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Durante muchos años se ha asegurado que en el 1215 surge el texto Quaedam moralitas de scaccario per dominum Innocentium papum, al que el gran historiador inglés Harold Murray (1868-1955) bautizó como La moralidad de Inocencio, aludiendo a Inocencio III (1163-1216). Es del todo sugerente que, en el propio título de la obra, se hubiera invocado el nombre del propio pontífice.
Se trata de un breve opúsculo que tuvo buena repercusión en Inglaterra cuando en 1630 es traducida y, especialmente, a partir de que fue registrada algunos años después por el orientalista e historiador del ajedrez, Tomas Hyde (1636-1703).
Con el curso del tiempo, se ha dudado de esa autoría papal, por lo que en todo caso la imperecedera idea contenida en el texto en cuanto a que el mundo se asemeja a un tablero de ajedrez, podría ser más bien adscripta a Juan de Gales (Johannes Gallensis o Vallensis, o John de Waleys) (1220-1285), un fraile franciscano que enseñó en París y Oxford a quien se le debe el Communiloquium o Summa collationum (Suma de colaciones), que es de aproximadamente el año 1270, en donde hay un fragmento dedicado al ajedrez en la línea indicada.
Sin embargo, algunos investigadores descreen también de ello. Pueden o seguir insistiendo en que Juan se basó en Inocencio III (de hecho sus sermones fueron muy populares a lo largo de todo el siglo XIII) o, aún más, que el vibrante texto podría no pertenecer a ninguno de ellos, por lo que sostienen que su autoría en rigor sigue siendo desconocida (Fuente: Mundus iste totus quoddam scaccarium est: por Susanna Greer Fein (Editora), 2015).
Más allá de estas disquisiciones, el texto existe, y es muy significativo. Y habla a las claras de que el ajedrez era una actividad central en la sociedad medieval y, desde ahora, podía formar parte de ciertos debates morales.
Una compilación antigua de este trabajo, hecha en 1429 es incluida en Destructorium vitiorum por el religioso y filósofo Alexander Carpenter, texto que también se le atribuyó, pareciera que incorrectamente, a su compatriota, el teólogo inglés Alexander de Hales. Allí se considera al juego como honesto, siguiendo la prédica iniciada dos siglos antes por el opúsculo indicado que le sirvió de antecedente, siempre que se cubriera la condición de que, si habían apuestas, ellas debían ser moderadas.
El trabajo que se prefiere remitir a Juan de Gales, fue impreso en innumerables ocasiones, a partir de 1472. En el devenir del tiempo, con toda actualidad y certeza, una versión del libro fue publicada por el propio Murray en 1906 bajo el título Modus et scientia ludi scaccorum. Quaedam moralitas de scaccario.
En él [1] se retrata a las piezas. Por lo pronto se es bastante benévolo con el rey, al que se considera justo. En cuanto a los caballeros (corresponde a la pieza del caballo), en principio su mirada es positiva, ya que el primero de sus sub-movimientos se hace en línea recta pero, como luego se le agrega un segundo, que es de índole oblicua, se interpreta que en ese momento se han desviado de una conducta moral. Va quedando del todo claro la asociación: lo recto es lo correcto; lo oblicuo es lo pérfido. Simplificaciones de aquel pensamiento medieval.
En esas condiciones, tanto las reinas cuanto a los alfiles se los considera sinuosos. A las primeras se las acusa de mostrar una predisposición a la violación de las normas y, por ende, fomentar la injusticia. Y, a los alfiles, contemplando que esa pieza corresponde a la figura de los obispos (bishop), y dada su reconocida movilidad en diagonal, se llega a la conclusión de que “…casi todos los prelados pervierten el odio y el amor y el apoyo a las funciones…”. Esta consideración, tan negativa a la jerarquía eclesiástica, es uno de los puntos centrales a la hora de descartar (y eso se le debe a Murray) que haya sido Inocencio III el autor de este escrito legado a la posteridad.[2] En cuanto a los peones, se considera que su paso derecho evidencia humildad, pero que el problema se da en la captura, que es también en diagonal,[3] momento en el cual el personaje plantea su orgullo.
Estas caracterizaciones son importantes ya que este texto, que corresponde aún a un tiempo en que se producía en manuscritos, es uno de los primeros que, basados en el ajedrez, adquiere un tono moral. Una línea que continuaría el fraile dominico Iacopo Cesole (c. 1250-1322) quien, en el muy influyente Liber de moribus hominum et de officiis nobilium super ludum scacchorum (más brevemente, Ludus scacchorum), al modelizar la sociedad medieval, en sus oficios principales y comportamientos, se valdrá fuertemente de las características de las piezas del ajedrez. [4)
El texto que se prefiere ahora adjudicar a Juan de Gales,[5] como quedó dicho, y lo propio sucederá con el de Cesole y otros por el estilo, está adscripto al mensaje que se quería construir desde la Iglesia utilizando al ajedrez como parábola, primero en la propia educación de los sacerdotes y, a partir de los sermones, para influir en la conducta de los feligreses.
