Sacrificio de Torre

por Sergio Ernesto Negri
30/11/2021 – Llamarse Torre para alguien que tuvo como eje de su vida al ajedrez ya es todo un desafío que vino desde la cuna. Y quizás un sino. Alguna vez, con fino humor, el ajedrecista polaco-francés Savielly Tartakower expresó que el jugador mexicano, a quien hoy recordamos, tenía ventaja sobre cualquier otro jugador ya que, de movida, “jugaba con tres torres”. Artículo por Sergio Ernesto Negri, Ajedrez Latitud Sur. | Fotografía histórica de Torre vs. Tartakower en Moscú 1925

Fritz 18 and ChessBase 16 Fritz 18 and ChessBase 16

El programa de ajedrez Fritz 18 junto con ChessBase 16.

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Crónica inspirada en el film Torre x Torre en el que se retrata la vida del gran ajedrecista mexicano Carlos Torre Repetto.

«El artista es el loco que gracias a su demencia, a su incapacidad de adaptación, a su rebeldía, ha conservado los atributos más preciosos del ser humano.»

Ernesto Sabato, Hombres y engranajes

La de torre es, en efecto, una pieza que se llamó así desde la Europa medieval. Antes, su posición podía ser preferentemente ocupada por un carro, aunque también un navío, en las versiones orientales en las que se basó el milenario juego. En los nuevos tiempos, habiendo ingresado el pasatiempo al continente en donde tomará definitiva forma, también se la podía denominar como ciudadela.

Por su potencia, durante muchos siglos fue el más relevante de todos los trebejos, a excepción claro está del insustituible rey (el que no puede nunca ser capturado). Ello sucedió hasta que se dotara a fines del siglo XV a la pieza de la reina (y futura dama) de una movilidad ampliada revolucionando, con ello, y desde entonces, el estado previo de cosas, y dando por formal inicio al ajedrez moderno bajo formato europeo.

Antes y después la torre, esa que remite al apellido de nuestro jugador, pese a su importancia en el juego (en la batalla), podía ser objeto de un acto sacrificial, generalmente en vistas de cumplir un orden superior, que se derivaba de la necesidad de proteger al rey propio o, en ciertos momentos, con la posibilidad de atacar al monarca rival, aunque exponiéndose peligrosamente en ese intento.

Por su limpio y claro movimiento, siempre se consideró a la torre como un ejemplo a seguir. Y se la diferenció del oblicuo alfil que apela a una conducta que puede considerarse sinuosa. En cambio, la torre, siempre podía ser vista como una pieza franca, confiable, de recto proceder.

Para el filósofo Ezequiel Martínez Estrada en la torre, además de la idea del sentido común y de cierta tendencia al conservadurismo,  se podía percibir en ella el sueño de una mariposa, al estar larvada en su casilla original (en un oscuro y bloqueado rincón), para ir despertando y, con el curso de los acontecimientos, adquirir creciente protagonismo.

Quizás, podríamos agregar que, en ese estadio de desarrollo desde su estado embrionario, no sólo habrá de participar en la lucha, sino que se expone a sucumbir. En ese proceso, tan poéticamente descripto por el poeta e intelectual argentino, vemos mucho de la trayectoria del gran jugador mexicano, no sólo en su faceta ajedrecística sino también en su propia existencia.

Siendo extremadamente joven, el ajedrecista mexicano nacido en Mérida llegó a la gloria. Y muy pronto defeccionó. A los veintiún años, se vio envuelto en una serie de episodios traumáticos que se iniciaron tras participar de un torneo en Chicago, en cuyo marco perdió una partida ante Edward Lasker (no confundir con el excampeón mundial de igual apellido). El punto de su declive puede marcarse exactamente el 2 de septiembre de 1926 cuando, en la última ronda, y con blancas, liderando la prueba, es derrotado, lo que lo postergó en la tabla de posiciones.

La partida Torre vs. Edward Lasker

 

Torre pensó que su rival había sido ayudado para impedirle ganar el torneo (el local Frank Marshall se llevará el respectivo palmarés; Torre lo secundará, junto al húngaro Géza Maróczy, a media unidad). Presenta una protesta y, en la ceremonia de premiación, en circunstancias poco claras, es protagonista de un hecho de violencia, por lo que será reducido y, para calmarlo, le aplican una inyección.

Poco después se dirige a Nueva York, sabiéndose que se emborrachará perdidamente para acuciar sus penas: había perdido no sólo el torneo sino que se entera, las desgracias nunca vienen solas, que una mujer a la que amaba decidió casarse con otra persona.

En circunstancias no del todo determinadas (se dirá que pudo haber sido drogado o que aquella inyección tenía una sustancia no permitida), toma un autobús y se desnuda completamente. En ese estado salvaje (por dentro y por fuera), decía que quería ver a los monos del zoológico. Esto lo conducirá al encierro y a ser expulsado del país. El ajedrecista había perdido el rumbo.

