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El latín, y en menor medida el francés, eran los idiomas predominantes en la literatura de Inglaterra en esa época. Chaucer, cuyo apellido también podía ser visto como algo extranjerizante, ya que en el idioma de los galos significa zapatero, rompió el molde del calzado convencional al producir su obra en lengua vernácula.
A Chaucer se lo considera, entonces, el padre de las letras de un país que, al poder a partir de ahora reconocerse en su lengua nacional, habrá de integrarse con voz propia a la literatura europea, abandonando cierto estado de insularidad previo permitiendo que Inglaterra, desde ese momento, pase a convertirse en una referencia cultural continental más robusta con peso y mirada propios.
Además de escritor, a Chaucer se lo reconoce en muchos otros caracteres, como el de filósofo (tradujo Consolación de la filosofía del romano Boecio, “el primer escolástico”), diplomático, guerrero (en Francia cayó prisionero debiendo el rey inglés pagar en 1359 rescate por él) y servidor público real (bajo las órdenes de Eduardo III y Ricardo II, habiendo ejercido el contralor de la codiciada aduana de Londres; fue también parlamentario y juez de paz). También se le adjudican conocimientos de astronomía y astrología (escribió un ensayo denominado Tratado del astrolabio, el manual más antiguo de la especialidad en idioma inglés); y se asegura, incluso, que ejerció el alquimismo (aunque en uno de sus cuentos, Canon´s Yeoman´s Tale, satirizó esa práctica que era muy común en su tiempo).
Pero lo suyo, más allá de tantos campos de genuino interés en los que incursionó y se destacó, fue sin dudas la literatura, habiendo sido uno de sus trabajos más prestigiosos y afamados en esa rama del saber, Los Cuentos de Canterbury, que consiste en una serie de relatos que brillan por su frescura e irreverencia, los que no estuvieron al margen de las polémicas, en particular por el tratamiento de cuestiones vinculadas al sexo, la política y la corrupción de la iglesia (de hecho el texto fue prohibido en el siglo XVI por orden de la Santa Inquisición).
En el plano humano, se le reconoce a esta obra de Chaucer un gran mérito, al marcar una perspectiva más amplia desde el punto de vista de las clases sociales ya que, en los cuentos, es el pueblo el que aparece contando sus propias historias, en una perspectiva que era todavía bastante infrecuente, lo que queda en evidencia a poco de analizar la literatura europea comparada (véase por caso un enfoque más centrado en referentes de la burguesía comercial e ilustrada que se trasluce de la lectura del Decamerón de Boccaccio).
De la primera producción escrita de Chaucer surge El Libro de la Duquesa, conocido también como El sueño de Chaucer (en inglés medio, respectivamente: The Booke of the Dutchesse y The Dreame of Chaucer), una larga elegía de 1334 líneas que se presenta en versos octosilábicos.
Se trata de la primera poesía, al menos una de gran porte, en ser publicada en Inglaterra, la que fue concebida en homenaje de Blanca (Blanche) de Lancaster (1342-1368), la esposa de Juan de Gante (1340-1399), amigo y protector de Chaucer, quien era uno de los hijos del rey de Inglaterra Eduardo III (1312-1377). Blanca y Juan fueron, además, padres de un niño que, tiempo después, asumirá como monarca, bajo el nombre de Enrique IV (1367-1413).
Blanca, quien era efectivamente duquesa, como se alude desde el título del texto, falleció con sólo 24 años de edad víctima de la plaga por lo que, los sentidos versos, fueron preparados para ser leídos en un servicio funerario en el que se conmemoraba el aniversario de su muerte. Es en ese entendimiento que se especula, aunque no se sabe a ciencia cierta, que El Libro de la Duquesa habría sido concebido entre los años 1369 y 1374.
En su trama el ajedrez tiene un gran protagonismo, lo que no debería de ser considerado casual teniendo en cuenta su difusión creciente en la isla y en el continente. Con todo, hay que resaltar que, al menos en la literatura inglesa, esta fue la primera vez en que el ajedrez es utilizado en un sentido metafórico que resulta tan profundo cuan conmovedor.
Para una mejor comprensión del contexto en que se dieron las cosas habría que reparar que, en el continente europeo, se verificó durante la Edad Media no sólo la incorporación y creciente difusión del ajedrez como ya se apuntara, sino que también se tendió a su estandarización y modernización, en el contexto de la revolucionaria aparición de la pieza de la reina.
Esta, la primera y única imagen de carácter femenino en el ajedrez, esa que reemplazó al antiguo y exótico visir que correspondía a las anteriores versiones de un pasatiempo que había ingresado desde Oriente, daba una posibilidad literaria adicional al poder concebirse, con referencias al juego, alusiones literarias que aludieran a encuentros amorosos entre personas de distinto sexo.
Chaucer, en este caso, presenta a la heroína en tanto trebejo del juego siendo arrebatada por la Fortuna, lo que sucede en el contexto de una partida de ajedrez disputada por el atribulado personaje en el que se centra el relato, al que se identifica como ´Caballero Negro´, con lo que se duplica la parábola ya que aparece aludida otra pieza del ajedrez habida cuenta de que los anglosajones identifican al caballo con caballero (knight).
En el caso de Blanca, en rigor no se la menciona como reina, como sería de esperar, sino en tanto fers, lo que acontece por ejemplo en estos versos: “She stal on me, / and took my fers…”). O sea que se sigue la denominación que se dio en Europa a la pieza que se ubica al lado del rey (en España se la llamó alferza), tomando como referencia de origen el firzān del shatranj árabe, el que representaba a un consejero real o visir.
Queda claro entonces que, en la necesaria asociación entre realidad y ficción, Juan de Gante será el caballero, mientras que, la desdichada Blanca de Lancaster, asumirá el rol de nuestro fers (y de duquesa). El primero es representado con el color negro, quizás para reforzar la idea de la oscuridad de la situación que debería de enfrentar. Por otro lado esa condición, la de caballero, era la posición que ocupaba efectivamente en el escalafón real.
Nos resulta un tramo particularmente angustioso ese en el que el caballero le reclama a la Fortuna por su suerte, para lo cual emplea las ideas ajedrecísticas de mate y de jaque para señalar la crítica situación por la que estaba atravesando la duquesa. Ello sucede al decirse:
“At the ches with me she gan to pleye; / With hir false draughters dyvers / She staal on me, and tok my fers / And whan I sawgh my fers awaye, / Allas, I kouthe no lenger playe, / (…) Therwith Fortune seyde, ´Check her,´ / And mat in the myd poynt of the chekker (…)”.[1]
En busca de determinar eventuales influencias de Chaucer en el uso de la parábola ajedrecística, habría que recordar que él, propiamente, fue el traductor al inglés, lo que habría ocurrido hacia el año 1360 es decir años antes de que se presente El Libro de la Duquesa, una parte del muy célebre Le Roman de la Rose,[2] alegoría onírica medieval escrita en latín entre 1230 y 1280 por los franceses Guillaume de Lorris (1200-1238) y Jean de Meun (1250-1305).
