Su infancia y adolescencia no fue precisamente feliz. Al descubrir la práctica intensiva del ajedrez en los cafés de Münich, su ciudad natal, halló el mejor medio para aislarse de una realidad familiar que le era hostil.
Su talento fue detectado primero por Eduard Dyckhoff (1880-1949), un precursor del ajedrez por correspondencia y, más tarde, se perfeccionaría con el extraordinario Siegbert Tarrasch[2] (1862-1934), quien le dio las herramientas con las que luego se daría la relevante evolución de la carrera competitiva de Graf.
En esa evolución de su carrera, se la verá obtener su principal logro al vencer en el torneo femenino de Semmering en 1936 cuando, en ausencia de Menchik, se impone con una ventaja de dos puntos y medio respecto de la italiana Clarice Benini (1905-1976).
En tiempos en los que las mujeres comenzaban a asomar en el firmamento ajedrecístico, solo competían frente a varones Menchik, Edith Holloway (1868-1956) y la propia Graf. Solo la primera pudo interactuar con relativo éxito. En el caso de Graf, si bien no se llegaría a lucir, no obstante tuvo el privilegio de ser invitada a competencias con varones una y otra vez, lo que era señal de cierto respeto. [3]
Así como su maestro Tarrasch se halló con la inquebrantable pared que significaba la presencia del jugador alemán Emanuel Lasker (1868-1941), por lo que nunca habría de poder acceder al título mundial, a Graf le ocurrió lo propio al ser una y otra vez relegada por la mejor exponente femenina de su época, la fuera de serie Vera Menchik, con quien siempre perdió en todos sus intentos por consagrarse campeona mundial.
En el de Estocolmo de 1937 compartió la tercera colocación, a inalcanzables cuatro puntos de su eterna rival, arribando al segundo lugar en Buenos Aires 1939, en este caso a una distancia más razonable de dos unidades.
Además de esos frustrados intentos en torneos colectivos Graf enfrentó a Menchik en sendos matches, en los que también cayó ante la titular del mundo. Primero, se realizó un encuentro de carácter no oficial (la FIDE no lo reconoció) en Rotterdam, Países Bajos, en 1934, donde Graf sorprendió ganando la primera partida, recuperándose la campeona inmediatamente al vencer en las tres siguientes, con lo que se cumplieron las cuatro pactadas; y finalmente otro, ya de índole oficial, que tuvo como sede la ciudad austriaca de Semmering, en 1937, cuando Menchik claramente la derrotó por 11,5 a 4,5.
Graf, en el mundial de Buenos Aires, por sus distancias con el régimen nazi, no pudo jugar bajo la bandera de su país, sino que lo hizo con otra mucho más simbólica y profunda: la de la libertad. Un valor que la acompañó en toda su vida.
Graf contra la argentina Dora Trepat de Navarro en el mundial de Buenos Aires 1939
Para entonces, estaba radicada en Londres. Y, como tantos otros jugadores europeos, con la declaración de la Segunda Guerra Mundial, decide permanecer en la Argentina. Aquí vivió en el tradicional Hotel Español, ubicado en la Avenida de Mayo de la capital. Frecuentó el medio ajedrecístico local, participando en varias competencias,[4] siendo particularmente importante su incorporación en el Torneo Mayor de 1940, la máxima prueba el país.[5] Por lo tanto, Graf fue la primera jugadora mujer en ser de la partida de un campeonato argentino superior en toda la historia nacional, instancia a la que accedió pese a su condición de extranjera.[6]
Además de practicar el ajedrez, se le despertó en tierras sudamericanas otra vocación, la literaria, ya que editó en su paso por la Argentina sendos libros. El primero de ellos, más dedicado al juego, se llama: Así juega una mujer. Fue publicado por la Editorial Sudamericana, en 1941, teniendo prólogo de Roberto Grau el que asegura que se está en presencia del “…primer libro de ajedrez escrito por una mujer”[7] concepto que, si fuéramos estrictamente rigurosos, no es enteramente cierto,[8] en un error en el que cae el padre del ajedrez argentino inducido por su propia autora.[9]
Empero, no sólo que seguramente fue el primero en ese carácter en idioma castellano sino que, y eso es lo más importante, sea también el primero en toda la historia del juego que es escrito por, y teniendo referencia a, una ajedrecista influyente. ¡Y fue Buenos Aires la ciudad del mundo en que fue publicada esta obra señera y pionera!