Ya no volverá a participar de torneo de ajedrez alguno y deberá convivir, por el resto de sus días, ya de regreso a su país natal, enfrentando sus demonios interiores y los prejuicios sociales de quienes veían peligrosidad en donde sólo había, quizás, momentáneos desvaríos de una personalidad de una complejidad que el ajedrez no había sabido canalizar adecuadamente.

Ese es el periodo preciso de su derrumbe emocional, aquí la torre se derrumba. Por un lado, lo alejó del tablero en su faceta competitiva y, por el otro, hizo que su estado mental ingresara en los terrenos de la desmemoria, la confusión y, así se dijo, de la enajenación. Los diagnósticos ligeros, la mala praxis médica de la época y cierta tendencia a la incomprensión, facilitados por algunos comportamientos emocionales erráticos del ajedrecista, hicieron que se lo internara en centros de rehabilitación, ya a partir de su regreso a México.

Por supuesto que allí se abre el abanico de opciones de porqué Torre nunca más volverá a jugar en la práctica magistral, con hipótesis que van desde las consecuencias emocionales de aquel desengaño amoroso, las derivadas del maltrato (recibió una paliza brutal y fue preso de aquella misteriosa inyección norteamericana), hasta las especulaciones si el propio ajedrez no lo condujo por caminos mentales sinuosos por su concentración al estudio y al perfeccionamiento deseado en el juego. También se habló, parece que sin demasiado fundamento, de que habría enfermado de sífilis. Y una más: habría sido víctima de cierto estado de paranoia al sentirse observado por servicios secretos de los EE. UU. que habrían visto con preocupación su última experiencia por Rusia (¿sería el mexicano un espía de los soviéticos?, la nomenclatura de las partidas de ajedrez, tan crípticas, podían en ese contexto ser muy mal interpretadas por la «inteligencia» estadounidense. Para peor, en su país recibirá otra mala noticia: la Universidad Autónoma de México le negó una cátedra (¿no se la deberían conferir post-mortem?).

Lo cierto es que se extraviará emocionalmente. En el film se dan muchos testimonios que apuntan a ello. No obstante, hubiera sido interesante que ellos provinieran de expertos en salud mental y no meramente de los circunstantes del ajedrecista. Con todo en su tiempo algunos facultativos intervendrán. Evidenciando que ello no es señal de infalibilidad, tres facultativos determinarán un desvío de conducta por lo que le indican que debía abandonar el ajedrez. ¿Habrá sido esa «solución» la correcta? Mucho nos gustaría que, a la distancia, un conjunto de profesionales analicen el caso con toda propiedad y con criterios multidisciplinarios. En ese sentido, un trabajo sobre Torre que evalúe la personalidad y sus avatares creemos que, más allá de las intenciones de los responsables del film, que se esmeraron mucho en la recopilación de testimonios, está del todo pendiente, La memoria del gran ajedrecista mexicano merece no sólo una reivindicación de quienes lo admiran sino, también, una mirada de comprensión desde la ciencia.

¿Y quién era Torre en ese momento preciso, en el año 1926, en que pasó de la gloria y de la esperanza de un progreso que parecía no tener techo a un abrupto y prematuro ocaso?

Para entonces el mexicano era un joven ajedrecista que deslumbraba por su talento y la calidad de sus producciones, de un estilo renovado que le hacía dar muestras de juego que resultaban muchas veces espectaculares. Torre contaba con enfrentamientos con tres campeones del mundo, Emanuel Lasker (el anterior), Capablanca (el actual) y Alekhine (el futuro), ninguno de los cuales lo pudo vencer. Para 1926 Torre venía participando, y siempre con actuaciones destacadas, en torneos con jugadores mucho más experimentados que tenían, en el caso de los más consagrados, aproximadamente quince años más. En esas condiciones todo hacía pensar que el joven, con el tiempo, en su progreso los habría de superar a todos.

El ajedrecista, en ese tiempo de esplendor, donde parecía que estaba por venir todo lo mejor, era visto como el nuevo Morphy o, por sus raíces latinas, el nuevo Capablanca. Aquella asociación quedó facilitada por el hecho de que sus comienzos ajedrecísticos y rápida evolución se dieron en Nueva Orléans, la ciudad natal del genio norteamericano del siglo XIX. Torre, en ese tiempo, en cualquier caso, era visualizado como un próximo campeón mundial.

Carlos Torre Repetto, tal su nombre completo, había nacido el 23 de noviembre de 1904 en la península de Yucatán. Habrá de fallecer 74 años después, sin recalar en las altas cumbres prometidas, pero recibiendo en forma honorífica de la FIDE el título máximo, el de Gran Maestro, un año antes de su partida. No habría que dejar de decir que en 1950, cuando esa entidad mundial otorgó los primeros títulos de esa especie omitió, creemos que injustamente, al jugador mexicano.

