Para ganar, primero debes aprender
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Pocos padres conocen el mundo de los torneos de ajedrez infantiles. Sin embargo, se puede aprender mucho de ellos.
Escribo esto desde la “zona de padres” de una de estas competiciones, donde mis dos hijos —Anna (9) y Nathan (5) (los nombres han sido cambiados)— compiten en las aulas de al lado. La “zona de padres” es un espacio de espera para adultos, ya que tenemos prohibido ver las partidas. De este modo se evitan los reproches, las miradas indiscretas y otros comportamientos groseros que se producirían si se permitiera a los padres entrar en la zona de juego.
Derrota a la Siciliana con el Gambito Morra
El blanco sacrifica un peón en la segunda jugada a cambio de un desarrollo rápido de piezas y buenas opciones de ataque, y el negro puede caer muy fácilmente en alguna de las muchas celadas sibilinas en plena apertura.
En la primera partida, Nathan es vencido por un chico extrañamente alto. Lo primero que pensé fue: “Mejor ajedrez que boxeo”. Lo segundo que pensé fue: “¿De verdad tiene menos de 8 años?” Tranquilizo a Nathan diciéndole que su oponente, que acabó ganando el torneo, tenía la misma categoría que su hermana y que no era ninguna vergüenza perder contra un jugador de ese calibre.
Miro a mi alrededor y veo a algunos niños riendo y a otros llorando. Me recuerda las líneas de Samuel Beckett en Esperando a Godot: “Las lágrimas del mundo existen en una cantidad constante. Por cada uno que empieza a llorar, en otro lugar otro deja de hacerlo”.
Samuel Beckett | Foto: Roger Pic, Wikimedia Commons
Una cosa buena del ajedrez es que, en una época en la que se protege a tantos niños de la derrota, este juego enseña a los niños a lidiar tanto con la victoria como con la derrota. En el ajedrez, a diferencia de los deportes de equipo, no hay nadie a quien culpar. A diferencia del póker y los juegos de azar, la suerte interviene poco en el resultado. En el ajedrez no hay equivalentes a las cuerdas flojas o los rebotes desafortunados.
Aprender a perder es una habilidad que pocas personas adquieren. La mayoría de los adultos son terribles perdedores: culpan a cualquiera menos a sí mismos o se hunden en la desesperación. En mi opinión, es una habilidad vital que debe enseñarse pronto, y el ajedrez ofrece a los niños la oportunidad de comprender que las decisiones individuales pueden tener consecuencias importantes y de ver la derrota como una oportunidad para aprender de los errores y mejorar. También les enseña los beneficios del trabajo duro y la práctica diligente.
Anna ganó su primera partida contra un jugador de menor categoría, que colocó imprudentemente los peones delante de su rey y lo dejó tan vulnerable que Anna le dio jaque mate sin dificultad. Hizo honor a su apodo, la Annaconda, que se explica por su proclividad a aplastar a sus oponentes como una boa.
En secreto, espero que la Annaconda no se sienta demasiado hambrienta ya que, para motivarla, le prometí esa mañana un televisor en su habitación si ganaba el torneo. Calculé que la probabilidad de que ganara era de 1 en 100, ya que en estos torneos participan un puñado de jugadores de mayor categoría. Para mi consternación, la mejor jugadora de su categoría hoy tiene un rating de 1200, superior a su 960, pero no tan fuerte como para que no pueda ganar.
Sé que Nathan ha ganado su segunda partida cuando veo a su rival, lloroso, correr hacia su madre. Anna vuelve de su encuentro con un pulgar hacia arriba.
El ajedrez es divertido, sobre todo si vas ganando: la foto muestra a un niño durante uno de los eventos “Faszination Schach” del GM Sebastian Siebrecht | Foto: Sebastian Siebrecht
Repaso la partida y veo que su oponente, en su afán por poner en jaque al rey de Anna, no vio que su reina podía ser capturada por la reina de Anna, situada en el otro extremo del tablero. Debió de jugar demasiado rápido, como hacen tantos niños. En el ajedrez, como en la vida, las prisas son enemigas de la meticulosidad y la causa de muchos errores evitables.