En ella Graf describe su vinculación con el ajedrez, ilustrando su desempeño ajedrecístico con cincuenta partidas que la tuvieron como protagonista. De movida, marca una intención analítica que excede lo estrictamente técnico, al decir:
“Con este libro no pretendo enseñar, no ¡qué esperanza! quiero con él presentar imparcialmente a los ajedrecistas, estudiar su idiosincrasia, su psicología, sus ilusiones, sus sueños y su vida, no solamente como jugadores profesionales, sino también como personas humanas, como gentes que viven y piensan como las demás”.
Y de inmediato agrega, en una auténtica síntesis de su pensamiento:
“No todo en el jugador es ambición, concentración, perseverancia y lógica, hay también idealismo, lirismo, humanidad, bohemia por encima de las cosas diarias del deporte”.
Graf, algo imprecisamente, dice aquí que a los doce o catorce años se enamoró perdidamente de:
“…un Rey, un Rey de madera, esbelto y enigmático, pensativo y melancólico, Rey del más noble y espiritual de los juegos, era un Rey de ajedrez. Él ocupaba todos mis pensamientos y mis sueños…Él me comprendía perfectamente…y animada por este gran amor desarrollé mi carácter”.
Graf, una mujer enamorada, en un amor que le sería correspondido, por siempre. Sobre el ajedrez hará una interesante invitación:
“Concurra a un torneo a hacer algunas observaciones. Verá con asombro que el ajedrez está colocado por encima de todo, y es tan profundo en su ciencia, en su abundante combinación, en su atracción fascinante, que no hay juego en el mundo que pueda parangonársele…Contemple esta reunión: todos ellos tienen su mirada clavada en las mesas, como hipnotizados, olvidados del mundo. ¡El ajedrez hace ese milagro! Da la fuerza de crecer sobre las complicaciones de la vida”.
Y al decir esto apela a una frase de su maestro Tarrasch:
“Yo siento una profunda lástima por cada uno de los que no conocen el ajedrez; es la misma pena que siento por cada uno de los que no conocieron el amor”.
Y agrega:
“El ajedrez sirve para pulir y educar el espíritu, cristalizar la fuerza del carácter, elevarlo y valorarlo, y enseña también a tomar las derrotas, no sólo del juego, sino de la vida, con orgullo y resignación”.
Desde un plano más íntimo recuerda:
“Mi padre decía que las personas inteligentes tienen más o menos el deber de aprender a jugar ajedrez”.
Un hermoso legado de su progenitor, el más importante, tal vez el único, si nos atenemos a la pésima relación que tendrían padre-hija, para quien:
“Todo lo bello que hay en mi vida, mi libertad, que estimo por encima de todo, mi independencia, mi voluntad, y carácter, se lo debo al ajedrez, que me ayudó a sobreponer a las más crueles y difíciles situaciones…los más duros tiempos y las situaciones más difíciles las he podido dulcificar gracias al ajedrez”.
Graf, una mujer agradecida al más bello y profundo de los juegos que ha sabido concebir la Humanidad. En este libro Graf le dedica un capítulo específico a practicar un análisis de género el que titula, sin saberse al presentarlo realmente cuál es cuál, aunque rápidamente lo intuimos: “Sexo Débil vs Sexo Fuerte”. Comienza al respecto diciendo:
“Cuando por primera vez en mi vida, disputando una partida de torneo, me vi frente a un hombre ante una mesa de ajedrez, sentí un sentimiento extraño. Hasta ese momento había jugado solamente con mujeres, que, aunque muy fuertes, no eran para mí la prueba de fuego definitiva. ¡Cómo martillaba mi pobre corazón recordando todas las cosas oídas sobre el sexo fuerte!”.