El tiempo de su niñez coincidió con un Estado Mexicano que exhibió una gran fragilidad institucional. Fue la época de la parte postrera del régimen de Porfirio Díaz, la de las reivindicaciones de una Revolución de 1910 que dejaron atrás el larguísimo periodo en que el poder militar sostenía las ideas tan típicas del siglo XIX, esas del orden y el progreso no asociadas con la vigencia de una auténtica república. Así se dio inicio a lo que se considera el siglo XX Mexicano, con una ciudadanía que quería hacerse escuchar y el nacimiento de un partido que se reivindica a la vez, casi como si de un oxímoron se tratara, de revolucionario e institucional. Y los conflictos nuevos y los desafíos de siempre…

Egidio, el padre del prodigio, en 1908 había fundado el club de ajedrez del estado yucateco, junto a José María Pino Suárez quien, tras ser vicepresidente de México, en febrero de 1913, durante la Decena Trágica, es arrestado junto al presidente Francisco Madero para, poco después, ser acribillados.

En esas condiciones de incerteza sobre el destino de una Nación que se debatía en la guerra civil, y los de una familia de buena inserción social y nivel económico y cultural, es que los Torre deciden trasladarse en barco a Nueva Orleáns en 1917, alejándose de un clima que podía ser hostil (algunos historiadores definen a este periodo de “faccionalismo revolucionario”), radicándose en el país del norte, el mismo que había alentado cuatro años atrás el golpe de Estado que depuso a Madero, ese que otrora se apoderó de parte de su territorio y el que en 1914 invadió el puerto de Veracruz.

A los catorce años de edad del ajedrecista aparece una publicación norteamericana consignando que resolvía problemas del juego con facilidad. No obstante, su fama como jugador comenzará con una espectacular derrota ante el ajedrecista para ese tiempo experimentado Edwin Adams (1885-1944) en 1920 sobre la cual, sin embargo,  se duda de su genuinidad (¿pudo haber sido una puesta en escena de una persona adinerada que, también, protegió al niño y aún novato ajedrecista?).

La partida Torre vs. E. Adams

 

Torre había aprendido en su tierra a jugar al ajedrez: en un café, un día invita a jugar a uno de los contertulios y sorprendentemente lo derrota; el juego le llegó por mandato familiar. Pero será en Nueva Orléans donde progresará decisivamente: en 1922 es campeón de la ciudad y en 1923 del estado de Louisiana. Desde allí, su ruta de crecimiento tendrá como destino la ciudad de Nueva York, adonde partirá en 1924 y comienza esa etapa de su derrotero en absoluta soledad. Un primer punto que pudo influir en su frágil psicología.

En la ciudad más bulliciosa del mundo, en ese dinamismo del curso de sus acontecimientos personales, profundizará el camino a la gloria ajedrecística. Y al definitivo extravío personal. Otro factor adverso fue el de su acuciante situación económica que lo pudo haber conducido a un estado de subalimentación.

En Nueva York comentará las partidas de maestros para el American Chess Bulletin. Esa será la forma de mantenerse, aunque tratará de completar sus ingresos fregando pisos o con lo que fuera. La cosa era seguir progresando en el ajedrez. El estudio de los otros le permitió desentrañar la verdad del juego y, de a poco, conformar su propio estilo, ese que será luego tan admirado.

Habrá de incursionar en el emblemático Chess Manhattan Club donde interactuará con Frank Marshall, el gran jugador local, con el que tendrá una buena amistad y a quien, al cabo del tiempo, le hará inclinar más de una vez su rey. Al respecto, ¡cómo olvidar la derrota que le propinará en 1925 en una partida de exhibición yendo en barco a Baden-Baden cuando, con negras, logró ese objetivo en tan solo 7 jugadas; y aplicándole a un norteamericano nada menos que una Defensa novedosa que se denominará Mexicana. Esa variante la aplicará en el propio torneo, habiendo de obtener unas muy honrosas tablas ante Friedrich Saemisch.

El triunfo de Torre ante Marshall con la Defensa Mexicana

 

Antes de esa única y exitosa excursión europea, Torre será en 1924 campeón del Estado de Nueva York (en Rochester, junto al local Jennings) y en Detroit del campeonato occidental. Aquí quedará invicto, con dos puntos y medio de ventaja respecto de sus escoltas, y con un niño Samuel Reshevsky, a quien el mexicano venció, ocupando el quinto lugar entre 17 participantes. En 1925, siempre en Nueva York, igualará un match contra el fuerte jugador local (nacido en Rusia) Abraham Kupchik. Pero pese a este desarrollo en tierras norteamericanas, y que su vínculo con la célebre figura local Marshall le posibilitará proseguir con su carrera en Europa, el mexicano no querrá nacionalizarse norteamericano, lo que, en algún momento, despertará sospechas de falta de lealtad, máxime tras su futura incursión por la URSS.