En este romance se alude a la batalla de Tagliacozzo, librada el 23 de agosto de 1268, en la que el conde francés Charles d´Anjou (1226-1285), creador de un efímero imperio mediterráneo que abarcó Nápoles, Sicilia, Albania y Jerusalén, sale triunfador, la que es referida como una partida de ajedrez, en la que la caída del ejército perdidoso es atribuida a la intercesión de la diosa Fortuna,[3] vale decir la misma alegoría que Chaucer tomará en su propio trabajo.
Por otra parte, en procura de determinar otros posibles estrechos vínculos de Chaucer con el ajedrez se sabe que, durante un viaje por Italia, debió haber conocido la obra de Dante Alighieri (1265-1321) y Boccaccio (1313-1375), y se cree que también personalmente a Petrarca (1304-1374), escritores que se ocuparon fuertemente del juego en sus respectivas obras. Si en La Divina Comedia del máximo escritor italiano hay una mención aislada del ajedrez, aunque importante, a lo largo del texto, es todo mucho más profundo en cuanto al empleo del juego como recurso literario en el caso del Decamerón y, más específicamente, en Il Filocolo de Boccaccio; por su parte en Dè rimedi dell’una e dell’altra fortuna, Petrarca habrá de evidenciar que no le dispensaba precisamente un gran concepto al pasatiempo.
Un Chaucer, tal vez nutrido de esas fuentes, hace una primera mención al ajedrez en El Libro de la Duquesa, cuando le asigna un rol subalterno al señalar que siempre es preferible acudir a la lectura de libros, argumento que aparece en el siguiente pasaje:
“Hace poco, la otra noche, cuando me di cuenta de que no podía dormir, me senté sobre mi cama y mandé a alguien que me trajera un libro, la ´Metamorfosis´ de Ovidio; y me lo trajo para leer y pasar la noche. Me pareció que era mejor que jugar al ajedrez o al backgammon…”.
El personaje principal, por lo pronto, está desesperado al no poder dormir (“Pienso cada tontería, simplemente por la falta de sueño, que juro por mi fe que no puedo concentrarme en nada.”). Sin embargo, al lograr hacerlo, y al recordar el consiguiente sueño, se le presenta la imagen de un caballero negro que se hallaba sumamente apenado por haber perdido a su amada, al haberse atrevido a dirimir una partida de ajedrez teniendo como rival a la Fortuna, lo que se describe a esta guisa:
“…Mi osadía se ha convertido en humillación, ¡maldito el día en que la falsa Fortuna jugó al ajedrez conmigo! La falsa traicionera y astuta que lo promete todo y no cumple nada…”.
La partida de ajedrez aludida se dio en los siguientes términos:
“…Empezó a jugar conmigo al ajedrez. Con sus movimientos falsos y hostiles me robó y se llevó a mi reina. Cuando vi a mi reina ausente, ¡ay!, no pude jugar durante más tiempo (…) Con un peón adelantado en medio del tablero la Fortuna gritó entonces: ` ¡Jaque a la reina y mate!`.”.
De inmediato, refiriéndose a la ominosa vencedora del encuentro, se aclara:
“Ella era una jugadora más habilidosa que Átalo (ése era su nombre), que fue el inventor de este juego. ¡Dios hubiera querido que yo hubiera sabido de ajedrez lo mismo o el doble de lo que sabía Pitágoras! Habría jugado mejor y habría protegido mejor a mi reina”.
Este punto es empero en parte matizado al aclararse:
“Aunque, ¿para qué? Creo, de verdad, que no hubiese merecido la pena. No me hubiera ido mejor, pues la Fortuna sabe todos los trucos que hay y pocos conocen sus engaños (…) Y todavía digo más: cuando ella me arrebató a mi reina, si yo hubiera sido Dios y hubiera podido hacer mi voluntad, habría hecho el mismo movimiento. Me atrevo a jurar que, tan seguro como que Dios me dará el descanso, se llevó lo mejor. ¡Por ese movimiento he perdido mi felicidad! ¡Ay, en qué hora nací!”.
Tanta congoja, lo condujo al caballero a suponer que le quedaba una única salida: el deseo de morir; por lo que el interlocutor, queriendo compadecer a una persona tan afligida, le recuerda que, para Sócrates, era poco relevante todo lo que podía provenir de la Fortuna. En ese instante, tratando de relativizar la situación (es que siempre pueden suceder cosas peores), utiliza el siguiente argumento:
“De verdad, no digáis eso. Aunque hubieras perdido las doce piezas y de dolor os suicidarais, serías condenado en este caso, tan justamente como lo fue Medea, que mató a sus hijos por Jasón (…) ¡Pero no hay ningún hombre vivo al que la pérdida de una reina le cause este dolor!”.
Más allá de la trama, hay varios puntos del relato que conviene aclarar, siempre poniendo el énfasis en el punto de vista ajedrecístico, a saber: 1) que la pieza principal no fuera un rey, sino un caballero; 2) que al aludirse a la reina se lo haga bajo la figura del fers; 3) que ambos amantes estén ubicados en colores distintos cuando se entiende que deberían por definición ser parte de un mismo equipo; 4) que se considere que la pérdida de la reina es decisiva, lo que en rigor no se ajusta a la máxima regla del juego (de la que se deriva que sólo se pierde al quedar en jaque mate el rey) ni a la potencia del movimiento de esa pieza (que era todavía muy limitado en esa época), 5) que se mencione la existencia de doce fers; 6) que se siga planteando la posibilidad de apuestas asociadas al juego; 7) que el jaque mate sea resuelto por un ”peón errante”, y 8) que se le atribuya a Átalo la invención del ajedrez. Pasemos a desarrollar puntualmente cada uno de estos aspectos.
Respecto del hecho que se hable de un caballero, y no de un rey, más allá de que se ha imaginado algo poéticamente que ello puede obedecer a una señal de humildad hacia la belleza y los dotes de la mujer amada, lo cierto que, como bien lo señala Connolly, ello más terrenalmente obedece a la posición social de quien inspirara la figura del caballero negro, que no es otro que Juan de Gante (1340-1399), a la sazón solo un duque (y por ende caballero), quien era uno de los hijos del rey Eduardo III de Inglaterra.
Esa posición de duque, y de Lancaster, la recibió justamente Juan al casarse con su prima Blanca, de cuya pérdida, al haber sido afectada por la peste bubónica, se da cuenta en El Libro de la Duquesa. El caballero fue un influyente personaje de la corte inglesa y, con el tiempo, habrá de convertirse en rey de Castilla, gracias a su enlace con Constanza (1354-1394), la hija de Pedro I (1334-1369). Su trayectoria amorosa dará un vuelco ya que, al regresar a su país, tras la muerte de su segunda esposa, se casará con Catalina de Roet-Swynford (1350-1403), cuñada del propio Chaucer con lo que la historia, al menos desde la perspectiva de los amigos, se mostrará del todo circular.
No hay que dejar de notar otro importante detalle: se puede apreciar que, durante el relato, se da la circunstancia de que el Caballero Negro podrá ser visto tanto en su carácter de pieza cuanto en su rol de jugador. En el primer carácter, se lo apreciará como peón del equipo del Destino. En el otro, pasará a asumir un rol de rival de este, tras la evolución trágica de los acontecimientos.
En la primera mirada, podríamos entender que el ajedrez es metáfora del amor, advirtiéndose al caballero caer rendido ante el mejor juego de su amada (será el peón de su reina). En la segunda, el ajedrez es metáfora de la guerra en una lucha desigual del hombre con su sino.