Un poco de vergüenza, un poco de sobresalto, sentimientos encontrados y superpuestos que se mezclaban en esa situación iniciática. Pero el ajedrez la exigió de tal manera, que debió olvidarse de su condición; de hecho consideraba que:
“…en esos momentos me sentí de veras como un hombre. Y en esta dura lucha encontré fuerzas que llevaba ocultas en mí…”.
Al transformarse por algunas horas en hombre,[10] siempre siguiendo su propio sentir, logró vencer sus propios prejuicios y, al hacerlo, poder vencer a su masculino rival. Una mujer venciendo a un varón. No era previsible. No era habitual. Aunque, siendo del todo excepcional la circunstancia, no era sin embargo ni la primera ni mucho menos la última vez que ello ocurriría. Graf, en ese sentido, junto a Menchik, abrieron un camino que luego recorrerían tantas de sus colegas.[11] Además Graf se convirtió en una aguda observadora del medio local,[12] en cuanto a la presencia femenina, haciéndolo en los siguientes términos:
“En la Argentina, por ejemplo, la mujer practica bastante poco este pasatiempo, pero ya se ve mayor número de ellas en los clubs, jugando con mucho entusiasmo”.
Y al comparar con lo que sucedía en su continente de origen, dice:
“En Europa la mujer practica más y tiene otras costumbres en su vida que le permiten mayor libertad de acción, como, por ejemplo, frecuentar con absoluta independencia los círculos ajedrecísticos y jugar con todos los hombres”.[13]
Sobre el ambiente ajedrecístico en general, en su perspicaz mirada, pudo establecer la siguiente comparación:
“…En Europa no hay verdaderamente clubes de ajedrez, sino en contadas ciudades. La mayoría se forman en cafés o restaurantes. Los torneos importantes, se juegan generalmente en hoteles o grandes balnearios. Me llamó la atención que los ajedrecistas argentinos, aunque aman el juego, no lo practican como sus colegas europeos. En casi todos los clubes, los socios prefieren mirar o conversar, a trabarse en una lucha ajedrecística, y es raro que las grandes figuras del ajedrez argentino, jueguen entre ellos partidas que no sean de torneos. Parece que huyeran y se muestran reacios a jugar el más liviano “ping-pong”. He notado, y esto con perdón de todos, que prefieren hacer comentarios sobre sus virtudes, que jugar una partida para demostrarlas. Sin embargo, tienen algunas figuras de renombre universal, que no necesito mencionar aquí, y que son verdaderos campeones, pero que desgraciadamente actúan muy poco en torneos…”.
Al leer este argumento nos planteamos si cabría preguntarse si, cuando se refería a que los argentinos ´prefieren hacer comentarios sobre sus virtudes, que jugar una partida para demostrarlas´, se estaba refiriendo exclusivamente a los ajedrecistas nacionales o, tal vez, veía algo más en la sociedad.
Otro aspecto que Graf destaca es que, cuando se hizo el Torneo de las Naciones, junto al campeonato mundial femenino de 1939, el Presidente argentino Roberto Marcelino Ortiz (1886-1942) tuvo un gesto inusual hacia las damas; recuerda al respecto que la máxima autoridad del país tuvo:
“…una nota muy simpática, promisoria y jamás hecha antes, la de llamar a todas las mujeres una por una, para ser presentadas al primer argentino, que nos estrechó las manos con gesto amistoso y cordial”.
En otro andarivel de análisis, si bien ponderó la gran cantidad de mujeres que asistieron a esas competencias, no se privó de hacer un comentario crítico que cabría calificar de muy femenino:
“…confieso que me sorprendió, y no quiero molestarlas con mi franqueza, el complicado maquillage (SIC, afrancesando la expresión) de sus rostros, con mucho ´rouge´ y largas sombras en sus pestañas. Es de lamentar que la mujer argentina, que en general es de bellos rasgos y gentil figura, estropee este conjunto por su exagerada manía del colorete…”.