En Europa, casi siguiendo el derrotero de otros tiempos de Paul Morphy (el espíritu de Nueva Orleáns los inspiró a ambos), tendrá una actuación consagratoria, aunque ello se dará sin ganar torneo alguno por lo que, en todo caso, la comparación con el genio norteamericano del siglo XIX no admite desde el punto de vista ajedrecístico parangón. Con todo, el mexicano tendrá su propia gira mágica tras participar en los torneos de Baden-Baden, Marienbad y Moscú, todos en 1925. Luego, a caballo entre ese año y el próximo, será parte de un cuadrangular de menor relevancia que se disputará en San Petersburgo (Leningrado).

Todo comenzó en Baden-Baden, Alemania, del 15 de abril al 14 de mayo de 1925, cuando tiene una actuación meritoria aunque solo correcta, al alcanzar el 50% de los puntos en el torneo disputado en ese hermoso balneario. Queda 10°, entre 21 participantes, en una fuerte prueba ganada por el futuro campeón del mundo Alekhine (con quien iguala en partida muy breve que, quizás, al decretarse la igualdad evidencia una posición algo mejor para la promisoria figura), saliendo este por delante de Akiba Rubinstein y Saemisch. Por detrás de Torre quedaron Richard Réti, Rudolf Spielmann, Siegbert Tarrasch, Jaques Mieses y varias otras figuras consulares de ese tiempo. Para debut en las grandes ligas, lo hecho por Torre aquí fue más que interesante; aunque su juego fue algo cauteloso y exhibió cierto nerviosismo, todo ello tal vez por su inexperiencia en esa clase de competiciones.

 

De allí va a Marienbad (Mariánské Lázně o Baños de María), en Checoslovaquia, otro deslumbrante sitio. Nos imaginamos la cabeza de un Torre venido de América, estando ahora en geografías tan distantes, con tamaña historia y de una magnífica, y casi imperial, escenografía, esa que se podía apreciar en el diseño urbano de las localidades y, también, en las locaciones de los torneos. Aquí se supera claramente, al igualar la tercera posición con Marshall, quedando a un punto de los vencedores, Arón Nimzovitsch y Rubinstein, aventajando a Savielly Tartakower, Reti, Spielmann, David Janowski y tantos otros. Esta competencia, en la que ante quince rivales inclinó su rey en una sola ocasión, se realizó entre el 20 de mayo y el 8 de junio en un espectacular resort de salud, y con un Torre que particularmente brilla en su triunfo ante Ernst Grünfeld.

El triunfo de Torre ante Grünfeld en Marienbad, en 1925

 

De ahí va Torre a Moscú, sin abrigo alguno, a pesar del crudo invierno reinante. El mentor del ajedrez soviético Nikólai Krylenko, anoticiado del inconveniente, dará estrictas órdenes para que se le compre un tapado  de piel El mexicano cumple aquí su mejor performance histórica. Algo inesperadamente, promediando la prueba, que se jugó en el Hotel Metropol entre el 10 de noviembre y el 8 de diciembre, lideraba la competencia y, si bien decae sobre el final (¿por inexperiencia?; ¿por fragilidad en su salud?), tendrá con todo una actuación memorable.

En ese contexto el propio Capablanca llegó a especular que el joven ajedrecista, el benjamín del torneo (en su transcurso cumplió 21 años), los iba pronto a superar a todos.  En definitiva, empató el quinto lugar con Tartakower, siendo anticipado, por orden, por Bogoljubow, Lasker, Capablanca y Alekhine, entre 21 participantes, con figuras prominentes como Rubinstein, Reti, Speelman, Grünfeld, Speelman, Piotr Romanovski, entre otros.

Esa prueba quedó inmortalizada en las imágenes del film La fiebre del ajedrez, en el cual Capablanca tendrá un papel importante, y en donde el mexicano será retratado por la cámara con cierta dedicación. Pero el mejor recuerdo del torneo fue la espectacular partida en la que venció al excampeón mundial Emanuel Lasker (el 25 de noviembre) oportunidad en la que, además de utilizar la apertura que habrá de denominarse Ataque Torre (1. d4 Cf6; 2. Cf3 e6; 3. Ag5),  introdujo un concepto ajedrecístico novedoso en el remate del juego, el del molino de viento, para lo cual se dio el lujo de entregar la dama a su notorio rival.

La partida que Torre le ganó a Lasker, con el famoso "molino de viento", en https://www.chessgames.com/perl/chessgame?gid=1100063
La posición crítica de la partida que Torre le ganó a Lasker, Moscú, 1925 y una imagen del vencedor.

Además Torre allí empató una partida en la que estaba inferior (llegó a contra dos peones menos) ante Capablanca, idéntico resultado al alcanzado frente a Alekhine en torneo previo con lo que, ninguno de los tres campeones mundiales, lograrían superar al joven mexicano en su excursión europea.

