Woody Allen, una absurda partida postal y el ajedrez con subtexto en Ingmar Bergman

por Sergio Ernesto Negri
02/12/2021 – El actor, cineasta y escritor (Heywood) Woody Allen, nacido en 1935 en los EE. UU., en Cómo acabar de una vez por todas con la cultura, libro aparecido en 1972, incluye un desopilante diálogo al que denomina Cómo acabar con el ajedrez, en el se refiere a una absurda partida por correspondencia disputada entre dos jugadores llamados Vanderbedian y Gossage. Artículo por Sergio Negri, Ajedrez Latitud Sur. | Imagen: Ajedrez Latitud Sur

Fritz 18 and ChessBase 16 Fritz 18 and ChessBase 16

El programa de ajedrez Fritz 18 junto con ChessBase 16.

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En el contexto del relato, se presenta una situación en la cual, por un aparente error cometido en algún punto del intercambio epistolar, que alteró el curso de los acontecimientos del juego, en cierto momento, al evaluarse la posición, cada uno entiende contar con una posición ganadora. El equívoco queda del todo reflejado en la siguiente secuencia:

«Mi querido Vardebedian: Hoy tuve el gran disgusto, al revisar mi correspondencia de esta mañana, de comprobar que mi carta del 16 de septiembre, que contenía mi vigésimo segundo movimiento (caballo cuatro rey), me había sido devuelta debido a un pequeño error en el sobre —precisamente, la omisión de su nombre y residencia (¿cuán freudiano puede uno llegar a ser?), amén de olvidar el sello… El hecho de que usted no se percatara de que faltaba una carta indica igualmente cierto despiste por su parte, que yo, por la mía, atribuyo a su impaciencia, pero Dios sabe que todos cometemos errores. Así es la vida. Y el ajedrez…”.

 A partir de ese descubrimiento se plantea la necesidad de una rectificación, pidiendo transferir el caballo al cuarto escaque de su rey, interpretando que de esa manera:

“…podremos seguir adelante con nuestro pequeño juego de modo más exacto”.

Pero. de aceptarse este camino resolutivo, quedaba invalidado un previo anuncio de jaque mate de su rival, o sea que la cosa, al menos a nivel ajedrecístico, se complicaba bastante ya que, en ese caso, quien quedaba con el rey expuesto era Vanderbedian y no Gossage, como sucedería en la otra hipótesis. Y, entonces, se hubiera comprobado que:

“¡Irónicas son las vicisitudes de esta pequeña guerra! El destino, oculto en alguna oficina de correos extraviada, crece omnipotente y —voilà— la suerte ha dado una voltereta”.

Desde ya que Gossage no habría de aceptar este giro de los acontecimientos ya que, en ese caso, debía aceptar que:

“…su caballo, al que yo retiré del tablero hace ya unas semanas, debiera estar, según ahora afirma usted, en el cuarto escaque del rey a consecuencia de una carta perdida en correos hace veintitrés movimientos”.

Por lo que reinterpreta la posición a su gusto y manera, dejando las cosas sobre el tablero en una situación que le es favorable. Queriendo enmendar el error del pasado, se embarcan en argumentaciones cada vez más enrevesadas, cada vez más intrincadas e incoherentes y,  en ese marco, Gossage le atribuye el error inicial a su contrincante:

“…pienso que he encontrado la causa de su confusión y falta de comprensión de los hechos, sin embargo, evidentes. Que su torre esté en el cuarto escaque del rey es algo tan imposible como dos copos de nieve idénticos; si usted se remite al movimiento noveno del juego, comprobará que hace ya mucho tiempo que perdió la torre…Para su consideración, le ofrezco mi versión de lo sucedido: la intensidad de los intercambios salvajes y precipitados del vigésimo segundo movimiento le dejaron en un estado de leve distracción, y, en la ansiedad que sintió por mantenerse en sus cabales en ese momento, no se percató de que llegaba mi carta y, en cambio, movió sus piezas dos veces otorgándose de ese modo una ventaja injusta, ¿no le parece?…”.

Por lo que, para enmendar todo, propone una medida insólita: jugar dos movimientos consecutivos. Vanderbedian devuelve la gentileza y le marca el origen del equívoco a Gossage, a quien acusa de estar jugando otra partida ya que:

“… me resultó obvio que, en las últimas seis semanas, hemos estado jugando dos partidas de ajedrez absolutamente distintas (yo, de acuerdo con nuestra correspondencia; usted, según unas normas muy sui generis en lugar de hacerlo según el sistema racional adoptado por todos)…”.

Y, desde ya, rechaza la posibilidad de que se hagan sendas movidas consecutivas, propuesta que considera como una mera broma. Dando pasto a una suba de la temperatura de la discusión, señala que su rival:

“….ha recibido mayor influencia de los Hermanos Marx que de Bobby Fischer…” .