El otro libro de Graf fue publicado por la Editorial Piatti en 1946, bajo el título Yo soy Susann. Es una obra de una más clara naturaleza autobiográfica en la que, si bien abunda en referencias ajedrecísticas, desarrolla con toda extensión e intensidad otros rasgos de su faceta personal que la marcaron en experiencias, muchas de ellas traumáticas, desde el mismo momento en que viera la luz de este mundo. Susann es de hecho su auténtico nombre, coincidente con el que tenía su madre. En el epígrafe del texto, y junto al título, se marca en forma del todo elocuente que estamos en presencia de un:
“Relato íntimo y autobiográfico; impresiones reales; recuerdos y confidencias amorosas; historia de la vida en sí misma con su enseñanza y verdad”.
Una Graf que, evidentemente, tenía mucho guardado por decir, queriendo dar detalles de su intimidad abriendo, para ello, su corazón con palabras que pudieran desplegarse hacia los cuatro vientos. Este trabajo cuenta con prólogo del poeta argentino Carlos Ibarra Grasso (1919-1973), conocido en su tiempo bajo el seudónimo de Carlos Albert. Allí, refiriéndose a la autora, la presenta con las siguientes expresiones:
“…así personal pero amplia, sola pero múltiple, la pequeña Susann sin más guía que su alma, buscando, entre las asperezas del camino, su elevación espiritual llegará a ser un símbolo”.
Graf habla de sus padres, rusos blancos ellos, y en particular de su progenitor, quien fue en su tiempo sacerdote de la Iglesia Ortodoxa, hasta que conoció a su madre, de quien se enamoró, decidiendo dejar los hábitos y mudarse a Alemania donde construyeron una familia que, con el tiempo, sería muy numerosa (tuvieron catorce hijos).
Las limitaciones económicas hicieron que el antiguo religioso usara sus evidentes habilidades pictóricas para ganar unos pesos usando su talento haciendo, por caso….¡una copia falsa de un cuadro de Rembrandt! Ese retrato fue el primero de muchas otras obras falsificadas que podían corresponder a un presunto Velázquez o a un Rubens, a un Murillo o, ya claramente envalentonado, hasta a las de un gran Miguel Ángel.
Al padre de Sonja, falsear cuadros parece que lo condujo a una suerte de enajenación personal (¿o el orden de causalidad habrá sido el inverso?), lo que lo hizo falsificar su realidad cotidiana. En ese plano ideal que habitaba, se despreocupó del hambre de sus hijos, y engañó a su esposa con quien, no obstante, tuvo un hijo tras otro. La aparición de la pequeña Susann fue particularmente traumática: en el parto se desvanece la madre, su esposo pensó que había muerto y, cuando se comprueba que ello no es así, lejos de alegrarse de la situación se verifica una agria discusión de los cónyuges.
Susann quedó marcada desde el inicio por ese triste episodio y sus padres, de alguna manera, la terminaron por responsabilizar a la niña de los males propios, no prodigándole amor alguno, por lo que su niñez fue absolutamente desdichada. De esos malos tiempos le quedó a Sonja una frase que se transformaría con el tiempo en su predilecta:
“¡No entiendo al mundo!”.
La transformación de Susann en Sonja, entonces, debe ser entendida como la búsqueda de una identidad diferente que la alejara a la futura ajedrecista de un pasado que le resultaba ominoso. Es que, pese a esos tiempos oscuros, podría desarrollar una fuerte personalidad; en palabras transcriptas en su libro:
“Tal vez debido a la dura y cruel escuela de su infancia, Susann se formó, subconscientemente, como un ser de cultura y tacto. Los sufrimientos despiertan y forman el carácter…El alma de Susann se purificó indudablemente por las penas sufridas y se hizo fuerte para afrontar la vida”.
Ese cambio de nombre, junto también al ajedrez, a los deseos de ser mejor y a la lucha permanente por la libertad, acompañaron esa búsqueda de identidad, que fue una marca indeleble de una rica existencia posterior de aquella sufrida niña, una no querida por sus propios padres, alguien que deberá conquistar, por sí misma, el mundo.