Ya que como es sabido fers es la apropiación europea de la figura del visir, el compañero del rey, en las versiones orientales del ajedrez, al Chaucer referirse a la duquesa con ese término, y no con la figura de reina que en el ajedrez aparecerá con plena potencia en forma más tardía, podría entenderse que, conforme lo sugiere Bolens et al., se configura una dualidad a partir de la cual el caballero asciende a rey, mientras que la reina se transforma en consejera.
En este contexto Chaucer pudo, en primera instancia, utilizar esa denominación para referirse a Blanca, en el entendimiento de que esa era la única pieza que, en el contexto de un proceso de transición, podía tener alguna connotación femenina.
Sin embargo, hay otra razón más poderosa para ello. Es que, con el nombre de fers, se solía en Inglaterra hacer alusión al peón en ajedrez que promovía al arribar a la octava fila, con lo que no se lo denominaba reina, a los efectos de diferenciarse de la original, en buena medida logrando contrarrestar la idea de bigamia que podía darse si, tras la coronación, se duplicaban las soberanas sobre el tablero.
Esa inconveniencia moral se agregaba a otra, la de la transexualización: muchos observadores veían inconveniente llegar a admitir la conversión de un varonil peón en reina. Otro problema que se verificaba en tiempos medievales con la coronación, en este caso no desde un punto de vista ético sino tomando como referencia la estructura social, residía en la necesidad de admitir que un humilde peón pudiera alcanzar credenciales reales lo que implicaba un ascenso de clase que, al menos en esos tiempos, podía ser considerado infrecuente (cuando no indeseable).
Habrá entonces que creer que Chaucer, en su camino poético y retórico, sólo podía tener el recurso de utilizar la figura del fers, por ser un trebejo ajedrecístico que podía ser connotado con sentido femenino y, consecuentemente, ser el apropiado a la hora de representar a la duquesa Blanca.
El mentado caballero, es decir Juan de Gante, era identificado como ´Negro´, mientras que la amada, siguiendo el nombre de Blanca de Lancaster, se la presentaba con esa coloratura: ´Lady White´.
Esta divergencia representa una curiosidad ya que aparecen los integrantes de la pareja como pertenecientes a distintos espacios en la partida de ajedrez cuando, además del amor que se profesaban, en la realidad de los hechos estuvieron casados, unión fruto de la cual nacerán siete hijos (Felipa, el primero de ellos, será reina consorte en Portugal; y el penúltimo se habrá de convertir en el rey Enrique IV de Inglaterra).
De esta situación anómala se han hecho diversas interpretaciones. Por ejemplo, se ha dicho que el carácter de caballero negro representa el atuendo de duelo que Juan usó al momento del oficio de religioso en recuerdo de Blanca y, más psicológica y profundamente, su propio estado de ánimo por el devenir de los sucesos.
Nuevamente Connolly aporta una interesante idea alternativa al resaltar que, en aquellos tiempos, cuando se hacía referencia a un color del tablero, más que al que correspondía a cada bando, que de hecho en la Edad Media no necesariamente estaban representadas por la lucha entre Blancas vs. Negras,[4] se podía hacer alusión a la casilla en la que cada pieza eventualmente se halla, en particular al inicio de la partida. Y, es sabido, la reina se ubica al comienzo de todo al lado del rey por lo que, ambas piezas necesariamente quedan identificadas en colores divergentes.
Aquí hay dos asuntos que analizar. Por un lado, en ajedrez, como es del todo conocido, el jaque mate se da sólo por la caída del rey. El fers, la reina, Blanca, no cumplía consiguientemente con este requisito (podría decirse que tampoco Juan quien era sólo un caballero), por lo que la partida estaba lejos de poder considerarse concluida.
Pero hay otro motivo para destacar en el asunto. El fers era la pieza de menor movilidad (se movía sólo una casilla en diagonal, todavía el movimiento ampliado de la reina no había sido consagrado) por lo que, su valor propio, era muy inferior a los restantes trebejos del juego, en particular en comparación con la poderosa torre.
Sin embargo, como se le podía asignar al fers (a la reina) un valor protectivo, acompañando de hecho al rey desde la posición inicial del juego, la parábola funciona ya que, como bien lo recalca Cooley estamos, más allá del valor intrínseco de cada pieza, en presencia de una relación de amante y amado, vale decir, de marido y mujer, con toda la potencia que este vínculo puede llegar a generar, aún en sus eventuales asimetrías.
Se ha planteado el interrogante sobre hasta qué punto la angustia del protagonista podía ser considerada real, en línea con la evolución de la vida personal de Juan de Gante tras la muerte de Blanca de Lancaster. Adams, en este sentido, parece ir al hueso al plantear que la parábola del texto de Chaucer en rigor podría encerrar, detrás de su ropaje de elegía amorosa, una actitud algo cínica, atendiendo a que Juan de Gante había arreglado, como era usual en la época, su enlace con Blanca. De hecho, también poco antes había gestionado otro lucrativo matrimonio que resultó infructuoso. Y, tras la muerte de Blanca, habrá de tener dos enlaces más, uno de los cuales muy convenientemente lo conduciría a la corona de Castilla. Por su parte, la última de sus esposas, la que era cuñada del propio Chaucer, habría sido su amante incluso desde tiempos donde se lo suponía felizmente casado con la española.
Por ende, el jaque mate que Juan habría recibido por la pérdida de la mujer amada, no se lo podría considerar tan definitivo ya que el afectado habría de tener una vida amorosa intensa que no se circunscribió a un solo capítulo amoroso. Adams termina sosteniendo que, para Chaucer, el caballero podía tener un doble rol, como sensible amante y también como apostador, un contraste entre amor y dinero que podían ser las caras de la moneda de una misma personalidad, en la que imperaban los claroscuros.
El estado de desesperación podría considerarse exagerado también a juicio de Bolens & Taylor y justamente ello explicaría el hecho de que las figuras elegidas por el autor para representar la tragedia hubieran sido el fers y el caballo (el caballero o knight), y no los más regios y del todo absolutos, en poder y en consecuencias de sus actos, rey y reina.
También podría indicarse que, habiendo Juan de Gante quedado viudo en 1368, para 1371, es decir bastante rápidamente, ya habrá de contraer sus segundas aunque, como quedara dicho, no definitivas, nupcias.
Pese a estas muy perspicaces opiniones, consideramos que, con todo, el amor de Juan por Blanca fue muy determinante y profundo. Muchas de las conductas del dolido esposo podían ser explicables teniendo en cuenta los valores imperantes en su tiempo en el marco de su presencia en la corte real, en la que las cuestiones del poder estaban a la luz del día.
No habría que olvidarse que Juan de Gante, a pesar de haber contraído enlace en dos oportunidades tras la muerte de Blanca, a la hora definitiva, habrá de decidir ser sepultado junto a su primera cónyuge, estando ambos unidos en la muerte en la Catedral de San Pablo de Londres.
