¡Que viva el ajedrez clásico!

por Rune Vik-Hansen
04/01/2024 – Con la llegada de nuevos fondos y nuevos patrocinadores, y un número nunca visto de espectadores suele seguir las partidas de ajedrez. Eso sí, la tendencia se inclina hacia los controles de tiempo más rápidos. Las partidas clásicas se juegan con tiempos reducidos, y los torneos rápidos y relámpago están ganando popularidad. Esto proporciona más acción y más emoción y requiere un periódo de atención más limitado en comparación con las partidas largas. Pero, ¿es realmente el camino a seguir? En medio del ajetreo, ¿no corremos el riesgo de perder de vista el propio ajedrez y, no menos importante, a nosotros mismos? ¿Que lo único que nos queda es el subidón de adrenalina? ¿Nos hemos vuelto tan ocupados que estamos a punto de liquidarnos a nosotros mismos? Rune Vik-Hansen, filósofo noruego, aboga por las partidas largas. No se pierda sus reflexiones acerca del ajedrez, pero también acerca de la vida. | Foto: Nadja Wittmann (ChessBase)

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La mala participación en el Campeonato de Clubes de esta temporada (2023) de mi club de ajedrez local en Noruega ha suscitado inquietud sobre cómo abordar los problemas financieros del club, así como la futura contratación de personal, lo que tiene consecuencias para los primeros, sugiriéndose como solución una reducción del tiempo de reflexión de los 90+30 actuales a 60+30.

¿Qué argumentos se esgrimen para apoyar esta reducción del tiempo de reflexión?

Lo más urgente parece ser el miedo a quedarse atrás con respecto al zeitgeist, al desarrollo social al que tenemos que adaptarnos. Hoy en día, todo va mucho más rápido que antes. Hasta los jugadores de élite participan cada vez más en torneos a ritmo rápido, a veces incluso si los premios en metálico parecen más bien cutres. Son innumerables las analogías, metáforas y paralelismos entre "el ajedrez y la vida", pero ¿hasta dónde hay que estirarlas?

Pregunta: La afirmación de que el ajedrez debe seguir el espíritu de los tiempos y el desarrollo social, ¿es una premisa en un argumento aún no formulado o la conclusión de un argumento aún no formulado?

Más allá de la bomba parroquial del ajedrez, no está claro por qué todo tiene que ir tan rápido. El hecho de que la voluntad de seguir las partidas de ajedrez durante un tiempo cada vez más corto, refleja en muchos sentidos el resto del desarrollo de la sociedad. Todo tiene que ir cada vez más rápido, de echo, hasta tal punto que apenas estamos 'presentes' ni en nuestra propia vida, por ni hablar de estar ausentes en las vidas de la gente que nos rodea. ¿Este fenómeno verdaderamente se debe a la "falta de tiempo"? Y esa falta de tiempo, ¿ahora ya ha atrapado también al ajedrez? ¿Quién inicia el ajetreo en primer lugar? ¿Quién es el impasible, en palabras de Aristóteles? ¿Cuál es entonces el objetivo de esta eterna carrera? ¿Hacia dónde? ¿Cuál es el objetivo? ¿El plan? ¿Sirve el ajetreo y el bullicio a un propósito superior?

Paradójicamente, el hombre como especie, como es bien sabido, no va a ninguna parte, pero en lugar de aprovechar al máximo el tiempo que nos ha sido asignado, ¡intentamos vivir nuestra vida hasta el final lo antes posible! Evidentemente, gana quien llega primero, pero ¿cuál era el premio? En la filosofía, en cambio, el que gana, llegará el último (Wittgenstein (1889-1951)).

El hecho de que algunos (¡nadie lo menciona, nadie lo olvida!) de la llamada élite mundial tengan problemas con el ajedrez clásico, ¿no debería ser problema de otros? ¿Vamos a hacer nuestros los problemas de otros con el ajedrez clásico? En el mundo de la política, a menudo se habla de países "naturales con los que compararse". Pero es fácil olvidarse de que lo "natural" y lo "correcto" no son sinónimos. Que algo sea "natural" sólo significa que el cerebro inicia un impulso, inducción o incitación, sin necesidad de justificación alguna, a diferencia de que algo sea "correcto".

