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(De Alejandra Pizarnik)
“todavía la enclítica no destruye
los peones reverentes ante él
millares de montañas
revientan exquisitas
delante del sol rojo
(no sol amarillo)
pensar innato en moldeadas rejas
torta trashumeante de vela sin fogón
quisiera ser masa lingüística para cortarle la barba
ondas en preciosa lumbre
alzar bandera gratuita
kilómetros de nueces
y golpes en relevante torniquete”.
Una idea clave de esta trabajo, y de otros posteriores de la autora, residen en la posibilidad de trasmutación. Por eso podría haber planteado en el poema la idea de querer ser una masa lingüística; por eso quizás nos hable de una torta de continuo movimiento, por lo que tendrá la característica esencial de trashumeante (un neologismo delicioso); por eso, al sostener que la enclítica no destruye los peones, aplica un concepto extraído del terreno lingüístico a otro que se da en un plano del todo corpóreo, yuxtaponiendo universos diversos. Podríamos preguntarnos, entonces: ¿el poema se llama precisamente Ajedrez, al ser este un espacio en donde todas las transformaciones, todas las transmutaciones, todas las metamorfosis, podrían llegar a ser posibles?
La Argentina, con este, propone tres poemas bajo el título Ajedrez. ¿Hay otros países que pueden proponer algo similar? Por supuesto, evocamos los sonetos de Jorge Luis Borges (1899-1986), pero también los menos conocidos versos de Arturo Capdevila (1889-1967). Y esa trilogía se transforma en tetralogía si recordamos el Ajedrez de País Central de Alberto Laiseca (1941-2016) en donde se alude al xiang-qi chino. ¿Cuántos países pueden evidenciar una riqueza poética específica tan rica dirigida al milenario juego?
Volviendo a Pizarnik, recordemos que, en sus Diarios, Alejandra Pizarnik enfatiza su vínculo con el juego con otras menciones. Un día 26 de julio, convaleciente de una enfermedad, se la ve leer a Marcel Proust y cavilar acerca de una enigmática L. que la está esperando; en ese contexto se exige:
“Disponer los días como frente a un tablero de ajedrez” y, poco más adelante, hace una reflexión que frente a la cortedad de su vida resulta algo hiriente: “¡Al diablo! ¡Me creo eterna! Todo el mundo dice: ¡tenés la vida entera por delante! (¿y por detrás?). ¡Y así ´se´ dejan pasar los años!…¡Y no ´se´ hace nada!, ¡hay tiempo!”.
Finalmente, en un 21 de noviembre, día en que se la ve en una caminata por la calle Florida entre la Avda. de Mayo y Corrientes de la ciudad de Buenos Aires, apunta:
“Los poemas de (tachado) me sugieren a un señor que está jugando una infinita partida de ajedrez y que, como no puede fumar, para colmar su hastío escribe sus poemas”.
Nos intriga sobremanera saber cuál es el nombre debajo de esa tachadura. Y tememos que nunca lo sabremos.
Finalicemos este recuerdo de Pizarnik con otro que le tributara el gran escritor argentino Julio Cortázar (1914-1984) quien le dedicó estas palabras que aparecen en una carta datada el 9 de septiembre de 1971 en París:
“…Bicho, de acuerdo, / vaya si sé pero es así, Alejandra, / acurrúcate aquí, bebé conmigo, / mirá, las he llamado, / vendrán seguro las intercesoras, / el party para vos, la fiesta entera, / Erszebet, / Karen Blixen / ya van cayendo, saben / que es nuestra noche, con el pelo mojado/ (…) y la chica uruguaya que fue buena con vos / sin que jamás supieras / su verdadero nombre, /qué rejunta, qué húmedo ajedrez, / qué maison close de telarañas, de Thelonious, / que larga hermosa puede ser la noche / con vos y Joni Mitchell / con vos y Hélène Martin / con las intercesoras / animula el tabaco / vagula Anaïs Nin /blandula vodka tónic…”. (el destacado no obra en el original)
Cortázar, evidentemente apelando a un contexto amoroso, habla de “húmedo ajedrez”, en una hermosa metáfora de cómo la apasionada Pizarnik podía llegar a vivir alguna situación que remitiera a la pasión. Pasión amorosa. Pasión por el ajedrez, Pasión por la literatura y, más específicamente, por la poesía. Otra evidencia de los armoniosos posibles y beatíficos cruces entre el mundo de las letras y el mundo del arte.
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