Chaucer en cierto momento del texto hace alusión a doce fers. Si bien Cooley entiende que esa figura se la debe aplicar en un sentido general, con lo que es válida para todos los peones que puedan llegar a coronar, cuando se habla de doce de ellas se comete una clara inconsistencia ya que hay sólo ocho peones por bando con lo que los fers, en el mejor de los casos, si se sumara la pieza original ubicada junto al rey al inicio de la partida, serían a lo sumo nueve.
Rowland cree, entonces, que podría tratarse de otro juego, por ejemplo el ajedrez de Courier que se disputa en un tablero de 8 filas por 12 columnas, con 24 piezas por bando, muchas de ellas las conocidas, más otras adicionales, entre ellas el propio courier que se movía como luego hará el moderno alfil, es decir en diagonal todo lo que le fuera posible, habida cuenta de que en tiempos más primitivos el alfil sólo se desplazaba en diagonal saltando una casilla intermedia (como se hacía en los diversos proto-ajedrez que provenían de Oriente). Este juego, que apareció hacia el siglo XII en Europa, tuvo cierta popularidad en su tiempo, particularmente en Alemania, donde se lo disputaba en la ciudad de Ströbeck. En este pasatiempo en efecto hay doce peones lo que es consistente con el relato de Chaucer.
También se ha dicho que el autor pudo haber tomado como modelo el juego de las damas el cual, en una de sus versiones, la de las denominadas damas españolas, aparecen doce fichas por bando. Empero, en este caso, no hay piezas de valores diferenciados, lo que no permite el uso metafórico del relato en el que surgen claramente los personajes humanos asociados a las posiciones de los trebejos ajedrecísticos del caballero y del fers.
Otra perspectiva complementaria es posible imaginar a partir de la precisión del historiador ajedrecístico por excelencia Harold J. R. Murray (1868-1955) quien sostiene que fers (ferz) era un juego autónomo, conocido en la Baja Edad Media en el mundo árabe, el cual era más parecido precisamente al juego de las damas.
Rowland decanta en el sentido de que Chaucer, en El Libro de la Duquesa, cuando por ejemplo habla de “Thogh ye had lost the ferses twelve”, se refiere a otro juego que no es el ajedrez. Para Bolens et al., muy curiosamente, esa misma expresión, la de “twelve ferses”, podría adquirir otro sentido, al entender que es un puente entre dos mundos: el del ajedrez y el del reloj. En éste, como se sabe, la indicación máxima es de doce horas, número que tiene sus obvias implicancias en términos cosmogónicos y aún astrológicos. En esta mirada la pérdida de doce fers no sería la de las piezas de la reina, como se supone en una interpretación ajedrecística, sino la de las doce horas disponibles en el reloj, evidenciando los momentos angustiosos por los que atravesaba el caballero. En cualquier caso esa pérdida de los doce fers es la caída definitiva en la partida de la vida.
El régimen de apuestas estuvo asociado desde antaño a los diversos prototipos del ajedrez, proviniendo de la propia tradición indiana, habiendo tenido asidero en tiempos posteriores en todas las culturas en las que el juego fue ingresando, aún en la Europa medieval.
Por supuesto que ese vínculo del juego con el dinero (aunque no siempre se apostaban monedas o bienes, se sabe que hasta se llegaron a ofrecer partes del propio cuerpo del jugador, con las consecuentes mutilaciones físicas tras perder la partida), generó intensas polémicas e interdicciones. De hecho existieron, a lo largo del tiempo, iniciativas tendientes al prohibicionismo, ya no sólo de las apuestas sino incluso del ajedrez como tal, tallando las voces que especialmente procedían de una mirada religiosa.
Con el tiempo, las apuestas, si bien no desaparecieron, comenzarían a ser socialmente mal vistas, por lo que era políticamente incorrecto que se contemplara su existencia a la hora de construirse relatos literarios.
Es por eso que causa cierta extrañeza que Chaucer previera que la duquesa hubiera sido parte de una ofrenda al Destino, al haber sido apostada por su amado caballero. Ello surge al puntualmente expresarse: “I shulde have pleyd the bet at ches / And kept my fers the bet thereby…”, por lo que viene a cuento otras imágenes, como la de la conocida leyenda de Dilarám, la favorita del visir, que sólo por su providencial astucia logró que no fuera sido cedida a un tercero, tras haber sido apostada por su amado, aunque arriesgado, señor.
Siguiendo la tradición de Le Roman de la Rose, en El Libro de la Duquesa también será un humilde peón el que aseste el jaque mate, significando la pérdida definitiva de la duquesa. Ello sucede en el pasaje que reza: “Whan pat a powne saith to the kyng ´check mate´.”
Elsa situación ocurrirá en el centro del tablero configurando un hecho que, ajedrecísticamente, si bien no es imposible, es del todo desusado. Pero, también podría interpretarse que eso es una prueba de la habilidad del vencedor, es decir, el de la poderosa Fortuna.
También podría comportar cierto estado de humillación ya que es el más débil el que produce el mayor daño. Quizás, con esta parábola, se podría estar trasuntando la condición de fragilidad que caracteriza a la existencia.
En cierto momento se señala, y lo propio ya se había recogido en el romance francés que le sirvió a Chaucer de fuente de inspiración, “Than Athalus, that made the game / First of the ches, so was hys name.”, dando cuenta de que la invención del juego le debía ser atribuida a la cultura griega.
Esa idea tuvo mucha andadura en la Edad Media. De hecho, se convirtió en un clásico asegurar que el ajedrez se había inventado en el contexto del sitito de Troya o, como asegura en este trabajo Chaucer, que ello obedece a Átalo I (269-197 a. de C.), un rey que gobernó la polis de Pérgamo en territorios que hoy corresponden a Turquía.
Las investigaciones sobre el tema apuntan, claramente, que esta adjudicación de paternidad debe ser considerada sólo un mito y nunca una realidad. En el mejor de los casos, el juego al que podía aludirse sería el petteia, un pasatiempo muy simple, sin connotación estratégica alguna que, no obstante, en algunas concepciones, podría ser un insumo para la creación del ajedrez por fusión con otros juegos (procedentes de la India y China), especulándose que ello pudo haber sucedido en la zona de influencia de la ruta de la seda, para lo cual fue providencial que Alejandro Magno (356-323 a. de C.), en el marco de sus conquistas hacia Oriente, lo hubiera llevado a esas geografías.
Respecto del petteia, hay numerosas referencias literarias, por caso de filósofos griegos antiguos, como por ejemplo Platón (c. 427-347 a. de C.). En Europa, en la Edad Media, cuando se traducían los textos antiguos procedentes de esa cultura, por razones de seguramente una mejor divulgación, se solía traducir petteia por ajedrez, lo que alimentó la confusión (y el vínculo algo espurio). Lo propio aconteció con otro juego emparentado antiguo, procedente de la cultura romana, el ludus latrunculorum o juego de los ladrones.
Además de la tesis sostenida en esta obra de Chaucer acerca de que fue Átalo I el supuesto inventor del ajedrez, otros autores europeos, siempre poniendo el acento en la Grecia antigua, habrán también de señalar al héroe Palamedes como su creador, lo que habría acontecido en el marco del sitio de Troya, lo que acentúa la reputación en términos de leyendas de esta clase de ideas fundacionales.