¿En qué se basan los demás para asumir o "heredar" los problemas de los jugadores de élite con el ajedrez clásico?

En medio del ajetreo, ¿no corremos el riesgo de perder de vista el propio ajedrez y, no menos importante, a nosotros mismos? ¿Que lo único que nos queda es el subidón de adrenalina?

Si la adrenalina es lo más importante, quizá deberíamos preguntarnos por qué jugamos al ajedrez en primer lugar: ¿autoafirmación? ¿Para mimar nuestro ego? ¿Para ganar comprensión y perspicacia (aprendizaje), crear algo o resolver misterios, encontrar alegría en el compañerismo durante las partidas así como en el análisis, el humor que acecha en las sorpresas, el orgullo de salir airoso de una preparación? ¿Qué queda si todo se reduce a "yo, yo, yo mismo y mi subidón de adrenalina"? ¿Qué pasa con el ajedrez como deporte, arte y ciencia? ¿No perderá el ajedrez sus aspectos artísticos y científicos si lo único que importa es la adrenalina?

Nakamura y Caruana jugando al ajedrez relámpago en Ferguson, Missouri

Una partida de ajedrez bulet (súper relámpago)

En comparación las partidas clásicas  (Grenke Chess 2019, duración: 5 horas y 40 minutos) 

¿No es más satisfactorio vencer a un oponente más fuerte en el ajedrez clásico que en el rápido, porque exige más y porque el elemento de la suerte desempeña un papel mucho menor, aunque la suerte no pueda descartarse por completo ni siquiera en el ajedrez clásico?

En su epistemología y teoría del conocimiento, Platón insistió en que "sólo vale la pena perseguir lo que es duradero", es decir, no las impresiones sensoriales fugaces, sino la comprensión de las ideas (las esencias no físicas, intemporales, absolutas e inmutables de las que todas las cosas son imitaciones), lo que también se aplica a la cuestión de la felicidad o "la buena vida" (gr. eudaimonia, "florecimiento humano"/"buen espíritu").

Hoy en día, la felicidad, a diferencia de la eudaimonía (que representaba un alma equilibrada, compuesta de deseos y voluntad y controlada por la razón, que permitía recibir un golpe sin tener que hacer acopio de todas las fuerzas), se interpreta a menudo en términos monosilábicos: "sexo, drogas y rock 'n roll", donde las emociones fluctúan de un momento a otro; de arriba abajo en un santiamén. En la misma línea, podríamos preguntarnos si unos partidos cada vez más cortos son el camino hacia el Nirvana.

Podríamos imaginarnos la persecución de partidas de ajedrez cada vez más cortas trasladada a otros ámbitos, por ejemplo la filosofía o la música: "Exprimir el mayor número posible de notas por segundo, sin tener en cuenta la calidad". ¿Alguien ha dicho experiencia musical? (La equivalencia en ajedrez sería probablemente 'bala' (partidas de 1 minuto)). Algunos recordarán todavía la maestría suprema del músico de blues estadounidense B. B. King (1925-2015) sobre la nota única? ¿Por qué iba a ser el ajedrez una excepción?

¿Qué hay de la herencia ajedrecística? ¿Son las partidas rápidas las que nos vienen a la mente cuando recordamos jugadores y torneos, lugares visitados, dónde salíamos, de qué hablábamos? ¿Qué queremos dejar a las generaciones futuras? ¿Y qué hay de la relación entre el tiempo empleado en una jugada y la calidad de la misma? (Puede que no exista una relación fija, pero la experiencia atestigua, no obstante, cierta conexión). ¿Se volverán a jugar partidas rápidas dentro de, digamos, 50-200 años?

Si la adrenalina es el objetivo más importante, ¿por qué no suprimir el ajedrez por completo y mantener el reloj sólo con el tiempo de reflexión 0+1, de modo que consigamos el subidón que buscamos y podamos volver a casa lo antes posible? De todas formas, no es el ajedrez lo que buscamos, ¿verdad? Algunos expresan un cauto optimismo en que 60 + 30 es un paso hacia partidas de ajedrez aún más rápidas, pero ¿por qué detenerse ahí?

