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Arlt, como muchos de los escritores e intelectuales del siglo XX, no le fue nada indiferente al ajedrez. En sus célebres crónicas que llevaban por título Aguafuertes Porteñas, supo relatar episodios reales, recreados con su muy personal pluma e inmenso talento, que tuvieron como protagonistas a ajedrecistas de la época. Con todo, lo más relevante en cuanto a su vínculo con el juego es que Arlt se habrá de convertir en el primer escritor argentino en incluirlo dentro del género de la novela.
Su galería de personajes, tan entrañablemente argentinos como marginales, tan marginalmente argentinos podría decirse, estaba integrada por héroes cotidianos cuyas vidas transcurren en ambientes por momentos indolentes, por momentos hostiles. En algunas expresiones de su obra literaria, y también en sus crónicas de la realidad, no se privaría de mencionar al ajedrez. En eso también sería un autor de vanguardia.
En su novela Los siete locos, la segunda obra de su autoría, que es de 1929, incluye en sendos parlamentos al juego. Al relatar la planificación de un secuestro se mencionará:
“…Es perfecto el plan. Cierto es que todo se presta, el capitán, las direcciones del Ministerio, no tener parientes, el vivir en una pensión. Es más claro que una jugada de ajedrez. Está bien”.
Más adelante, se lo presenta al protagonista de la trama, Erdosain, muy contrariado y enrollado en su imposibilidad de pensar:
“…de pensar con razonamientos de líneas nítidas, como son las jugadas de ajedrez…”, por lo que se sumió “…en una incoherencia mental que lo encocoraba contra todos”.
Ya sabemos: Erdosain se había unido a una sociedad secreta que pretendía transformar el orden social mediante una revolución ideada por El Astrólogo teniendo financiamiento de una fuente muy especial: una red de burdeles. En este afiebrado contexto, el ajedrez podía tener un espacio, al menos como parábola de los planes que podían trazarse.
Con estas menciones Roberto Arlt se convierte en el primer novelista en hablar de ajedrez en alguno de sus trabajos, completando el podio con Leopoldo Lugones (1874-1938) y Roberto Payró (1867-1928), quienes fueron pioneros en poesía y cuento (el primero), y en teatro, el otro. Los tres, en cualquier caso, siguieron la huella de alguien que fue el primero de todos en incluir al ajedrez en la literatura aunque, en su caso, en forma no ficcional: Domingo Faustino Sarmiento (1811-1888), en un liderazgo que, tal vez, le podría ser discutido por otro intelectual argentino: Juan Bautista Alberdi (1810-1884).
Volviendo a Arlt apreciamos que, en su siguiente trabajo, que en buena medida es continuación del anterior, Los lanzallamas, otra novela que en este caso es de 1931, presenta un diálogo en el que un abogado venido a menos le plantea al mentado Astrólogo la posibilidad de formar una célula comunista para favorecer, algo paradojalmente (o no tanto), una asonada militar. En ese contexto, éste le dice a su interlocutor:
“El nivel intelectual del país es pésimo. Con lo dicho quiero decirle que nuestro pueblo, en su mayoría, por procedimiento de evolución no llegará jamás a admitir íntegramente el comunismo. (…) Un pueblo se hace comunista por hambre, o por el exceso de opresión. Nosotros no tenemos poderes para provocar el hambre… tampoco para provocar la opresión. Los únicos que pueden oprimir y tiranizar a un estado son los militares. Entonces auxiliamos a los militares a clavar las uñas en el poder…/-Es un juego largo…/Regular. Lo que ocurre es que nosotros somos una raza avara, acostumbrada a decir: “Es preferible una paloma en la mano a ciento volando”. Yo en cambio prefiero cien palomas volando a una en la mano. Esta es también la técnica del ajedrez…”.