A partir de algunas de las inconsistencias comentadas, se ha llegado a discutir si Chaucer estaba realmente al tanto de las características técnicas del ajedrez en toda su profundidad. En ese sentido Taylor se pregunta algo socarronamente: “Was Chaucer a chess player or a chess puzzler?”.
Adams, contrariamente, sostiene que Chaucer era un buen conocedor del ajedrez y que, en donde algunos ven confusión ajedrecística, todo debe ser reinterpretado a partir del empleo metafórico de algunos términos de cuño ajedrecístico. Adicionalmente, algunas expresiones pudieron ser utilizadas, ya no por su exactitud, sino en la búsqueda de las más apropiadas rimas poéticas.
En cualquier caso, sea como se dijo previamente el ajedrez, o su versión de Courier, o el juego de damas, el que hubiera servido de inspiración al autor, queda perfectamente evidenciada en la partida que se verifica sobre el tablero la fuerza metafórica de la lucha del hombre contra el Destino.
Para más, como asegura Camille: “Todos los juegos, desde la caza con o sin halcón hasta el ajedrez, se convierten en alegorías del deseo. De esta forma, el objetivo real del juego del ajedrez es la conquista del cuerpo de la dama…”, por lo que la investigadora ve en el ajedrez otra posibilidad interpretativa. A lo que le suma una variante al poner en foco lo urbano y arquitectónico, al manifestar:
“La ciudad medieval, aunque luchaba por liberarse de las obligaciones feudales, era el más vigilado de los espacios medievales. Demarcada por diferentes poderes y jurisdicciones, una calle podía pertenecer a un monasterio, a un obispo, a un conde local o al Común. Cada elemento arquitectónico, cada puerta o mojón, era una señal de control social. Una alegoría contemporánea del juego del ajedrez, en la que los peones que representan diferentes áreas del comercio urbano compiten por el control del espacio, compara un tablero de ajedrez, con el restringido movimiento que tienen sus piezas, con la disposición de una ciudad”.
La duquesa de Chaucer, entonces, bien puede ser la pieza de la reina que se ve inmolada en el tablero de la cotidianidad por acción de una fuerza más poderosa e invisible, causando la pesadumbre definitiva de quien la amaba. No obstante, no hay que dejar de recalcar que fue el propio caballero quien la ofreció como recompensa en caso de perder, lo que da entidad al rol subalterno que se le seguía asignando a la mujer.
Esa situación, la de la pérdida del ser más querido, comportaba para el sufriente una situación equivalente al ´jaque mate´, una metáfora que Chaucer, de algún modo, consagra en este trabajo y para siempre, la que puede ser asociada con cualquier circunstancia extrema por la que se atraviese en la vida.
El Libro de la Duquesa, en definitiva, refleja, con la melancólica belleza que proviene de las lamentaciones verbales que caracterizan al texto, los devaneos mentales y espirituales de quien experimenta la pérdida de su amada, el único ser por el que se justificaba el hecho de vivir, al que el protagonista se atrevió tan inconvenientemente de ofrecer en su partida desigual disputada contra el inconmovible e implacable Destino.
Los Cuentos de Canterbury los comenzó Chaucer a escribir en 1380, habiendo sido terminados una década más tarde. La primera publicación de la obra, si bien no está datada, corresponde al año 1476.
Serán de gran influencia ulterior en múltiples sentidos habiendo, por ejemplo, sido inmortalizada por el extraordinario y sugerente film que, en 1972, presentó el director italiano Pier Paolo Pasolini (1922-1975).
A partir de los cuentos de Chaucer se aprecia cierto contraste con la literatura de la época, dado el naturalismo que impera en su narrativa, en el transcurso de una variedad de historias centradas en distintos personajes que se encuentran durante el peregrinaje desde Londres a Canterbury para visitar el santuario de Tomás Becket (1118-1170), santo y mártir de las Iglesias católica y anglicana, el que está ubicado en la catedral de esta última ciudad (en la que actualmente existe un Museo de los Cuentos de Canterbury).
Chaucer, a través de estas narraciones, fue capaz de modelar el habla y satirizar las maneras en que se expresan y discurren sus días personas de distintas clases sociales las que, en su literatura, adquirirán un tono del todo popular. Por su lado, contribuyó a la difusión del idioma vernáculo en tiempos en los que todavía predominaba en la isla el uso literario de los idiomas extranjeros (latín y francés).
El número de cuentos alcanza la cifra de 24 y, dentro de ellos, sólo se hace una única y fugaz mención al ajedrez, hecho que ocurre en El cuento del terrateniente (The Franklin´s Tale), un relato que, de algún modo, tiene como moraleja el alto valor que significa la generosidad, aún en desmedro de los propios intereses. Allí se incluye este pasaje:
“Sus amigas, viendo que el vagar junto al mar no le representaba ningún placer, sino que le causaba más bien desazón, determinaron encontrarle diversión en alguna otra parte. La llevaron a ríos y manantiales y a otros lugares deliciosos, donde ellos bailaron y jugaron al ajedrez y al backgammon”.[5]
Como se advierte, el ajedrez resulta un eficaz pasatiempo en el contexto de la ausencia de Arveragus de Caerrud, un caballero que amaba a su dama (“la más hermosa de las mujeres bajo el sol”), con quien vivía en Armórica, el antiguo nombre que recibía una comarca que posteriormente se denominaría Bretaña, en feliz matrimonio.
No obstante, el esposo decidió marchar a Inglaterra, en busca de experiencias de armas, dejando a Dorígena, su señora, a lo largo de dos interminables años, en los que ella “lloraba y suspiraba durante su ausencia”.
Por lo que se requería el consuelo de actividades propuestas por sus amigas, de forma de que la invitasen a olvidar o, al menos, a procurar distracción; entre las cuales el ajedrez, naturalmente, ese juego tan proverbialmente difundido en la Edad Media en buena parte de Europa, y también en Bretaña, podía desempeñar un destacado papel, uno que en alguna medida resultara sanador.
Es en ese marco más relajado, donde aparece un pretendiente de Dorígena, de nombre Aurelio, el que está perdidamente enamorado de la dama quien, para evitar el cortejo, sólo acepta complacer la propuesta si se cumple un objetivo de cumplimiento imposible, el que no resultará tan imposible para un ardiente amante que no dudará en recurrir a artes mágicas para procurar conseguir su propósito.
Dorígena y Aurelio en El cuento del terrateniente, por Mary Eliza Haweis
Troilus y Criseyde (Troilo y Crésida, en idioma español) es un romance de versos trágicos compuesto en la década de 1380 por Chaucer. Su trama, constituida por 8.239 líneas de un largo poema, está inspirada en gran parte en Il Filostrato de Giovanni Boccaccio (1313-1375). En ella se retoma la historia de amor de Troilo, hijo del rey de Troya, Priam, y Criseyde, hija viuda del sacerdote desertor Calchas, lo que también hará William Shakespeare en su propio relato de inicios del siglo XVII.
Ayudada por su tío Pandarus, Criseyde es presentada hacia la mitad del poema unida por el amor con Troilus. Sin embargo, a ella la envían luego a reunirse con su padre, en el campamento griego a las afueras de Troya, donde entra en relación con el héroe griego Diomedes. Troilo, al enterarse, abandonado en la desesperación, terminará por morir en la guerra de Troya. Al final del trabajo, cuando el alma del desdichado se eleva a los cielos, el amor sexual, y su respectiva locura, se contrasta con el amor eterno de Dios, pidiéndose la protección de la Trinidad y declarar el deseo de ser merecedores de la misericordia de Cristo.