Graf quedó muy conmovida al prácticamente presenciar un caso de incesto, del que fue protagonista una amiga; ese hecho la marcaría por siempre ante las circunstancias en las que se vio implicada. Por ese motivo ella debió declarar judicialmente sobre el caso con resultados absolutamente inesperados ya que, por esas artimañas tan típicas de los ámbitos judiciales, el culpable salió indemne y, en cambio, fue Graf misma quien terminó siendo conducida a la cárcel, en la que estuvo unos diez días, acusada de perjurio, en el que cayó por su poca habilidad para declarar, lo que fue aprovechada por un abogado inescrupuloso que tergiversó algunos de sus dichos.
Para colmo de males sus padres, lejos de ampararla, se enojaron con ella, supuestamente por haber mancillado el apellido familiar, al quedar expuesta en una situación que tomó cierto estado público, por lo que la castigaron y la condujeron a un instituto de corrección dirigido por monjas. En esas circunstancias Susann podría haber vuelto perfectamente a repetir aquella frase que tan bien la identificaba:
“¡No entiendo a este mundo!”.
Los años pasaron, la niña creció, por lo que terminó por huir de su hostil hogar. La calle se transformó en su casa, el desamparo parecía ser su sino, hasta que un día su vida dio un vuelco monumental, el que es contado de este modo:
“Eran las siete de la tarde. Paseando tranquilamente, se fijó[14] la joven que en aquel café de enfrente jugaban ajedrez. Aproximándose observó con curiosidad la partida, que jugaban dos aficionados. Desde afuera, ya interesada en la lucha, mojada íntegramente por la llovizna, seguía Susann apasionadamente su desarrollo”.
Lo más importante no fue lo que observaba, sino la voz interior que le decía:
“-¿Ves? ¡Este es tu mundo! ¡En él encontrarás alegría y dolores, éxitos y triunfos!”.
Las cosas podían cambiar. El ajedrez sería sanador. Fue un momento beatífico; un momento crucial; un momento inolvidable. Ahora, concurrir al café a jugar al ajedrez sería su tabla de salvación. Allí jugaría. Allí desayunaría y tomaría las comidas que pudiera. Allí hasta dormiría. Allí en definitiva transcurriría, de aquí en más, y por muchos años, su vida. A excepción de las madrugadas, momento en el que cerraba el café, horas en las que volvería a deambular por la ciudad.
En esas circunstancias, el ajedrez ingresó no sólo en la materialidad sino aún más profundamente en la psiquis de una nueva Susann, una transformada Susann, una ahora amparada Susann, una Susann que podía muy bien reinventarse en su existencia. Susann podía quedar atrás, había nacido Sonja, una Sonja Graf, alguien que asombraría al mundo del ajedrez.
Su vida ulterior fue rica en experiencias, en el marco de una evolución personal gratificante, no exenta de dificultades. Por caso, cuando ella logró advertir la naturaleza horrorosa de la ideología nazi que regía los destinos de su país, se distanció de ese régimen oprobioso, y ello le costaría emigrar de su país, definitivamente. Con el tiempo admitirá que el ajedrez, una vez más, le sería salvífico. Es que, siempre a tenor de sus palabras el juego:
“… me procuró una vida libre e independencia, conocí gente, y me alejé de dos aversiones; mi padre y el social nacionalismo de Hitler”.
¡Vaya comparación! Tras su estadía en nuestro país de varios años, de la que además de sus actuaciones deportivas le quedaron el conocimiento del idioma castellano y la producción de los libros mencionados, termina por enamorarse de un marino mercante norteamericano, llamado Vernon Stevenson,[15] con lo que emigra al norte del continente prosiguiendo con su carrera ajedrecística, donde habrá de obtener sendos campeonatos de los EE. UU. a nivel femenino.[16]
Allí habrá de transcurrir un tiempo que suponemos más plácido, el crepuscular de su vida, una vida que fue tan intensa como trascendente en el plano personal y por el legado que le dejara al mundo de los sesenta y cuatro escaques.