A fin de año parte para Leningrado donde sale segundo, en forma compartida, en un cuadrangular ante rivales locales menos renombrados. Será Solomon Gothilf, el vencedor con cuatro puntos; Yakov Rokhlin, con quien compartió el segundo puesto en tres unidades, y Abram Model, el último que alcanzó dos. Teniendo en cuenta sus resultados previos ante mejores jugadores, esta actuación del mexicano es sin dudas decepcionante. Sin embargo, en uno de los testimonios del film dedicado a su memoria, el entusiasta opinante dice que, si hubiera querido, Torre los hubiera aplastado a sus rivales, pero ello no ocurrió ya que se propuso experimentar otra clase de partidas bajo sistemas cerrados.

De su estadía en la bella ciudad que miraba a Europa, quedará un texto suyo redactado en la calle Pushkin (¿alguna influencia etérea del gran escritor ruso permeó en la personalidad del mexicano?), llamado, en su traducción al español desde el original ruso, Desarrollo de la habilidad en el ajedrez. En el film, se dice que esa obra fue clave en la construcción de la bibliografía ulterior local. Si bien puede parecer esa aseveración otra muestra de exuberancia discursiva se sabe que existía la idea de un texto integral, que se iba a llamar Escuela de ajedrez, en donde el mexicano se concentraría en el medio juego, Rokhlin en las aperturas y Model en los finales.

En definitiva, el texto de Torre fue escrito a inusitada velocidad. En dos semanas se tendrá lo que al cabo de todo será su mayor legado ajedrecístico desde un punto de vista teórico. La tirada original fue de 3.000 ejemplares. Hemos tenido a la vista la traducción hecha al texto gracias gracias al esfuerzo del MI mexicano Raúl Ocampo Vargas (Archivos de la Revista “AJEDREZ EN EL CENTRO”,  N° 1, septiembre de 2005). Cuenta con 19 páginas, de interesante lectura, dista de ser un texto icónico, pero es muy interesante ya que da pistas sobre la forma de juego y el pensamiento del gran jugador del continente. En su inicio, como si de una exposición de motivos se tratara se asegura:

“En primer lugar, entendamos claramente y aceptemos el hecho de que el ajedrez es ante todo un juego, pero un juego que exige del ajedrecista entusiasta serio una buena parte de su energía.

El ajedrez, como juego basado en nuestro juicio y en nuestra capacidad de razonamiento, no consiste solamente en un cierto complejo de procedimientos y de principios técnicos, sino que el juego de ajedrez está influido, en un grado extraordinariamente importante, por nuestras actitudes psicológicas, nuestra sensibilidad y nuestra voluntad. En otras palabras, podemos examinar el proceso de desarrollo de nuestra habilidad ajedrecística no sólo como el hecho de perfeccionar simplemente nuestra técnica individual, sino también como algo de naturaleza psicológica, es decir, como el problema de la evolución de nuestra “esencia ajedrecística”.”

Torre, además de expresar que el concepto de desarrollo corresponde a todas las fases de la partida, de explorar los propios errores, de enfatizar que hay que ir a los planes (y no a las jugadas) y de sostener la necesidad de demarcar un límite claro entre la memoria mecánica y la imaginación creativa, en el texto insiste sobre un punto que, evidentemente, mucho lo preocupaba: el de la armonía.

Ese ideal se lo debía alcanzar no sólo en el juego sino, más integralmente, en la vida (su modelo era Capablanca). También estableció una especial preocupación sobre la consciencia entendida como el control de uno mismo y de lo que nos circunda. Y ese fue su sino vital: el de procurar mantener el equilibrio armónico, el de un estado de plena consciencia, en una situación a la cual, a menos a juicio de algunos de sus contemporáneos, no precisamente pudo mantener en todo tiempo y lugar. Es que Torre en el ajedrez, y en la vida, se alejó de los estereotipos, esos que de alguna manera condena (y que los separaba de muchos de sus congéneres). Ello queda claro con estas expresiones de su autoría:

“Un juego estereotipado nunca nos permitirá crear una verdadera obra de arte sobre el tablero, porque tal arte sólo viene como resultado de una profunda concepción realizada con armonía, economía y lógica.

Si nos proponemos dar libertad a nuestros poderes creativos interiores a nuestra conciencia y a nuestra voluntad, si levantamos un puente entre nuestro propio yo y la mano con la cual movemos las piezas sobre el tablero, entonces estaremos con seguridad sobre el verdadero  camino de ágil desarrollo de nuestra habilidad ajedrecística”.

De alguna manera sumariando su ideario, sobre el cierre del libro expresa una invitación al lector “Obrar en conciencia, ser sincero, querer…. ESO ES DESARROLLO”.

