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En esas condiciones, no puedo sustraerme al deseo de hacer algún comentario de una obra que, ya lo anticipo, es de lectura imprescindible para quienes quieran sumergirse en la historia del ajedrez argentino.
Como bien dijera el prologuista del libro, nuestro amigo y coeditor del sitio AJEDREZ LATITUD SUR Enrique Arguiñariz, este trabajo fue escrito «a partir de los mejores encuentros que han jugado ajedrecistas argentinos» siendo ese «el punto de vista más directo, escribir sobre ajedrez desde el mismo ajedrez, contando nada más y nada menos que lo que sucede en el tablero». (El prologuista entrevistó al autor del libro pudiendo verse los resultados de ese encuentro en El GM Diego Valerga nos presenta su nuevo libro: “Partidas inolvidables 1900-1969”, una recorrida por el ajedrez argentino).
Valerga, al presentar su obra, la adscribió en la tradición de otra que es de lectura impostergable: «Brillantes partidas argentinas» (Editorial: Sopena, Colección Nueva Biblioteca de Ajedrez, 171 pgs., Buenos Aires, 1977) del recordado Guillermo Puiggrós.
Libro de Guillermo Puiggros
En esta nueva entrega que hay que agradecerle a Valerga, se han recopilado y analizado doscientas partidas de grandes jugadores del país, comenzando por una disputada en el último año del siglo XIX en la que participan Julio Lynch y Emilio Carranza, para finalizar la impostergable recorrida con otra del campeonato argentino de 1969 en donde se vieron las caras Raimundo García y Carlos Eleodoro Juárez.
Por supuesto que, en el interregno, habrá producciones de Miguel Najdorf, Oscar Panno, Julio Bolbochán, Raúl Sanguineti (incluido su triunfo ante Bobby Fischer), Erich Eliskases, Roberto Grau (en particular su éxito ante Max Euwe), la victoria olímpica de Luis Piazzini ante Samuel Reshevsky, Carlos Guimard, Herman Pilnik, Héctor Rossetto y tantos otros, incluidas varias figuras femeninas (no siempre recordadas) desde nuestra primera campeona nacional Dora Trepat de Navarro hasta la malograda Aída Karguer, la última referente del periodo tomado como base de la investigación, pasando por Paulette Schwartzmann, quien vino desde Francia en 1939 para jugar el mundial de mujeres decidiendo por la Segunda Guerra Mundial, como tantos otros ajedrecistas europeos, quedarse en definitiva entre nosotros para brillar en competencias locales.
Sabemos que apropiar los fenómenos culturales y sociales al devenir orgánico de un individuo es más un ejercicio intelectual, uno no obstante posible, que quizás un herramental analítico que resulte del todo preciso. Sin embargo, en este caso no nos privaremos de hacerlo. Y en ello mucho tiene que ver las dos profesiones de nuestro autor.
Si vemos al siglo XIX de la Argentina como el comienzo de la aparición y construcción de una nueva Nación, una en la que el ajedrez hizo acto de presencia desde sus propios inicios, podríamos decir que estábamos en una etapa de nacimiento (fundacional). Nos imaginamos que, en esas circunstancias, los grandes referentes de la patria, y los pioneros de aquellos años en materia específica de ajedrez, fueron los parteros de esa primera etapa de nuestra vida como Argentina y de la aparición del juego en el escenario construido a partir de romper las cadenas que nos ataban a la potencia extra continental.
Ya instalados en el siglo XX, periodo al que se refiere específicamente el libro, aunque no llega a sus postrimerías, podríamos decir que ingresamos en la etapa de niñez y adolescencia, de una patria que Jorge Luis Borges definió como «vacilante». En ella se vieron, no obstante, especialmente en sus comienzos, rápidos signos de desarrollo con un ajedrez vernáculo que supo estar a tono hallando su voz en la escena universal. Un juego siempre en sintonía con el devenir de los procesos sociales y culturales de los que forma parte, a los que nutre y de los que se alimenta.
En esas condiciones, en esta segunda etapa en la que se dieron los primeros pasos, tras el accionar de buenos parteros, aquellos que posibilitaron la vida, debieron aparecer los pediatras para acompañar a ese niño, el país en formación, ahora incurso en la etapa del crecimiento y de los sueños. Un nuevo tiempo en el que el ajedrez supo estar a tono con ese incipiente progreso colectivo, en particular con sus logros de los años 40 y los decenios inmediatos siguientes, en donde finaliza con mucha propiedad y galanura la recorrida el autor, quizás para no adentrarse en un periodo menos exitoso, ese que se vendría. Periodo que no obstante dio sus logros y sus realizaciones los que, esperamos, sean encarados por el autor en un próximo trabajo que complemente el presente.
En este orden de ideas no nos parece nada casual que sea precisamente Diego Valerga quien nos haya propuesto esta recorrida por años tan gratos de un país que en el siglo XX comenzó a dejar su infancia. Es que, además de GM, por lo que tiene las credenciales para encarar esta clase de obra centrada en el análisis de la técnica del juego, estamos en presencia de un pediatra.
En ese admirable rol, ha acompañado (y lo sigue y seguirá haciendo) a tantos niños y niñas en su etapa de crecimiento. En ese admirable rol, unido al de reconocido ajedrecista, también ahora nos ofrece una mirada tierna, profesional y exacta de la evolución de un ajedrez argentino, medido en grandes producciones que van de 1900 a 1969, en un lapso de tiempo en el que mucho supo crecer.
En ese proceso de crecimiento se dieron, como debe ser, los momentos de descubrimiento y placer y, también, por momentos, el registro de signos de dolor. Pero el libro decanta, y así es mejor, por el lado más amable. Es que el ajedrez argentino en esas siete décadas pasó de ser un mero pasatiempo casi hogareño o sin ambiciones en círculos sociales, a competir en el escenario local y regional hasta ser parte central en la escena mundial, como se demostró en las primeras incursiones olímpicas en los años 50, entre tantos hitos ya evidenciados de su rica historia.
Un país como un todo, y un ajedrez argentino en el metro cuadrado de nuestro particular interés que, en vistas del siglo XXI, tiene que mirarse en el espejo de su pasado, para saber de dónde venimos y contrastar las lecciones que deben ser aprendidas, de forma tal de aspirar a desarrollarse plenamente en lo que vendrá.
Para lo que nos aguarda, tras el partero y el pediatra, seguramente sabremos recurrir a un buen profesional de la clínica médica que ausculte la evolución del país y en cualquier caso ayude a prevenir los males.
Diego Valerga | Foto: ALS
En su doble condición de ajedrecista y pediatra Diego Valerga nos regala una obra que ilustra sobre un tiempo de crecimiento. Con ciertas añoranzas de futuro, y confiando en que se construya el edificio ladrillo a ladrillo (y el ahora aportado por el autor ya forma parte de esos cimientos), aguardamos que esas futuras crónicas, las que están por escribirse, puedan exhibir, al reflejar otros tiempos, los venideros, el rostro virtuoso de un país que debe dejar por una vez su condición de vacilante para, poniendo en acto sus potencialidades, decidirse a plenamente ser.
Diego Valerga | Foto: ALS
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