En 1950, cuando la FIDE comienza con el otorgamiento de títulos a los mejores ajedrecistas del orbe, se le confiere el de Maestra Internacional de Mujeres. Poco antes de morir se radica en la ciudad de Nueva York y, un año antes de su muerte, se corona como campeona nacional, despidiéndose prácticamente tanto del ajedrez como de la vida (¡Como si en su caso pudieran disociarse!).
Al cabo de todo, podría decirse que Graf cumplió con el mandato que se autoimpuso cuando expresó: “Mi profesión es ser libre”. Pese a los avatares que rodearon su existencia, sin dudas que podría exclamarse: ¡Vaya que lo logró!
Notas:
[1] Ya veremos que en realidad su verdadero nombre era Susanna. Con un pequeño error de transcripción (ya que figuraba como Sussanna), aparece en la nómina de pasajeros del buque Piriapol en el que vino a Buenos Aires desde la ciudad de Londres (allí embarcó a diferencia de la mayoría de los jugadores europeos que lo hicieron en Amberes). Fuente.
[2] El jugador alemán Tarrasch fue un exponente destacado en su tiempo, tal vez el mejor en la primera mitad de la última década del siglo XIX, cuando era campeón Wilhelm Steinitz (1836-1900). Pero perdió la oportunidad de enfrentarlo en 1892 al preferir atender sus responsabilidades como médico. Tendría su oportunidad de desafiar por la corona al siguiente titular del mundo, Emanuel Lasker, quien lo derrotaría claramente en 1908 cuando Tarrasch ya no era el que había sabido ser. Tarrasch es un reconocido teórico que contribuyó a la consagración de la que se denomina teoría clásica en ajedrez. Es además autor de una bella frase sobre el juego: “El ajedrez, como la música o como el amor, tiene el poder de hacer feliz a la gente”. Con ese bagaje de conocimientos, Tarrasch fue el maestro de Sonja Graf.
[3] Por ejemplo, lo hizo en el torneo de Praga disputado en mayo de 1937, en el que se impuso el estonio Paul Keres (Erich Eliskases compartió el tercer lugar mientras que Jorge Pelikán, otro futuro argentino, fue octavo); allí Graf salió penúltima entre doce jugadores, aunque se dio el gusto de empatar precisamente con el campeón de la prueba (y en el momento de acordar las tablas la jugadora alemana estaba bastante mejor.
[4] En las mediciones de Chessmetrics, estando muy instalada en la Argentina, participando de pruebas locales, Graf alcanza el mejor ranquin de su carrera en 1944 con 2.455 puntos, pese a haber quedado entreverada en los últimos puestos del fortísimo torneo realizado en el Jockey Club de la ciudad de La Plata; allí el triunfo le correspondió a Miguel Najdorf, delante del sueco Gideón Ståhlberg, apareciendo tercero el primer jugador nativo, Julio Bolbochán; entre los diecisiete participantes, Graf terminó compartiendo la antepenúltima posición con 4,5 puntos; una medida de la fuerza de la prueba está dada en que el último en la tabla de posiciones fue el excampeón argentino, algo veterano para entonces, Benito Villegas. En enero de 1945 Graf alcanzaría el puesto número 82 en el ranquin mundial absoluto, la cual sería su posición más destacada. Podemos agregar algunas otras experiencias en su paso por el país: en 1941 se hacen, entre otros, dos torneos importantes, uno en Mar del Plata y otro en Buenos Aires, ambos con presencia de Graf; en el primero, que es ganado por Ståhlberg, delante de Najdorf y Eliskases, ella quedará última entre los dieciocho participantes; en el segundo, en el que Najdorf se impone delante de Moshe Czerniak y Herman Pilnik, Graf también merodeará las últimas posiciones (siendo entonces el peor del certamen el excampeón argentino Luis Palau). También estuvo en Mar del Plata 1942 (nuevo triunfo de Najdorf, ahora delante de Ståhlberg y Pilnik); se recuerda la espectacular partida (con sacrificio de dama incluido) que la jugadora de origen alemán le ganó al fuerte jugador israelí Czerniak; igualmente Graf volvió a ocupar aquí la última posición, compartida, entre dieciocho jugadores. En el club Belgrano de la ciudad de Córdoba se disputó, en 1942, un torneo que fue obtenido por un valor local, Eduardo Sechi, donde se la ve a Graf ocupar la posición de escolta (cincuenta años más tarde en ese mismo club se hizo un torneo por equipos conmemorativo de su persona). Sonja, jugando en la Argentina entre varones y no entre mujeres, profundizó un camino de integración que tan pocas pudieron recorrer en esa primera mitad del siglo XX.