Otro de sus compatriotas, el gran muralista Diego Rivera, que estaba en la URSS, lo convence para que vaya a México donde dará sesiones de simultáneas y se consagrará campeón nacional en 1926 derrotando a todos sus rivales. De ahí a Chicago, con 21 años, donde perderá el título y sobrevendrán la caída y el misterio sobre lo ocurrido. Y la pena por lo que vendrá y por lo que ya no será…

Recapitulando los acontecimientos claves de su vida, nos preguntamos si es una paradoja o una mágica complicidad que tanto Morphy como Torre dejaran de jugar a los 21 años. También podríamos observar otra particular circunstancia, habida cuenta que Torre fallecerá a los 64 años, como Steinitz y Fischer, rindiendo homenaje al número de casillas del tablero de ajedrez. 

Siempre nos quedará la intriga a qué altura pudo haber llegado Torre si no se hubiera abruptamente cerrado su carrera a los 21 años. Cincuenta años después, y con la vista muy deteriorada, cuando algunos GM cubanos fueron a jugar a México para un torneo, al disputar partidas rápidas con el mexicano, caerán rendidos  todos ellos sin atenuantes…

Para Chessmetrics (clásico aunque oficioso sistema de medición de la fuerza ajedrecística en tiempos previos a la vigencia del oficial ELO), la mejor colocación de Torre fue la N° 8 en el mundo, durante seis meses en 1926, tras su gira mágica. En octubre de ese año, era superado sólo por Lasker, Bogoljubow, Capablanca, Alekhine, Nimzovitsch, Rubinstein y Marshall, viéndose al mexicano por delante de Vidmar y del futuro campeón del mundo Euwe, entre todos los otros. Dentro de esos guarismos, su mejor performance fue en oportunidad de su participación en Marienbad en 1925, cuando su actuación equivalió a 2.695 puntos, un valor extraordinariamente alto, en particular para un jugador tan joven y promisorio.

Tras su retirada prematura de las competencias, Torre seguirá su existencia en México, con algún intento fallido para regresar a los EE. UU. De vez en cuando regresará al ajedrez en forma circunstancial como, cuando dispute en los años 30 algún encuentro contra Reuben Fine, otro talentoso jugador norteamericano. En los 50 se lo verá con mayores ímpetus frente a los tableros pero, ya sabemos, el curso de las cosas había dramáticamente sido interrumpido cuando el jugador contaba con apenas 21 años de edad.

Su vida transcurrirá con cierta placidez, conforme el relato principalmente de algunos de sus admiradores y de los integrantes de su familia, y con muchas privaciones conforme lo expresado por otros. Por caso, en el film se destaca que en 1955 busca auxilio económico en el ambiente del ajedrez, le asignan algún trabajo pero, evidentemente, no estaba preparado para eso (lo suyo correspondía a planos más etéreos y elevados). 

En su siquis y en su cuerpo quedaron los efectos de los maltratos de otros tiempos, que incluyó la técnica médica de los electrochoques, hoy completamente cuestionada, pero que era cierto canon médico en su tiempo para tratar dolencias de la mente.

Por otra parte en esa larga etapa de su vida postrera, se transformará en un gran lector, estudiará más los números (en Europa cuando se inscribía en los torneos se solía definir como contador de profesión), extendiendo los márgenes de una cultura infrecuentemente erudita, particularmente para el medio local, desarrollando conocimiento de diversos idiomas e incluso inventando una forma de jugar al ajedrez distinta, en un tablero de 9×9 con el agregado de, además de un peón extra, de una pieza que se movía como reina (dama) y caballo, a la que denominaba, muy curiosamente, fósforo. Como lo que le importaba a Torre era la armonía y la perfección, y no el mero hecho de ganar, se admitía volver una jugada para mejorar la partida.

Creía posible, en el ajedrez tradicional, asignar una Tabla de Valores para el juego que siempre lo obsesionó, en donde no sólo medía el valor de las piezas (como es convencional, y dándole al peón el valor de 1; al caballo 2,83; al alfil 2,97; a la torre 4.05, a la dama 7.81, al rey 3.48), sino también de las circunstancias que rodean al juego (por ejemplo: a la salud 0,24; a llevar blancas 0,01; a la necesidad de ganar 0,25). Luego de enumerar ese descubrimiento a uno de sus circunstantes le afirmó: “Esto es todo lo que aprendí del ajedrez”.

Desde lo espiritual se hizo cada vez más fuerte, no desde algunos cánones tan habituales cuan insignificantes, esos desde los que se marcaba la preocupación por algún descuido personal y lo errático de algunos comportamientos del maestro. Yendo a lo profundo, se ha dicho que habrá de asumir una postura que remite al budismo, por sus pacíficos comportamientos (que contrastaban con la garra de aquellas partidas primeras). En otra mirada contrastante, tampoco hay que dejar de consignar que algunos testimonios ponen el acento en una suerte de agresividad (tras pelearse con otros parroquianos de un bar será conducido a la cárcel). Estábamos en los años 60 y, por su comportamiento considerado poco sociable, se decidirá su internación.

También algunos lo tomarán por pordiosero (un punto que lo conecta al futuro Fischer en su etapa de decadencia y abandono personal). Se dirá, las grandes personalidades invitan a las especulaciones, que perteneció a la Masonería, lo que podrían no sorprender (aunque no hay pistas formales de esa condición, así como de otras) a poco de conocerse que el ajedrez estuvo siempre muy asociado a ese movimiento internacional.