En los versos específicos en los que aparece el ajedrez (“I am myn owene womman, wel at ese / I thank it god, as after myn estat; / Right yong, and stonde unteyd in lusty lese, / ith-outen Ialousye or swich debat; / Shal noon housbonde seyn to me ´Chek mat!´”), se aprecia una idea que, por entonces, era pionera en la literatura, pero que luego sería recorrida en forma reiterada en trabajos posteriores, en el sentido de asociar toda situación agonal a la expresión “Jaque mate”.
En este caso se alude al momento en que Crésida, en una evidencia de absoluta independencia, al analizar los pros y los contras de la decisión de comprometerse con Troilo, rechaza muy enfáticamente la posibilidad de contraer unas segundas nupcias ya que, entrar en amores sería una decisión que terminaría significando un perjuicio por la pérdida de la libertad y de la autonomía de la dama, y hasta la podría conducir a su ejecución por parte de las autoridades de Troya ya que su casamiento con Troilo podía contradecir, además de sus propios deseos, su anterior palabra en cuanto al hecho de mantener su situación de viudez de alguna manera “inmaculada”. La opción parecía ser el amor o la supervivencia y, la sutil estrategia que permite el juego de ajedrez, iba a ser útil para una Crésida que, siendo mujer, debía apelar a las mejores artes para no sucumbir en una sociedad que le era hostil.
En estas condiciones, el comportamiento de Crésida, con sus maniobras y sus decisiones, no debería, como es usual en algunos análisis, ser meramente considerada como la principal responsable de las tragedias que se habrán de generar y que, en ese marco, se la podría imputar de que en definitiva ella no hizo otra cosa que traicionar al “amor verdadero”.
Michelle Danner, al estudiar con mucha dedicación este texto, lo que hace desde una perspectiva centrada en lo ajedrecístico, propone otra mirada, una mucho más matizada al sugerir que, en vez de culparla por su proceder, se deben analizar esos comportamientos estableciendo un paralelismo con el juego y sus consiguientes estrategias (en los planos de la guerra y del amor).
En ese marco la heroína, al jugar su juego, más que procurar perjudicar a otros, estaba incursa en un propio proceso de aprendizaje y, en definitiva, motivada en preservar su propia supervivencia para lo cual debía siempre actuar estratégicamente: si no lo hacía, perecería, al estar de hecho condenada a muerte por lo que, en cada momento, debía hacer su jugada (y esperar la respuesta desde un contexto que se le presentaba tan hostil).
La perspectiva del ajedrez, además de aludir a ese entramado más personal, también podía ser extendida como imagen icónica de la ciudad de Troya en la que transcurre la tragedia. En ese sentido el tablero podía ser visto como si se tratara de la propia ciudad y, extendiendo la idea, las operaciones sobre su superficie escaqueada podían ser vistas en paralelismo a los comportamientos sociales que se desarrollaban en la urbe.
Pero hay más, Crésida es disputada en una partida de ajedrez virtual en la que el amor de Troilo no es el único que está en juego, como se trasluce del siguiente parlamento en el que aparece Pándaro, el tío de la dama y quien facilita el encuentro de los amantes quien en tono comprensivo le manifiesta al enamorado: “A ha!’, quod Pandare; / ‘Here bygynneth game ”.
En esta perspectiva Chaucer retoma la posibilidad de asociar al juego (game) y, dentro de ellos, por supuesto bien podría adscribirse al ajedrez, como metáfora de un encuentro amoroso, a lo que le suma aquella lucha soterrada, en un juego en todo caso más dramático e intenso, en el que estaba enmarcada la estratega Crésida en procura de no ser derrotada por la sociedad troyana. De este modo Chaucer, desde la perspectiva ajedrecística, completa en este relato la doble parábola en su empleo: como metáfora social y como metáfora amorosa.
(texto atribuido inexactamente a Chaucer)
The Tale of Beryn es un relato de autoría anónima que se supone fue escrito en la segunda mitad del siglo XV, en el que se refleja la experiencia de los peregrinos apenas terminada su excursión por Canterbury. Fue publicado en 1721, junto a los Cuentos de Canterbury, estableciéndose una ligazón autoral con Chaucer que, siendo inexacta, algunos mantienen hoy día.
Se trata de un trabajo de más de 3.000 líneas escrito como el otro también en inglés medio, en cuyo transcurso el ajedrez tiene amplia presencia, al que se lo sindica siempre con el término ches (y no chess como sucede en inglés moderno), lo que sucede por ejemplo en los siguientes versos:
“Beryn light down on his hors, and inward gan he dres, / And fond the good man of the house pleying atte ches / With his neyghbour, as trewe as he, that dwelled hym fast by. / But as sone as this Burgeyse on Beryn cast his eye, / Sodenly he stert up and put the ches hym fro, (…)”.
Beryn era el hijo de una acaudalada familia romana. Su padre, llamado Fauno, junto a su esposa, no fue precisamente hábil a la hora de educarlo, por lo que se dio al juego. Cuando muere su madre, y Fauno vuelve a casarse, el joven quedó marginado por su conducta de la nueva familia, por lo que decide reenfocar su rumbo personal.
Para ello se dirige a Egipto aunque, en el curso de la travesía, tras atravesar una tormenta, deberá buscar refugio apareciendo en un reino desconocido, en donde todas las situaciones litigiosas se resuelve mediante juicios en los que reinaba, vista a la distancia, una no tan peculiar característica: se valoraba preferentemente la contundencia de la argumentación, aunque implicara mentiras, por encima del sostenimiento de la propia verdad.
En ese contexto el visitante, regresando a su tan idiosincrásico régimen de apuestas, jugará sucesivas partidas de ajedrez, las que se disputarán en un tablero de marfil con incrustaciones en plata, siendo su rival Syrophanes, un buen referente local.
En las crecientes exigencias que se van fijando para las compensaciones que deberá recibir el ganador de cada encuentro, si bien el visitante había vencido en los tres primeros, al caer derrotado en el último de ellos, deberá cumplir con la condición preestablecida. Como Beryn se niega a entregar todas sus posesiones, se le pedirá alternativamente que deba beber las aguas de los mares, aunque se lo excusará de hacer lo propio con los ríos que eran sus afluentes.
Adicionalmente, será el viajero acusado de crímenes que no había cometido, pero el tribunal lo absolverá mediando su defensa por parte de un bufón que, también a fuerza de mentiras, aunque de mayor calidad, logrará incluso que le restituyan sus posesiones. Este bufón se llama curiosamente Geoffrey, igual que Chaucer, el presumido por algunos autor del texto.
La historia de Beryn, o El mercader y los pícaros como también se ha conocido al relato en nuestra lengua, es una adaptación de un romance francés del siglo XIV titulado Berinus el cual, a su vez, se basa en textos antiguos de Roma (Los siete sabios de Roma) y de las tradiciones orientales, musulmana, persa y, en definitiva, del Libro de Sindibad (Sendebar o Simbad) de la tradición india escrito en idioma sánscrito. Al consignarse esta genealogía se advierte que las fuentes bibliográficas de La historia de Beryn siguen, a su manera, una línea de evolución similar a la que se le atribuye al juego de ajedrez (ese que en muchas visiones proviene del chaturanga), evidenciando un proceso de apropiación cultural que ha sido típico en tantos elementos constitutivos del mundo cultural.