En ello habrá de ser muy importante la asociación de la figura del diablo con el negro, al que debía procurar vencerse. Y el propio tablero era reflejo de la dicotomía en la que los escaques blancos quedan asociados a lo bueno, mientras que los oscuros remiten a lo malo, ya que esa posible seguir “…el estado dual de la vida y de la muerte, de la alabanza y la culpa”. El fin de la partida queda emparentado con la muerte, momento en el que hay que evidenciar arrepentimiento ya que, en caso contrario, el destino es el infierno donde no hay redención.
Por la cronología precitada, queda del todo claro que Inocencio III y Juan de Gales [6] no llegaron a coexistir. Pero siempre es posible la influencia posterior en este de los sermones de aquel, los que fueron muy populares a lo largo de todo el siglo XIII. Lo que reluce, en cualquier caso, es que ese papa fue un aficionado al ajedrez, lo que dio motivo al referido equívoco o a la posibilidad de adscripción sugerida.
Más allá de las oscuridades históricas, que pueden aparentar imprecisiones difíciles de digerir, lo que termina por ser muy importante, es el peso que se le da al juego en un relato moral que estaba perfectamente en sintonía con la religiosidad. Ello adquiere mayor relevancia si se tiene en cuenta que hubo numerosos gestos de prohibicionismo al juego de parte de destacados referentes de la Iglesia Católica (y de la jerarquía de otros cultos), en particular por las distracciones que podía provocar o por su asociación al impío dinero, cuando se involucraban apuestas.
En estas condiciones, cualquier mención al ajedrez en tono de parábola moral, debía necesariamente ser considerada como una reivindicación y un reconocimiento al juego. Estamos en pleno siglo XIII en el que la literatura europea propiciaba la necesidad de la virtud y la condena del pecado y los malos hábitos. Y el ajedrez podía ser visto, en ese contexto, como un auxiliar en esa batalla.
Así seguramente lo pensó Inocencio III. Y Juan de Gales. Y Cesole. Y tantos otros referentes de una Iglesia tan poderosa como influyente. Esa es una contribución que debe ser considerada central para la viabilidad de un juego que debía poder ser practicado, a partir de ahora, sin culpa alguna, por una sociedad europea que lo habría de adoptar como uno de sus principales pasatiempos.
La frase más significativa e imperecedera de la obra que se sigue prefiriendo actualmente referenciar a Juan de Gales es aquella que dice: “El mundo es un tablero de ajedrez” (“Mundus iste totus quoddam Schacharium est”). Frase que supo alguna vez atribuirse a Inocencio III, y que quizás efectivamente pronunciara. Un papa que comenzará por tener escudos pontificios personales, en donde podrá apreciarse, al menos así muchos lo quieren interpretar, un tablero de ajedrez en el que se ha posado un águila.
Reiteremos la frase. “El mundo es un tablero de ajedrez” (“Mundus iste totus quoddam Schacharium est”). A tan contundente como hermosa expresión, a pesar de sus connotaciones implícitas que apelan a lo dilemático, necesariamente claroscuro, a esa preciosa sentencia, sea de Inocencio III, o de quien fuere, por siempre nos aferraremos.
Inocencio III el primer papa en adoptar un escudo. Y de probable connotación ajedrezada
[1] Juan de Gales queda muy alineado con la idea más tolerante hacia el ajedrez, que había comenzado a insinuarse con fuerza desde el siglo XIII. De hecho lo tilda de “juego social y honesto”.
[2] Un buen abordaje al tema se puede consultar en Thorndike, Lynn. “‘All the World’s a Chess-Board.’” Speculum, vol. 6, no. 3, [Medieval Academy of America, Cambridge University Press, University of Chicago Press], 1931, pp. 461–65, https://doi.org/10.2307/2848515.
[3] Se ve que el autor estaba muy preocupado por las capturas en diagonal (de dama, alfil y peón), movimientos a los que asociaba con un apartamiento a la rectitud moral. El filósofo argentino Ezequiel Martínez Estrada (1895-1964), quizás sin saberlo, derrumba esa teoría tan simplista al plantear que, girando el tablero en 45°, el movimiento oblicuo de antes se transforma en recto (y viceversa). Con ese cambio de perspectiva Juan de Gales debiera haber visto a la torre como la pieza que por definición alteraba las reglas.
[4] Pero el espíritu del enfoque diferiría ya que, mientras Juan de Gales al caracterizar el movimiento de las piezas decantará más bien en sus defectos, Cesole en cambio tenderá a apreciar sus virtudes. En esta última mirada se apunta a que cada uno debe cumplir con la misión respectiva y, en ese marco, el orden social estaba garantizado, por lo que la cuestión moral que estaba implícita era la de la virtud y ya no la del terror.
[5] El texto en latín y una traducción al inglés se pueden obtener desde el siguiente enlace: https://d.lib.rochester.edu/teams/text/fein-harley2253-volume-3-article-109
[6] Juan de Gales es parcialmente contemporáneo con el mandato de otro Sumo Pontífice, Inocencio IV (1185-1254), quien asumiera como tal en 1243, siendo el mismo que introdujo la tortura como instrumento fundamental para la obtención de confesiones. Es de destacar que se asegura que en el año 1236, en el obispado de Lucca hay dos series completas de piezas del juego que formaban parte de sus pertenencias, conforme inventarios redactados en 1353.
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