Un ajedrez a largo plazo en el que, como en los hechos llegaron a plantear y por momentos sostienen tantas mentes ideologizadas, aquí y allá, con el mero fin de lograr los propios propósitos de acceder al poder se pueda, incluso, en la coyuntura, facilitar las intenciones del supuesto enemigo, tal vez en la convicción de que deba verificarse en la práctica la vigencia del conocido apotegma “para peor, mejor”, unos escenarios en los que, como es sabido, los extremos políticos se tocan. Y que Arlt en forma tan explícita, recrea. Sigamos con la plática:
“ ¿Usted juega al ajedrez? / ―No. / -Sin embargo, usted admira a Napoleón. Hay que jugar al ajedrez, querido amigo… El ajedrez es el juego maquiavélico por excelencia… Tartakover, un gran jugador, dice que el ajedrecista no debe tener un solo final de juego, sino muchos; que la apertura de una jugada, cuanto más confusa y endiablada, más interesante, es decir más útil, porque así desconcierta de cien maneras al adversario. Tartakover, con su admirable vocabulario de maquiavelista del ajedrez domina este procedimiento: “elasticidad de juego”. Cuanto más “elástica” la jugada, mejor; pero como decíamos, el advenimiento de los militares al poder es el summum ideal para los que deseamos el quebrantamiento de la estructura capitalista. Ellos constituyen intrínsecamente los elementos que pueden despertar la conciencia revolucionaria del pueblo”.
Por supuesto que en el párrafo se alude claramente, aunque con una grafía algo diversa, al gran ajedrecista polaco Savielly Tartakower (1887-1956) quien, como se recordará, será un héroe de la resistencia francesa, ciudadanía que adopta y, además, ejerció como espía en el marco de la Segunda Guerra Mundial y también ya había tenido su rol activo durante la Primera. Sabiendo esto, el párrafo anterior puede invitar al eco de lecturas que no sean necesariamente tan lineales.
Ajedrez como juego maquiavélico por excelencia, en la mirada del personaje aludido de Los Lanzallamas. Como amantes del juego, podemos en principio tener resistencias a admitirlo máxime que, en el contexto de esa discusión, esa suerte de maquiavelismo adquiere inquietantes ribetes:
“No se mantendrán en el poder.(se refiere a los militares en el poder) / Se mantendrán… y además son lo suficientemente brutos para llevar a cabo todos los disparates necesarios para despertar la conciencia revolucionaria del pueblo… / -Hum… / -Harán disparates, no le quede la menor duda. Todo militar es un déspota que se ríe a carcajadas de las ideas. Hay que colocarlos en el poder, permitir que le “ajusten las clavijas” al pueblo. Y, claro está: el pueblo que lo que menos tenía era ser revolucionario y comunista, por contradicción con esa minoría se convertirá en bolchevique y antimilitarista. Se necesita un dictador enérgico, bárbaro; cuanto más bruto y enérgico sea, más intensa será la reacción. La pólvora sola arde en el aire; encerrada en un recipiente, forma lo que se llama una bomba. / (…) Ajedrez puro, querido amigo… Nosotros no tenemos que evitar el poder militarista. Por el contrario, apoyar firmemente sus decisiones. Ellos necesitan el pretexto bolchevique para cercenar las libertades del pueblo, que ignora cuál es la esencia del bolcheviquismo…”.
Estas palabras de Arlt resuenan significativamente al contextualizar un relato que es publicado por vez primera en 1931. Es que el año anterior se había producido el primer golpe militar en el país y,[1] ese acceso al poder por la vía armada, era para el momento de tomar estado público este texto una lamentable realidad.
Empero, el personaje en cuestión absolutamente se equivocaría en lo concerniente a la inevitabilidad de que el comunismo pudiera florecer en estas tierras. Pero sí acertaría en lo que respecta a la caracterización y ulterior deterioro del poder militar que, una vez que dominó la escena argentina en el siglo XX, terminaría en 1983 de la peor manera: repudiado por su oprimido pueblo, que fue devastado en sus condiciones sociales y por el triste registro de miles de personas que fueron desaparecidas por el régimen, sumándose a ello una derrota en un conflicto bélico internacional.