Y redobla el tono de la disputa , la que adquiere un tono excesivamente personal, al aludir al libro:

“…El ajedrez según Nimzowitsch que usted se llevó de mi biblioteca el invierno pasado oculto debajo de su abrigo de alpaca…”.

El tono de la disputa crece con el avance del relato. Gossage acusa a Vardebedian de haber perdido contacto con la realidad, de no ser suficientemente caballero y de ser arbitrario, transformándose en un dictador:

“…enmascarando los errores tácticos con equívocos y agresiones (una costumbre que usted mismo condenó en nuestros líderes mundiales en su monografía «De Sade y la no-violencia»)”.

No sin ironía, agrega que su rival parece respetar más las normas de la Comisión de Boxeo del Estado de Nueva York que las de la Federación Mundial de Ajedrez. Y Vanderbedian dice, por su parte, que la carta de Gossage es la nada misma, que los pretextos utilizados son lunáticos, que es un conspirador egoísta y lo ve imposibilitado de mantenerse un tiempo prolongado en sus cabales. Cada uno propone jugadas para enmendar la situación, llevando la situación a su propio cauce y cada uno contempla la existencia de piezas propias, que el otro se encarga puntualmente de negar que sigan en el juego ya que, a su respectivo juicio, habían sido previamente capturadas.

Las epístolas finales son del todo disruptivas. Era evidente que ninguno habría de ceder. Cada uno haría su propia partida. Cada uno le asignaría a ella su propio curso de los acontecimientos. Cada uno daría su propio jaque mate. Y, entonces, se genera este intercambio:

“Vardebedian: Es obvio que la constante tensión nerviosa, además de su desgaste de energía en defender una serie de torpes y desesperanzadas posiciones de ajedrez, ha terminado por desbarajustar la delicada maquinaria de su aparato psíquico y ha hecho que su comprensión de los fenómenos externos sea en este momento un tanto lamentable. No queda otra alternativa para remover la tensión antes de que usted termine con una lesión permanente: Caballo —¡sí, caballo!— seis reina. Jaque. Gossage”/“Gossage: Alfil cinco reina. Jaque mate. Lamento que la competición haya sido demasiado difícil para usted, pero, si puede servirle de consuelo, le diré que, después de haber observado mi técnica, varios maestros locales de ajedrez han desistido de presentarme batalla. Si usted quiere una revancha, le sugiero que hagamos un intento con el scrabble, un juego en el que me intereso desde hace poco y que, espero, no suscite tantas protestas. Vardebedian”/“Vardebedian: Torre ocho caballo. Jaque mate. En vez de atormentarle con nuevos detalles acerca de mi jaque mate, como creo que es usted esencialmente un hombre honrado (algún día, alguna forma de terapia me dará la razón), acepto muy complacido su invitación para el scrabble. Tenga listo su tablero…”.

¿Hallarían en el scrabble el acuerdo y el sosiego que evidentemente el ajedrez no había sabido brindarles a estos jugadores? ¿La hostilidad que plantea cada partida, en tanto simulacro de guerra, puede alejar definitivamente a quienes inician el juego, a punto tal de que deba ser disociado como única manera de permitir que cada uno de los adversarios venza alcanzando su máximo objetivo? ¿La tensión frente al tablero puede conducir a dos personas razonables, quizás amigas, a distanciarse definitivamente más allá del campo escaqueado? Y, si siempre las cosas habrán de terminar de esta manera (en acción o en ciernes): ¿Habría que seguir agradeciéndole a los persas quienes: “…se sacaran de la manga este pequeño pasatiempo”, conforme lo que Allen entiende ha sucedido en el momento en que se creó el juego?

En otro relato, titulado muy graciosa e irónicamente Para acabar con los regímenes de bajas calorías – Reflexiones de un sobrealimentado, se vuelve a hablar del ajedrez. Ello se da cuando se presenta un diálogo entre un tío y su sobrino, que gira básicamente sobre la existencia de Dios. El más joven, muy descreído por cierto, entiende que la divinidad no puede existir por muchos males que aquejan al mundo, tales como la pobreza y la calvicie, el hecho de que algunos hombres pasan por la vida inmunes a mil enemigos mortales de la especie, mientras otros «pescan unas gripes que duran semanas enteras», hasta arribar a una curiosa perplejidad sobre “¿Por qué tenemos los días contados y no clasificados por orden alfabético?”.

El tío quedó anonadado frente a tantos y variados cuestionamientos. Y eso que no era fácil de ser sorprendido. Como prueba de ello, en un comentario que especialmente nos concierne, sólo en la referencia lúdica por cierto, define que su tío:

“Habría podido haber visto sin chistar cómo los turcos violaban a la madre de su maestro de ajedrez. El incidente le hubiera parecido divertido aun cuando encontrase que le había hecho perder demasiado tiempo…”.