Hemos presentado a lo largo de este trabajo la obra de Chaucer en la que se puso el acento en el ajedrez. Y, al decir esto, no habría que dejar de lado que, si bien no es mencionado específicamente, en El cuento del caballero, otro de los relatos incluidos en Los cuentos de Canterbury, según algunas interpretaciones, como la de Nora Corrigan, está implícito en el relato al momento de presentarse un torneo entre dos hombres que se disputan los favores de una misma mujer, por lo que ellos son meras piezas de otro juego marcado por el Destino (o los invisibles Dioses).
A partir de las aludidas referencias, podríamos llegar a preguntarnos si el escritor inglés, además de haber sido pionero absoluto de la literatura de su país al escribir en lengua vernácula, cosa que es indiscutida, debería ser adicionalmente considerado como pionero en la utilización del milenario juego, al menos en lo que respecta a la narrativa de la isla.
Chaucer, en la perspectiva continental, no fue el primero, ya que por lo pronto siguió un camino que se había iniciado en otras geografías, incluso en tiempos relativamente próximos a los de su vida, particularmente con el uso del ajedrez que hicieran en algunas de sus obras Dante Alighieri, Boccaccio y Petrarca en la península italiana y, más específicamente, con lo acontecido con Le Roman de la Rose, un texto francés traducido precisamente por el autor inglés en el que la parábola ajedrecística está muy presente.
Para más, fuera de la isla, el juego ya venía teniendo una importante tradición en su tratamiento literario, no sólo en textos didácticos (fundamentalmente de origen español e italiano) o en el Ludus scacchorum, que contiene los clásicos sermones que en el siglo XIV hiciera el monje Iacopo da Cessole usando metáforas basadas en el juego, sino también, por la existencia de numerosos relatos y cantares de gesta, particularmente de la tradición germana y francesa, que fueron tan típicos en trovadores y poetas, como ser: Parzival; Tristán; Carmina Burana; Floovant; La Chanson de Roland; Le Roman de la Renard; Garin de Montglane; De Vetula y Huon de Bordeaux, entre otros textos que podrían ser en este contexto ahora mencionados.
Podríamos preguntarnos si Chaucer los hubiera podido haber conocido, en particular a aquellos que tenían un origen galo, dado su conocimiento del respectivo idioma. Si hubiera sido así, hay otras obras del otro lado del Canal de la Mancha que pudieron haberlo sido también inspiradoras, siendo una muy especial la que asociaba a la figura de la Virgen María con la pieza de la reina, esa que se venía introduciéndose progresivamente en el juego, a partir de la mirada de otro monje, Gautier de Coincy (1178-1236), autor de Les Miracles de Notre Dame.
Creemos que lo expuesto es poco probable, y lo debería ser menos el hecho de que Chaucer pudiera haber recorrido el primero de los textos en que en Europa se presentó al ajedrez, ese poema concebido en el Sacro Imperio Romano-Germánico, hacia fines del siglo X, que es de autoría anónima, titulado Versus de Scachis (o Poema de Einsiedeln), un trabajo escrito en latín que aún se conserva.
Por razones de poca interacción con otras culturas, es aún más remotamente creíble que Chaucer tuviera en el radar los relatos nórdicos como Heiðarvíga, una saga islandesa de comienzos del siglo XIII, o las renombradas Eddas nórdicas en los cuales, y pese a lo que alguna vez se ha sostenido, se habla en todo caso de otro juego de mesa idiosincrásico que no es necesariamente el ajedrez.
Pero también en la experiencia inglesa debe decirse que hubo otros textos originados en el territorio que se refirieron al ajedrez, aún antes de las menciones de Chaucer.
Primero de todo, tenemos al Poema de Winchester, también conocido por su nombre original en latín De Shahiludio: Poema tempore Saxonum exaratum, el que es de la primera mitad del siglo XII, que comienza diciendo: “El que quiera jugar el juego de la guerra debe ordenar las piezas en la llanura del tablero” (“Belli cupit instrumentum qui ludendo fingere, Duos Tabularum Reges ponat per planitiem”). Más luego, en su transcurso a lo largo de sus escuetas 36 líneas, se describen las piezas y se brindan otras características del juego.
Por su parte, se considera que fue el reconocido filósofo y religioso Alexander Neckam (1157-1217) quien habló en su país primero del juego, lo que hizo en un texto de 1180 denominado De scaccis, escrito en latín, que se incluye en su De Rerum Naturis, donde se compilan los avances científicos a la época.
Allí se asegura que fue Ulises quien creó al ajedrez, se presenta bastante tempranamente a la figura de la reina y se habla de la majestuosidad del rey, lo que se ilustra con un episodio histórico situado en una escaramuza cerca de Gisors, en 1110 en la cual Luis VI de Francia estuvo a punto de ser capturado prisionero y, cuando un caballero inglés puso sobre él sus manos, el monarca le espetó: “Ignorante e insolente caballero: ¡ni siquiera en el ajedrez puede el Rey ser capturado!”.
Neckam, no se privó de cuestionar la vanidad de los jugadores, habló de la pérdida de tiempo que generaba la práctica del ajedrez e, incluso, habría cuestionado la posibilidad de que un peón coronase en reina ya que esa clase de transexualización no podía ser moralmente (y socialmente) aceptada.
Lo que nos atrevemos a suponer que tal vez conociera Chaucer en su calidad de funcionario real, es Dialogus de Scaccario (Diálogo sobre el Erario Público), un texto escrito por el tesorero real Richard FitzNeal (1130-1198) quien, estando al servicio de Enrique II, presenta la que se reputa como la primera obra de derecho administrativo producida en la Edad Media, en la que se asocia el término erario público a“exchequer”, una palabra de notoria connotación ajedrecística. En ese texto se dice:
“Además, al igual que en el ajedrez la batalla se libra entre reyes, aquí principalmente el conflicto tiene lugar entre dos, y la guerra se libra, entre el tesorero y el gobernador civil[6] que está sentado allí para rendir cuentas, y los demás se sientan al lado como jueces, para ver y juzgar”.
Al cabo de esta recorrida vemos que Chaucer, ni en la visión continental ni tampoco en la perspectiva inglesa, resultó pionero en cuanto a lo que a menciones ajedrecísticas se refiere. Mas nadie le habrá de poder negar el tratamiento sutil y a la vez impactante que le asignó al juego tan en boga en la Edad Media, por lo que lo elevó al nivel de recurso metafórico narrativo, cosa que pocos pudieron haber concretado, antes y después, en particular por su contribución en el contexto de El libro de la duquesa.
Ese es el principal de sus trabajos idiosincrásicos (y uno de los fundamentales en su obra integral), a partir del cual nos quedará por siempre esa poderosa imagen de un Destino que, tan cruel como implacable, al asumir su rol de protagonista de una partida de ajedrez, termina por arrebatar a la amada de su adversario (a la duquesa, a su reina) en el transcurso del juego.
