado (citado en las fuentes bibliográficas), se pudo establecer una única referencia que se presenta en el momento en el cual Teófilo, al pretender volver a los brazos de María, recibe de ella unas palabras en las que da cuenta que el demonio está perdiendo su partida.
Teniendo en cuenta el antecedente original, indudablemente que esa partida debe ser considerada correspondiente al juego de ajedrez, en alusión que surge al decirse:
“Or, la bonne Dame l'a regardé en souriant et lui a dit : — «Théophile, Théophile, voici maintenant que le diable a perdu sa partie..»”
La misma idea original de de Coinci, esa de asociar a la Virgen con la pieza de la reina, aparecerá en otros trabajos, como lo puntualiza Murray, por ejemplo cuando el juglar galo Jean de Condé (c. 1275-1280/1352) entona estos versos:
“Ce fu la beneoite virge. / De l´eschequier la vraie firge”.
En igual dirección tenemos Das püchlin vom dem guldin spil (Guldin spil), obra de 1432 de Johannes Ingold Wild, escrita en idioma alemán (aunque contempla varias referencias en el litúrgico latín).
Se trata de un fraile dominico del que poco se sabe. Se cree que pudo haber nacido en 1380; en 1427 es mencionado como “Magister Ingoldus” en el Convenio de Basilea; desde 1429 se lo presenta como capellán del castillo en Estrasburgo; habría fallecido entre 1440 y 1450 en Estrasburgo.
Dicho texto está probablemente inspirado en el de Jacobo de Cessolis (fallecido en 1322, también sin precisiones sobre su natalicio), a quien se le debe el influyente Líber de móribus hóminum et de officiis nobílium súper lúdum scacchórum, que ha trascendido hasta nuestros días como Ludus scacchórum, donde se recrean sus sermones religiosos en clave ajedrecística.
Lo propio reformula el fraile Ingold en Guldin spil trazando, en su caso, interesantes asociaciones entre los clásicos juegos de su época y los siete pecados capitales. Mientras que los de cartas representan a su entender la lujuria, los de pelota la ira y los de dados la avaricia, se reserva para el ajedrez la idea de que su vínculo es con el orgullo o la soberbia. Como, a la vez el autor establece la contracara de cada uno de esos pecados con el campo de las respectivas virtudes, al ajedrez le correspondería ser reinterpretado, en ese tono más benévolo, con la humildad.
Imagen correspondiente a “Das püchlin vom dem guldin spil” de Ingold
Ingold establece una jerarquía de las piezas, a las que les asigna equivalencias tomadas de la liturgia cristiana: Jesús es desde luego el rey (küng); los patriarcas y profetas son los alfiles (los ancianos o alten); los mártires son los caballeros (ritteren), pieza que equivale a nuestros caballos; los apóstoles son las torres (rochen) y los hombres de la Tierra los peones. En esta taxonomía, de nuevo, como planteara de Coinci, la Virgen María está investida de la calidad de reina (küngin).
Asimismo, se le asigna a cada pieza una cualidad o rol. Al rey le corresponde la razón, al alfil la memoria, el caballo es considerado un guerrero, la torre un juez y los peones remiten a diversos oficios (como también había planteado Cessolis). En este contexto, a la reina, es decir a la Virgen, se le adjudica el mérito de la voluntad.
Podría especularse que la vinculación del ajedrez con la Virgen, gracias a de Coinci y quienes siguieron su modelo, pudo haber tenido un efecto muy benefactor para el juego.
Ello, no sólo puede ser considerado desde la perspectiva de la mayor admisión en la introducción de un trebejo de rostro femenino (¿quién podría oponerse a que en el ajedrez se representara a la madre de Jesús?) sino, también, en aras de que el juego quede al margen de las voces que, desde las estructuras de poder religiosas, llegaron a proponer incluso su interdicción. Este posibilidad se basaba en las distracciones que el juego podía llegar a provocar (fundamentalmente a los prelados que lo practicaban, por lo que se olvidaban de sus tareas) y por su asociación al régimen de apuestas (y al impío dinero).
En estas condiciones, al pionero Gautier de Coinci habría que extenderle un especial reconocimiento, no sólo por haber sabido retratar, con efectividad y preciosura el conflicto eterno entre el Bien y el Mal, sino también por haber fortalecido los lazos que unieron al ajedrez con la Cristiandad.
Especialmente, hay que valorar que gracias a su prédica se hubiera colocado a la Madre de Jesús como pieza del juego y, de ese modo, permitiéndose el establecimiento de un íntimo vínculo entre el ajedrez y la devoción mariana.
De paso, gracias al escritor galo, se dio otra fundamental contribución en aras de consagrarse la introducción de la primera y única pieza femenina dentro del milenario juego.
Si bien está claro que no fue en Les Miracles de Nostre Dame en que se diera la primera mención en la literatura europea de una figura de rostro femenino en el contexto del ajedrez, al menos esto sucede ahora en un muy influyente texto con lo que, firme y progresivamente, se va consagrando la divulgación definitiva de la pieza de la reina en un juego que tenía a la mujer, al menos en su estructura intrínseca, del todo postergada, cosa que venía sucediendo desde sus propios orígenes.
Imagen del libro de Gautier de Coinci