[5] El primer puesto quedó compartido por tres jugadores: el francés Aristide Gromer, el polaco Franciszek Sulik y el argentino Carlos Guimard, quien se impuso en el desempate (por lo que desafió por la corona argentina a Carlos Maderna, a quien venciera consagrándose campeón nacional). En ese torneo, Graf ocupó el puesto 14° entre 16 participantes.
[6] De los dieciséis ajedrecistas de la prueba siete eran extranjeros, incluida Graf. Con todo, será la primera mujer en participar de una instancia que a ellas les era ajena. Habrá que esperar mucho tiempo, más precisamente al advenimiento de Claudia Amura, para que una presencia femenina se diera en esta clase de instancias.
[7] “¡Sonja Graf ha escrito un libro!”, así comienza el maestro Roberto Grau, su prólogo. En él, el gran difusor del juego ciencia de tiempos fundacionales del ajedrez argentino, agrega otros relevantes conceptos sobre la obra y su autora: “Una mujer singular no puede escribir sino un libro singular”; “Es, por sobre todas las cosas, un estudio de psicología humana”; “Sonja Graf ha pintado un libro. Lo ha llenado de imágenes y de recuerdos”; “Vuelca en su libro su temperamento, inquieto, apasionado, que en vano intenta esconder tras sus maneras displicentes y varoniles”; “Explica…cómo es el ajedrez por dentro. Nos habla de un mundo de artistas, un poco loco y un poco genial”; para terminar diciendo, siempre en tono exclamativo: “¡Sonja Graf ha escrito un gran libro!”.
[8] En rigor se remonta a 1859 el primer texto de autoría femenina, ya que en ese año aparece en Inglaterra una obra que se le debe a una dama, que responde al nombre H. I. Cooke, que es publicada bajo el título The ABC of Chess (El ABC del ajedrez). De todas maneras, se trata de un trabajo de divulgación básico que, podría inferirse, no tuvo excesiva trascendencia.
[9] Es que la propia Graf, que venía de su experiencia europea, y en particular de Londres, en donde la bibliografía especializada siempre ha sido más profusa que en estos territorios americanos, así lo asegura al decir: “Es la primera vez que en la historia del milenario juego una mujer se atreve a una empresa como la presente…ha demorado demasiado tiempo el libro femenino, en el que una mujer volcara sus impresiones y habilidades de experta”. Seguramente Graf desconocía el antecedente mencionado en la precedente nota al pie, y ello pese a que provenía del mismo medio en el que ella se desempeñaba. Igualmente, su trabajo tiene el mérito de reflejar la actuación de una jugadora trascendente: ella misma, por lo que no tiene equivalencias literarias respecto de la obra precedente.
[10] Algo punzantemente se pregunta: “¿No será que a mi adversario le pasó lo mismo, pero en diferente sentido?” aludiendo a que, tal vez, en esas mismas horas de confrontación, su rival jugó como una mujer, dándose entonces una absoluta inversión de roles que hizo posible el resultado obtenido por Graf en aquella ocasión. Pensamientos que corresponden a otros tiempos. También advierte cómo, caballeros muy respetables, se transformaban al deber enfrentarla. Es que, en sus palabras, en un concepto aplicable en algunos casos incluso a la actualidad: “A ningún hombre le gusta perder con una mujer… Y se resisten a la derrota con toda su alma”. Pero Graf es muy crítica respecto del juego de las mujeres, asegurando que: “…salvo raras excepciones, las partidas entre mujeres no valen mucho, porque generalmente ellas hacen jugadas sin ninguna profundidad…”. Es del todo evidente que la perspicaz Graf, al dar sus opiniones, haría primar su sinceridad y la calidad de sus análisis por encima de eventuales (y mal entendidas) solidaridades de género.