Desde un punto de vista filosófico, la propia noción de progreso y desarrollo -una idea que cobró impulso con el filósofo británico de la ciencia Sir Francis Bacon (1561-1626), cuyo "conocimiento es poder" (scientia potentia est) trataba de controlar la naturaleza para mejorar la suerte de las personas- se ha visto sometida a una presión cada vez más fuerte, en la que cada vez más personas dudan de que el "desarrollo" esté "avanzando". ¿En qué sentido se considera que unos juegos cada vez más cortos son un progreso? ¿Una mejora? ¿En comparación con qué? ¿Con respecto a quién?

La cuestión de la reducción del tiempo de reflexión es, quizás, en última instancia una cuestión de valores y preferencias personales, pero el argumento puede desarrollarse fácilmente: La objeción a un tiempo de reflexión cada vez más corto no tiene que ver con tener tiempo suficiente para encontrar "la mejor jugada", ni con que "el ajedrez deba vivir en una burbuja", sino con la trascendencia del ajedrez, un concepto filosófico, y para muchos quizá ajeno.

Trascendencia" significa "sobrepasar", "el estado de estar más allá de la percepción normal", y al igual que ocurre con la literatura clásica o la música clásica, hay una cualidad atemporal en las partidas de ajedrez, clásicas, así como en las buenas partidas en general, que no las hace apegadas a un lugar, sino que siguen siendo relevantes más allá del tiempo en el que se produjeron, y no están vinculadas al "aquí y ahora" concreto y actual.

El hecho de que sigamos volviendo a los clásicos los convierte, en cierto sentido, en ahistóricos: jugamos a juegos clásicos, porque aún podemos aprender de ellos; leemos literatura clásica, para revivir experiencias pasadas; escuchamos música "escrita hace mucho tiempo", porque aún evoca sentimientos y estados de ánimo. Y la lista se amplía fácilmente: los filósofos siguen debatiendo cuestiones formuladas por Platón.

Lamentablemente, el ajedrez es un deporte implacablemente exigente desde el punto de vista físico, en el que el más joven empuja inexorablemente al más viejo a un lado. Lo peor es que la búsqueda de partidas cada vez más cortas es quizá sintomática de una desafortunada evolución que también se observa en otros ámbitos: La capacidad de prestar atención, resistir o perseverar parece estar seriamente debilitada, tanto si hablamos de capacidad defensiva como de habilidades de lectura y aritmética (la encuesta PISA 2022, puntuaciones noruegas) es cualquier cosa menos edificante, donde la palabra clave es algo tan anticuado y pasado de moda como el esfuerzo a lo largo del tiempo. La tecnología más avanzada no sirve de mucho, si no se es capaz de seguirla o de dedicarle el esfuerzo necesario.

Sin saber más, uno casi podría tener la impresión de que no hay alternativas, de que nadie tiene libre albedrío y de que no somos sujetos de nuestros propios actos: si la sociedad avanza a un ritmo vertiginoso, todo lo demás debe avanzar también a un ritmo vertiginoso. No puede ser de otro modo.

¿No es paradójico que un juego basado en la reflexión, como lo es el ajedrez se juegue a menudo al ritmo más rápido posible? ¿Qué nos dice eso de nuestro tiempo?

En muchos sentidos, la fascinación por el ajedrez rápido recuerda al turismo de masas: No nos detenemos a demorarnos, a detenernos, sino a ver por ver. Si es martes, es París, Francia. Se llama "desarrollo", pero ¿no estamos hablando más bien de liquidación? ¿Nos hemos vuelto tan ocupados que estamos a punto de liquidarnos a nosotros mismos?

¿Por qué no dejar que el ajedrez sea un refugio de todo el ajetreo que nos rodea? ¿O el objetivo también es sufrir un infarto (¡preferiblemente dos!) durante las partidas, porque de lo contrario no estaríamos "al día"?

Traducción al castellano: Nadja Wittmann (ChessBase)


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Nacido en 1968, Rune Vik-Hansen se licenció en la Universidad de Tromsø en 1999 con una tesis sobre el concepto de "Dasein" de Heidegger. Otros campos de interés son la metafísica, la ontología, la teoría de la ciencia, la filosofía de la mente, el libre albedrío y la moral.