Un Allen irónico, auténtico, mordaz, controvertido, no necesariamente políticamente correcto (y en ello se pueden trazar ciertos paralelismos con episodios reales de su polémica vida privada). El norteamericano, reconocido admirador del cineasta sueco Ingmar Bergman, quien dentro de su vasta filmografía ofrendó El séptimo sello, película inolvidable de la que particularmente se recuerda la clásica escena en la que el protagonista aparece disputando una partida de ajedrez con la muerte, retoma ese mismo tema en Para acabar con Ingmar Bergman, donde presenta a Nat Ackerman, un confeccionista de prêt-à-porter, cercano al sexenio de edad, y seguramente muy satisfecho por cómo le ha ido en la vida quien, leyendo plácidamente el diario, echado en la cama del cuarto de su casa, es interrumpido por una figura que no sería otra que la de la Muerte. Primero, se muestra sorprendido pero luego, quizás reconociendo la inevitabilidad de todo, pide un tiempo extra:

“NAT: Deme un poco de tiempo. Un día más. / LA MUERTE: No puedo, ¿qué quiere que le diga? / NAT: Un día más. Veinticuatro horas. / LA MUERTE: ¿Para qué las necesita? La radio dijo que mañana llovería. / NAT: ¿No podríamos llegar a algún acuerdo? / LA MUERTE: ¿Cómo cuál? / NAT: ¿Juega al ajedrez? / LA MUERTE: No. / NAT: Una vez vi una foto suya jugando al ajedrez. / LA MUERTE: No podía ser yo porque no juego al ajedrez. Gin rummy, quizás”.

Allen, con esta precisión, a la vez homenajea y desmiente a Bergman: la propia Muerte asegura no jugar al ajedrez. ¿O será que la Muerte ya no habría de jugar al ajedrez con nadie que se lo propusiera y, para cortar esa posibilidad de llano, directamente reniega de su sapiencia en el juego? Es que la Muerte, en su anterior experiencia en El séptimo sello, estuvo a punto de ser engañada por su adversario humano quien, jugó con ella, sólo con el fin de posibilitar que sus amigos escapasen. Pero, claro, tampoco en ese caso ese objetivo sería alcanzado. La Muerte, inexorablemente, siempre habrá de imponerse.[1]

En tanto actor, hay una célebre imagen de Woody Allen jugando una partida de ajedrez, que pertenece a la película What’s New, Pussycat (¿Qué hay de nuevo Pussycat?), dirigida por el cineasta británico Clive Donner (1926-2010), la que fuera estrenada en 1965.

Es interesante, quizás correspondiendo con lo hilarante de la historia que se cuenta en el film, que el tablero está mal colocado ya que, como lamentablemente suele repetirse en el mundo de la cinematografía (y en los escaparates de las tiendas), la casilla extrema a la derecha de la primera fila de cada jugador, en vez de ser blanca, es de color oscuro.

Allen interpreta a un personaje que se llama Víktor Skakapopulis y, en ese apellido, tomando las respectivas raíces, creemos poder imaginar que se trata de una suerte de «ajedrez del pueblo» («skak» y «populis«, respectivamente), otra nota de humor de una narración que de por sí es hilarante. De hecho en el diálogo, mientras que la dama lo acusa a su rival de haberle hecho trampa este, replica, que jugaban al «strip chess«. Evidentemente, una nueva muestra de que el ajedrez, como lo fuera en su propio desarrollo en la Europa de la Edad Media, bien puede proponer la aparición de situaciones que convoquen al erotismo…

En esta otra escena del film aparece de pie Peter O Toole y Nicole Karen como adversaria de Allen


Nota:

[1] El protagonista del film de Bergman, Antonius Block, es un caballero cruzado que regresa con su escudero Jof a su pueblo natal, en Suecia, después de diez años de ausencia, tras haber participado en las Cruzadas. Su comarca está diezmada por la peste. Aparece la figura de la Muerte para reclamar la vida de los habitantes de su pueblo. Antonius decide retarla a un juego de ajedrez y, con ello, ganar tiempo para así encontrar un acto que le dé sentido a su vida, antes de efectivamente morir. Sobre este episodio el intelectual norteamericano George Steiner opina, algo reparadoramente, que: “La muerte gana la partida, pero al hacerlo se somete, aunque sea momentáneamente, a unas reglas enteramente fuera de su dominio”. (Sobre este tema presentamos un trabajo específico, citado en Notas relacionadas)

Enlaces

 


Sergio Ernesto Negri nació en la ciudad de Buenos Aires, Argentina. Es Maestro FIDE. Desarrolló estudios sobre la relación del ajedrez con la cultura y la historia.