Volviendo al relato de Arlt podría argüirse que, en cualquier caso, la invocación al ajedrez puro que hace ese personaje de aviesas intenciones (más allá del barniz edulcorado y autocomplaciente que pudiera esgrimirse a manera de justificación de su proceder), no siempre otorga los mejores beneficios a quienes tratan de reproducir su lógica a campos reales, esos donde las consecuencias de los actos son mucho más tangibles y, llegado al caso, dolorosas.
Por otro lado, en sus clásicas Aguafuertes porteñas, crónicas periodísticas con las que reflejaba sus experiencias en la gran urbe de Buenos Aires, incluye varias alusiones ajedrecísticas. Una muy significativa es la que incluye en Conversación de Ladrones en la que discurre sobre una persona que, entre robo y robo, frecuentaba un café, donde podía jugar tanto a los naipes, dados o al dominó cuanto al ajedrez. El comisario Romayo, que solía visitar también el aludido lugar, narra en forma independiente la historia de un ladrón que era, a la vez, un excelente ajedrecista, quien:
“Tenía anotados nombres de maestros y soluciones de problemas ajedrecísticos resueltos por él. Este asaltante hablaba de Bogoljuboff y Alekhine con la misma familiaridad con que un “burrero” habla de pedigrees, aprontes y performances”. Y las confesiones de los crímenes se daban en ese ámbito: “cuando se han aburrido de jugar”. La cosa es que, en la mirada del autor, “la policía necesita de la existencia del ladrón”, y es quizás que por eso ambos contertulios podían convivir tan armónicamente en ese mismo ámbito en el que jugar al ajedrez o hablar de ajedrez era tan atinado.
Como se aprecia, aparecen otros dos nombres de connotados ajedrecistas, ahora el ruso (ucranio)-alemán Efim Bogoljubow (1889-1952) y el cuarto campeón mundial de la historia, el ruso-francés Aleksandr Alejín (Alekhine) (1892-1946), que se suman al anteriormente citado de Tartakower, en una evidencia clara de que Roberto Arlt no desconocía a los buenos jugadores mundiales de su época.
En otra de sus Aguafuertes, titulada Grandes Broncas Ajedrecísticas,[2] en un contexto ajedrecístico mucho más específico, comenta acerca de las rabietas registradas en el Club Argentino de Ajedrez, que tuvieron de protagonistas a famosos jugadores argentinos de entonces: Isaías Pléci (1907-1979) y Virgilio Fenoglio (1902-1990), en un caso; y Julio Lynch (1880-1947) y Benito Villegas (1877-1952), por el otro..
Parece ser que el primero distraía la atención del otro en las partidas que sostenían, cosa que también le había sucedido al omnipresente Roberto Grau (1900-1944), quien sale a avalar el testimonio de Fenoglio. Es que, entre otros artilugios,[3] Pléci procedía a entonar una divertida cancioncilla de esos años (“La chica del diecisiete”), con lo que desconcentraba al bueno de Virgilio.
La otra diatriba fue más intensa ya que Villegas acusaba a su rival de recibir ayuda de otros jugadores mientras sostenían una de las partidas de un match por el título de la principal entidad del país. Arlt menciona que Carlos Portela (1885-1956) usaba una táctica desusada: la de colmar de atenciones[4] a sus contrincantes, con lo que ocultaba sus intenciones de molestarlos. Incluso se especula que un desmayo de este jugador en una partida desfavorable fue todo un acto de simulación.