Al cabo de todo, creemos que Torre se embarcó en un camino que lo condujo desde el ajedrez a la metafísica, a lo espiritual, a lo religioso, a lo elevado. Probablemente, pocos se han percatado de esas líneas de vínculo que están bien lejos de la primaria idea de guerra o batalla a la que apela el juego y de los convencionalismos sociales y de los prejuicios sobre cómo debe comportarse un individuo frente a sus semejantes para ser considerado «normal».

En cualquier caso, en esta etapa del crepúsculo de su vida, nos quedarnos con la imagen de un Torre que le podía dar a una mendiga varias veces una propina y que, cuando era consultado sobre el timo del que era objeto responderá que no le importaba, ya que su tributo no era a una persona específica sino a Dios.

Preferimos quedarnos con el ser amable, amistoso, pacífico y desprendido conforme los unánimes testimonios de quienes integran su familia, y no de otros allegados quienes recortan experiencias negativas del maestro las cuales, ¡cómo no!, también lo tuvieron de protagonista. Es que Torre, siendo un ser excepcional, podía tener comportamientos claroscuros, como las casillas del tablero.

En los momentos de oscuridad, algunos de sus circunstantes no dudaron en tomar como remedio el confinamiento y no la comprensión al ser excepcional. A pesar de los comentarios que aparecen en el documental, quisiéramos que se ahonde con mayor claridad sobre las condiciones que motivaron sus internaciones psiquiátricas (hubo al menos dos en sitios distantes), sus causales, quiénes tomaron la decisión en cada momento, la duración y las condiciones del confinamiento, y el tratamiento recibido. Creemos que la memoria de Torre merece mayores precisiones sobre esos puntos, provenientes de fuentes calificadas y no de meras opiniones de quienes, a veces, jugamos a juzgar la psiquis del prójimo con demasiada prontitud y liviandad.

En ajedrez, su espíritu combativo frente al tablero mutó a una actitud de generosidad extrema con exageraciones tales como, cuando en unas simultáneas, en la segunda jugada le ofreció empate a cada uno de sus rivales. Es que quería que estos se sintieran mejor, no quería humillarlos y les ofrecía la posibilidad de que se vanaglorien ante terceros diciendo: «empaté con Torre».

En Torre, el ajedrecista, vemos mucho de la Torre, en tanto trebejo. El extraordinario jugador mexicano fue leal y noble como el movimiento de la pieza respectiva. Y pudo sacrificarse, abandonando pretensiones superiores, y abandonándose a si mismo de una realidad que, en la idea convencional de normalidad, no llegó a contenerlo. Es que la torre no pretende ser rey, en una idea aspiracional que a lo sumo se le puede conceder al humilde peón que quiera ser reina (¡o torre!, reiniciando el círculo). Es que Torre no quiso ser Rey (campeón mundial). Por eso se pudo haber apartado bruscamente de la senda del progreso ajedrecístico.

Quizás, como tempranamente parecía que iría a llegar a lo más alto, se le exigió desde afuera en demasía y muy tempranamente, generando una autoexigencia que lo superaría. Pero, quizás al ver Torre que ese camino que se le ofrecía no era un ideal, prefirió extraviarse por los recovecos de su mente y, en ese tránsito, fue un incomprendido y debió sufrir internaciones psiquiátricas conducido por quienes pretendían que el genio restablezca la normalidad perdida.

De una personalidad tan compleja y fascinante habla el extraordinario film que comienza situado en Nueva Orleans, mostrando el testimonio de un apasionado de la vida de Torre, que define su vida como “trágica” y su carrera de “muy corta”. El epígrafe del documental comienza con una extraordinaria frase de Geoffrey Chaucer: “Se los advierto: no se trata de un juego de niños”. Ya lo sabemos, el propio autor inglés fue quien escribiera El libro de la duquesa, en donde precisamente el protagonista juega una partida de ajedrez con el Destino y, en su transcurso, perderá a la reina, epítome de su amada…Torre, en todo caso, en otra lid por la especie perderá, a los ojos de sus contemporáneos, la cordura.

Uno de los importantes testigos indica que Torre le dijo a su interlocutor que había “perdido consciencia del mundo” en su estadía previa en los EE. UU. a la que ya nos referimos, y que la recuperación se dará cuando se embarque en 1926 con destino de regreso a Tamaulipas, en la península de Yucatán. Uno de los testimonios apunta a que “se trastornó por tanto estudiar” y que parecía un zombi.