Ese texto de Chaucer, entonces, se puede considerar un ícono literario singular, marcando su estrecha relación con el ajedrez, en un camino que ulteriormente seguirán muchos de sus compatriotas y otros escritores universales. Y no habría que dejar de considerar los otros abordajes ajedrecísticos del autor, en particular al colocar a Crésida embarcada, en tanto estratega, en una virtual partida de ajedrez en la que, en aras de mantener su reputación y sobrevivir en Troya, tiene como adversaria a la sociedad como un todo.
El libro de la duquesa, en donde el juego tiene un uso de un tono que oscila de lo romántico a lo trágico, más que en lo social, es un relato que no deja de conmovernos y perturbarnos y, a pesar del abisal dolor de la situación límite que transmite, una que presentándose en el plano de la ficción apela claramente a una situación del todo real (la muerte de Blanca de Lancaster), por lo que la angustia inevitablemente aumenta, nos plantea la necesidad, y a la vez placer, de acometer su lectura.
Es que El libro de la duquesa se presenta como una obra tan singular cuanto excepcional, que nos invita a ser recorrida, disfrutada, analizada y consiguientemente y, por siempre, valorada y recordada.
Adams, Jenny; Power Play: The Literature and Politics of Chess in the Late Middle Ages, University of Pennsylvania Press, Pensilvania, 2006.
Adams, Jenny; Pawn Takes Knight'sQueen: Playing with Chess in the ‘Book of the Duchess’, The Chaucer Review, Vol. 34, N° 2, 1999, pp. 125–138. JSTOR, www.jstor.org/stable/25096082.
Anónimo; The Canterbury Interlude and Merchant's Tale of Beryn, editado por John Bowers, University of Rochester, UK
Bolens, Guillemette & Paul Beckman Taylor; Chess, Clocks, and Counsellors in Chaucer's ‘Book of the Duchess’, The Chaucer Review, Vol. 35, N° 3, 2001, pp. 281–293. JSTOR, www.jstor.org/stable/25096133.
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Cooley, Franklin D.; Two Notes on the Chess Terms in the Book of the Duchess, Modern Language Notes, Vol. 63, N° 1, 1948, pp. 30–35. JSTOR, www.jstor.org/stable/2908639.
Chaucer, Geoffrey; Cuento del terrateniente
Chaucer, Geoffrey; El Parlamento de las aves y otras visiones del sueño (incluye el Libro de la duquesa), Ediciones Siruela, Madrid, 2005.
Chaucer, Geoffrey; The Book of the Duchess, versión en inglés medio original
Chaucer, Geoffrey; Troilus and Criseyde: Book II
Danner, Michelle; Game of love: Chess and agency in Chaucer’s Troilus and Criseyde and She will suffer no grates: Spatial tensions in Cavendish’s the convent of pleasure, A Thesis Submitted to the Faculty of The Graduate School at The University of North Carolina at Greensboro in Partial Fulfillment of the Requirements for the Degree Master of Arts Greensboro, 2016
De Lorris, Guillaume & De Meung, Jean, Le Roman de la Rose
Murray, Harold J. R.; A history of chess, Skyhorse Publishing, New York, 2012.
Negri, Sergio Ernesto; El erotismo, y algo de ajedrez, estrategias frente a la peste en el Decamerón de Boccaccio, en https://ajedrezlatitudsur.wordpress.com/2021/06/18/el-erotismo-y-algo-de-ajedrez-estrategias-frente-a-la-peste-en-el-decameron-de-boccaccio/.
Negri, Sergio Ernesto; Lewis Carroll imaginó a su Alicia jugando al ajedrez al atravesar el espejo, en https://ajedrezlatitudsur.wordpress.com/2021/03/19/lewis-carroll-imagino-a-su-alicia-jugando-al-ajedrez-al-atravesar-el-espejo/.
Rowland, Beryl; Chaucer´s Duchess and Chess, University of York & University of Victoria, https://journals.lib.unb.ca/index.php/flor/article/viewFile/19196/20850.
Stevenson, S. W.; Chaucer's Ferses Twelve, ELH, Vol. 7, N° 3, 1940, pp. 215–222. JSTOR, www.jstor.org/stable/2871492.
Taylor, Mark N.; Chaucer's Knowledge of Chess, The Chaucer Review, Vol. 38, N° 4, 2004, pp. 299–313. JSTOR, www.jstor.org/stable/25094260.
Notas:
[1] Dado que el texto original fue escrito en inglés medio, se pueden apreciar notorias diferencias con las denominaciones a los que estamos acostumbrados. Por caso, ajedrez se dice ches con sólo una ese final y no chess conforme la denominación moderna. Además, en general, se advierte que a los verbos en infinitivo se les suele agregar una letra e sobre el final, lo que nos puede resultar algo extraño por lo anacrónico.
[2] Lo hizo bajo el título The Romaunt of Rose.
[3] El párrafo respectivo en la versión en francés, en el que se da cuenta que un errante y humilde peón es el encargado de anunciar el respectivo jaque mate, es el siguiente: “L'assailli por li desconfire, / eschec et mat li ala dire / desus son destrier aufferrant / d´un tret de paonet errant / ou milieu de son eschequier.”. En el mismo parágrafo (Nº 6935) se hace otra referencia al juego, en los siguientes términos: “Et chevaliers as gieus perdirent, / Et hors de l'eschiquier saillirent, / Tel paor orent d'estre pris / Au geu qu'il orent entrepris: / Car qui la vérité regarde, / D'estre mat n'avoient-il garde, / Puisque sans roi se combatoient: / Eschec et mat riens ne doutoient, (…)”.
[4] En el trabajo que hiciera sobre la relación de Lewis Carroll con el ajedrez, se habló particularmente de este tema. Allí, siguiendo el análisis del medievalista francés Michel Pastoreau (nacido en 1947) se indicó que, originalmente, en el mundo oriental los colores enfrentados en las distintas versiones de proto-ajedrez eran el negro y el rojo. Al ingresar el juego en Europa, si bien no había un canon único, lo habitual era que la confrontación se diera entre piezas rojas y blancas. Sólo en un periodo posterior, aproximadamente para el siglo XIII (es decir poco antes del momento en que aparece El Libro de la Duquesa), se fue al modelo definitivo, en el que la antítesis se dará entre blancas y negras. Como todos esos procesos se dieron en forma paulatina, al estar aún en un periodo en transición en el contexto de la modelización definitiva del ajedrez, es probable que Chaucer hubiera tenido a la vista tanto tableros con piezas rojas y blancas cuanto otros, más “modernos”, en los que las coloraturas empleadas fueran las definitivas, es decir las que representan la lucha entre trebejos blancos y negros.
[5] El texto original, en ingles medio, dice en la parte pertinente: “They dauncen and they pleyen at ches and tables”. Cuando se habla de “tables” es el juego que, en la época, equivale al chaquete, un pariente del backgammon. Fuente: http://sites.fas.harvard.edu/~chaucer/teachslf/frkt-par.htm.
[6] Cada gobernador civil era el encargado de pagar los tributos al monarca. De allí la importancia de este pasaje en el cual queda claro la importancia de cumplir con las leyes, y de oblar al Tesoro, siempre desde la perspectiva del recaudador, claro está.
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