Con estos personajes reales del mundo del ajedrez Arlt, desde ya, se podía hacer un festín en su relato. Y no defraudaría. El que concluye de este modo:
“Comprueba uno así que no es puro ajedrez, y que aún en las más abstractas competencias la vanidad del hombre interviene para corregir los desaciertos de la suerte. No sólo se trampea a los naipes, no sólo se tonguea en el ring, pero si en todo juego el más débil o el más astuto, trata de inclinar las posibilidades de triunfo hacia él por medios que nada tienen que ver con los utilizados en su obtención. Lo cual hace que nosotros, los que no conocemos absolutamente nada de ajedrez, nos sintamos divertidos con broncas suscitadas por inocentes razones”.
Arlt también mencionó al ajedrez en varios de sus cuentos, siendo la más relevante aparición la que se presenta en La jugada (Fuente: Estoy cargada de muerte y otros borradores, Torres Agüero Editor, 1984, en donde se recogen aparecidos en las revistas Mundo Argentino y El Hogar).
El protagonista de la historia es Emilio Kraisler, alguien que falleció de un balazo que recibió en la cabeza a causa de “su excesivo amor a la ciencia de la psicología“, quien solía afirmar que las mujeres “tienen mucha más imaginación que los hombres y que con ellas se puede efectuar ese juego distraído y magnífico, cargado de emocionantes aventuras, que es el póker“. Abundando el concepto se expresa:
“Sin dificultad ninguna, para ampliar la esfera de su ejemplo, comparaba al juego del amor al del ajedrez. Decía que ciertas mujeres ´duras´ eran semejantes a esas piezas del tablero que un maestro ´debilita´ a través de cuarenta jugadas originales”.
Por fin, en el relato La factoría de Farjalla Bill Ali, incluido en el libro de cuentos El criador de gorilas, que es de 1936/37, Arlt hace esta bella descripción:
“Había anochecido en Dimisch esh Sham. La ciudadela amurallada y blanca parecía aplanarse a los pies del abultado monte. En su cresta, a mucha altura sobre el nivel de la arena, se arqueaba la desolación de las palmeras. Más próximos, recordando la acuidad verdosa del firmamento, se erguían los paralelepípedos de porcelana de los alminares de las mezquitas y las cúpulas de cobre en media naranja de los palacios señoriales. En los alminares, revestidos de mosaicos reproduciendo verticales tableros de ajedrez, la Luna fijaba vértices de plata. Más allá, infinito, amarillento, oscureciéndose hacia el confín, se extendía el desierto”.
A modo de conclusión:
De esta forma hicimos una recorrida por el vínculo del gran escritor argentino Roberto Arlt con el ajedrez. Por el contenido de las citas, su contribución desde luego fue muy idiosincrásica y relevante. Mas, su principal legado, ha sido el de haber sabido introducir al milenario juego en el género de la novela. Un camino que, desde luego, habrán de retomar muchos de los grandes escritores del país del siglo XX y XXI.
[1] Ello sucedió el 6 de septiembre de 1930 cuando el general José Félix Uriburu depuso al presidente constitucional Hipólito Yrigoyen. Esa sería una primera ominosa marca en la historia de un país que, a lo largo de buena parte del siglo XX, volvería a caer en manos de dictaduras militares en forma reiterada.
[2] Corresponde a la publicada en el diario El Mundo el 15 de febrero de 1931. Fuente: Luces y sombras del ajedrez argentino de Juan Sebastián Morgado, Editorial Dunken, Buenos Aires, 2015.
[3] También se informa que concurría al baño en forma reiterativa.; procedía a encender y apagar el ventilador diciendo, alternativamente, que sufría calor y experimentaba frío y, como si ello no bastara, siempre a decir de Fenoglio, y retratado por Arlt, su rival echaba cenizas de cigarrillo y volcaba el contenido de un pocillo de café sobre el tablero..
[4] Portela les ofrecía a sus rivales café y cigarrillos, o los consultaba sobre si les molestaban la corriente de aire o la luz, tácticas que se consideraban tan distractivas cuan sutiles, y en cualquier caso molestas, a la hora de deber concentrarse.
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