Frente a muchos hallazgos, hay cuestiones del relato que sin embargo no convencen. Por lo pronto, el propio título. Torre por Torre, sería un nombre más apropiado si se tratara de una autobiografía que en un documental en donde se recogen testimonios de lo más variados. Hay errores algo groseros, como cuando se le atribuye a Morphy una invencibilidad que no fue tal y una condición de campeón mundial que es del todo impropia. Que en cierto momento aparezca un tablero mal colocado (con la casilla oscura en el extremo derecho), habla a las claras de una falta de asesoramiento ajedrecístico a la hora del corte del director, lo que no se justifica en un film cuyo centro está puesto justamente en la figura de un ajedrecista. Por otro lado, no hay testimonios de corte científico, que hubieras sido imprescindibles para comprender con mayor precisión los avatares de la personalidad de Torre, en sus aspectos constitutivos y en su evolución. Otros testimonios decantan en un tono de panegírico que conduce a exageraciones de una figura que, habiendo sido tan grande, no necesita de mayores ornamentaciones.

Con todo, el film es muy esclarecedor. Por una parte, pone el acento en una figura del ajedrez mundial que no ha sido demasiado transitada. Por el otro, presenta testimonios de muchas personas que lo frecuentaron, particularmente de su periodo mexicano. Sin embargo, ni cierra la historia ni menos aún sutura todas las heridas. Se trazan algunos juicios de valor asegurando que a Torre le afectó un estado paranoide, de enajenación, de stress, etc., evaluaciones que sería mejor que surjan de una mirada profesional y no de cultores del juego (alguno se atreve a decir que un síntoma de desvío de Torre era decirle “angelito del señor” a sus circunstantes).

Otra cuestión que se cree se debe explorar con mayor profundidad es lo que sucedió en Chicago y en Nueva York en ese 1926 que será fatídico para Torre. Esa hipótesis de que se lo podía considerar un espía soviético (por su vínculo con Rivera y los revolucionarios mexicanos y su previo paso por la URSS), bien podría alumbrarse, si no del todo resolverse, utilizando el mecanismo de la ley de acceso a la información vigente en los EE. UU., que permitiría abrir el archivo del mexicano y arrojar luz sobre su paso por ese país.

Tras la visión del documental, nos queda de algún modo la sensación de que Torre fue, por mucho tiempo olvidado y, en gran parte de su existencia incomprendido. Es por eso que hablamos de la idea de que estamos en presencia de un Sacrificio de Torre.

A propósito, en muchas culturas, particularmente en las primitivas, se solía sacrificar al mejor de todos ofrendándolo a los Dioses. Eso, en cierta medida, es lo que creemos que pudo haber sucedido con Torre, ya sea por autoinmolación o por condena social.

En la primera mirada, hay que tener en cuenta la inmensidad del campo que se le ofrecía ante su talento impar. Si su siquis no estaba preparada para doblegar a sus rivales como exige la implacable competencia deportiva, un Torre que decantaba por la armonía, y no por el conflicto, pudo haber hallado una contradicción profunda que no supo manejar. En ese estado de conciencia, quizás, el sacrificio de Torre deriva de un acto personal.

En el otro plano, el social, siendo Torre una figura exquisita dentro y fuera del tablero, alguien de una condición tan extraordinaria, se apartaba demasiado de la regla, por lo que se la podía, y debía, confinar a espacios reservados para quienes la comunidad no llegaba a comprender, no fuera cosa de que se admitiera que alguien de la especie pudiera sobresalir en demasía. Eso, y no otra cosa, es la ausencia de normalidad. En ese contexto, ya no fue entonces el propio Torre, sino quienes eventualmente en algún momento lo rodearon, quienes consumaron, tal vez sin saberlo, el sacrificio de Torre, ese que exigen los Dioses en el altar para recibir a los mejores de cada generación.

Sea producto de una vía, la íntima, la personal; sea por la otra, la colectiva, la de la turba, el sacrificio de Torre no fue en vano. Su figura es sobresaliente. Su camino es inolvidable. Y el pináculo que no llegó a alcanzar a nivel deportivo, lejos de preocuparnos o amargarnos, nos debe interpelar en el sentido de que son posibles otras búsquedas, más centradas en la espiritualidad, en donde se supla la batalla y la necesidad de triunfo por la búsqueda de armonía con el entorno y en la relación con el otro.

Torre, a quien el historiador ruso Yuri Averbaj adscribe al grupo de los artistas del tablero, en ese plano que se eleva muy por encima del espacio escaqueado, con su sacrificio, mucho nos está diciendo a todos, a la distancia y desde el recuerdo del admirado maestro mexicano.

Datos del film Torre x Torre: realizadores y guionistas Juan Obregón y Roberto Garza, testimonios de personalidades del ajedrez y de la familia del ajedrecista. Auspiciado por el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes de México, 2018. Agradecemos al Presidente de la Fundación Kaspárov para Iberoamérica, Hinquígari Carranza, por haber posibilitado el acceso al respectivo material fílmico.

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Sergio Ernesto Negri nació en la ciudad de Buenos Aires, Argentina. Es Maestro FIDE. Desarrolló estudios sobre la relación del ajedrez con la cultura y la historia.