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Nathan y Anna pierden sus partidas de la tercera ronda. La frustración paterna de una doble derrota se ve atenuada por el reconfortante pensamiento de que no tendré que comprar un televisor.
En la cuarta ronda, me asomo por una ventana y veo jugar a Nathan. Tiene un rey solitario contra un gran ejército. No hay esperanza. Su oponente empuja sus peones inexorablemente hacia adelante y hace un movimiento que priva al rey de Nathan de cualquier movimiento legal. Empate. La lección clave aquí es: “Nunca te rindas, incluso cuando todo parezca perdido”.
El ajedrez es fascinante | Foto: Sebastian Siebrecht
A mi lado, también espiando, hay otro padre ajedrecista. “¿Qué demonios está haciendo?”, murmura, sacudiendo la cabeza. “No sabe lo que hace”. En mi experiencia, pocas cosas son tan frustrantes como ver a tu hijo perder en una competición de ajedrez. Tienes que soportar la dolorosa prueba en silencio mientras se desarrolla lentamente delante de ti mietras tus consejos —tómate tu tiempo, desarrolla tus piezas, comprueba que tu jugada es segura, piensa en el plan de tu oponente— son arrojados al cubo de basura de su mente.
Anna gana su siguiente partida contra un rival que también cometió un error garrafal con su dama al principio de la partida. Uno de los antiguos campeones del mundo dijo que el ajedrez “es una lucha constante contra el error”. Todo el mundo mete la pata, por supuesto, pero en algunos ámbitos de la vida el coste de un error es mayor. Si meto la pata en mi trabajo como abogado, alguien pierde dinero. Si un médico mete la pata, alguien puede perder la vida. Todo es relativo. Cuando aumenta la presión en mi trabajo, me resulta útil recordar que otras profesiones son mucho más estresantes que la mía. Me cuesta adoptar esa perspectiva sensata cuando veo a mis hijos jugar al ajedrez.
Nathan gana su siguiente partida en un abrir y cerrar de ojos y se va corriendo al patio a jugar al fútbol. Cuando por fin le pregunto por la partida, me dice que dio jaque mate a su contrincante, pero no recuerda los detalles, salvo que su oponente hablaba ruso. El ajedrez es para Rusia lo que el fútbol para Brasil. Forma parte de su identidad nacional y Nathan, aunque sólo tiene 5 años, lo sabe. A veces le llamo “mi pequeño Kasparov”, en honor al antiguo campeón mundial, y le he dicho que en Rusia hay juegos de ajedrez por todas partes. Nunca he estado allí, pero en mi imaginación es cierto.
Garry Kasparov, al consagrarse campeón del mundo en 1985
Tras la última partida, Nathan entra llorando en la habitación de los padres. “He perdido. Si hubiera ganado, me habrían dado una placa”. Ah, ¡lo que podría haber sido! Le recuerdo que es solo su segundo torneo, me invento una historia sobre Magnus Carlsen, el actual campeón del mundo, que perdió todas sus partidas en sus primeros torneos, y le cito las palabras de un joven prodigio del ajedrez llamado Tani Adewumi, que dijo: “No pierdo: aprendo”.
Improve your chess with Tania Sachdev
¿Se siente perdido cuando termina la apertura? ¿Desorientado? ¿Se equivoca de planes? ¿Le cuesta juzgar quien está mejor? Aprenda a moverse por las procelosas aguas del mediojuego de la mano de Tania Sachdev.
Tani Adewumi tras obtener su segunda norma de MI | Foto: Cuenta de Twitter de Tani
Estas técnicas rudimentarias no parecen funcionar, y él sigue llorando hasta que aparece su hermana, con una placa en la mano. Ha terminado el torneo con 4 victorias de 6. “La próxima vez, ganaré la tele”, dice. Nos vamos a tomar un merecido helado, hablando de ajedrez, de arrepentimientos y de esperanzas para el futuro. “¿Podemos participar en otro torneo la semana que viene?”, pregunta Nathan, ahora con una sonrisa de oreja a oreja.
El torneo de ajedrez, con su riqueza de emociones y experiencias, es un excelente campo de entrenamiento para los retos de la vida, para los niños; y de la paternidad, para los adultos.
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