[11] Menchik tuvo triunfos emblemáticos sobre varones. En lo que respecta a Graf podemos agregar que, en 1932, o sea a poco de comenzar a jugar en forma competitiva (cosa que hizo recién con cerca de veinte años), participó de dos torneos en los que salió segunda, siendo en ambos casos la única mujer en competencia. Uno fue en el Club Anderssen-Bavaria, cuando hizo seis puntos y medio en nueve, y el otro en el Club de Münich, oportunidad en que quedó a sólo media unidad del vencedor. Todos los varones en esas pruebas, salvo uno, debieron contentarse con salir detrás de Graf en un hecho que resultaba del todo inusual. Y de ese año se registra un espectacular triunfo de Graf sobre el gran ajedrecista Rudolf Spielmann aunque, hay que aclarar, el mismo se registró en el marco de unas simultáneas que dio el jugador austriaco.
[12] Del que tenía, como buena parte de los europeos, sus respectivos prejuicios, producto del profundo desconocimiento, a punto tal de que se podía creer que todavía: “…en la República Argentina sus habitantes son casi todos indios semisalvajes y que sus costumbres son muy primitivas… que desconocen las comodidades y los adelantos modernos, como el teléfono y el automóvil… Me decían… que en la Argentina y Brasil son frecuentes los asesinatos pues la vida de un indígena tiene tan poco valor, que un representante de la autoridad puede matar a uno en la vía pública con toda tranquilidad…”. Visiones eurocéntricas de un continente que podía darse el lujo de suponer (y equivocadamente) violencia ajena, cuando ellos mismos venían de experimentar una guerra global recientemente, con gobiernos fascistas a diestra y siniestra, y estando a punto de ingresar en una segunda fase de horror ante otro conflicto mundial que resultaría aún más tremendo que el previo.
[13] Esta referencia se contradice con otra que la propia Graf refiere acerca de sus propios comienzos: “¡Cómo envidiaba a mis hermanos porque ellos podían concurrir todos los días al Club de Ajedrez de Münich!...me enfurruñaba ante la negativa rotunda de mis padres: ¿Una chica ir a jugar con hombres? ¡Completamente imposible!”.
[14] De la transcripción de estos párrafos se observa que, a pesar del carácter autobiográfico del relato, se utiliza la tercera persona en vez de la primera del singular, la que es habitualmente usada a la hora de concebir esta clase de trabajos.
[15] Al casarse con él en 1947 se termina registrando toda una curiosidad ya que, tanto Sonja Graf como Vera Menchik, se unirían legalmente con dos señores (distintos) de igual apellido: Stevenson. El de la campeona fue Rufus Henry Stevenson, quien fue Secretario de la Federación Británica de Ajedrez, que había estado casado antes de Vera con otra buena ajedrecista, Agnes Bradley Lawson de Stevenson, que fue campeona inglesa en cuatro ocasiones y a quien se la recuerda por su luctuoso deceso: en la ciudad polaca de Poznań, camino a jugar el torneo mundial de mujeres de Varsovia, en un descuido, es alcanzada por la hélice del avión del que se había bajado para hacer los trámites de pasaporte, acción tras la cual se le provocan heridas mortales. Por su parte, el marido de Graf se llamaba Vernon Stevenson, y era norteamericano, con quien vivió en Hollywood, California y tuvieron un hijo en 1951.
[16] Uno compartido, en 1958-9, con la norteamericana Gisela Kahn Gresser; y otro, en solitario, en 1964.
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